14 de diciembre de 2009

FIN DEL MUNDO FEST


LA DIRECCIÓN ES:

Oysters Bar: JJ Tablada 618. Sta María (Rumbo a la Bandera, a un costado de Trico)

Entrada libre y alcohol barato

Ir abrigado y con actitud 2012

9 de diciembre de 2009

Hache y ELe



S. Munguía S.

Comían en aquella fonda de comida argentina. La que juntos habían descubierto tiempo atrás en una tarde lluviosa. Cuando el amor se escurría y se derramaba como las gotas que descendían de sus cuerpos. Cuando el amor se reflejaba en el brillo de los ojos hermosos cafés de H; en el semblante radiante de su rostro, en el calor eléctrico que recorría su espalda; en el constante murmullo que reclamaban sus pieles para tocarse una y otra y mil veces. En las miradas lúcidas y platónicas de ambos. Cuando escuchaban violentamente los golpes del corazón como gritos del tiempo resurgiendo segundo a segundo. Cuando los labios de H y L se entrelazaban y, las horas eran suyas y, el tiempo se detenía. Y algo se contraía –o todo, vísceras, tripas, músculos-, y cuesta respirar. Maldito amor. Se vive caminando sobre una cuerda angosta y rígida, al borde del abismo.

Aquella noche era distinto, poco quedaba de las sensaciones antes descritas. La intensidad se desvanece, la rutina desgasta, la costumbre es lamentable. El amor expira, caduca, desaparece o, se vuelve blando, débil, molesto, pesado.

Esperaban la comida. H, se entretenía con el celular, hacía figuras con los cubiertos, jalaba y acomodaba el mantel. L, por su parte, fijaba la vista en un punto inexacto, a la nada.
Comieron sin decir una palabra. Eran un silencio aterrador, largo, eterno, sin fin. Un ambiente frío, desolador, distante, separaba a H y L en aquella mesa. Sus miradas apenas se cruzaron. Un paño cubría el brillo de sus ojos hermosos cafés de H, su rostro era inexpresivo, duro, ausente.
De pronto, L, tuvo un sobresalto, un presentimiento, un algo. Había llegado el momento. Era la hora de poner fin a la relación. Abandonaría a H esa misma noche. No regresaría a la casa que juntos habían compartido meses, horas y minutos y segundos. Hacía tiempo que esa idea le martillaba la cabeza, ¿por qué esperar a que todo se queme lentamente? No demoraría más.

Comenzó a buscar las palabras precisas, las palabras correctas, palabras que no fueran a herirla. Pero en estos casos no hay palabras de esas. No existen. Estaba decidido. Armaba en silencio oraciones sencillas para expresarle que no se trataba de H, que necesitaba un tiempo para estar solo y, todas esas justificaciones que caracterizan a los cobardes. Por qué L lo era, era un cobarde, un tipo como cualquier otro, confuso, inestable, miedoso. Prefería abandonar la paz, la tranquilidad, la seguridad, el cariño y el amor de H, a cambio de incertidumbre, a cambio de nada. Huir finalmente.

Imaginaba la escena, H llorando desconsoladamente, L, tratando de dar explicaciones más sutiles que aliviaran su dolor. Sintió un gran alivio imaginar lo contrario, H reaccionando de manera serena y tranquila, como si H también lo estuviera esperando.

Pidió la cuenta L. El tiempo se agotaba, era el momento. Respiro hondo, busco la mirada de H, un ligero brillo volvió a resplandecer de los ojos hermosos y cafés de H. L mantuvo la mirada, los ojos de ambos de inundaron de lágrimas. H sonrió, se acercó a L, tomó una de sus manos y fue lentamente hasta unir sus labios con la mejilla sin afeitar de L. Fue un beso grande, besos que solo se dan cuando son los últimos. Cuando se pararon, H pronunció las primeras palabras de la noche: “vámonos de aquí, llévame a donde quieras y, hazme el amor despacio, toda la noche,”. L envolvió los brazos sobre la cintura de H y, se fueron.

1 de diciembre de 2009

Consejos prácticos para el 2012




No es una mentira. No es un truco mediático. No es una noticia alarmista. Tampoco es una simple película hollywoodense. El mundo se termina. El mundo caduca. Los mayas tenían razón. El tiempo se acaba. El fin de los tiempos se acerca. El 2012 es una realidad. Si usted es escéptico evite leer los siguientes consejos que sus amigos de Cannibaltwist le recomiendan:



1. Coja cuanto pueda.

2. Coja bien.

3. Deje de trabajar

4. No pague sus deudas, ya no tiene sentido.

5. Lleve todo al límite, viva al extremo, con el cuchillo entre los dientes.

6. Coma rico y mucho.

7. Beba en exceso.

8. Fume desquiciadamente.

9. Si no le gustas los excesos y es usted una niña, cuide su salud para que no se queje y, viva dignamente los años que faltan.

10. Coja (si es que puede) más de 3 veces al día.

11. Al diablo las dietas, es un sacrificio completamente idiota.

12. Viva estoicamente.

13. No se quede con las ganas de probar nada: pruebe drogas duras, comidas exóticas; maneje a 200 Km. por hora; échese un polvo con la hermana (o) de su novia (o), acomódele un patadón en el trasero a su patrón.

14. No crea babosadas, no existirán barcas futuristas que los salve del ocaso.

15. Y si existiera, no se haga ilusiones, los jodidos no tienen cabida.

16. Si toda su vida ha sido un patanazo, pida perdón y lárguese a una isla desierta a esperar el final de sus días.

17. Cambie expresiones, en lugar de decir “a la chingada todo”, mejor diga, “2012”, es más original y sensato.

18. Sea feliz.

19. Sea amoroso.

20. Sea generoso.

21. No sea hipócrita.

22. Intente decir menos mentiras.

23. Si desea seguir de amargado, allá usted.

24. Practique la poligamia.

25. Sino ha plantado un árbol, corte diez, ya no sirven para nada.

26. No se quede con las ganas de embarazar a muchas hembras.

27. No se quede (para las señoritas) con las ganas de tener un chamaco. No se asuste, solo tendrá que cuidarlo pocos años.

28. No pierda el tiempo reciclando y dividiendo la basura.

29. ¿Cuidar el agua? ¿Para qué?

30. De nada servirá arrepentirse de sus pecados y leer a diario la biblia. Entienda; no se salvará. (Pocos tendremos esa dicha).

31. Sino tiene trabajo, siga de vago, que más da.

32. No pierda el tiempo en aprender primeros auxilios, en aprender a nadar, etc., el final será devastador.

33. Y cuando el fin se aproxime, beba hasta quedar inconsciente, tenga un viaje de heroína y disfrute la agonía del mundo. Es opcional.

34. Y cuando el fin se aproxime, de gracias a Dios por el tiempo vivido, déle un beso a la persona que más ama (si es que la tiene a su lado) y esperen la consumación del mundo, tomados de la mano. Sería un final bonito.

35. Y cuando el fin se aproxime, invite a sus amigos, compre una rica botana, un vino espumoso, unas cervezas, y acomódese para ver el caos, lento, constante, hasta llegar a la clímax de la destrucción. No todo los días se tiene asiento de primera fila al fin del mundo.

36. Haga una orgia con sus mejores amigas (os).

37. Mentele la madre a toda la gente que le cae mal.

38. Bese a sus padre, abrace a sus abuelos y a sus hermanos cada que pueda.

39. Beba diario con sus amigos. No creo que le sea muy difícil.

40. Viaje a donde sea y como pueda.

41. Deje de preocuparse por lo que va a ocurrir y, deje de hacerlo por lo que no va a ocurrir.

42. Saque un crédito grande; de una casa, de un coche. Ya no tendrá que pagar, nunca más. Esperemos.

43. Comprométase para diciembre del 2012.

44. Si tiene dolor de cabeza, fiebre alta, cuerpo cortado, el H1N1 pues, no se atienda, es una muerte digna, rápida, indolora.

45. Que la destrucción lo agarre bailando, en un reventón memorable, ya bien rockeados.

46. Si disfruta de la adrenalina, asalte bancos, oxxos, etc., en caso de que lo aprendan, no se ofusque, no durara mucho en prisión. Esperemos.

47. Ya deje de preocuparse por las consecuencias, por lo que no hizo, por lo que va a ocurrir mañana, busque placer, bienestar, placer y placer.

48. Sino ha plantado un árbol y escrito un libro, por lo menos tenga un chingo de hijos, es más fácil.

49. No pierda su tiempo subiendo fotos en el chismebook o chateando el día entero.

50. Si conoce un político, practique tiro al blanco; con resorteras, escopetas, popotes asesinos, lo que sea, pero hágalo.

51. Sino no ha plantado ni cortado un árbol, o peor aun, si ya intento tener hijos pero es de pura agüita, escriba un blog, como éste, para que escriba babosadas como éstas.


  • Si usted se le ocurren más consejos útiles, la humanidad se los agradecerá de corazón. Escribanos.


Nota de la redacción:

Hay una realidad, pocos tendremos la dicha de la salvación. El fuego no nos quemará. El viento fuerte no moverá nuestras casas. Los temblores servirán para avisarnos que el mundo se está destruyendo. El agua no inundará nuestros hogares. Y mientras afuera todo será lamento, preocupación, desastre, destrucción, etc. un lugar sagrado nos aguardará, un harem lujoso y exótico. Lamento informarles que por mi seguridad es imposible revelarles el secreto de mi guarida, lamento también decirles que los varones están descartados. Si usted señorita, señora (incluso) esta interesada, mande sus fotos, medidas, situación económica y lo valoraremos. Gracias.


18 de noviembre de 2009

-Si quieres acostarte con una mujer -me explicó con aires de suficiencia-, primero y principal, le regalas algo, segundo y principal, le haces beber una copa tras otra, o sea, la emborrachas. Una tras otra. Eso es lo principal, ¿entendido? Y entonces ya está lista. Fácil, ¿no?
Haruky Murakamy
Tokyo Blues

5 de noviembre de 2009

CUTOUT FEST

12, 13 y 14 de noviembre del 2009 serán las fechas en que los ojos de México y el mundo vuelvan su mirada a Querétaro con motivo del 1er. Festival Internacional de Cortometrajes Animados. CutOut Fest, festival de carácter independiente y sin fines de lucro, será el foro en donde el público en general y profesionales de la animación se den cita y con ello, escribir una nueva página en la historia de la animación en México.


Y no es para más; la escuela 9Zeros, de Barcelona, estará impartiendo un taller de animación en tiempo real. Por su parte, el estudio de animación mexicano Aquelarre, estará ofreciendo un taller de animación en 3D. Cabe mencionar que el resultado del taller 9Zeros será presentado en la fiesta de premiación y clausura, a llevarse a cabo en las instalaciones del centro de arte y creación contemporánea La Fábrica. De la misma forma contaremos con la presencia del despacho sudafricano The Black Heart Gang, quienes estarán a cargo de impartir la clase magistral del Festival en donde compartirán con el público su experiencia de trabajo con empresas de nivel internacional.


Las conferencias también son parte medular dentro de las actividades del CutOut Fest. Aquí nuevamente contaremos con la participación del despacho Aquelarre, quienes nos hablaran sobre la creación de efectos especiales y compuestos animados en 3D. Huevocartoon, una de las productoras de animación en el País con más éxito comercial, compartirá su experiencia dentro del mundo de la animación. Otro tema que no puede quedar fuera es la discusión sobre la historia y actualidad de la animación en nuestro País, para ello contaremos con la presencia de dos periodistas mexicanos, Celeste Vargas y Daniel Lara, quienes se han especializado en estudiar este tema. También contaremos con la participación de Lorenzo Fonda, italiano de amplia trayectoria en los medios audiovisuales, quien hablará sobre su último documental animado “Megunica”. La producción de la película Brijes 3D nos compartirá los pormenores de este largometraje animado. Y por último el equipo de Ana, largometraje en 3D que será dirigido por Carlos Carrera, nos hablará sobre los preparativos de este gran proyecto.


La muestra del Festival es uno de los atractivos que más expectativas ha generado. Con más de 40 cortometrajes, la selección del CutOut Fest de este año estará acompañada por otras sesiones de materiales destacados, que comprenden, el Festival Invitado Pictoplasma de Berlín, Animasivo de la Ciudad de México, una curaduría del proyecto Imaginantes de Televisa, una Selección de la Vancouver Film School, la retrospectiva Hecho en México; entre otros.




3 de noviembre de 2009

Clarita (segunda parte)


Por: Salvador Munguía

―Clarita, lo mejor sería que... ―no me dejó terminar la oración, cuando con todo el peso de su cuerpo se abalanzó sobre mí. Una lengua rasposa lamió mis mejillas hasta encontrarse con mi boca. Cerré los ojos e intenté imaginar que besaba otra mujer, a Lorenza, a Karla, a Celia, a cualquier otra, pero no a Clarita. Fue imposible. Clarita todo lo hacía como si tratara de una pelea de lucha libre. Me abrazaba con fuerza, con torpeza, con violencia. De vez en cuando me pellizcaba las nalgas o entre la pierna. En otras ocasiones, se recostaba encima de mí, pero al ver que me costaba respirar, me sujetaba por la espalda y me sentaba como un niño chiquito entre sus piernas. Pronto se bajó el vestido, vi unos prietos y endurecidos pezones, más abajo se abría un agujero redondo parecido a un respiradero, un ombligo tan profundo como el mar, y más abajo fue inevitable ver la selva, una selva negra, salvaje, mal podada, húmeda. Al saber que no tenía alternativa, y desde un punto de vista de generosidad y agradecimiento, y claro, sin pensarlo dos veces, me bajé el pantalón y los calzones de un tirón. Clarita se puso como loca, con su mano regordeta, pequeña, suave, comenzó a acariciarme, esta vez con mayor sutileza e incontrolablemente se me empezó a endurecer como una piedra, me sentí confuso, turbado.
Otra vez tenía dificultad para respirar, mi visión se redujo violentamente. Y, el tiempo se detuvo. Le abrí las piernas de roble, le bajé las bragas, unas bragas del tamaño ―y del mismo material― del mantel de mi mesa. Con una mano, apreté sus pezones erectos y prietos. Posteriormente me introduje en la selva. Fui hasta dentro, a los más hondo de aquella negrura. Mientras a ella, a Clarita, se le engrandecían los ojos. Jadeaba como barco de vapor. Me engullía, me apretaba, me sujetaba. Volví a cerrar los ojos con fuerza y me concentré en no pensar en lo sucedido. Me llené los pulmones de aire fresco y me retiré de Clarita. La miré fijamente, pero Clarita seguía extasiada, continuaba jadeando. Me paré y fui al baño. Me eché agua en la cara y me vi por unos segundos en el espejo. No supe qué decirme. Regresé intentando dar una explicación de lo ocurrido. No fue necesario. Clarita roncaba y dormía placidamente. Me recosté sobre un costado de su todavía tibio y corpulento cuerpo. Intenté dormir pero no pude. Seguía lleno de extrañas sensaciones y sentimientos.

A la mañana siguiente, Clarita me tenía el desayuno listo, huevos rancheros y una jarrota de agua de jamaica sin azúcar. Con mucho tacto y educación le comenté que al agua le hacía falta azúcar. Me explicó que era por mi bien. No dije más. Durante el resto del día me consintió con esmero y dedicación. Me daba consejos. Me leyó frases de un libro de superación. Me llevó todo tipo de frutas y más agua de jamaica, sin azúcar. Después me pedía que tratara de descansar,”te hace falta”, decía. Le pregunté si no iría a trabajar, pero contestó que como ella era su jefa, no había problema. Que además la prioridad era yo. Que inclusive ya había hablado con algunos contactos para que me dieran trabajo. Le dije que no era necesario, pero insistió. Solo volví a decir, gracias. Cuando llegó la noche, volvimos a intimar, sólo que esta vez fue mejor. Fue un acto armonioso y mejor compenetrado. Me empezaba a gustar. Después de hacer el amor, comimos algo ligero, una ensalada que ella misma preparó y más agua de jamaica, sin azúcar. Bebimos un vino tinto que ella guardaba en la camioneta, tomé dos copas y….no supe más.

Me despertó un fuerte dolor en la espalda baja. Sentía la boca seca. Un pesado olor a alcohol flotaba en la habitación. Intenté pararme pero fue imposible. Me sentía mareado, débil. Era difícil moverme, el dolor persistía terriblemente. Sentía unas punzadas devastadoras. Había manchas de sangre en la colcha. Llamé varias veces a Clarita, pero no tuve respuesta. Un silencio aterrador reinaba en aquel lugar. Me llevé la mano al lugar del dolor y sentí una herida. Calculé que era de unos 20, 25 cm. Volví a perder el conocimiento. Entre sueños, comencé a tener espasmos de recuerdos. Recuerdo haber visto a Clarita con otro hombre, balbuceaban en voz baja. Al cabo de unas horas, pude pararme, me dirigí al baño, quité el espejo y pude ver la herida. Estaba cerca de mi riñón derecho. Mejor dicho, estaba justo en mi riñón derecho. Caminé rumbo a la salida, y en la mesa había una nota que decía: “Salvador, no te lo puedo explicar, una disculpa. Te dejo 100 pesos para que pagues un taxi, pasan muy seguido sobre carretera…y recuerda que sólo se vive una vez. Un beso. Clarita”.

El taxi que tomé sobre carretera hizo el favor de llevarme a un hospital. Y tal como lo había presentido, Clarita me había dejado sin un riñón. Pinche Clarita. Ahora si estaba jodido; sin mujer, sin familia, sin mi perro, sin dinero, sin trabajo, sin Clarita, sin haberme podido matar, y el colmo, sin un riñón. ¿Acaso no era la peor de las tragedias? Me recuperé en pocos días. Pero ahora estaba peor que antes, la misma idea de quitarme la vida seguía constantemente martillando mi cabeza. Estaba asqueado de la gente. Decepcionado de mí. Seguía sin trabajo… sin, sin, sin, sin…
No me la volví a pensar mucho. Era un mediodía distinto a lo demás, frío y lluvioso. Me aseguré de cerrar todas las posibles salidas de aire. Puse un LP de Ten Years After. Abrí las llaves del gas. Me acomodé en el sofá, releí Dublineses de Joyce,…”lo había sentenciado a la ignominia, a una muerte vergonzosa”. Y cuando el efecto del gas estaba atolondrando mi cabeza, alguien tocó la puerta. No abrí, sólo existía la posibilidad de que fuera un abogado del banco o algún predicador. Al no abrir, un sobre amarillo fue arrojado por debajo de la puerta. Me volví a sentir ingenuo, no había tapado esa parte de la casa. Desde el sofá vi el sobre, la letra la reconocí de inmediato, eran los garabatos de la mano regordeta de Clarita. Lo abrí de inmediato, en ella había una pequeña carta y muchos miles de pesos. Decía:

Querido Salvador:

Te mando un poco de dinero, no es mucho, pero te servirá. Perdón por haber tomado tu riñón sin tu consentimiento. Pero no te preocupes, está comprobado científicamente que el ser humano puede vivir fácilmente con uno. No es lícito, lo sé, pero a eso me dedico, le salvo la vida a la gente (como lo hice contigo aquella noche). Pero sin ti, no hubiera sido posible. Eres con toda la extensión de la palabra, un verdadero S-A-L-V-A-D-O-R.
Espero que te hayas dejado de niñerías y se te haya quitado esa idea de quererte suicidar. Deja de chillar y haz algo con tu vida. Recuerda lo que te dije, sólo se vive una vez. Disfruta cada momento. Un beso.

Ah, te mandé una cajetilla de cigarros cubanos, son riquísimos.

PD: No dejes de tomar agua de jamaica, sin azúcar, eh.

Atte. Clarita.

Mientras volví a leer la carta, me llevé a la boca uno de los cigarros que Clarita me había hecho el favor de mandarme. Me paré por los cerillos, regresé al sofá, friccioné el fósforo en la cajetilla…. y ¡puuummmm!….

Después, ya nada supe.

29 de octubre de 2009

Clarita


Por: Salvador Munguía


A Clarita la conocí en una época complicada de mi vida. Antes de hablar de la “generosidad” de esta amable mujer, quisiera iniciar con un breve preámbulo. Llegué a Morelia una tarde lluviosa, húmeda y sofocante. Procedente de una breve temporada en Europa, en donde mis esfuerzos para conseguir un digno empleo se vieron sobajados a miserables y lastimeros trabajos de lavaplatos y reparte-papelitos. Para un abogado como yo, aquello era un insulto.

Habrá que agregar que llegué sin un duro, con una pesada carga de deudas bancarias, (obvio) sin trabajo, sin ganas y sin ilusiones. Por si esto fuera poco, y como mi vuelta fue inesperada y antes de lo prevista, me encontré que mi mujer ahora estaba con mi mejor amigo. Mi madre me retiró el habla porque nunca le mandé una postal. Mis hermanos, ante este acontecimiento, siguieron a mi madre. De mis amigos ni hablar, me alejé de ellos desde antes de partir, por traicioneros y conspiradores. Creí que mi perro salchicha, Ramón, seguiría siendo mi inseparable y fiel amigo, pero ni éste… tres días antes de mi llegada prefirió probar la vagancia. Me tiré a la bebida de manera descarada. Pero ni el maldito lubricante social remedió mis males. Constantemente pensaba en la muerte, en mi muerte. Un día me paré sabiendo que debía de hacer; terminar con mi vida. Darle fin a mi incipiente e insignificante vida, carente de ambición, de ímpetu, de energía. Ese día busqué al “Morris”, un viejo amigo, un tipo que le hacía a todo, un mercenario, al fin y al cabo, que igual te podía conseguir un refri-bar, que armamento antiaéreo. Una pistola para él era tan sencillo como si yo comprara un gansito en la tienda más cercana. No hizo preguntas, le expliqué que pasaba por un momento difícil económicamente y de manera sencilla cambié mi colección de acetatos de los Rolling por una pistola 38 súper.

Cuando me despedí, el Morris puso 500 pesos en la bolsa de mi camisa, y agregó: “Un hombre, como tú, nunca deber de andar sin un peso en la bolsa”. Le di las gracias y me fui directo a comprar una botella de tequila, una bolsa de cacahuates y una bolsa de croquetas, pensando en que algún día mi perro regresaría. Al llegar a mi casa traté de no pensar en nada y por un momento lo logré. Bebí decididamente. El sol había cumplido arduamente su jornada laboral. La botella de tequila estaba apunto de terminarse. Me armé de valor y tomé la pistola. Primero la observé detenidamente. Me cercioré de que las balas y el cargador estuvieran listos. Después la puse sobre mi boca, sentí esos metales fríos en la comisura de mi lengua, un escalofrío recorrió todo mi cuerpo y también entré en un pánico aterrador. Bebí de golpe otros dos caballitos y volví a intentarlo. Sólo que ahora llevé la pistola a la altura de la sien. Respiré con trabajo, entrecortado, cerré con todas mis fuerzas los ojos… y jalé el gatillo.

No pasó nada, para mi mala suerte, -¿o será por mi buena suerte?- la pistola se encasquilló. Una extraña mezcla de sentimientos me embargó. Por un lado, me sentía confundido, frustrado. Me sentía débil y cansado. Me sentía inútil, ni siquiera era capaz de terminar con mi vida. Pero a la vez sentía un gran alivio. Pero ese alivio y la paz duraron poco. Enseguida vinieron imágenes de mi mujer con mi amigo, la indiferencia de mi madre y de mis hermanos, la partida de mi perro, las llamadas a todas horas de los bancos, la mísera vida que llevaba. Deseché matarme con una pistola. Esta vez, me arrojaría al vacío.

Caminé por largos minutos hasta llegar al edificio Géminis. No fue difícil accesar al edificio más alto de la ciudad, ni mucho menos subir hasta la azotea. Una vez que estuve ahí, me entró una temblorina en las piernas, la garganta se me secó, me costaba trabajo respirar. La noche estaba quieta y sin ruido, un vientecillo soplaba suave. Creía que era el momento justo para arrojarme, saltar de una vez y olvidarme de todo. Recobré el aliento y respiré hondo. Me senté sobre el borde. Mis pies apuntaban hacía el vacío. Imaginé el terrible estado en que encontrarían mi cuerpo. Las vísceras desparramadas en el asfalto, los ojos saltones, la lengua cortada, sin dientes, las costillas hechas pedazos, la espalda desecha, los lentes quebrados. E imaginé mi funeral, mis sobrinos pequeños (diablos) intentando ver el cuerpo, y mi madre llorando, diciendo: “no me hagan eso, no lo pueden ver, es aterrador, es horrible”, y se soltaría llorando con mucho sentimiento. También imaginé si Lorenza tendría el descaro de pararse en mi funeral con Carlos, mi disque “amigo”. Y, a su vez, fue inevitable imaginar a todos mis amigos dándole el pésame a mi madre. Aquella cantidad de imágenes me dieron un dolor de panza. Cuánta hipocresía se vería en mi velatorio. No faltarían las típicas palabras de: “se ha ido una gran ser humano”, o el clásico, “que buena persona era”.

Volví a despejar de imágenes mi mente y me concentré en cómo me lanzaría, si sentado o parado. De clavado ni hablar. Estaba por decidir hacia dónde me arrojaría, no quería hacerlo arriba de un coche y causarle daños a terceros. Lo había decidido. Me lanzaría sentado, en posición fetal, en dirección a la calzada Ventura Puente. Conté hasta diez. Y justo cuando iba a deletrear el siete, escuché la voz ronca de una mujer.

―No es tan alto como cree, o sea, que si salta, existe la posibilidad de que efectivamente muera, pero también de que quede idiota por el resto de sus días.

―Y a usted qué le importa ―me costaba trabajo reconocer la figura de la mujer. Solo veía un pequeño destello, rojizo, que sobresalía del cigarro que sujetaba entre sus dedos.

―No sea imbécil, mejor consiga una pistola, compre veneno para rata, deje escapar el gas de su casa, que sé yo… ¿acaso no piensa en lo desagradable que será para todos verlo en su funeral?

―Deje de molestar y lárguese.

―Mire, le ofrezco un cigarro, y si usted se quiere aventar, se avienta, yo no lo voy a evitar, téngalo por seguro, uno menos, que más da.

―No fumo, gracias.

―Ahí esta el problema, todo aquel que no fuma tiene una desdichada forma de vivir, para eso sirve el humo, para aliviar tensiones, traumas, problemas.

Se me hicieron tan idiotas sus palabras, que lo único que se me ocurrió fue decirle:

―Está bien. Déme una probada.

Ahorraré palabras para describir lo terrible que fueron mis primeras fumadas. Tosi como tísico. Pero el sabor me gustó. Y sí, me relajó. Mejor me concentraré en describir a este peculiar “ángel de la guarda”, a la mujer que me “salvó” de quedar embarrado en el duro y gris asfalto.

Se llamaba Clara, pero le gustaba que le dijeran Clarita. Era morena, de baja estatura, peinado vulgar, vestía un ridículo vestido parecido a las cortinas que tenía en mi sala, sus ojos hundidos eran pequeños y negrísimos, la nariz era chata, de labios carnosos, muy morados, su boca era grande y poseía unos lindos y blanquecinos dientes que en la noche parecían alumbrar. Sus manos eran regordetas, tiernas, amables. Una precoz joroba empezaba a asomarse por su lomo. Y poseía un par de robles prietos como piernas. No era miss universo, eso estaba claro, lo único digno era un par de tetas grandes, y como mencioné antes, su linda dentadura. Pero Clarita tenía algo más. Era carismática, cínica, coqueta, parlera, seductora, divertida, segura de sí misma, pero tenía algo de malévola. Pronto comenzamos una plática sobre el calentamiento global, del porqué la ciudad se inundaba al primer chubasco, sobre el deterioro de las alcantarillas, sobre el amor que le tenía a los gatos, sobre la repugnancia que le daba la comida de soya, en fin, íbamos de un tema a otro. Cuando me di cuenta que yo seguía sentando al borde del edificio, me sentí estúpido. Me bajé de inmediato y le di un inesperado abrazo. Creo que una lágrima se me escurrió. Le di las gracias. Ella me dio un abrazo más fuerte que me dejó sin aliento.

Después me preguntó si sabía conducir, le contesté que sí. Me dijo que si quería conocer las villitas que había construido su padre. No estaba seguro de ir, traía poca plata en los bolsillos. Pero ella insistió y me dijo que nadie me estaba pidiendo, que para eso ella trabajaba lo suficiente. “Sólo te estoy pidiendo que conduzcas, es todo”, dijo. Y continuó: “Lo que necesitas es relajarte, descansar, ordenar tus ideas, sentir el calor de alguien que te quiera”. Estas últimas palabras me sonaron extrañas, pero no le di importancia. Bajamos del edificio y nos dirigimos a las “villitas”. Me puse al volante y en el camino hicimos varias paradas. La primera en La Inmaculada, ahí Clarita compró pozole, enchiladas, quesadillas, pambazos, gelatinas con rompope y buñuelos. Yo tenía hambre, pero Clarita compró como para 50 niños hambrientos, una exageración. La segunda parada fue un Pick and Go, ahí compró cuatro seises de cerveza Modelo, una botella de Torres y un vino blanco. No paró de hablar hasta nuestro destino, se veía contenta, y yo me sentía vivo otra vez. Me encontraba feliz de haber conocido a esta misteriosa mujer. Llegamos a la media noche, una noche fresca, agradable. Las villas no tenían gran chiste, estaban descuidadas, viejas, con un fuerte olor a humedad y muy frías. Pero qué importaba. Teníamos comida, bebida, y sobre todo, yo me sentía valorado, estimado. Me sentía importante, y no el pobre diablo que unas horas antes pensaba darse un tiro o arrojarse desde lo alto.

A Clarita parecía importarle todo lo que le contara, así careciera de la menor importancia, ella exclamaba siempre con asombro: “¿en serio?”, “¿de veras?”, “¡no me lo puedo creer!”, “¿cómo es que sabes todo eso?”. Entre nuestra charla, aprovechamos para cenar, yo sólo pude comer unas enchiladas. Clarita parecía que tenía más hambre y se comió todo. Yo me concentré en el brandy, pronto Clarita se puso al parejo. Con algunos tragos encima, Clarita comenzó a tener un comportamiento extraño. Se me acercaba más. Me tomaba de vez cuando la mano o me acariciaba una pierna. A Clarita le sorprendió lo guapo que yo le parecía. Todo esto me causó desconcierto. Jamás me imaginé, de hecho lo tenía descartado, que esto pudiera acabar en un encuentro sexual. Por lo que a mi respecta, no sentía el mínimo deseo sexual hacia Clarita. Sus rasgos eran grotescos. Su olor ―a pesar de su perfume―, era fuerte, olía a sudor, a cebolla, a pambazo, a rábano. Pero a Clarita no parecía importarle. Tomó mi cara, con sus regordetas y morenas manos, y dijo:

―Que sexy eres Salvador, y pensar que un bomboncito como tú se nos iba ir al más allá…mejor acércate, anda, no tengas miedo, yo te voy a mimar…tu nomás déjate querer…



La segunda parte la podrá leer el próximo lunes, no se lo pierda...