10 de septiembre de 2010
Cristal (últimos capítulos)
Chava Munguía
Capitulo VI. La Llamada
La llamada llegó. El teléfono sonó justo al medio día. Era un bochornoso sábado.
Es curioso, pero siempre poseí una intuición extraordinaria. Cuando intuyo algo, y por razones que hasta ahora desconozco, la ceja de mi ojo derecho comienza a temblar. Al escuchar los sonidos del aparato telefónico, supe de inmediato de quién y de qué se trataba. La ceja hizo un juego de arriba abajo demasiado molesto. A pesar de tener el auricular cerca, no quise contestar. Pero lo hizo mi madre.
–¿Siii? -contestó mi madre. -Que manera de contestar, Dios mío-. Y continuó,
–¿Quién lo busca?, -una pausa- Permítame un momento señorita…..¿Señorita qué, me dijo? -otra pausa- Un momento eh.
Si algo me molesta en el alma, es hablar por teléfono. Y más si me interrumpen. Estaba releyendo el comienzo de un libro extraordinario, El Guardián entre el Centeno, de J.D Salinger.”Si realmente les interesa lo que voy a contarles, probablemente lo primero que querrán saber es dónde nací, y lo asquerosa que fue mi infancia, y qué hacían mis padres antes de tenerme a mi, y todas esas gilipolleses,…. de pronto, escuché la voz chillona de mi madre:
–Te llama un mushasha –mi madre, arremedó a Cristal, como si ella hablara muy bien-.
Ya sabía quién me buscaba, sin embargo, pregunté.
–¿Quién es?
–Dice que se llama Cristal y que son compañeros del equipo de voleibol…. No sabía que también practicabas al voli –agregó mi madre-.
No dije nada. En realidad no me gustaba el voleibol. En mi escuela sólo lo practicaban los afeminados. Tomé el teléfono y dije:
–Bueno.
–Hola Shavi.
–Hola Cristal, ¿cómo conseguiste mi número?
–Es lo de menos Shavi… quiero verte hoy, por la noshe.
–No sé si pueda.
–Yo sé que puedes. Te prometo que nos divertiremos como antes.
–No estoy seguro de querer divertirme como antes… ya te dije que tengo novia.
–Ya te dije que no me importa que tengas novia.
Hubo un silencio. Después preguntó:
–¿Sabes qué es una orgia, mi vida?
Me quedé perplejo ante la pregunta y reaccioné:
–Una inmoralidad, una obscenidad… ¡santo cielo, Cristal, haz enloquecido!
–Te invito a una, esta noshe.
–¡Dios mío!....estás loca, ¿deberías buscar ayuda medica…o ir con algún cura?...Dios mío…
–Jaja…ash Shavi….siempre con tus ocurrencias…oye, tengo que colgar, te espero a las diez, no llegues tarde, las shicas y yo te estaremos esperando.
–¿Cuáles chic…-no alcancé a terminar la pregunta, ya había colgado.
Traté de pasar inadvertida aquella llamada. Traté de seguir con mi lectura. Traté de sacudirme las palabras de Cristal, la imagen de Cristal. Intenté evadir la palabra orgía. Traté de no imaginarme entre varias mujeres. Intenté pensar en Liliana y así sentir algún tipo de remordimiento. Intenté, traté, intenté y traté.
Y no lo logré.
Ni la filosofía, ni la historia, -ni nada-, lograron apagar la sed del cuerpo.
La curiosidad influyó en mi decisión. De cualquier forma iría preparado. No quise darle rodeos al asunto y me alisté como si un guerrero se enfrentará a la peor de las contiendas. Llevé a cabo los rituales del torero minutos previos a salir al ruedo. Tomé una ducha de agua fría. Enjuagué las partes más sensibles con agua helada para una mejor circulación en la sangre. Comí en abundancia; de botana, me preparé unos ostiones con chile y limón. Tomé suficientes líquidos. Me afeité. Me friccioné por todo el cuerpo una loción de mi padre. Planché ropa formal. Le di grasa a mis zapatos.
Estaba ansioso. Decidí que lo mejor sería leer un poco de poesía. La poesía me relajaba. Memoricé un pequeño fragmento especial para la ocasión; “yo estaré sobre ti, y todas las mujeres tendrán un hombre encima en todas partes”.
La palabra orgía me causaba sospecha. No estaba tan equivocado en cuanto a su significado. De chiquito, me imaginaba siendo el rey de un palacio, rodeado de una servidumbre de mujeres bellas y en pocas ropas. Debo confesar que no era una servidumbre denigrante; todas ellas convivían en armonía, sin envidia, sin celos, sin enojos. Tenían distintas funciones. Una tenía la tarea de hacerme cosquillitas en los pies, otra, frotaba mi pelo, otra, la espalda, una, me daba de comer en la boca. No había sexo, únicamente me llenaban de besos y abrazos y cosquillas, hasta ahí. Era un niño y para mí, eso era una orgía.
Es sabido que todo varón heterosexual, al menos una vez en su vida, ha imaginado estar con en medio de un puñado de señoritas desnudas. Yo no era la excepción. Pero una cosa son los sueños y las fantasías, y otra, la realidad. No quise seguir pensando más en la palabra orgía.
Cuando salí de casa, y sin afanes de presumir, estaba hecho un tipazo, un galán del cine de oro, un dandy.
–¿A dónde vas tan guapo? -dijo la entrometida de mi madre.
–No me esperes, llegaré tarde.
–¡Cómo que no te espere!…. ¿a dónde vas?
–Por ahí, a dar la vuelta.
– Aquí se llega a una hora muchachito, y te recuerdo que todavía eres menor de edad, así que bájale de huevitos. –Si algo me molesta de mi madre, es su vocabulario vulgar-.
Mi padre en algo tiene razón, tratándose de una mujer rabiosa, lo mejor es ignorar. Y me largué.
Capitulo VII Una verdadera Orgía
Llegué diez minutos antes de la hora acordada. Abrió la puerta Cristal. Me dio un largo beso, primero en la mejilla y después en la boca. Sus labios sabían a un dulce licor. Vestía una corta y ajustada falda, una blusa blanca de delgados tirantitos y un escote de miedo. Sobre el pescuezo resaltaba un crucifijo de oro macizo, de mal gusto. Llevaba el pelo suelto, alborotado. No llevaba una pizca de maquillaje. De cualquier forma se veía hermosa.
–Shavi, que bueno que viniste, te estábamos esperando. Ven, pasa.
Dentro, en la sala, estaba Roxana, la mujer que meses antes y de manera breve me había presentando Cristal.
–Hey Shavi, que bueno que viniste, Cristal estaba ansiosa de que llegaras –dijo.
–Hey, ¿cómo estás?....¿qué te haz hecho? -dije por decir algo-. De pronto, interrumpió Cristal, –Toma, bebe esto, lo preparé para ti, está rico.
La bebida era dulce, el tipo de bebidas que le gustan a las chicas. Me tomé de un jalón tres copas seguidas. Me mareé un poco.
Algunos minutos transcurrieron entre risas y bromas. Comimos carnes frías y más vino. Justo a la hora, alguien tocó a la puerta. Se trataba de Pamela, que al igual que Roxana, la conocí meses atrás de manera efímera.
Pamela llegó borracha. Traía un diminuto vestido, color marrón, zapatillas del mismo color. Sin embargo, y pese a su atuendo, se veía desarreglada, el rimel de sus ojos le escurría por los pómulos, los labios, -también pintados de color marrón-, daban la impresión que se los había pintado un invidente. No lucía bien. A cada paso, tambaleaba, santo cielo. Cristal y Roxana no paraban de burlarse. Yo sentí un poco de pena. Pobre criatura.
Sírveme un trago por el amor de dios –berreó Pamela, borracha. –Las otras dos rieron como unas condenadas hienas.
–Y tú, ¿quién carajos eres?...
–Soy Salvador, mucho gusto.
–¡Ahh!... claro, tú eres el cabroncito que te andas cogiendo a mi amiga.
Sentí un calor en las mejillas, seguro se me pusieron rojas de vergüenza. No supe que contestar. Las otras volvieron a reír. Me sentí incomodo. Pero duró poco.
El bailecito
Las otras dos se la estaban pasando de lo lindo. La alegría es contagiosa. Además, cómo no estarlo, si estaba rodeado de hermosas mujeres. Bebí otro gran trago. Brindamos por la noche. Ellas brindaron por las mujeres. Yo también brindé por ellas, por todas. Después brindaron por los hombres. Me limité a brindar. No sé quién sugirió bailar. No era mala idea. Me gusta ver bailar a la gente. Para ser franco, a mí no me gusta. Sin embargo, desde pequeño tenía una habilidad especial para el baile, dominaba todos los géneros, no había uno mejor que yo bailando: rockanrol, twist, a gogo, salsa, cumbia, todos los dominaba a la perfección. En pocas palabras; era un trompo.
No supe en qué momento nos encontrábamos todos bailando. La sala se convirtió en una pista de baile. Cristal puso una colección que me dejó con la boca abierta; ahí estaba Billy Lee Riley, Bill Woods, Carl Perkins, Elvys, Little Richards, etc. Bailaba con una y con otra y con otra. A veces, las tres al mismo tiempo. Nuestros cuerpos estaban empapados de sudor. Era una noche inolvidable. Desee con toda mi fuerza que no se fuera a terminar.
Por unanimidad cambiamos de género musical. Entre cajas de acetatos, extraje un disco, se titulaba, “Los Mirlos, desde Perú”. Quedé atrapado al escuchar las primeras notas. Nuestros cuerpos se contoneaban con soltura. La letra era maravillosa. La aprendí de inmediato: “eres bien bonita, pero mentirosa, engañas a los hombres, siempre con mentiras… mentirosa, mentirosa, dices te quiero mi amor, pero no lo dices con buena intención, porque tú no tienes corazón”. Vaya canción por el amor de Dios. Le quedaba al dedo a Cristal.
Siempre me ha molestado la gente que se adueña de las consolas, de la música, y sin embargo, ahí estaba yo, escogiendo el repertorio musical para hacer bailar a las lindas princesitas. El colmo fue cuando puse un grupo llamado “El Mexicano”, eran sonidos vulgares, pero muy divertidos. A ritmo de caballito nos pusimos de nuevo a bailar. La letra, también coincidía con esa noche: “me siento muy contento, me siento muy feliz, ya es fin de semana y me pienso divertir, el viernes me desvelo y el sábado también, y el domingo me enredo con quién me quiera bien…feliz, feliz…
Y de la misma forma que rezaba el estribillo, yo me sentía feliz, muy feliz. De la orgía era de lo menos que me acordaba. Seguía prestando atención a la letra, y escuché cantar: “el viernes con Teresa, el sábado Raquel y el domingo Vanesa, es la que me trata bien”….vaya descaro, me quedé helado. El ritmo de caballito puso a las damas en estado efervescente, “repítela, repítela Shavi” decían todas. No me quedó de otra que bailar al caballito cerca de siete veces. No estaba tan mal, el baile se trataba de rejuntar los cuerpos lo más cerca. Era una reunión de pelvis y de ombligos. Previo a lo que estaba por venirse.
La orgía
No me hubiera importado haber bailado toda la noche. Hasta que…
Cristal ordenó que pusiera una canción lenta. “Más cashonda Shavi”. Busqué entre un montón de discos viejos. En cuanto tuve el acetato en mi manos, supe el impacto que tendría. La portada era de un hombre negro. El tipo se veía de pocos amigos, pero tenía a la vez una aire de inocencia. Vestía estrafalario. La portada decía con grandes letras doradas, Barry White, “Canciones para Enamorar”. La aguja del tocadiscos comenzó a girar. Primero se escucharon unos coros femeninos, angelicales, después, una voz grave, muy grave, clara y limpia, y comenzó a cantar: “oh baby, we better, try to get it together”. Cerré los ojos, me imaginé siendo yo Barry, imaginé a Pamela, Roxana y Cristal, siendo mis coristas.
Después vino otra canción, muy distinta a la anterior, Barry haciendo unos sonidos sensuales, eran susurros explícitos. Seguro alguna declaración sexual al oído de alguna pervertida. El coro era pegajoso: “never never gonna give you up”. Era lo más cachondo que había escuchado. “Ven Shavi, abrázame fuerte”, dijo Cristal. Tuve una erección que me impidió seguir bailando. “Ash Shavi, qué es eso que siento”. Me sonrojé un poco.
Cuando sonaba, “can´t get enougt of your love babe”, sentí unas delgadas y tibias manos rodear mi cuello. Eran las manos de Roxana, me giré y nuestros labios se encontraron. Cristal por su parte, daba pequeñas mordiditas en mi oreja. Pamela, trastabillando, fue al encuentro. Pamela propuso un beso masivo, apestaba a alcohol. Nos besamos como pudimos, todos juntos, era bastante incomodo. Después, las tres, comenzaron a bailarme lentamente. Las manos de las tres recorrían mi cuerpo de arriba abajo. Volví a cerrar los ojos y me dejé llevar. Sentí unos cálidos labios besar mis oídos, la nuca, la espalda…, una pellizco mis nalgas, otra tocó calidamente el paquete guardado debajo de mi pantalón… Dios mío santo, era la gloria, era el paraíso, el infierno. Eran las dos cosas a la vez.
Ahí, en medio de la sala, los cuatro cuerpos se fusionaban en uno sólo. A pesar de la música, oía claramente el inconfundible seseo de la tela al ser frotada. Cuatro cuerpos friccionándose, cuatro cuerpos tocándose. Cuatro almas buscándose.
Pamela, que para esas horas estaba muy borracha, se quitó de un tirón el vestido marrón y sus pechos surgieron a la vista. Se quedó como Dios la trajo al mundo. Las otras dos, no se quedaron atrás. Roxana comenzó a desabrochar un ajustado pantalón azul y un jersey negro, como sus cabellos. Se quedó únicamente con un diminuto calzoncillo. Poseía una preciosa piel satinada. Lo mejor estaba por venir, y tenía nombre, se llamaba Cristal. “Quítamelo tú, Shavi”. Debajo de la minifalda negra, había un encaje blanco, muy brillante, que contrastaban con el color aceituna de su piel. El brasier mantenía con esfuerzo un par de endemoniadas tetas. Por mi parte, tenía calor y olía a perfume de mujer.
–Yo primero -dijo Roxana.
–No, yo primero -dijo la otra.
–No se alboroten reinitas, que este muñecon es para mí…así que yo iré primero -dijo Cristal.
Cristal con una habilidad envidiable, en menos de dos segundos, me quitó el pantalón, los calzones, los zapatos con todo calcetines. La camisa, me la quitaron las otras dos….y que Dios me perdone, no llevaba nada más ni lo necesitaba.
Me dejé hacer. Sentí la mano artesanal de Cristal tocándome el sable. Cristal me recostó sobre la alfombra de la sala. Las otras dos hicieron lo mismo, se recostaron y comenzaron a tocarse entre ellas. Se tocaban los muslos, cerraban y abrían las piernas tallándose entre si. Escuché leves gemidos.
–No te muevas, quédate quieto –dijo Cristal. Me sentí un conejillos de indias. Y decidí cerrar los ojos.
Con su lengua puntiaguda, larga y tibia, Cristal, recorría despacio mi cuerpo. De los hombros a la espalda, de la espalda a la cintura, como si buscara algo. La lengua se deslizaba como si fuera siguiendo una ruta trazada en un mapa. Mientras me acariciaba, me quedé absorto en mis pensamientos. Mis manos intentaron devolver el favor. Cristal lo impidió. Sentí cosquilleos en el hueco de los riñones. Cristal bajó hasta sus pantorrillas los calzones diminutos. Las otras dos se entretenían entre si. Cuando Cristal estaba completamente desnuda, tomó mis manos, las puso encima de sus tetas, estaban frías.
–Caliéntalas, Shavi.
–Con gusto, mi reina.
Cuando mis manos daban un leve masaje a las frondosas y jugosas manzanas, Pamela interrumpió:
–Hey, hey, hey, Cristal, por qué no echamos un volado, es lo justo.
El comentario, me indignó. Y contesté:
–A ver, a ver, tampoco soy una rifa, que quede claro-. Pamela, con voz chillona, gritó:
– Tu cállate. –Y eso hice.
En realidad, no tenía preferencia. Cualquiera de las tres. Las tres mantenían un argumento hasta hora irrefutable, los cuerpos renacentistas no han pasado de moda.
–Tengo un plan, -dijo Cristal-. Vamos a vendarte los ojos, cada una te hará algo, y tu escogerás…¿de acuerdo, Shavi?
–ok.
–Hay que atarle las manos y los pies, -dijo Roxana, como si fuera de lo más normal. -Me opuse de inmediato.
– Con los ojos basta -dije.
–Las manos también, sino Cristal llevará ventaja, ya conoces el tamaño de sus nalgas y de sus tetas. -Tenían razón.
–De acuerdo, las manos también –contesté, seguro de poder romper las cuerdas cuando quisiera.
Me taparon los ojos con un pañuelo. Me dejé atar. Quedé tumbado boca arriba.
–Vamos a montarte y tu decides cuál primero, ¿de acuerdo? –otra vez Roxana.
–De acuerdo.
En la habitación sólo se oían fuertes respiraciones. La mía, estaba muy acelerada. Los latidos del corazón resonaban violentamente en mis oídos. La primera –no sé quién- tomó la espada en su mano, se la introdujo, y empezó a rotar despacio, como si tratara de hacer círculos. Fueron escasos minutos, si acaso un par. Me había gustado. No era Cristal. Lo sabía. Mi pene tuvo una fuerte erección. Jamás había alcanzado un tamaño y una dureza iguales. Era el turno para la siguiente. Ésta, se montó salvaje, se sacudió fogosamente de adelante hacia atrás, se retorcía de tal modo que hizo temblar mi cuerpo entero. Su turno había finalizado. Intuía que se trataba de Pamela. Alguien puso cerveza en mi boca.
–Bebe y no se te ocurra venirte –dijo en tono amenazante Cristal.
La siguiente se montó a horcajadas sobre mi, e inmediatamente supe que era Cristal. El cuerpo tiene memoria. Recordé cada una de las cosas que ella me había hecho y yo a ella. Recordé con vivida frescura el tacto de su espalda, de su nuca, de sus piernas, de sus senos. Reconocí su vagina. Notaba la diferencia de temperatura, de tacto. Me sentí flaquear… Se paró. Alguien quito la venda de mis ojos. Me observaron. Tenían una linda mirada.
–¿Cuál primero? –preguntó Pamela.
–La tercera –dije sin titubear.
–Eso es trampa…volvió a decir Pamela.
–Ni modo, se aguantan –contestó Cristal.
Cristal volvió al ataque. Se montó violentamente. Parecía haber perdido el control. Se movía en todas direcciones. Desaté fácilmente la cuerda con la que me habían amarrado. Mis dedos cercioraron cada parte del cuerpo de Cristal, los diez dedos, parecían tener vida propia, voluntad y capacidad de reflexión. La sujeté entre mis brazos. Envolvió sus piernas entre mis cintura. Fui hasta dentro. Sentí dividirla en dos partes. Cristal, jadeaba y gritaba como una yegua endemoniada.
Pamela y Roxana, dieron paso al jadeo, al choque de carnes, al escándalo de la humedad. Dos bellas criaturas estrujándose entre si, más promiscuas que un animal en brama. Era una extraordinaria vista. Mejor, incluso, que cualquier amanecer en el mar, mejor que cualquier luna llena.
Cargué a Cristal hasta la revuelta orgiástica. Me sentía poseído. Poseído de lujuria y placer. Había perdido todo autocontrol. Estaba bastante excitado. Sentía como si todos los tornillos de mi cuerpo se hubieran aflojado. De haber tenido más manos, las hubiera tomado a las tres.
Los cuatro, sin orden especifico, nos arrastramos en una guerra de manos, de culos, de tetas, de labios, de piernas, de lenguas que subían y bajaban, que giraban, se enrollaban y no se daban abasto. Carnes chocando, gritos, sudor, mordidas, gemidos, salivas, líquidos, sacudidas.
Probamos nuevas posiciones; de heladito, de angelito, de pinacate, al horizonte, de arriba y abajo, de derecha a izquierda….No aguantaba más. Tomé a Roxana, la puse de angelito…. y eyaculé.
Después de eso, sentí un alivio brutal. Di grandes bocanadas de aire. Mi respiración volvía a regularse. Sentía un ligero temblor en las piernas.. Boca arriba y con los ojos abiertos me quedé contemplando el techo en silencio. No supe quién puso su cabeza sobre mi estomago. Acaricié su cabello. Alguien hacía pequeños círculos en mi pierna. Me hubiera gustado tomarlas de nuevo entre mis brazos, pero ya no podía. Estaba exhausto. A mis costados sentía la tibieza de dos cuerpos. No sé cuanto tiempo permanecí así.
Cerré los ojos y de repente me vi envuelto en tinieblas.
Próximamente:
Los últimos dos capítulos, no se los pierda.
Capitulo VIII
Mi vida corre peligro
Mi padre es un Gandalla
Capitulo X
Adiós, Cristal.
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