4 de agosto de 2011

El Embarazo



para Martha y la criatura, con cariño.



Durante mucho tiempo, creí que traer nuevos seres vivos a la tierra era una insensatez… y lo sigo pensando. Pero deduzco una cosa hasta hoy irrefutable: sin la insensatez la especie humana no existiría. También creí que mi semilla era inservible, rebajada… inofensiva como la tinta invisible. No fue así.

Tengo 30 años y seré padre en el mes de agosto. El camino ha sido largo y tortuoso. Nos han engañado al decir que son los mejores 9 meses de nuestras vidas. Los 9 meses se han convertido en 9 años. El paso del tiempo ha sido lento, pesado.

No es fácil convivir con una mujer embarazada, se vuelven más vulnerables y sensibles. Ante este acontecimiento, la mujer embarazada aprovechará el bulto para abusar de todo a su alrededor. El hombre, en cambio, se convierte en una persona más estúpida, absurda, ignorante.

Durante los 3 primeros meses, mi escepticismo rayaba en lo ridículo. Todos los días hacía la misma pregunta: ¿segura que estás embarazada?

Estoy embarazada, Chava.

ya mañana te bajará, ya verás –decía yo ingenuamente.

no digas estupideces, ahí está el ultrasonido-. Pero para mí, el papel fotográfico ese, sólo reflejaba garabatos de un mal viajes de hongos.

para mí que estás estreñida.

piensa lo que quieras –concluía ella y se daba la vuelta para dormir tranquilamente.

Yo no pegaba el ojo aquellos primeros meses, las noches eran eternas, tediosas. Veía gatear niños por toda la casa. Soñaba con biberones que disparaban balas letales. Amanecía de muy mal humor. Ya decía yo que, los hombres somos más estúpidos y en el cuarto mes supe que no estaba estreñida y que en unos meses una criatura vendría al mundo producto de mis entrañas. Y, si en los primeros 4 meses mi mujer se portó amable y serena, un buen día, despertó alterada y nerviosa, enojada, de mal humor…

Antes del cuarto mes, la noticia la sabía toda la familia y algunos amigos cercanos. Mi abuela y mi madre se pusieron felices; “hasta qué, jamás lo había esperado de ti” dijo mi madre. “A ver sí con esto ya te aplacas”, dijo mi abuela. Mi tía Silvia, le recomendó a la nueva engendradora de escuincles usar siempre un listón rojo en los calzones, para que el niño o la niña tuvieran la protección contra las malas vibras del mundo, contra los embates de la naturaleza, contra las lunas llenas, contra las medias lunas, contra el mal de ojo, contra el labio leporino, contra quién sabe cuántas cosas más. En cuanto a mis amigos, más que alegrarse, se pusieron consternados, sorprendidos.

A partir del quinto mes, nuestra convivencia era extraña. Me daba la impresión que no convivía con una sola persona, sino con muchas personas en un cuerpo abultado: adolescentes berrinchudas y caprichosas, señoras mal humoradas, demonios poseídos. Por razones naturales –y obvias- el cuerpo de ella se ensanchó por todas partes y jamás me perdonó que yo fuera el causante. La venganza del cuerpo fue inevitable. Recordé unas palabras de Boris Vian, de su novela El Arrancacorazones:

—"Ya no puedo fiarme de ti –dijo Clémentine-. Una mujer ya no puede fiarse de los hombres a partir del momento en que un hombre le hace un hijo. Y menos del hombre que se lo hace”.

Luces hermosa –le decía yo de vez en cuando- aunque en el fondo sabía que el bulto era antiestético.

no me hagas cumplidos, parezco vaca enzacatada –decía ella enojada.

Y como castigo, le atacaban una serie de antojos bastante demandantes -que yo tenía que cumplir cabalmente-:

Tráeme un caldo de pollo, por favor.

cariño, son las 3 de la mañana…

no me digas cariño, y a ver cómo le haces, a tu hijo y a mí se nos antojó-. Siempre la alevosía y la ventaja de una mujer embarazada.

pero él o ella todavía no sabe de gustos –contesté amodorrado.

ve, por el amor de dios, no quiero que nazca debilucho como tú. Seguro que tu padre no cumplió ninguno de los antojos de tu madre… mírate…

Al escuchar ese tipo de comentarios, me invadían todo tipo de pensamientos: tirar aceite por la escalera, regar canicas en la regadera, poner una patineta a un lado de la cama. Pensaba ir por el caldo de pollo y no regresar nunca más. Asaltar un oxxo y refugiarme en la sierra oaxaqueña…En seguida despejaba mi mente y me dirigía a cumplir antojos sin importar que fueran platillos exóticos, sin importar la hora, refunfuñando.

En el sexto mes, supimos que sería un varón, a la panza de Martha no se le tuvieron que hacer muchos ultrasonidos para deducir que se trataba de un hombrecito, era igualito que su padre, es decir, bastante bien dotado.

Me hubiera gustado que fuera niña, los niños son asquerosos. Ellos tienen la culpa de todo lo que pasa en el mundo –dijo ella.

se llamará Salvador, como su padre, su abuelo y todos sus tíos –dije de manera arbitraria.

primero muerta a que se llame como tú… otro Salvador sería insoportable, tu padre, tus tíos y tú se han dedicado ha desprestigiar ese nombre…

párale, tampoco exageres…entonces, cómo quieres que se llame, cariño?

se llamará Arturo y no me digas cariño.

ese nombre es de joto -dije yo.

así se llama tu hermano –dijo ella.

y qué?... se llamará Salvador, he dicho.

ya veremos –contestó ella amenazante.

Mi padre y mi abuelo me felicitaron. Los dos coincidieron en lo mismo:

Hasta que hiciste algo bien, hijo. Las niñas son más complicadas.

Mi abuelo me hizo una afirmación rara:

Segurito que estuviste comiendo mucho huevo y muchos ostiones, yo hice lo mismo cuando tu abuela tuvo a tu tío Gabriel.

no abuelo, no como huevos muy a menudo, y los ostiones sólo me gustan en las micheladas.

entonces te funcionó lo del ajo y la sal en la ropa interior –volvió a decir mi abuelo.

tampoco, abuelo.

entonces, qué sería? –en seguida mi abuelo se puso muy pensativo.

En el séptimo mes a Martha le dio por hablar con la panza. Un bulto de movimientos sinuosos, deslizantes, como nido de serpientes. No sólo hablaba con el melón blanco que llevaba dentro, le cantaba y le recitaba poesía aburrida.

No escucha –le dije para hacerle saber que yo también existía.

ignorante, escucha más que tú, lo peor es que cuando nazca no sabrá quién eres, nunca le hablas, eres muy indiferente.

dile algo –dijo en tono de sargento.

hola muchacho, mucho gusto, soy tu padre.

muchacho?...carajo, es un bebé, háblale con cariño -recriminó ella.

no sé que decirle… se lo diré cuando nazca.

ahora entiendo porque eres tan insensible, seguro que tu padre no te hablaba cuando estabas en el vientre de tu madre. Allá tú, no sabrá quién eres. –y continúo: por cierto, desde hoy te voy a pedir que duermas en el cuarto de servicio. Me estorbas mucho.

Ok. No quiero ser una molestia –dije resignado pero feliz.

La noticia me vino de maravilla. La verdad es que nuestras últimas noches resultaban un martirio. Las embarazadas y con el pretexto de que son dos personas en una, comen como prisioneras recién liberadas. La cama se había convertido en un mar de boronas y migajas. Se metía a la cama con todo tipo de bocadillos gigantes, pequeños, dulces y salados. Sino me despertaba para traer agua de pepino a las altas horas de la madrugada, me despertaba porque tenía antojos de camarones empanizados de coco, o tapas de cocodrilo, o tacos de flores de jamica y calabaza, o canapés de nueces con aroma de naranja, eran unos antojos sin duda bastante extraños. También desarrolló un oído mejor que los murciélagos, me despertaba porque oía rateros en el interior de la casa, moscos apareando, termitas comiéndose la madera del closeth.

Las noches más tranquilas aprovechaba para hacer gárgaras o cepillarse los dientes con estrépito desafiante. Se levantaba 10 veces al baño. Tenía bochornos y la vez frío, su termostato parecía haber sido fabricado en China. Se duchaba a mitad de la noche. Volvía a la cama con saltos y rebotes. Se apoltronaba como un guerrillero con 4 almohadas –las mías y las suyas- sobre su cabeza, otras dos que le sostenían el melón blanco y pesado, otro par sobre su espalda baja, una más entre sus piernas. Y, en donde me moviera, roncara o murmuraba, el guerrillero atacaba con un triplete de codazos o pellizcos.

Dormir solo me venía bien. Aunque, sí a ella o al globo le daba insomnio, me deparaba otra noche cruel.

Nadie quiere a las embarazadas, lo veo en todos lados.

te equivocas –dije yo para animarle- en walmart hay una caja exclusiva para embarazadas.

la misma que le dan a los desvalidos –contestó ella de manera agria.

Algunas de esas noches, aprovechaba para poner mi oreja sobre el bulto cálido y duro, y escuché. Percibí cañerías que silbaban. Ella puso mis manos sobre su vientre, sentí los pataleos de alguien pidiendo socorro, de alguien chocando contra las paredes de aquella cárcel. Era el mes de junio y hacía mucho calor. Me imaginé esa pobre criatura como un pollo rostizado, cocinándose a fuego lento, poco a poco.

Un caliente sábado por la mañana, desvelado y con una resaca más dolorosa que un fogazo en la lengua, la madre de mi criatura me advirtió:

El lunes cumpló 8 meses y no quiero estar aquí. Me voy a Estados Unidos, mi hijo tendrá doble nacionalidad y quiero que mi mamá me cuide los últimos dos meses… no puedo fiarme del seguro social, ni mucho menos de ti.

pero… no estoy de acuerdo.

me importa un carajo. Nace a mediados de agosto.

Despedí a la madre de mi primogénito un lunes a medio día. Me acerqué a ella, le aparté el pelo y la besé en la frente. Después bajé hasta el bulto, le dije que pronto nos veríamos, que sabía el sufrimiento de vivir enjaulado en esa cueva caliente e infernal, pero que fuera paciente, que ya faltaba poco y, que lo quería mucho.

Faltan escasos días… un pollo rostizado está a punto de salir.