9 de diciembre de 2009

Hache y ELe



S. Munguía S.

Comían en aquella fonda de comida argentina. La que juntos habían descubierto tiempo atrás en una tarde lluviosa. Cuando el amor se escurría y se derramaba como las gotas que descendían de sus cuerpos. Cuando el amor se reflejaba en el brillo de los ojos hermosos cafés de H; en el semblante radiante de su rostro, en el calor eléctrico que recorría su espalda; en el constante murmullo que reclamaban sus pieles para tocarse una y otra y mil veces. En las miradas lúcidas y platónicas de ambos. Cuando escuchaban violentamente los golpes del corazón como gritos del tiempo resurgiendo segundo a segundo. Cuando los labios de H y L se entrelazaban y, las horas eran suyas y, el tiempo se detenía. Y algo se contraía –o todo, vísceras, tripas, músculos-, y cuesta respirar. Maldito amor. Se vive caminando sobre una cuerda angosta y rígida, al borde del abismo.

Aquella noche era distinto, poco quedaba de las sensaciones antes descritas. La intensidad se desvanece, la rutina desgasta, la costumbre es lamentable. El amor expira, caduca, desaparece o, se vuelve blando, débil, molesto, pesado.

Esperaban la comida. H, se entretenía con el celular, hacía figuras con los cubiertos, jalaba y acomodaba el mantel. L, por su parte, fijaba la vista en un punto inexacto, a la nada.
Comieron sin decir una palabra. Eran un silencio aterrador, largo, eterno, sin fin. Un ambiente frío, desolador, distante, separaba a H y L en aquella mesa. Sus miradas apenas se cruzaron. Un paño cubría el brillo de sus ojos hermosos cafés de H, su rostro era inexpresivo, duro, ausente.
De pronto, L, tuvo un sobresalto, un presentimiento, un algo. Había llegado el momento. Era la hora de poner fin a la relación. Abandonaría a H esa misma noche. No regresaría a la casa que juntos habían compartido meses, horas y minutos y segundos. Hacía tiempo que esa idea le martillaba la cabeza, ¿por qué esperar a que todo se queme lentamente? No demoraría más.

Comenzó a buscar las palabras precisas, las palabras correctas, palabras que no fueran a herirla. Pero en estos casos no hay palabras de esas. No existen. Estaba decidido. Armaba en silencio oraciones sencillas para expresarle que no se trataba de H, que necesitaba un tiempo para estar solo y, todas esas justificaciones que caracterizan a los cobardes. Por qué L lo era, era un cobarde, un tipo como cualquier otro, confuso, inestable, miedoso. Prefería abandonar la paz, la tranquilidad, la seguridad, el cariño y el amor de H, a cambio de incertidumbre, a cambio de nada. Huir finalmente.

Imaginaba la escena, H llorando desconsoladamente, L, tratando de dar explicaciones más sutiles que aliviaran su dolor. Sintió un gran alivio imaginar lo contrario, H reaccionando de manera serena y tranquila, como si H también lo estuviera esperando.

Pidió la cuenta L. El tiempo se agotaba, era el momento. Respiro hondo, busco la mirada de H, un ligero brillo volvió a resplandecer de los ojos hermosos y cafés de H. L mantuvo la mirada, los ojos de ambos de inundaron de lágrimas. H sonrió, se acercó a L, tomó una de sus manos y fue lentamente hasta unir sus labios con la mejilla sin afeitar de L. Fue un beso grande, besos que solo se dan cuando son los últimos. Cuando se pararon, H pronunció las primeras palabras de la noche: “vámonos de aquí, llévame a donde quieras y, hazme el amor despacio, toda la noche,”. L envolvió los brazos sobre la cintura de H y, se fueron.

3 comentarios:

Liliana dijo...

Vientos Chavita, me gustó mucho!!!!!!! Saludos....

Óðinn dijo...

Sobretodo me agrada que no tiene vulgaridades ni groserias... jajaja

Saludos

Anónimo dijo...

MUY BIEN CHAVA ME GUSTO, SERA QUE ALGO ME RECORDO SALUDOS
BMAX