La vida es de por sí dura. Uno bebe por infinidad de motivos: por una mujer, por educación, por necesidad, por protección, por ocio, por angustia, por tristeza, por placer, por no saber bailar. Hay mil razones para hacerlo, el punto está en saber comportarse y tener un sentido de la responsabilidad, de ser así, su vida podrá ser normal y productiva. Cada quien puede hacer con su hígado un papalote. Incluso
podría afirmar que un beodo tiene más posibilidades de triunfar que una persona sobria. ¿Cómo poder confiar en una persona sin vicios? Imposible tarea. El choque de vasos y copas no es un acto en vano, gracias a ese hermoso gesto han surgido camaraderías, cofradías y hermandades. Se han firmado tratados, se han otorgado empleos, se ha conciliado conflictos, se han perdonado deudas y traiciones, incluso, se han engendrado críos. Quizá de otro modo la humanidad no hubiera prosperado. “El vino es la cosa más civilizada del mundo” –decía el escritor Ernest Hemingway.
Y para ser un bebedor civilizado se debe aspirar a dos cosas fundamentales: seriedad y responsabilidad. Es preciso saber siempre qué –y con quién- beber. Un bebedor civilizado sabe con precisión cuál bebida lo acompañará por los trances más complejos de su vida. Ese trago que reanima los buenos sentimientos y que sirva también como aliciente y consuelo frente a la tristeza. Me refiero a una bebida con carácter, fuerza y elegancia, como el whisky, el ron, el tequila, el mezcal, la ginebra, el vodka. El paladar de un hombre serio y responsable está plenamente acostumbrado y preparado; vino tinto durante las comidas, cerveza a medio día y antes de acostar. Un hombre con convicciones odia los cocteles, odia los digestivos empalagosos, esos que se han inventado para satisfacer otros paladares, el de las señoritas por ejemplo. El bebedor civilizado sabe que debe mantenerse alejado de cualquier bebida que tenga más de dos colores, rechazar con firmeza tragos con nombres exóticos. El bebedor civilizado tiene la obligación llevarse bien con el cantinero. Uno de los peores errores de un borracho es confrontar a un cantinero: puede arrojar escupitajos, vaciar orines o veneno para ratas en la bebida. No se debe confiar nunca en un cantinero. Un bebedor es serio y responsable porque jamás toma con popote, mucho menos en un vaso de plástico, su boca y su mano debe estar acostumbrada al contacto con el vidrio. El bebedor civilizado no baila, bebe. Ordena la bebida de su compañera, a veces paga su cuenta, otras deja que ella tomé la iniciativa. Nunca bebe menos que la dama que lo acompañe. Se asegura de haber bebido más de cinco bebidas fuertes antes de decirle que la quiere. Y si la mujer se excedió en copas, habrá que llevarla con su mejor amiga, dejarla en la cruz roja, o bien, llevarla a su casa, las mujeres borrachas son un estorbo y un albur para el hombre liviano. Una mujer muy borracha se convierte en un cheque al portador, y cargar con la chequera siempre es peligroso. El bebedor civilizado es agradecido siempre que una mujer lo arrastre a la bebida. Un bebedor civilizado y recio prefiere la cantina sobre el bar de moda, la cantina es el hogar que nunca tuvo. Un bebedor civilizado sabe que beber puede ser parecido a boxear; puede balancearse un poco, sujetarse y hasta recargarse en las cuerdas, pero nunca tocar la lona.
El problema de algunos bebedores radica cuando se transita hacia el lado oscuro de la fuerza, ahí donde la voluntad y la palabra se sustituye por la discusión sin argumento, por el insulto, por el pleito, por la estupidez, por la falta de responsabilidad. Es por eso que existen los malos bebedores, los mala copa, esos seres que después de cagarla se arrepienten, es gracias a ellos que la cruda moral existe. La cruda moral, esa lucha contra la resignación, ese dolor inflingido por nosotros contra nosotros mismos. La cruda moral dependerá de qué tan irresponsable hayas sido, puede durar un día, un mes, toda la vida, puede ser el antídoto contra la borrachera. Y la cruda sin borrachera previa es igual a un interruptus sin coito. Habrá que ser fuertes para, la mañana, la tarde o semana siguiente, evitar el mensaje de arrepentimiento, el perdóname, no lo vuelvo hacer y demás lloriqueos. Un bebedor civilizado debe enfrentar con dignidad la resaca: sin lamentos ni gemidos de dolor. Sabe que la resaca es el contacto más cercano con la muerte, pero sabe también que son formas de ir resucitando a lo largo de la vida. La resaca no es para cobardes ni pusilánimes. Frank Sinatra afirmó: “Pena dan los abstemios, que al despertar ya no pueden aspirar a sentirse mejor en lo que resta del día”.
No perdamos el tiempo, vayamos a beber, yo espero que algún día puedan convertirse en bebedores civilizados, no es tarea fácil. Mientras tanto, bebamos para enfrentarnos a la insipiente realidad. Qué razón tenía el brillante novelista y destacado bebedor Ernest Hemingway: “La realidad es una horrenda alucinación ocasionada por la falta de alcohol”.
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Como abogado he seguido mis instintos, he procurado salir siempre con la constitución bajo el brazo, una pachita de ron en el saco y la bendición de Dios. Aún no soy un bebedor serio ni tampoco responsable, pero todos los días me esfuerzo.
@chavamunguias