18 de octubre de 2010
Cristal (últimos capítulos)
Capitulo IX
Mi vida corre peligro
La pelea
Dormía. No soñé nada en particular. Eran imágenes disueltas, dispersas. Pero una imagen cobró forma y cuerpo, era el rostro de mi madre, tenía un semblante amenazador. Desperté de sobresalto, desorientado, sudado. Vi la hora, 4 de la mañana. Qué explicaciones le daría a mi progenitora.
A mi lado, dormían desnudas las tres panteras, ronroneaban sigilosamente. En el aire flotaba un olor a sexo, tabaco y alcohol. Permanecí un par de minutos sentado, amodorrado, medio borracho. Me bebí un vaso de agua fría mientras contemplaba el cuerpo de las potrillas. Tengo una debilidad por las cicatrices, busqué y conté algunas al azar. Cristal por ejemplo, tenía una a la mitad de la rodilla, era impresionante. Tan impresionante que me provocó una pequeña erección. Acaricié el tobillo de no sé quién. Quise prender un cigarrillo, pero recordé que no sabía fumar. Me entraron ganas de vaciar la vejiga. Me puse mi calzoncillo y me dirigí al baño.
Mientras descargaba un poderoso chorro sobre la letrina, escuché unos ruidos provenientes de la puerta principal. Alguien estaba intentando entrar a la fuerza. Cristal se paró de inmediato. Fue hasta el baño y me previno.
–Es mejor que no salgas, Shavi. Apaga la luz –dijo Cristal nerviosa, asustada, con ojos de rana aplastada.
–¿Pasa algo?
–Shhh….no hagas ruido, Shavi.
Mi corazón latía con fuerza. No es que yo fuera un miedoso, pero el miedo se apoderó de mí. Permanecí en el baño no más de diez minutos. Seguían forzando la puerta. Escuché una voz chillona gritar, “abre la pinche puerta, Cristal, sé que estás ahí”. No sabía que hacer. Me sentía acorralado. Caminaba enloquecido de un lado a otro. Puse la tapa del retrete y me senté a oscuras. La puerta de la casa de Cristal, era una simple y delgada puerta de madera. No tardaría en derribarla o no tardarían, -en realidad no sabía cuántos eran- ….Y lo hicieron….
–¿Con quién chingaos estás?...¿por qué no abrías, cabrona?
–Con nadie, sólo estamos las mushashas y yo…y, y, y…no te abría porque estaba dormida…no escushé nada. –decía la asustadiza de Cristal, -pobre criatura
– ¿Lo primero que se me vino a la mente fueron mis pantalones, mi camisa, mis zapatos y todo lo demás -carajo, de haber sabido-.
–Deja de hacerte pendeja, ¿de quién chingaos son estos pantalones?...¿de quién chingaos son estos zapatos?….¡contesta, perra! –vaya boquita.
–Te estoy diciendo la verdad, Shirilo, te lo juro, no hay nadie, sólo las mushashas y yo.
Hasta el baño escuché un sonido seco, parecido a un aplauso, parecido a una palmada en las nalgas. Me equivocaba, había sido una certera bofetada en el angelical rostro de Cristal. Escuché un lamento muy leve de Cristal. Sentí comezón en las orejas, eso sucedía cuando algo me hacía enojar.
–Y ustedes levántense, chingada madre –seguro se dirigía a las otras dos, que yacían dormidas en la sala, sobre la alfombra.
–Es mejor que salgas, cabrón…. dónde quiera que estés, te voy a encontrar hijo de tu chingada madre…-gritaba el Chirilo, -vaya apodo, dios mío santo.
No podía permanecer más tiempo encerrado, en cualquier momento me encontrarían. El miedo fue desapareciendo hasta no quedar nada de él. A pesar del desgaste sexual que había “sufrido” horas antes, volví a recuperar la fuerza. Si alguien tenía que temer, serían ellos, o él, o los que fueran. De cobarde no tenía ni un pelo.
No me gustaba pelear pero tenía gran destreza con todo tipo de artes marciales, judo, karate, kung fu. Decidí salir. Abrí la puerta. La luz me encandiló terriblemente. Ahí estaban las panteras, vistiéndose tímidamente. Cristal, tenía las manos sobre su rostro. Verla llorar me partió el alma. Y en primer plano, estaba un tipo moreno, mal encarado, con una ridícula calva, un bigote afeminado, una asquerosa papada y cuerpo en forma de pera. Tardé en reconocerlo, era el mismo Chaparropanzón que meses antes me había encontrado afuera de la casa de Cristal y me había visto de forma retadora.
–Te puedo ayudar en algo –dije sin poder ocultar mi refinada educación. El tipo me miró de arriba abajo. Me sentí apenado por solo llevar puesto mis calzoncillos. Enfurecido lo oí gritar:
–Hijo de tu chingada madre…ya te cargó la riata…ya verás quién es el Chirilo….
Sus amplias carnes se abalanzaron sobre de mi. El Chirilo corría en cámara lenta. No me costó trabajo esquivar al rechoncho y malhecho cuerpo. Se volvió a impulsar para darme un puñetazo que esquivé con un rápido movimiento de cintura.
–Pelea, marica, como los hombres -dijo enfurecido y con los puños arriba el Chirilo.
Cristal intervino: –¡Shavi, vete, por favor, no te hagas el masho,…vete que te va a matar, veteeee!
Cristal y las otras no dejaban de lloriquear y gritar. Pretendían calmar al Chirilo. Cristal intentó tomarlo de los brazos. El Chirilo contestó con una hábil bofetada en el rostro de Cristal. El problema del Chirilo fue que esta vez, yo había sido testigo presencial.
–Vaya modales, Chirilo… ¿acaso nunca escuchaste que a una mujer no se le toca ni con el pétalo de una rosa?
–Chinga tu madre, perro –escupió el Chirilo de su asquerosa y mal educada jeta.
–Con el respeto que me mereces, mi querido Chirilo, pero esto no lo puedo tolerar –agregué de nuevo de forma educada.
El primer golpe fue un recto sobre su asqueroso rostro. Enseguida le acerté dos rapidísimos golpes en su nariz de chile relleno. El Chirilo quedó atolondrado. No quise abusar de mi sobrada superioridad. Le di tiempo a que se recuperara. Pelea Chirilo, no que muy cabrón. Eres igual de hablador que muchos otros. Dio un manotazo más lento que un perezoso subiendo a un árbol. Volví atizarle otro golpe, esta vez en la panza, las pesadas carnes se movieron como gelatina recién hecha. El Chirilo quedó sofocado, sudaba a chorros. No conforme, en una ágil ejecución, le apliqué una yoko-tobi-gueri (una patada lateral en salto) en la nuca del convaleciente Chirilo. De no morir por los golpes que le estaba propinando, el Chirilo corría el riesgo de morir de un paro cardiaco. Por mi parte, estaba entero, tan entero como el zorro que corre al acecho de una gallina indefensa. Volvió a insistir, del suelo recogió una botella que pretendía estrellarme, con un rápido movimiento de mis músculos bien ejercitados, apliqué un torniquete que aprendí durante mis clases de judo. El Chirilo quedó inmovilizado sin posibilidades de nada.
–¿Le paramos aquí mi Chirilo? ¿O cómo vez? El Chirilo intentó decir algo. Bofeaba. No entendí nada. El Chirilo hipaba como lechón recién comprado.
Las damitas volvieron a insistir en que me fuera. Las tranquilicé diciendo que no pasaba nada. No me iría, no sin antes escuchar una disculpa del Chirilo. El tipejo tendría que pedir perdón por los malos modales, las malas palabras, por las bofetadas a Cristal, por haber forzado la puerta, por haberme ofendido, por las molestias causadas…. y por feo y gordo. Con trabajos el Chirilo se arrodilló. Mientras, yo, lo sujetaba de la calva sebosa. El Chirilo empezaba a gesticular las primeras palabras de perdón cuando un mazazo se estrelló en mi nuca. Fue un duro golpe. Quizá con un martillo o con un palo de béisbol. Había sido un golpe vil y traicionero. Del golpazo, casi pierdo el conocimiento. A mi mente, volvieron las imágenes disueltas y dispersas. Sentía el cuerpo pesado y lento. Escuchaba gritos tan lejanos que parecían venir de otro planeta. Agitaba la cabeza para tratar de recuperar el conocimiento. Daba fuertes sacudidas a mi cabeza para volver del letargo. Recuperaba lentamente la lucidez. Pamela y Roxana luchaban contra un tipo largo, flaco, encorvado, ojeroso. El bate de béisbol lo sujetaba Cristal sobre una de sus manos. El Chirilo seguía entorpecido por los golpes que yo le había asestado. De no haber sido por la ayuda de las princesitas, seguro hubiera muerto de una buena tunda. Me acerqué para ayudar a las chicas con el otro tipo, con el flaco, éste al ver que me acercaba, sacó de su bolsillo una arma de fuego, era una arma pequeña, más pequeña que su mano, lejos de parecer una pistola, parecía un pichón recién atrapado. Apuntó contra mí. Hizo un primer disparo que no sé donde fue a parar. Los gritos no cesaban. El flaco no podía apuntar bien porque seguía forcejeando con las chicas. Corrí por la casa, salté el sillón grande. Con mi inteligencia despierta, recordé que dentro del baño había un ventanal que daba a un patio trasero, lo derribaría para enseguida brincar una pequeña barda que daba a la calle. Una vez en la calle, correría directo a mi casa. Le explicaría a mi madre que pasé al billar y que las horas se me habían hecho agua.
–Corre Shavi, corre –gritó Cristal, desesperada.
Estaba por llegar al baño. Un segundo disparo hizo un sonido parecido al canto de un gorrión. Sentí una punzada de calor en mi pierna derecha. El maldito me había herido. No de lleno, era un ligero rozón que me ardía hasta la entrañas. Con trabajos me arrastré al baño. Dentro, puse el seguro de la puerta. Estaba imposibilitado para seguir luchando. Me brotaba sangre a manantiales. Ver sangre desde pequeño me producía mareos. De forma valiente, tomé una toalla para hacerme un torniquete. A lo lejos se escuchaban unas sirenas. “Vámonos, la policía bien en camino” –era la primera vez que el Flaco hablaba. “Después nos encargamos de éste”. El Chirilo,- seguro con dificultad- se reincorporó para soltar una amenaza: “Ya verán ustedes, cabronas”.
Un silencio se hizo en toda la casa. Las sirenas pasaron de largo. A pesar del torniquete, la sangre seguía saliendo a chorros. Cristal tocó la puerta del baño.
–Shavi, precioso, ¿estás bien?
–Estoy bien, Cristal.
–Abre la puerta…se han ido.
Abrí la puerta. Cristal, Pamela y Roxana se asomaron. Tenían cara de preocupación y cansancio. Las tres volvieron a preguntar si me encontraba bien, contesté que si.
–Te vamos a llevar a un doctor.
–No es para tanto, estoy bien.
Cristal regresó con trapos y agua tibia. Me quitó con delicadeza el viejo torniquete. Me tapé los ojos para no ver la sangre. Fue imposible, quise ver que casi me desmayaba. Las chicas me hicieron airecito con revistas que estaban en el baño. Desperté mareado. Me ayudaron a caminar al sillón de la sala. Me recosté. Una delgada luz de sol se colaba por la ventana.
–Tenemos que llevarlo al doctor -no supe quién volvió a insistir. Perdí la paciencia.
– ¿Y qué diablos contestaré cuando me pregunten cómo me hice este rasguño? ¿Jugando a las pistolitas? Explicando, “señor policía estaba en una orgía cuando llegaron unos malvivientes y me quisieron matar”.
–Shavi, tiene razón, además tendríamos que denunciar al Shirilo y al Cupido –carraspeó Cristal.
– ¿Podrías explicarme quiénes son esos animales, Cristal?, ¿por qué se metieron a tu casa a la fuerza? ¿por qué habría de molestarles mi presencia? ¿por qué intentaron matarme?, ¿acaso es tu esposo, novio o amante?... ¡dime! ¡carajo! ¡tengo derecho a saberlo, Cristal!
– No es el momento, Shavi, estás muy agotado. Pero son hombres peligrosos, Shavi.
Las otras dos no dejaban de lloriquear.
– ¿Cuándo carajos? -La paciencia se me había agotado. Un piquete en la pierna provocó un reparo y un quejido a la vez. Sudaba frio.
– ¿Qué hacemos, Shavi?
–Pásame un cigarro y dejen de lloriquear.
–Pero no sabes fumar, Shavi, además estás herido –contestó sorprendida Cristal.
–Carajo, pásame un maldito cigarro y un vaso de ron.
Intentaba recrear la escena de una película. Yo herido, al borde de una muerte honrosa, despeinado, fumando mi último cigarro, las mujeres llorando desconsoladas por la partida inminente de un hombre valiente y digno.
Di una calada al cigarrillo, tosí peor que un tísico. El ron sin embargo, se deslizó suavemente por mi garganta.
Mis últimas palabras, antes de caer desmayado, fueron:
–Llamen a mi padre, él sabrá que hacer.
No es una historia interminable. Dos capítulos y el fin. Próximos capítulos:
Capitulo X Mi padre es un Gandalla
Capitulo XI Adiós a Cristal.
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FIZGONEO,
LITERATURA
Publicado por
Salvador Munguía
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