-¿Cómo te llamas?
-Puga.
-¿Puja?
-Puga, con “ge” –contesta la muy perra, orgullosa.
-Deberías llamarte Deyanira, Casandra, Alexandra, Daena, Kimberly…Puga no es el nombre para ninguna puta. Puga suena a nombre de algún taller de refacciones.
-Deja de hacerme perder el tiempo, ¿qué quieres?
-Nada, platicar con alguien.
-Véte a un café, aquí se viene a coger.
-Te voy a pagar, da lo mismo.
Puga respira hondo. Se asila el pelo hacia atrás con ambas manos. Busca y luego saca un cigarrillo blanco de una billetera dorada colgada de uno de sus hombros. Da tres caladas, rápidas.
-¿A qué te dedicas? –pregunta Puga.
-A matar gente –contesta el otro.
-Jaja…. sí como no… con esa no pinta no matas ni una mosca –dice divertida la tal Puga.
-No necesito que me creas.
Puga no para de fumar. El humo se estrella contra la cara del sicario.
-Pareces banquero…. mejor dicho, cajero de banco –dice Puga.
-Jaja….vaya, vaya... Que te parece si nos vamos de esta pocilga. ¿Cuánto cobras por irte conmigo?
-Tendrás que arreglarte con ese panzón que está sentado ahí –Puga apunta a un tipo bofo con aspecto de abandono, de profundas y negrísimas ojeras y semblante cansado.
La suma queda en mil doscientos. El hombre le advierte dos cosas:
-El pago equivale a una hora. Si hay otro cabrón, habrá que pagar más -dice sin siquiera voltear a ver la cara de su cliente-. El hombre gordo está por decir algo, duda, tartamudea y finalmente agrega: nada de mordeduras o cosas raras.
Equis se queda pensando en lo de “cosas raras”.
-Entendido –contesta, y se retira.
Toma del brazo a Puga y se largan de ahí.
El motel se llama El Eclipse. Se les asigna la habitación 6. Puga echa un vistazo y corre con prisa al baño. Al salir, equis le pide a Puga que se quite la ropa. Ella obedece. Puga posee una belleza sencilla. Tiene la tez blanca; los pechos flácidos, grandes, salpicados de pequeñas pecas. El vientre lo tiene marcado por sensibles estrías, que con un poco de imaginación se puede apreciar la imagen de un continente, de un país. Tiene depilado por completo el sexo. Lleva las uñas de los pies pintadas de verde limón, parecen luciérnagas asustadas. Equis ni siquiera merece ser descrito. Solo diremos que es un tipo gris. Es de esas personas que te encuentras a diario y al día siguiente lo vuelves a ver y nadie lo recuerda.
-Ahora vístete de nuevo. –Puga hace cara de sorpresa. Intenta decir algo, pero se detiene. Recoge las bragas del suelo y se las pone. Lo mismo hace con el sostén. Se sienta en la cama, a un costado de él. No se dicen nada. Permanecen largo tiempo en silencio. Puga busca la billetera dorada, saca un cigarrillo y se lo lleva a la boca.
-No fumes, por favor, me molesta el humo.
Puga no hace ningún gesto. Se deja el cigarrillo en la boca y guarda el encendedor en la billetera.
-Sabes que se siente matar a alguien –pregunta equis.
-No –contesta con voz suave Puga.
Hay un largo silencio. Afuera, en la calle, se escucha el murmullo de los autos.
-¿Me vas hacer algo? –pregunta Puga carente de emoción.
-¿A qué te refieres con algo?
-¿Me vas a matar? –pregunta Puga, sin miedo.
-Sí, pero hoy no, quizá mañana.
-No has cambiado nada, eres el mismo pero con lentes y con menos cabellos.
-Y tú luces más hermosa que hace diez años.
Puga suelta un largo suspiro. Él continúa:
-Diez años buscándote.
Otro silencio. En la habitación continua se escuchaban tímidas risas. Risas preliminares al jadeo, al choque de carnes, al escándalo de la humedad.
Puga se tira en la cama, boca arriba. No piensa en nada. Estira el brazo y busca a tientas tocar alguna extremidad de equis. Logra entrelazar los dedos de ella junto a los de él. Equis le mece los cabellos tiernamente de arriba hacia abajo y viceversa, hace pequeños círculos, todo muy despacio.
-¿Quieres que te la chupe? –pregunta Puga.
-Sí, pero hoy no, quizá mañana.