24 de agosto de 2009

Sin remitente






Espero, al menos, tocar con mi voz aquellos lugares donde te encuentres, dejar que mis pensamientos viajen hasta tocar tu piel, lograr que mis sueños besen tu cuerpo, que mis deseos puedan susurrarte todas las palabras que yo jamás podré...
Anónima




Por: Salvador Munguía


Cuanta razón tenías en advertirme que en este lupanar, solo existíamos tu y yo. Y me reiterabas en no confiar en nadie, “solo en mi”, decías, la siguiente frase era, “pero en el que menos debes confiar, es en ti Salvador, no eres de fiar”. Y yo reía sin saber que decir. Pero que razón tenías. Si no puedo confiar en nadie, mucho menos en alguien como yo. Entiendo perfectamente porque te fuiste. Soy un hombre imperfecto, inseguro, abúlico, un tipo devaluado. El resultado de interminables derrotas y tú como mi única victoria. Lo siento, no estoy acostumbrado a ganar.

Hiciste bien, irte fue una correcta decisión. Sabía que te marcharías, lo que me sorprende, es que hayas esperado tanto. En cuanto a no hacer nada por detenerte, hasta el día de hoy me lo pregunto. Maldita mi inmovilidad, maldito sea mi valemadrismo, mi indiferencia, mi apatía, mi cobardía -¿los cobardes tienen derecho a opinar, a actuar, son capaces?-. Lo hecho, hecho está, el arrepentimiento no conduce a la salvación, está comprobado.

Leí por ahí, “el amor es tenerlo, estropearlo y echarlo de menos”. Que sabia sentencia, ¿no crees? Nos amábamos, nos teníamos…y todo se fue al carajo. Hoy los meses de no verte, se han convertido en años y los minutos en horas y las horas en una eternidad.

Ya sé que no quieres saber nada de mí. Tampoco sé a donde enviarte esta carta. Has cancelado tu email, y en la casa donde algún día vivimos, solo quedó el olor a caricias del ayer. Donde quiera que estés, te confieso que no pude seguir habitando aquellas paredes en las que algún día nos amamos, las mismas que me dejaste de amar y las mismas en las que después me odiaste. Tras esas paredes, en las que tú eras la luz y el calor y la alegría y todo, tras ellas solo quedan recuerdos amargos. Ahora nos queda el dolor de dos viajes distintos, de dos viajes por separado. ¿Fuimos felices?… Difícil de decir, ahora que los recuerdos nos engañan.

No sé si te importe, finalmente me vine a Europa, no me vine de aventura, como siempre lo pensaste. Tampoco por huir de mis “compromisos”, o porque según tú, estaba en la crisis de los 30. El miedo a (por fin) madurar, el miedo a comprometerme, miedo a tener una estabilidad emocional, laboral y por ende financiera, y toda esa basura que cargas con los años. Sobra decir, que no huía de ti, que paradoja, fue al contrario. Pero pensando bien las cosas, si huí, huí por miedoso, inmaduro, irresponsable, irreal y, si no te hubieras adelantado, huiría de ti, seguramente.

Como no te despediste, y no dijiste a dónde ibas, si es que algún día estás en España, y quieres visitarme, –lo dudo- vivo en Barcelona. Es un edificio de los años ochenta (donde vivir cuesta; los dos ojos, 5 dedos, una oreja) está ubicado en el seguro y cómodo barrio, Eixample, entre la calle Roger de Flor y Consejo de Ciento, muy cerca de la plaza Tetuán, a 10 minutos del centro de la ciudad, y te presumo, a 25 minutos caminando a la playa. Es una ciudad hermosa, aunque cara. Pero estoy seguro que le cuesta menos a gente sin esperanza, a tipos sin sueños, a hombres que no saben que hacer con su puta vida, a personas pesimistas, como tu servidor.

Como no tengo a quién escribirle sobre mi estancia en esta calurosa ciudad, no me importa que no te importe. Pero te cuento:

Me levantó al medio día. Después, preparó algo de desayunar (si, increíble, pero lo hago) salgo a comprar el periódico, reviso mi mail -en vano, nadie me escribe, lo abro esperando saber de ti-. Soy un escritor frustrado, pero me entretengo escribiendo cualquier cosa. Aquí viene la parte que menos disfruto; buscar trabajo. Lo hago a través de 3 distintas formas, en foros de red, en la sección de clasificados y mirando en la calle. Ninguna ha funcionado (no estuve dispuesto a lavar platos, mucho menos a repartir papelitos en la calle). La hora esperada llega cerca de las 5 de la tarde, cuando los humillantes rayos del sol se compadecen. A esa hora, camino a la playa, en el camino compró cervezas, naranjas y duraznos. Te recomiendo en caso de que te decidas venir, visitar las playas al atardecer, antes de esa hora, es un caos. Es verano y habrá que prevenir sus consecuencias; niños, señores y señoras, juegos deportivos, música, gritos, escándalo. Imposible tener un poco de silencio. Pero como si no bastará, por estás fechas los italianos han invadido las playas, son insoportables, déspotas, presumidos, altaneros, vanidosos hasta el tuétano, visten como maricas, se comportan como tal, no se despeinan ni cuando salen del agua, en pocas palabras son unos afeminados. Las italianas tienen las mismas características, pero se les perdona, son bellas, son mujeres. De los francés ni hablar, malditos engreídos, creen saberlo todo. Otros que trato de evitar, son a los peruanos, son feos, sin excepción.

He encontrado la forma para aislarme a esas horas de bullicio, conecto el ipod con 10000 mil canciones y un chingamadral de grupos, por ahora escucho poco, entre ellos, El Harvest de Neil Young y uno titulado Electrid Mud del genial Muddy Waters. Sí, Muddy, el mismo negro con el que soñaste más de alguna ocasión, después de haberte contado que, según un libro que escribió una de sus tantas amantes, poseía una de las vergas más grandes, y dicen que no era un chisme inventado, años más tarde, otra mujer volvió a constatarlo en una biografía no autorizada de Muddy, en donde afirmaba que el cabrón aparte de conservar esa potente y grave voz, conservaba un falo monumental.

Volviendo a mi insípido itinerario. Cuando por fin la noche llega, y el silencio se va haciendo eso, silencio, me concentro para no pensar en nada, en nadie, ni en ti. La calma del mediterráneo es enternecedora. Después, para despertar del letargo y de paso sacudirme la arena, los malos pensamientos y la calor, me meto a nadar cerca de 15 minutos, no más. Te resultará increíble y pensarás que soy muy fantasioso, pero he visto sirenas nadando alrededor mío, algunas me han sonreído, otras solo me ven de reojo, desconfiadas, para la mayoría, les soy un ser indiferente. No estoy loco, las he visto, con toda esa famosa y mítica cola de pescado, con todos sus pechos frondosos, tersos y desnudos, son hermosas.

Pasadas la media noche, compro otro tanto de cerveza. Es mejor hacerlo en algún supermercado, te ahorrarás buena plata. No te preocupes por la policía, no pasa nada si bebes en la calle o si fumas un porro. Sé que no lo harás, pero intentes orinar detrás de un coche o en un callejón oscuro, ahí sí, son unos hijos de puta. Si caminas por las ramblas, verás lo molesto que es encontrarte gente ofreciéndote cualquier cantidad de idioteces, a excepción de los paquistaníes que te venden cerveza por un euro, y hachís por 5, pero son tantos que a la larga, se convierten en seres estorbosos y enfadosos, una especie de muertos vivientes. Ahora que estoy recomendadote cosas, ve a comer a L'OLIVÉ, es un restaurante agradable, servicial, prepararan comida mediterránea y catalana, cualquier platillo es exquisito, pero haz la prueba y pide brandada de bacalao, espaldita de cabrito al horno, no te arrepentirás. Para perder el tiempo y como sé te gustan los museos, visita (obvio) el museo Picasso, (de no ir no te perderás de nada), ve al castillo de Monjuic y a las casas que diseño Gaudí, y ya, lo demás no vale la pena. La catedral de la Sagrada Familia, es una mamada, una estafa y tomada de pelo. Si después de visitar los museos, te vuelve a dar hambre, métete a un restaurante italiano, japonés o mexicano, cualquier cosa, pero por favor, no comas los famosos kebabs, sean turcos, indios, o paquistaníes, da lo mismo, no dejan de ser pellejos de cordero, o de pollo, para mí que son de gato, son lamentables.

Visita el Raval y el barrio gótico. No te quiero alarmar, ni jugar con tu paranoia, pero ándate alerta. Carga poco dinero y ese gas que traes en los bolsillos puede servir.

Lo del dinero es impresionante, aquí (como en todos lados) hay gente que lo huele a distancia. Las putas nigerianas, como ejemplo. Ellas son las que talonean todos esos barrios. Tienen mejor olfato que los perros. Huelen todo. Huelen el miedo, huelen la inseguridad, la ingenuidad, la excitación. A mí no sé que me olieron. Seguramente el olor a exceso de alcohol. Miedo no era, excitado tampoco, ni mucho menos dinero. Pero cuando se me acercó aquella tripleta de abejas negras, dispuestas a atracarme, sabía que estaba en problemas. Tienen una estrategia como las hienas. Te olfatean y poco a poco se van acercando, van midiendo la distancia, van provocándote con palabras mal pronunciadas en español,” te chupo tus huevitos sudaditos papi”, dicen. Se van riendo, como las hienas. Te van arrinconando. ¡Y zas, la jauría ataca!, y cuando eso pasa, estás perdido. Pero no lo estuve. Metí hábilmente la mano al bolso que me cuelgo en el cuello, saqué un bolígrafo, y con otro rápido movimiento, tomé por la espalda a la más chaparra del grupo, la apreté contra mí y puse el bolígrafo sobre su cuello. Una empezó a maldecirme en nigeriano, otra le corrió. Mi presa estaba asustada. Lo supe porque desprendía un olor agrio, amargo. Sudaba, gemía. Cuando se tranquilizo, la solté. Violaron una regla vital: “entre tiburones no nos mordemos”. Desde ese día, cambie mi ruta. Que lástima porque me gustaba caminar por ahí.

A veces puedes cambiar la hora y aprovechar tomar el sol. Te aconsejo que, no solo te tires como lagartija para achicharrarte el cuerpo, no, ve y métete, mójate cuando menos, pero mejor, sumérgete, es una delicia estar rodeado de infinidad de tonalidades en azules y verdes. Una vez que hayas hecho esto, ahora sí, toma tu revista Cosmopolitan, bébete una piña colada, tirate como iguana, que sé yo.

Para no enfadarme, de vez en cuando cambio mis rutinas. Salgo temprano de mi casa, troto en dirección a cualquier playa. Nado 15 minutos, no más. Tomo una ducha. Me recuesto en algún camastro. Desde ahí, -si ya sé que te parecerá patético- pero me entretiene observar -siempre discreto, te lo aclaro-, la infinidad de texturas, colores y tamaños de todas las tetas que habitan en el mundo. Aquí están todas: suecas, danesas, chinas, argentinas, españolas, filipinas, ecuatorianas, cameruneses, ¡todas! Hay tetas en forma de peras, de sandias, de limones, de melones, ciruelas pasa, de conos, en forma de montañas, volcancitos, cerritos, de llaves de grifo, de vaca; hay pezones rosáceos, negros, cafés, azulados, morados; chicos como monedas de céntimo, grandes como galletas cubiertas de malvavisco. Otras no tienen pezones o posiblemente son invisibles. Había una que tenía 3 pezones, no es acaso maravilloso, ¡tres! De lo que estoy sorprendido es lo voluble que se ha convertido mi vista. No es muy buena, como lo sabes. Yo diría que es extraña. Pero hay días que todo lo veo de un solo color. Por lo tanto, he visto pechos de todas las gamas: en naranja, azul, negro, las he visto blanquísimas, fosforescentes, verdosas, rojizas. Ayer por ejemplo, fue un día excepcional, todo lo vi en color púrpura. En púrpura, vi unas tetas sorprendentes, tenían un tamaño normal, en forma de naranjos, pero de un color intenso, crudo, pezones diminutos, en forma de diamante, muy brillantes. No sé por qué te estoy escribiendo esto, pero tiene una justificación. No quiero que pienses se trate de cualquier actividad insignificante, idiota, patética, depravada o pervertida, o peor aun, la actividad de un loco bueno para nada, no, lo hago intentando buscar unos como los tuyos. Vi unos parecidos, pero ninguno como tus blanquecinos y tiernos melocotoncitos.

Lo que si puedes hacer, es caminar por el malecón. Quiero que observes una cosa; cuenta la cantidad de hombres en edad avanzada que hallarás por ahí. Verás algunos viejos recargados sobre los barandales o sentados en las bancas. Los hay de todo tipo; morbosos, curiosos, chismosos, libidinosos, ociosos. Pero hay otros más interesantes; los rencorosos y los nostálgicos. Lo verás en sus rostros mal encarados. No te atreverás ni a pedirles la hora, son gruñones y odiosos. Nunca tienen compañía, se apartan de ellos como de un leproso. Los justifico. De llegar yo a esa edad, haré lo mismo que estos viejos. Me vendré a estos mismos malecones. Observaré por horas, aquellos cuerpos hermosos y desnudos con envidia, nostalgia y tristeza. Seguro estaré envidiando -como imagino hacen estos- esos cuerpos, sanos, fuertes y joviales. Pero sobre todo, el coraje de no poder nunca más poseer y desflorar aquellos esculturales cuerpos de hermosas doncellas. E imaginarlo me pone muy triste. Espero no llegar a esa edad.

Podría escribirte tantas cosas, pero ¿cómo saber que leerás esta carta? Y por otro lado, es tan ordinaria e insípida mi vida, que lo que te diga no te sorprenderá. Tengo algo que podría interesarte, en estos días te lo cuento. Seguro te sorprenderá. Espero.

Lea el próximo lunes, la segunda parte de esta rencorosa y pesimista carta.