Por: Salvador Munguía
Me importa un carajo la descomposición de los componentes bióticos. O sí la cadena alimenticia se altera. Pero que se mueran para siempre esos bichos insoportables hijos de puta. Ya no los aguanto. No los soporto. No puedo dormir. No puedo con ellos. Como se atreven a estar chingando toda la noche. Malditos impertinentes. Sus zumbidos me están volviendo loco.
No estoy seguro si ocurra lo mismo en otros lados, pero los que habitan en mi casa no pican, muerden. Son demasiado insolentes y descarados. Pero además, son valientes. Les vale madres la vida, su vida, ¡mi vida!!! He conocido a otros, que en cuanto prendes la luz, huyen los cobardes. Estos no. Te enfrentan. Te torean. Se burlan de ti. Te pican. ¿Cómo es posible que intenten morderme las manos, si en cualquier momento los puedo aplastar? Algunos son más precavidos, succionan la sangre de mi espalda, de mi panza, de mis pies, de mis antebrazos. Algunos otros más arriesgados, se paran sin pedo en mi jeta (estoy cacheteado torpemente por mi mismo). Lo peor es que no puedo matar ni uno solo, soy miope y lento.
No tengo la menor idea por donde se pasen a mi casa. He cubierto cada rincón para que no invadan mi privacidad, ni mis horas de sueño, ni mucho menos mis pocas horas de sexo. Recuerdo la noche que invite a Teresa a dormir a mi casa. Todo iba bien. Estaba concentrado por no correrme al minuto. Yo estaba encima de ella (posición misionero, así le dicen). De pronto ese maldito zumbido. Enseguida un piquete certero en mi espalda. Otro más cerca de mi hombro. De inmediato comencé a perder el control. Le pedí que cambiáramos. Ahora ella encima de mi. Ya desconcentrado realice movimientos rápidos. Desesperados. Un minuto después, perdí el rigor que se necesita para satisfacer a una dama. El resultado; me vine de inmediato. De un salto me pare de la cama para tratar de exterminar a esos estorbos. Lo malo fue que Teresita quedó peor que insatisfecha. Emputada se largó de mi casa. Eso no fue lo peor. El maldito insomnio a causa de estos bastardos, es lo más descabellado que le puede pasar al ser humano. Me da coraje que mientras escribo ésta “queja”, los desalmados seguramente están echados descansando con la panza llena de (mi) sangre en mi habitación. Algunos seguro han de estar cogiendo en mi closet, otros durmiendo debajo de la cama.
Seguramente se preguntarán por qué tanto lloriqueo si existen mil productos para combatir esos bichos. Lo aclaró: no son suficientes. Han sido inútiles. No lo fue el kit que yo mismo fabriqué (ventilador, lámparas infrarrojas, matamoscas de acero, placas con pegamento cinco mil, un rifle de postas, un repelente antimoscos mezclado con cianuro, plaquitas con excesivas dosis de raid, etc.).
He llegado a la conclusión que los malditos moscos que habitan en mi hogar se desarrollaron en alguna fábrica nuclear. O tal vez escaparon de algún laboratorio del gobierno federal para exterminar perredistas, morenitos, discapacitados e idiotas. Por cierto, no me considero ninguno de ellos.