Por: Salvador Munguía
─Bueenooo… ¿Chava?
─Él habla, que pasó abuela ¿cómo estás?
─Achacosa, enfadada, cansada de tu abuelo, ya sabes… ¿Y tú qué tal? ¿Por qué no me has llamado?
─No me han dado ganas abuela.
─Por lo menos eres sincero cabrón, no como el mentiroso de tu hermano que dice tener trabajo todo el tiempo.
─¿Ya sabrás el motivo de mi llamada?
─Supongo.
─Tu madre está vuelta loca, me ha llamado para contarme que golpeaste a Raquel, y que de paso se largó de la casa.
─Es cierto.
─¿Y lo merecía?
Un silencio se interpuso en la plática. Después de un profundo respiro contestó:
─Si.
─Lo sabía, esa mujer era un puta, lo vi desde la primerita vez que la trajiste a la casa, se lo dije a tu abuelo, esas moscas muertas que todo el tiempo te piden las cosas por favor, que siempre mantienen una sonrisa en el rostro, que hablan suavecito, y sobre todo dos cosas hijo, apréndete esto: no confíes en una mujer que no come carne y todo esa basura de salvar el reino animal, carajo…¡ahh y sobre todas las cosas, que no sostengan la mirada cuando las estés viendo, no son de fiar!
─No empieces abuela.
─ ¿Y que piensas hacer? Encerrarte y beber todo el tiempo, hasta que te cargue la chingada, como con la última, ¿cómo se llamaba? ¿Laura? ¿Lorena?
─Lorena, abuela.
─Esa me caía muy bien, me recordaba a mí de joven, era hermosa y frondosa, no como la esquelética de Raquel… que fue lo que paso con Lorenita hijo.
─Abuela déjame en paz, estoy ocupado, además no quiero hablar de eso.
─ ¿Ocupado? Cabrón, has de estar con una botella en la mano, por lo menos asegúrate de beber algo digno. ¿Ya comiste?
─No.
─Voy a mandar al huevón de tu abuelo, que te lleve algo, hice chiles rellenos. Hasta un favor me harías en aceptar, tu abuelo sale a la calle, mientras yo aprovecho para irme a pintar el pelo… ¿rojo se me verá bien?
─Estás muy vieja para andarte pintando el pelo de ese color.
─Ahora resulta que un fantoche-fachoso como tú, me va a decir que color me queda y cual no.
─Abuela, debo colgar.
─Ni se te ocurra Salvador.
─¿Qué le digo a tu madre, para que se calme? ¿Irás a buscar a Raquel?
─No.
─Ve por Lorena, búscala hijo.
─No digas tonterías abuela, Lorena se casó hace 3 años.
─ ¿Y qué?, esa chica te amaba, no como la golfa de Raquel, maldita piruja. Aunque sino mal recuerdo, con Lorena fuiste un desgraciado traidor, como se te ocurrió acostarte con su hermana. Ya sabes que muy creyente nunca he sido, pero algo de cierto tiene uno de esos 10 mandamientos: “no desearás a la mujer de tu prójimo”, carajo, ¿si sabías que el prójimo era tu mujer?
─Abuela, eres la menos indicada para darme consejos, te recuerdo que intentaste envenenar al pobre de mi abuelo y tu propio padre murió de manera sospechosa.
─Cuida tus palabras, insolente, y te aclaro algunos detalles; el cabrón de tu abuelo se acostaba con la pobrecita de Carmen, aquella sobrina mía que vino del Df embaraza, estabas muy escuincle para acordarte de ella y del momento.
─La recuerdo, y recuerdo a mi abuelo convaleciendo y maldiciéndote en el hospital.
─Pobre diablo, de la que se salvó… otra cosa, jamás se te vuelva a ocurrir decir que Don Rodolfo era mi padre, era el marido de tu bisabuela, ese maldito si debí matarlo con mis propias manos, toda su vida fue un hipócrita. El piojoso estaba esperando que muriera mi madre para sacar las garras y quedarse con todo. Además eso que tiene que ver, no tengo porque estarte dando explicaciones a ti. Saliste como tu abuelo, pirujo, mentiroso, borracho, todo tienen.
Otro silencio.
Ahora un respiro hondo de la abuela. Otro más.
─Te quiero mucho hijo.
─Yo a ti abuela.
─ ¿Vas estar bien?
─Por el momento no.
─Te voy a presentar a Lupita, es la hija de mi amiga Carmen, la maestra, su hija también es maestra y no esta casada, es muy amable la muchacha, y lista hijo, tiene sesos, no cualquiera.
─Gracias abuela, así estoy bien.
─No puedes quedarte solo hijo, ya debes establecerte, tener hijos, una buena mujer a tu lado, no como la piruja de Raquel.
─Ya basta abuela, me voy.
─Esta bien hijo. Cuídate mucho, te mando besos.
─Yo igual, saludos al abuelo.
Una semana después, la abuela con el pelo teñido de rojo, había muerto. Durante la cena, agregó la suficiente cantidad de raticida a la rica avena que minutos antes había preparado. El abuelo se salvó de milagro (otra vez). Está convaleciente (otra vez). Hasta ayer seguía maldiciendo a la abuela (otra vez).
Durante el lluvioso funeral de la abuela, una chica no paró de llorar, él se le acercó y le ofreció un pañuelo, le preguntó como es que conocía a su abuela, contestó que fue amiga de su mamá. Así conoció a Lupita, la maestra. Era hermosa, la abuela ─casi siempre─ tenía razón.