15 de abril de 2008

El fútbol y yo.

Mi relación con el fútbol ha sido como con las mujeres; un fracaso. Comencé jugando fut desde los 10 años, mi primer equipo; Los Cachorritos, un equipo mediocre conformado por vecinos de barrio, dirigidos por “Don Armando” un tipo que parecía sacado de alguna película de mafiosos italianos al estilo de El Padrino, fumaba puros apestosísimos y vestía impecables trajes de Milano exclusivamente el día de juego.

“Don Armando” me daba la oportunidad de jugar escasos 5 minutos, insuficiente espacio de mostrar mi buena relación del balón con mis piernas, eso si, esos 5 minutos los pagaba al triple porque al viejo le tenia que cargar la bolsa llena de balones, hacerme responsable de los registros, así como de los uniformes apestosos de cada uno de los jugadores, de paso y como todo el tiempo andaba alcoholizado, me mandaba siempre sin excepción a comprarle en el medio tiempo una pachita de brandy presidente “pa que calientes” decía.

Así que llego un buen sábado (día que jugábamos) todo el equipo listo para subir a la camioneta e ir a los campos, don Armando preguntando por el que cargaba la pesada bolsa de balones (ni siquiera sabia mi nombre, el cabron), me hice el que no escuchó. Revelándome le conteste “que las cargue otro gato, yo firme en este equipillo para dar goles casi hechos o por lo menos anotarlos” (es mas difícil dar un buen pase que meter un gol) se encabronó pero supo por el tono en que se lo dije que estaba tratando con una posible estrella del balompié internacional.

Jugué otros escasos minutos anotando el único gol para mi equipo con un resultado adverso, y habitual 10 a 1. Partí inmediatamente a otro equipo con aspiraciones que me darían fama, fortuna y muchas mujeres. El equipo; Los Pumitas. Por razones desconocidas y que solo le pasa a los genios, me volvieron a marginar, no dándome escasos 5 minutos sino algo peor, convirtiendo al creativo, al armador, al “diez”, en un defensa lateral, era como pedirle al pintor o al escultor que los sábados trabajara 90 minutos de albañil o cargador en el mercado de abastos. El culpable era un sotaco que lo conocían por Checo. Un tipo rarísimo (este como de alguna película de Tod Browning) físico-matemático de profesión, 40 años, soltero, estricto, obsesivo, rígido, catoliquísimo, paranoico y muy posiblemente puñal de closet.

El mentado “chequito”, nos enseño lo que menos necesita un chaval de escasos 12 años: un día karate, otro entrenamiento casi de pentatlón: pecho tierra, resistencia, salto del tigre, pirámides humanas y otras serie de peripecias. Otro día, analizar tácticamente el sistema de juego de los alemanes, para nosotros, ponerlo en práctica en la cancha. El colmo era que un día a la semana, el maldito nos obligaba a asistir a dos horas de aerobics. ¿Se imaginan a la posible estrella de la selección mexicana y jugador del Manchester United con leotardo y tratando de sincronizar al ritmo de la música?....Pero resultó, que no todo estaba tan mal, asistíamos no solo el equipo, sino las chicas que habitualmente practican esta exuberante actividad. Por un momento, tan bien se me estaba dando el aerobics y la relación con las féminas asistentes, que pensé dejar el fútbol y convertirme en instructor aeróbico.

Pero me estoy desviando del tema, porque a pesar de que estaba jugando en una posición en la que no iba a destacar y conseguir el objetivo, tuve que aguantarme por dos largos años. De los 14 a los 17 años, pase por varios equipos, pero mi falta de disciplina, de consistencia, de aficiones prematuras al alcohol me impedían desarrollar todas mis destrezas.

Este jugador lentamente desaparecía, además razonaba que un jugador con estas características no debía correr tanto, no necesitaba entre otras cosas: ensuciarse, llegar 30 minutos antes (ni que fuera cualquier jugador), ¿entrenar? para qué ¿llegar sobrio al partido?. Ja.

Elegí ídolos, dice mi madre, equivocados, futbolistas rockstar, que tenían algo de decadentes, de indecentes, de iconoclastas, o mejor dicho de perdedores, llámese un George Best, un Paul Gascoinje, o el mismo Mudo Juárez.

Aún con pocos puntos a mi favor, a la edad de 18 años, llegó mi oportunidad. Casualmente acompañe a un amigo a realizar unas pruebas para un equipo profesional. Fortuitamente traía conmigo lo indispensable, unos zapatos y short. Al final de la prueba reconocieron por fin, lo sublime, fino y delicado que trataba al balón.

Lamentablemente el gusto duro poco. Jugué un año profesional, bueno de hecho casi no jugaba. Además de todas las corruptelas que acompañan al fútbol, (sobrinos de ex jugadores, ahijados de no sé quien, etc.) mis hábitos no cambiaron mucho.

La última vez que viaje con el equipo, fue al DF, para enfrentarnos contra el Cruz Azul de tercera división, nos avisaron que iban a estar visores de otros equipos que podían interesarse en alguno de nosotros, que durmiéramos temprano y recomendaciones por el estilo, pero hice con mi compañero y amigo de toda la vida “El Chucho” lo contrario. Llamamos unas putas de un periódico que anunciaba por el precio de una, dos lindas muñecas. Que por cierto, si eran purísimas, pero de lindas muñecas tenían poco. Compramos dos botella de Casco Viejo y otra de Ron Palmas, considerable para divertirnos, lo que sabíamos seria nuestra última noche como futbolistas profesionales.

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