15 de abril de 2008

Días de Reposo


Jamás había sentido tantas ganas de embriagarme como la primera vez que asistí a AA (Alcohólicos Anónimos). Llegué un lunes por la tarde a dicho lugar. Inmediatamente me presentaron ante toda la bola de alcohólicos “regenerados”. Enseguida comenzó la sesión. Relatos de personas sobre su alcoholismo y todos los problemas que trae consigo. Notaba cierta hipocresía en sus palabras, pero al mismo tiempo me divertía con historias entretenidas y fascinantes. Había momentos de reflexión, me daba cuenta que no había bebido y vivido lo suficiente y eso me encabronaba. Era un borracho aburrido.

Los ocho días de sobriedad en ese apestoso lugar, se convirtieron en los más espantosos, angustiantes y desesperantes en mis 45 años de vida.

Nunca entendí la dinámica, contar tu historial alcohólico lo considere de mal gusto. ¿Por qué se debía de enterar toda esa bola de holgazanes chismosos sobre parte de la estrecha relación de tu vida y el alcohol?

Por supuesto que no les dije de las constantes putizas que le propinaba a mi esposa, no por cobarde, ni marica, sino porque no sentía ningún tipo de remordimiento, lo que los cabrones buscaban era precisamente que todos los presentes cargáramos con semejante culpa. Por mi parte no me arrepentía de nada.

Mi padre seguramente se sintió orgulloso de que finalmente siguiera un consejo suyo, pero no estoy aquí por eso, además quien es mi padre, sí siempre ha sido un alcohólico, un tipo cruel, vil e ignorante, pero eso sí, práctico, que me recomendó ir para que creyeran que tenía intenciones de cambiar, que estaba arrepentido, afligido, y dolido. El resultado sería que mi mujer y mis hijos me perdonaran, que en lugar de temerme, me respetaran.

¡Pero eso era hacerle al pendejo, jugarle al embustero!

Además estaba cansado de mi aburrida, frígida y estúpida mujer. Ni que decir de mis hijos. Que arrepentido me encontraba haber engendrado a esas dos bestias, igualitos a su madre. El menor me es indiferente, pero no soporto al mayor por su cobardía, por su torpeza, por su blandura, me repugna que no se atreva a partirme la madre a pesar de lo mucho que me desprecia.

La razón por la que acudí AA, no fue porque me embriago diariamente desde que cumplí los doce años. Tampoco por la recomendación de el doctor de cabecera ---timador como todos---- que dice mi hígado está hecho trisas, la verdad es que no sé, ni me importa mi enfermedad, nunca he sentido aprecio por mi mismo, soy un miserable, un ser despreciable. Estoy enfermo del hígado. ¡Me alegro!

El motivo de mi visita fue para que se diera cuenta mi familia, lo terrible y despreciable que podía yo ser estando sobrio. Mi humor era insoportable, gritaba para todo, si antes me daban ganas de madrear a quien fuera, ahora tenía pensamientos homicidas. Cuando me encontraba en casa, hacia todo lo posible por joder a los que me rodeaban, replicaba la comida, detestaba el ruido y hasta el olor de mi hogar, les puse horario de llegada a mis vástagos ---- nunca antes lo había hecho----, a mi mujer solo la dejaba ir al súper, les corte el teléfono y solo se veían programas de televisión que yo escogiera. Pero creo que nada molestaba más, que mi nuevo vicio ------- sorprendentemente adquirido en tan pocos días------- fumaba todo el tiempo y en todo lugar, una cajetilla diaria, lo hacia a la hora que estábamos todos desayunando, al hora de la comida, cagando, en el dormitorio, en fin, en todos lados, con el propósito de que el insoportable humo se impregnara en cada rincón de mi casa y si era posible, tuviera el mismo efecto en el pellejo de mis inquilinos. Pero nada me molestaba a mi más, que a ellos verlos dormir, ni con los calmantes que me recetaron para conciliar el sueño lo conseguía. Me las ingenié para que ellos me acompañaran en mi insomnio, justamente a las doce, encendía el estereo, le subía lo considerable para que el sonido llegara no solo a sus oídos, sino a sus diminutos cerebros, compartí con ellos mucha música, y durante las divertidas y angustiantes madrugadas sonó desde el Paranoid y Master of Rallity de Black Sabbath, pasando por el volumen I, II III y IV de Zepellin, aunque tenía también un propósito, -----no era chingar por chingar----- quería cultivarles con algo de música clásica, (que por cierto detestaban los muy ignorantes) por la consola se escucho Nocturno para Piano # 9 de Chopin, Tocata y Fuga de Bach, Danza Húngara de Brahms, Pequeña Serenata de Mozart, Para Elisa de Bethoven...un largo repertorio. Dormitaba un poco de 5 a 8 de la mañana, para alistarme a mi trabajo, del cual por cierto no quiero hablar, solo decir que era un burócrata odioso, grosero, amargado y sobornable.

Hoy es mi último día en AA, y estoy seguro que no volveré nunca más, estoy escuchando una última historia, se trata de un tal José González Soto, que desde el primer día que llegué, me ve con recelo. Arrepentido comenta lo mal que la paso con el alcohol, relataba como en las noches que llegaba alcoholizado, ingresaba con cautela a su casa y de forma sigilosa y discreta abría el cuarto de su esposa, se sacaba la pija y la meaba, lo mismo hacia con sus tres hijas, -----que por cierto están aquí lloriquendo y apestando a los orines aún impregnados de su cochino y subnormal padre---. No sé porque pero no es mala idea, he decidido dejar de golpear a mi esposa, no soporto verla con lentes oscuros todo el día, igualmente le evito la pena de que le anden preguntando que le paso. Que agradable será poner en práctica lo que hacia el mentado Josesito con mí querida mujer y mis encantadores hijos.

Falta solo una hora para salir de este jodido lugar, no aguanto las ganas de emborracharme, saliendo tomaré un taxi con dirección a la Marimba. Primero pediré unas cubas libres de ron, enseguida de unos tequilazas que me devuelvan esa euforia, esa plenitud y bienestar que tanto anhelo y extraño, y después…. ya Dios dirá. ¡Salud!.

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