Obvio, no mencione una sola palabra. Me asusté de ese extraño acontecimiento, me asusté de mi mismo.
Cristal me miraba desde allá abajo, sus ojos verdosos me provocaban para ser participe en primera fila de aquél acto “impúdico”. Era fascinante.
─Te gusta Shavi, dijo en un tono acogedor.
─Me encanta Cristal de mi vida, -contesté excitado.
Se levantó pero solo por un breve momento. La tumbé en el suelo, sobre una alfombra, le bajé las bragas violentamente. Cristal transpiraba por todos los poros de su moldeado cuerpo.
─Ven Shavi, ven…métemela…métela despacito
─Eso intento mi reina, dime más o menos por dónde.
─Por ahí, por ahiii….ahí Shavi…ahí…ahiiiiiiii…-alargó la i en un tono encantador.
¡Joder… y que Dios me perdone!…de pronto me introduje sobre una cueva, una cueva oscura y cálida, muy cálida y jugosa, lubricada y amable, generosa y acogedora. Di un repujón y Cristal se retorció como anguila, temí partirla a la mitad, ¿y sí le perforaba los pulmones?, ¿existía esa posibilidad?
Cristal se revolvía como una lombriz partida en tres partes. Gritaba extasiada de placer. Hacía un calor sofocante, mis mejillas ardían, un sudor recorría toda mi espalda. Calculé que no llevaba más de dos minutos y estaba a punto de estallar. En el fondo de la cintura notaba el sordo deseo de eyacular pero cerré los ojos con fuerza y me contuve. Rápidamente intenté pensar, pensar en el bolso de mi abuela, en la llanta ponchada de mi bicicleta, en la clase de matemáticas, en el dinero que mi padre me había mandado recoger, en el aliento de la maestra de biología, y también en Doña Mago, en el sudor que le escurría cuando preparaba los pambazos y el pozole: toda clase de pensamientos absurdos e inesperados que no tuvieran nada que ver con la situación del momento. Pero seguía muy latente mi “venida”. Mi padre me lo había advertido, cuando el pene se pone a pensar, no hay alto ni obstáculo que lo detenga. Aquello era ya: una fiesta perpetua.
Recordé inmediatamente los consejos de Edgar, así que me salí de la cueva y pretendí seguir los consejos de mi amigo; sacarlo a que le diera el aire, que respirara y hacer lo mismo que él: inhalar, exhalar y volver al ataque…pero me precipité. No duré mucho con los ejercicios, Cristal me miró sorprendida:
─Que haces Shavi, -preguntó.
No dije nada y volví a encajar hasta el fondo el sable. Esta vez de manera brusca y por menos tiempo, si acaso un minuto más. Un grito a la Tarzán puso fin a mi primera vez.
Me sentía orgulloso, reconozco mi brevedad, pero era mi primera vez y no había estado mal. O al menos eso creía. Por su parte, Cristal parecía insatisfecha, seguía meciéndose lascivamente, rejuntaba su cuerpo al mío, ardía por cada rincón. Le pedí que me diera un momento para reflexionar y reponer energías. No sucedió, dormí hasta el día siguiente.
Cuando desperté Cristal preguntó:
─¿Jugo o café?
─Jugo, la cafeína me pone nervioso, -dije.
─Chilaquiles o huevos estrellados.
─Chilaquiles con un huevo estrellado tierno, perdona pero amanecí hambriento, -Cristal esbozó una linda sonrisa.
Desayunamos en silencio. Al terminar, me pidió que después de desayunar, hiciera el favor de retirarme. Era imposible quedarme el resto del día con ella. Me sorprendió de nueva cuenta el misterio que envolvía a esa mujer. En cambio, se mostró entusiasmada para vernos de nuevo el siguiente fin de semana.
─Para ser la primera vez estuviste bien Shavi…es cuestión de práctica…, yo te enseñaré, seré tu maestra.
─Gracias Cristal, seré el mejor alumno.
Continuará….