14 de mayo de 2009

Perros

Por Gilberto Pizarro

Tenía tiempo que no probaba el agua salada, bueno a decir verdad creo que nunca había tenido tanta agua de mar en mi boca. Es un poco desagradable sentir el sol en la espalda empapada y masticar arena, bueno sobre todo lo de masticar arena ya que produce un chillido horrible en los dientes... mmm... tengo que retroceder un poco el tiempo. Me encontraba viajando en tren, delante de mi se encontraba un grupo de hippies, que por un momento me parecieron inofensivos, trataba de dormir un poco mientras escuchaba las platicas de sus viajes, de cómo aborreces o amas una ciudad. Recuerdo haber puesto atención a una platica banal sobre el ser vegetariano, y creo haber visto después como todo trascurrió más rápido; los neohipies aspirando coca, un francés neo nazi corriendo por el pasillo del tren... y sí, creo que ahí, retrocedí demasiado, ahora siento unos pequeños pellizcos en la nuca.

Ahora recuerdo bien, estaba sentado viendo una película un tanto fumada, sobre un viejo que convierte su casa en una casa voladora, amarrando miles de globos de colores a la estructura de la chimenea, todo esto con la intención de cumplir el viaje prometido a su esposa ya fallecida… pero no, esto tampoco me lleva al por qué estoy acostado recibiendo las olas del mar en mis pies. Ayer, creo fue ayer, estaba paseando con mi perro por las calles de una ciudad desconocida, muy parecida a Guanajuato, pero no, realmente eso no pasó. Ya empiezo a recordar, estaba bebiendo un par de cervezas en el parque mientras veía un par de viejos jugando cartas, uno de ellos le soltó un recto directo al que pareciera ser su amigo de antaño, no, creo que de nuevo retrocedí demasiado. Últimamente no logro distinguir muy bien cuando estoy soñando, parece ser un degradado entre azules donde no puedes percibir la diferencia de matices. Pero lo que trato de saber, es por qué estoy en una playa, acostado, saboreando la arena, con un cangrejo mordiendo mi nuca. Creo que estaba en una fiesta, había mucha gente elegante, recuerdo haber bebido dos whiskys, bueno creo que también tomé un par de copas de vino blanco o ¿era champagne? Ya llega un recuerdo más, por eso es que esta arena tiene un sabor más amargo de lo normal, creo que me está llegando la cruda. Si estaba en una fiesta, había mucha gente elegante, actores, directores de cine, un dj chafa arriba de una chimenea que soportaba las cuerdas de miles de globos, mucha comida, una casa flotante amarrada a miles de globos de colores. Sí, creo que todo comenzó así, un saludo en ingles a algún desconocido, luego el te presenta no sé quien diablos, de repente creo que me encontraba bailando entre gente que no conocía y fue extraño como de repente comienzo a pensar en teorías de física, en la fisión, en la reacción en cadena, en un saludo y de repente toda una fiesta se desata a tu alrededor. Bueno creo que será mejor comenzar a caminar de regreso a donde sea que tenga que ir, y espero que de repente solo tenga que despertarme en mi cama. ¿El nombre de Cannes, significa perros?

6 de mayo de 2009

Crónica de una traición anunciada

Salvador Munguía

Esa mañana, Carlos, su hijo de 14 años, le ha preguntado, con voz baja, sereno, pero sin ocultar su desconcierto, qué diablos hacia él, su padre, en un sitio de red social, como el facebook. Eso no era el problema, el problema era que su padre posaba al lado de otra mujer, una mujer que obvio, no era su madre.
Sorprendido, volteó y vio fijamente los ojos de su vástago. Carlos no bajó la vista, al contrario, su mirada era retadora, valiente. Volvió la mirada, hubiera preferido no haber visto aquellos ojos de enojo, de odio, de reclamo del mayor de sus 2 hijos. No contestó nada. Lo primero que se le vino a la mente fue: “maldita perra”. Le dio el último apretón a su corbata y sin mediar palabra se largó. A la muy perra le advirtió que fuera muy discreta. Su condición de hombre casado y con hijos le obligaba a manejarse con cautela. Esta vez falló.

Llegó a su oficina a las 10 y efectivamente comprobó aquellas fotos que “subió” Lucía, (su amante tapatía de envidiables 23 años) como respuesta a la ruptura que habían tenido en días pasados. Aquellas fotos eran reveladoras: el fin de semana en Puerto Vallarta, ─por cierto en el departamento de Verónica, su esposa─, aquellos días que recorrieron todos los bares de Guadalajara, desde el mas “chic” hasta el más arrabal. Hurgando, encontró álbumes con distintos nombres, uno se titulaba: “Él y Yo en las Vegas”, se trataba de fotos de aquel inicio del 2009 en aquella vulgar ciudad. Otro lo tituló irónicamente: “De lo que te pierdes”, fotos que él tomó a su joven, moreno y magistral cuerpo, a sus medidas casi perfectas, fotos donde sobresalía aquel rostro angelical, reluciendo sus espectaculares ojos almendrados. Pero en cuanto vio el álbum titulado: “Lucía y el Sexo” (en referencia a una de las películas favoritas de Lucía) se le estremeció el esqueleto; ahí estaban sus cuerpos desnudos, no eran fotografías vulgares, ni mucho menos, se trataba de una colección de fotos de él y Lucía en posiciones eróticas, bien cuidadas, como si algún experto les hubiera hecho el favor: ella encima de él, él atrás de ella tapándole los pezones con las puntas de los dedos índices, los cuerpos desnudos de los dos reflejados en un espejo, ella espectacular, él dando lástima con esas lonjas vergonzosas. Rápidamente intentó comunicarse con Lucía. Fue inútil. Quiso llamar a Carlos, su hijo, pedirle que por favor no dijera nada, pero se sintió tan vil, que se arrepintió. ¿Cuánto tiempo pasaría para que Verónica viera las fotos? No dejaba de pensar en posibles excusas. Sabía que no bastarían las respuestas de siempre: “no es lo que crees”, “no soy yo”, “estás loca, es tu paranoia”, “déjame explicarte”. Tenía que tomar una decisión rápida: ¿Revelar la traición a Verónica? ¿Pedirle perdón? ¿Fingir llorar?

Le preocupaba sobre todo imaginar la opinión de los demás. No era capaz de sacudirse los malditos prejuicios. Toda su vida había caminado en un delgado peldaño de mentiras y farsas. Reflejaba una apariencia –casi– de ejemplo a seguir. Cargaba en todo su ser una responsabilidad que él mismo se forjó a lo pendejo: el mejor esposo. El mejor padre. El vecino cordial y amable. Y venían pensamientos incisivos: ¿Qué dirán sus suegros que lo apoyaron en todo? ¿Dejaría de ser el héroe para sus hijos? No podía imaginar a Verónica durmiendo sola, mientras el mundo estaba lleno de locos. ¿Quién los iba a proteger, si no él?….Y enseguida le venían imágenes de la mirada retadora de Carlitos, su hijo. Maldito que se cree. ¿Por qué no mandarlo todo al carajo?, ¿Por qué no tomarle la palabra a Lucía y dejar de una vez a su esposa? No era la primera vez que lo había pensado, tampoco la primera vez que engañaba a Verónica, ni mucho menos la única vez que se lo habían pedido. Pero en cuanto alguna de sus ex amantes pronunciaban las palabras, ─que por algún tiempo toda mujer amante se guarda en las entrañas─, aquellas palabras que lo único que lograban era arruinarlo todo: “si me quieres, déjala, vente conmigo”. No entendía cómo ellas querían ocupar el lugar de ella, su esposa, la engañada, la traicionada. ¿Acaso no corrían el mismo riesgo de infidelidad? De algo estaba seguro, muchas veces se lo repitió a Lucía: “No existe una relación más sincera que la que tengo contigo, sabes que estoy casado, que tengo un par de hijos encantadores, que adoro a mi esposa, pero a ti te amo, no te hace falta nada a mi lado, no te engaño con ninguna otra mujer. Bla, bla, bla, era un excelente orador.

Se fregaba las manos en la frente, intentando resolver su lamentable situación. Se reprochaba a sí mismo. No podía entender cómo era posible que justo ahora fuera a ser descubierto, si gran parte de su vida marital tuvo una doble vida, siempre al lado de alguna dama. No se trataba de descubrir el hilo negro, simplemente era práctico, su éxito era la sensatez hacia sus amantes, y la sagrada discreción. Nada de fotos, no mensajes de texto, no llamadas a su casa. Él ponía las reglas. Era un experto. Pero las caderas nuevas de Lucía lo aturdieron de más. Poco o nada le importaron las constantes amenazas de su joven amante en caso de no poseer todo para ella. Se distrajo. Olvidó las reglas. También maldijo a la tecnología. En otros tiempos jamás hubiera sido descubierto. Volvió a abrir su laptop, miró otra vez las fotos, aventó su portátil encabronadísimo. Rara vez fumaba, jamás en el trabajo. Encendió un cigarro, lo inhaló suavemente. Apagó su celular, pidió a su secretaria que no le fuera a pasar ninguna llamada. Quería tiempo para reflexionar. No tenía mucho. Pero no estaba dispuesto a seguir desperdiciándolo, le aterraba ser sorprendido e invadido con preguntas, y no tener una respuesta.

Le vino una a la cabeza. Saldría en el primer vuelo a Guadalajara, le llevaría un ostentoso regalo a Lucía, se inventaría un determinado tiempo para dejar a Verónica, su esposa, y claro, convencerla respetuosamente de borrar esas fotos. Antes le llamaría a Carlitos y le pediría discreción, más tarde le explicaría.

Cuando llegó a su casa, a las tres, justo a la hora de la comida, sabía que sólo Carlos, su hijo, era el único que conocía las fotos, las fotos que delataban su traición, su vileza. Lo volvió a comprobar por la mirada de resentimiento hacia él. Comieron en paz y ella preguntó lo de siempre: “¿Cómo te fue en el trabajo, mi amor?”, y el contestó mecánicamente, “Todo bien cariño, cómo te fue a ti”. Los hijos, o mejor dicho, el menor de ellos, hizo comentarios banales, “Oye papá, ¿ya supiste de la goleada de Bolivia a Argentina?”. Carlos era el único que no dijo nada. Lo volvió a ver fijamente. Le increpaba su traición con la mirada, lo retaba, le maldecía con sus vivos ojos negros. Aún no terminaban de comer el postre que Verónica había preparado, (un rico y frío arroz con leche) cuando se paró. Se dirigió a su cuarto conyugal, de un cajón sustrajo un objeto frío, que nunca había tenido –por fortuna– la necesidad de usar, un revólver Colt 45, de simple acción. Volvió a la mesa, ocupó el mismo lugar, terminó su postre, de su bolsillo sacó el moderno revólver, dijo con voz serena, melancólicamente serena: “Perdón, los he engañado a todos. Puso el revólver sobre su boca y el disparo fue sórdido, letal. Carlitos sintió un gran alivio por dentro.

No es cierto. Cuando a las tres llegó a su casa, justo a la hora de la comida, sabía que sólo Carlos, su hijo, era el único que conocía las fotos, las fotos que delataban su traición, su vileza. Lo volvió a comprobar por la mirada de resentimiento hacía él. Comieron en paz y ella preguntó lo de siempre: “¿Cómo te fue en el trabajo, mi amor?”, y él contestó mecánicamente, “Todo bien cariño, ¿cómo te fue a ti?”, los hijos, o mejor dicho, el menor de ellos, hizo comentarios banales, “Oye papá, ¿ya supiste que corrieron a Aguirre de la selección?”. Carlos era el único que no dijo nada. Lo volvió a ver fijamente. Le increpaba su traición con la mirada, lo retaba, le maldecía con sus vivos ojos negros. Aún no terminaban de comer el postre que Verónica había preparado, (un rico y frío arroz con leche) cuando se paró. Se dirigió a su cuarto conyugal, de un cajón sustrajo un objeto que nunca había tenido –por fortuna– la necesidad de usar, un revólver Colt 45, de simple acción. Volvió a la mesa, ocupó el mismo lugar, terminó su postre, de su bolsillo sacó el moderno revólver, el primer disparo lo hizo en el cuerpo de Javier, el menor, cerca de la ceja derecha, el segundo fue directo a la cabeza de Carlos, el mayor. Entre gritos e histeria, Verónica corrió con brazadas desesperadas hacia el cuerpo de él, la recibió con un disparo en el estómago. Posteriormente intentó hablar una vez más con Lucia. No fue posible. Dejó un mensaje de voz, dijo con voz serena, melancólicamente serena: “Lindas fotos, te voy a extrañar”.

Un último disparo sórdido y letal se proyectó en su boca.

(Este texto aparece en la última edición de la revista Reves, dedicado a Amantes, si vives en Morelia, búscala en puestos de revistas del centro, cafeterías Lilians y Europa, en la UDEM y en en la UNLA. En el interior del país la pueden encontrar en: librerías educal (aunque en palabras de su editor: "si llegan, con mucho retraso... se tardan un chingo, pero si llegan")

3 de mayo de 2009

Tarantino Mixtape

Para aquellos que gustan de las peliculas de Tarantino.

Eclectic Method - The Tarantino Mixtape from Eclectic Method on Vimeo.

28 de abril de 2009

PUERCOFOBIA



Por: Nunú Lozone

Después de la crisis viene la calma... pues no queridos lectores, esta vez los dichos de las abuelas han sido infieles a la realidad. Hace unos meses nos atacaba la crisis y cuando la cosa parecía haberse apaciguado un poco, la naturaleza se nos revela y la influenza porcina, una mutación de este virus, llega sin decir ‘agua va”.

Por este motivo la corresponsal defeña de Cannibal Twist, osease una servidora, les escribe antes de que la epidemia la alcance, pero no se preocupen, hasta ahora no se ha sabido de ningún caso de transmisión cibernética, así que pueden estar tranquilos de leer este texto hasta nuevo aviso.

Los euroasiáticos cerdos, puercos, marranos, cochipuercos ó como les llamen en su pueblo, son los méndigos culpables de esta gripe que se mutó de la aviar y llegó al homo sapiens actuando con alevosía y ventaja sobre la raza. Lo que queda clarísimo es que la naturaleza es nuestra mejor amiga pero también nuestra peor enemiga, pero, ¿qué hemos hecho nosotros por ella? solo destruirla... basura, contaminación, tala inmoderada, extinción, tráfico de animales y un largo etc.

Es por eso que ahora cobra venganza y le quita al ser humano sin oportunidad de rezongar, uno de sus más grandes placeres: los tacos al pastor. Y es que aunque las autoridades han informado que se puede seguir comiendo de todo incluyendo el cerdo, los puestos de tacos están más abandonados que los huérfanos; en los mercados, los dueños de los puestos de carne de puerco se dedican a leer el periódico mientras sus ojos se tornan angustiosos y ofrecen su mercancía en atractivos precios y hasta en calidad de fiado.

Las calles del D.F. son el mismo desierto, las personas solo salen por provisiones, la mayoría con tapabocas mientras que las farmacias hacen su agosto vendiendo este artículo ahora, de primera necesidad, hasta en cuatro pesos y si la crisis de plano te tiene sobajado, en el metro los puedes encontrar en la mínima cantidad de dos pesos y sino acudir a un centro de salud donde son gratuitos pero por el momento están agotados.

Tan grave esta la cosa que hasta el pendejo que atiende la tienda de la esquina de mi casa y que aprovecha cualquier ocasión para abordarme, ahora ni la mano me extendió y es que algunas de las medidas de prevención es no saludar de mano, ni de beso, lavarse las manos antes y después de ir al baño y después de salir a la calle, no asistir a lugares concurridos como: cines, teatros, conciertos, iglesias, antros, bares, estadios y todos los que sean lugares de esparcimiento.

Esto sí nos da en la madre, sobretodo a los cinéfilos, a los pamboleros, a los que les gusta el bailongo y la chela, a los amantes de la música y a los fieles –de la iglesia, los otros ya no existen-, que ahora tendrán que recibir la hostia en la mano, no podrán dar el saludo de paz y tendrán que oir la misa en la radio, como lo indicó hoy mismo la Iglesia. Así es canibbalísticos creyentes, no podrán ir a la casa del señor hasta nuevo aviso, es más, los que han fallecido por este virus se les han dado los santos óleos desde dos metros y medio de distancia para evitar el contagio a sacerdotes, de hecho ya es noticia que algunos acólitos y alcohólicos han fallecido por el abuso de vino que han robado de las iglesias mientras los padres visitan los hospitales.

Cuando el gato no está los ratones hacen fiesta y prueba de ello es que la suspensión de clases lejos de preocuparles a los estudiantes, la gozan de lo lindo, los de secundaria y preparatoria se van de fiesta, se toman su segunda sesión de vacaciones de semana santa, atrasan la realización de sus tareas, mientras que los de kinder y guardería no entienden qué está pasando y sus madres se vuelven locas al tener que estar recluidas en sus casas.

Los partidos de fútbol han sido a puerta cerrada, los cines y plazas comerciales están cerrados, en los aeropuertos se toma la temperatura a los mexicanos que salen del país para evitar introducir el virus, se anunció también que en dado caso de que algún sujeto resulte sospechoso después de tomarle la temperatura y esta no sea alta, se le tomara por el recto.

Los síntomas de la influenza porcina son fiebre alta, dificultad para respirar, vó́mito ó diarrea persistentes, aumento de la frecuencia respiratoria, trastornos del estado de conciencia, si usted presenta alguno de estos síntomas y no se les ha detectado este virus, póngase en contacto con los especialistas de nuestro blog para ser atendidos y si vives en el D.F. ó San Luis Potosí mantén la calma, ventila tu casa, reza tres padres nuestros y un ave maría y de ser posible rompe el pinche cochinito de tu hermano menor, hijo, amante ó vecino y corre a comprar el primer boleto de autobús, el destino no importa, es preferible morir de angustia que de influenza porcina.


Notas de aliento del Presidente de la República:

Han muerto 80 personas.... pero han dado de alta a 921.
El virus es curable..... si se atiende a tiempo.
Tenemos la medicina que se necesita para atacar el virus... aunque hasta ahora no hay ninguna vacuna.
Usa pañuelo cuando estornudes o tosas y sino tienes pañuelo con el antebrazo y sino tienes brazo no estornudes.
Los que compraron boletos para cine, partidos ó conciertos no los tiren... no se les reembolsarán pero si se les cambiará por otro evento.

23 de abril de 2009

Juana (texto completo)



Por: Salvador Munguía


Ixtlán de los Hervores forma parte del Bajío Michoacano, se ubica entre las subregiones geográficas del Valle de Zamora y la Ciénega de Chapala. Está delimitado por un cerco de cerros que combinan llano y montaña. Sus tierras planas son cruzadas por el río Duero, afluente del río Lerma.

Aunque para algunos, Ixtlán es más bien parte de la Ciénega, no obstante para otros, Ixtlán es parte del Bajío Zamorano. El problema es que la mayoría de las tierras que ahora pertenecen a diferentes localidades del municipio alguna vez fueron parte del lago de Chapala antes de su desecación. Por eso no es erróneo ubicarlo en una u otra. A que viene todo esto, que algunas incertidumbres originan pleitos, peleas, diferencias. No falta algún ejidatario gandalla que se aproveche de la situación y afirme poseer más de lo que le pertenece, y obvio otros son los perjudicados. Aquí es donde entro yo. Abogado de profesión. 7 años como secretario de acuerdos en la Procuraduría Agraria me avalaban. La justicia y la honradez como mis principales virtudes. Hasta que apareció Juana a mi vida.

Llegué un medio día de un domingo cualquiera. Las campanadas de las doce de la iglesia de San Juan de la Lagunas sonaban de manera escandalosas. Familias enteras, mujeres recién bañadas, hombres sombrerudos, medio pueblo, se preparaba para escuchar los sermones del padre Pizarro.

Me hospedé en el Refugio, un hostal más o menos decente para alguien que viene por vez primera desde la capital. El lunes, a través del presidente municipal, que ya me esperaba, pude reunirme con la gente inconforme. Así pues, a las 9 de la mañana en la biblioteca pública estábamos los que teníamos que estar. Ahí estaba don Chame, el alcalde Herrejón, el comandante de la policía, conocido simplemente como El Tuerto –a pesar de que tenia los dos ojos--, doña Hortensia, viuda del ”Maromas” ─un narco que fundo la banda de delincuentes conocidos como los “Canelos”─, doña Pachita Rendón, Zenaida, Filemóna, la señorita Armandina y Juana. Me sorprendía que la mayoría de los quejosos fueran mujeres, ─dispuestas por cierto, a resolver el asunto a escopetazos─. Pero para evitar cualquier altercado lamentable, mis servicios habían sido contratados. De entrada, la tarea sonaba bastante sencilla, escuchar sus peticiones, darles una pronta solución, cobrar y listo, y claro evitar a toda costa que se derramara sangre. Pero una cosa es tratar con hombres, y una muy distinta es arreglártelas con féminas. Las cuales por cierto, terminan por complicarlo todo.
Pronto el alcalde Herrejón me advirtió:

─Póngase buzo mi lic. Aquí los huercos andan en el norte, es un pueblo lleno de puras viejas, con hartas necesites mi lic., pero ay que andar con cuidado, así como son de bonitas, son recabrónas… ya lo verá… no lo olvide.
─Que pasó señor alcalde, vengo a trabajar. A resolver otro tipo de necesidades.

El alcalde en algo tenía razón, en todas estas localidades hay un mayor número de mujeres que hombres, un factor de influencia sin duda es la intensa migración a Estados Unidos. Juana no era la excepción, su esposo Juvenal trabajaba no sé en que ciudad del país vecino, construyendo carreteras seguras. Juntos eran dueños de 5 hectáreas, 2 de ellas en conflicto.

Me enamoré no la primera vez que la vi, sino la segunda, el día que fui a recoger unos papeles a su casa.

─Hágame el favor de pasar licenciado. Un vasito de agua de limón.
─Si me hace favor Juanita.
─Nomás déjeme terminar de bañar a Juanito.
─ ¿Su sobrino?—la respuesta yo ya la conocía.
─No licenciado, mi hijo, Juanito se llama, tiene 5 años.
─¿A los cuantos años lo tuvo? Es usted muy joven —Juanita tenía cumplidos 22 años─.
─Eso no se pregunta licenciado.

Guardé silencio y recorrí de manera discreta la sala. Tenía una sed agobiante, fatal. No podía esperar a que Juana terminara sus tareas de ama de casa. Caminé en busca de la prometida agua de limón. Atravesé un gran altar de la virgen de Guadalupe que sobresalía en la antesala. La apetecida jarra de agua se encontraba en la cocina, me empiné dos vasos, como testigo un cristo color negro, me observaba apacible. Caminé de nueva cuenta hacía la sala. Sobre el muro, una foto color sepia de una anciana muerta con los ojos pelados resaltaba grotescamente, al otro costado, fotos de un niño color rosita, recién nacido. No podía faltar, una extensa foto de marcos dorados de Juana y su esposo del día de su boda. Sobre la mesa de centro, unos muñecos de porcelana relucían brillantes, entre éstos existían algunos portarretratos, había una de un joven en primer plano, de casquete corto, encima de la cajuela de una camioneta y una cerveza budweiser en una mano, al fondo una bonita pradera. Pero en la repisa había un tesoro visual, una colección de fotos de Juanita: cuando fue quinceañera y en lugar de pechos tenia dos amables duraznos, una graduación de no sé qué. Las mejores eran las que tenía al lado del joven de casquete corto, las de su luna de miel –supongo─, luciendo un espectacular cuerpo, unas tetas ya crecidas, un abdomen plano, sin un gramo de más, unas largas y torneadas piernas. Otra resaltaba su hermoso rostro con un close ups. Mi favorita era una en blanco y negro, donde ella corría hacía el lente del fotógrafo, con el cabello suelto y un vestido ajustado a sus caderas.

De pronto, Juanita comenzó a conversar con su hijo, al cual estaba secando a la orilla de la tina, de momento, no entendí aquella extraña (y sugestiva) conversación:

─Juanito dile al licenciado que deje de ver las fotos y que mejor se meta a bañar con tu mamá, le hace falta, míralo está muy acalorado. ─Juanita continúo:
─Juanito, apoco no está bien guapo el licenciado. No te gusta pa papá. ─Juanito afortunadamente, no ponía atención a la loca conversación de su madre, él seguía entretenido jugando con sus monitos─.
Sobresaltado y sorprendido contesté:
─Que cosas tan raras dice Juanita, me está poniendo nervioso.

En verdad el calor era insoportable, seco, humillante, bebí otro vaso de agua de limón a la brevedad. Mientras tanto, Juanita secó, cambió y durmió a su hijo. Tras unos minutos y enfundada en un corto vestido color aguacate, se dirigió a mí. Sus ojos avispados color miel, su nariz respingada, sus labios rosáceos, carnosos, su piel radiante y sus prominentes nalgas, hicieron de mi respiración una revolución de inhalaciones y exhalaciones jadeantes. A escasos centímetros de mi boca, me pidió suavemente que le quitara el vestido color aguacate. No sabía si estaba imaginando por culpa del estúpido calor, si el agua tenía algún afrodisíaco, si me estaba volviendo loco, o en realidad había sido lo que mis oídos escucharon. Mi mente se nublo, mi garganta volvió a resecarse, mis piernas temblaban infantilmente. Pero ella esperaba. De manera torpe bajé el cierre de su vestido color aguacate. De espaldas a mi, lamí primero su oreja izquierda, mientras que con una mano apretaba fuertemente uno de sus duros pezones. La besé con sutileza y dulzura. Algunos minutos después con fuerza y arrojo. Mis manos recorrieron una y otra y mil veces su hermoso cuerpo. Mis dedos se adentraron en el más recóndito de sus profundidades. La pericia carnal duró toda la tarde.

Iba anocheciendo cuando llegó el momento de marcharme, a lo que Juana se opuso: “¿por qué no pasa la noche aquí licenciado?”, “tengo que llegar a planear lo del día de mañana Juanita, pero gracias”, algo así fue lo que dije. Pero antes de poner mis pies fuera, Juana, la insaciable, la hermosa Juana, me dijo de manera tierna, “le daré un masaje licenciado con aceitito pa que duerma como bebé, como Juanito, mírelo”. Vi aquel cuerpecito color rosa durmiendo plácidamente. Envidié no ser el padre de esa criatura. Le agradecí ingenuamente por la jarra de limón y por el masaje. Ella contestó “cuando quiera licenciado, aquí tiene su casa”. No sé si me lo tome demasiado en serio, pero no “salí” de esa casa por los siguientes 14 meses. El hermoso cuerpo de Juana, las jarras de limón, los masajes de aceite Menen, y hasta Juanito, al que en algún momento llegué a querer como mi vástago.

Dormí como nunca. O como bebe, diría Juana.
Mis hábitos desde joven, me han enseñado que levantarse temprano es un gesto primero de responsabilidad, pero también un guiño de gratitud por un nuevo día. La holgazanería nunca se me dio. En Ixtlán pronto olvidé lo que era levantarse a las 6 de la mañana. Despertaba al medio día, por temprano a las 10. Indicios de que algo no marcharía bien.

En Ixtlán de los Herbores los chismes recorren una velocidad sorprendente. Pronto doña Hortensia –viuda del Maromas, y con 3 hijos, todos en la cárcel, por fortuna— me citó en su casa para tratar asuntos pendientes.
Ella era una mujer de carácter fuerte, recio. Había vivido hechos desafortunados, al lado primero de su difunto esposo y posteriormente con los 3 hijos bandoleros.

─Lic. Me urge que está situación se resuelva pronto. Estoy dispuesta a agarrarme a balazos con quién sea.... no le tengo miedo a nada, ni a nadie –dijo de manera fría, distante─. Y siguió: Con mis tierras nadie se mete. Basta de tantas injusticias.
─Por eso estoy aquí doña Hortensia.
─Usted está aquí también por otras cosas lic. –dijo con otro tono de voz, más amable o mejor dicho, menos dura─, y eso no me lo puede negar. Así que habrá que ir entendiéndonos bien.

De manera salvaje se arrojó sobre mi frágil cuerpo, desabrochó violentamente el cinturón de mi pantalón, me quitó la corbata, la ató sobre las muñecas de mis dos manos y comenzó a besarme mi pecho, mis hombros, hasta que su lengua fue descendiendo hasta llegar a mi tímido pene, lo succionó de una forma descabellada. Doña Hortensia tenía lo suyo, a pesar de ser una mujer ya madura, en su juventud fue reina de la primavera durante 5 años consecutivos—dicen que el Maromas cuando era joven y ya andaba por los malos caminos, compró los últimos dos concursos─. En fin, ahora le sobraban algunos pellejos, pero en general mantenía un cuerpo digno. Pero si algo me enloquecía de aquella mujer, era principalmente por dos razones: me excitaban de una forma descomunal sus piernas sin afeitar, esos bellos casi transparentes; y su estrafalario peinado platinado, al estilo de Jayne Mansfiel, la gran diva del cine de oro de Hollywood de los años 50s.

Concluido el acto carnal, o mejor dicho una vez resueltas sus fantasías sexuales de Hortensia, me pidió que otro día yo podría desquitarme: “ahorita estoy indispuesta”, dijo. Ya en la puerta de su casa, quise abrazarla por ese acto tan generoso de su parte, pero no fui correspondido, se despidió con un fuerte apretón de manos.

─Mañana lo espero para firmarle lo que le tengo que firmar. –Dijo, y me largué.

A la mañana siguiente me topé con el alcalde Herrejón desayunando en el portal del centro. Cuando estaba por pagar la cuenta, el alcalde se adelantó diciendo:

─Ya está pagado mi lic… ¿cómo va todo, que le cuentan las escandalosas esas?
─En eso ando Sr. alcalde. Pero ay vamos. Gracias.
─Oiga mi lic. y aquí entre nos, cuénteme como coge la Juana. …o apoco todavía no le da las nalgas mi lic…no me va a decir que no…aquí todo se sabe mi lic.

Agradecí al alcalde el haber pagado la cuenta. Pero encontrármelo me puso de un humor insoportable el resto del día. Me dirigí hacía mi oficina y comencé a leer las peticiones, los acuerdos, algunas cláusulas etc. Pero fue imposible. A mi mente venían ráfagas de Juanita, me imaginaba untándome aceite Menen por todo mi cuerpo, sus delicados pezones sutilmente rozándome la espalda.

Día tras días y durante los próximos meses. No hice otra cosa que pasar el tiempo al lado de Juana. Ahí dormía, ahí comía, ahí me bañaba, ahí cogía, ahí bebía, ahí enseñaba a Juanito a leer y escribir, ahí le leía algunos cuentos antes de dormir, ahí recibía como hacia mucho tiempo cariño, amor y todas esas cosas.

Del trabajo ni hablar. No pasaba de estar recogiendo papeles, de darles largas, de mentir, de esconderme, de fingir que estaba casi todo listo. Claro que ya no soportaba al alcalde Herrejón. Por lo que respecta a los demás quejosos, las tenía bastante ocupadas. En lugar de ir a mi oficina (si a eso se le llamaba oficina, no era mas que un cuarto oscuro, con lo olor a humedad, que el alcalde “acondicionó” para que yo pudiera trabajar), me repartía las mañanas en “visitas de trabajo”.

Pero la realidad era otra, dichas visitas de trabajo, se convirtieron en visitas sexuales, eróticas. No sé que dìa, ni como empezó todo. La realidad era que se despertó en todo mí ser, un apetito sexual irremediable e incontrolable, me había convertido en un golfo, un lujurioso. No sólo era Juana y doña Hortensia. Los lunes me tocaba ir con Filemóna, no hay mucho que comentar al respecto. El martes visitaba a Pachita Rendón que era la única con la que tenía un trato amistoso, no sexual, estaría yo loco si hubiera mantenido una relación con una señora que tenia los mismos años que mi abuela. El caso es que mantuve una relación cordial con doña Pachita, de hecho era de las visitas que más disfrutaba, sus desayunos eran extraordinarios, sus conversaciones y consejos eran de un señora sabia y práctica, “pórtese bien licenciado, cuídese por qué en una de esas se la va a caer a pedazos el tiliche”. Los miércoles tocaba el turno a Zenaida, mujer casada con 3 hijos insoportables. Por las mañanas los mocosos estaban en la escuela y el esposo era chofer de autobús. Así que Zenaida pasaba toda la mañana sola, con ella arribaba cerca de la 1 de la tarde. Una hora antes de que los mugrositos salieran, le hacía el amor cuando preparaba los alimentos, ese día curiosamente preparaba algo en el horno, por lo qué forzosamente se tenía que inclinar un poco, momento por lo que aprovechaba para ver su hermoso, grande y moreno trasero, su espalda de color de cerveza de barril era excitante, mientras Zenaida le ponía algún condimento de más al platillo, poco a poco iba repegando sus nalgas hacía mi, en cuestión de minutos nos acomodábamos en una posición a lo que lo jóvenes llaman, “de a perrito”, era sexo sin caricias, ni preámbulos, al contrario, era sexo rápido, intenso, primitivo. Terminaba con un hambre inimaginable, comíamos en silencio y me despedía con un beso en la frente. Para los jueves tenia que ir preparado, una noche antes pasaba a comprar ostiones al puesto del “Padrote”, la razón era que la señorita Armandina ─que por la calle se comportaba como la más reservada de las mujeres, considerada en el pueblo como una “quedada”, por no haber contraído nupcias a sus 27 años─ en la intimidad era una yegua sexual, salvaje, indomable, guerrera, atrevida. Era un ente sexual, una mujer que no tenía llenadera. Practicábamos todas las posiciones, no solo “de a perrito”, sino también la de “patitas al hombro”, la de “viendo al horizonte”, la del “periquito saltamontes”, la del “precipicio”, la de “la maroma asesina”, y la más peligrosa de todas, a la que Armandina llamó, el “orgasmo de la muerte”, que consistía en amarrarnos unas bolsas de plástico, cubriendo toda la cabeza ─y claro está, la cara─, así lográbamos, según Armandina, alargar el orgasmo. La verdad era que varias veces caí desmayado por la falta de oxigeno, en otras palabras me resultaba una verdadera mamada. Cuando salía de casa de Armandina, era de los pocos días, que en lugar de irme a casa de Juana, me dirigía al hostal, que por cierto nunca deje del todo. No tenía las fuerzas, ─ni la cara─ para todavía llegar con el amor de mi vida: Juana. Los viernes mi labor debía continuar, y siempre a las 11 del día, en el portal del centro, me reunía con el pesado alcalde Herrejón, el policía “el Tuerto”, al que nunca le conocí la voz, y con el amable Don Chame. Como lo mencione antes, bastaba algunas mentiras para tenerlos satisfechos. Hasta que…

Primero quisiera hacer mención que los días más agradables eran los fines de semana, al lado de Juana y de Juanito. Eran días brillantes, mágicos, únicos. Éramos una verdadera familia. Para no hacer más chismes, nos íbamos a una casita que el padre de Juana tenía en un mágico poblado llamado Pajuacuarán. Ahí comíamos trucha, jugamos los tres futbol o montábamos la bicicleta rumbo a las aguas termales del “Pozito”. Que orgullo era ver a Juanito andar en su bici, sin la necesidad de unas patitas traseras. Cuando el niño se dormía, le hacía el amor lentamente, o mejor dicho, tiernamente, presentía que “tanta belleza” no duraría. Varias veces le insinúe que no regresáramos jamás, que hiciéramos una vida ahí, en Pajacuarán. Pero fue en vano. Abruptamente cambiaba el tema.

Dos fueron la razón de mi declive. La primera fue la llamada maldita. La llamada de un pronto retorno de Juvenal. Ocurrió un sábado por la tarde, antes de ir a caminar, o mejor dicho, a ir a darle de vueltas a la plaza, Juana, Juanito y yo. Para ese entonces, Juanito era ya un as en la bici, me sentía orgulloso de mi vástago postizo. Resultaba que mi querido Juvenal se regresaba antes de lo esperado. El imbécil se había caído de un puente, quedando imposibilitado el resto del año. Así que regresaba en menos de un mes. La noticia para mi fue un putazo en la nuca.

Nuestra despedida fue dolorosa, lamentable, triste. Llanto y dolor. Me quedaba con muchas dudas, ¿por qué no se iba conmigo, si éramos una familia feliz? Nunca lo supe. Los días siguientes me la pasé en el hostal, sin salir, ni comer, me encontraba deprimido, devastado, desamparado. Fueron días que bebí sin medida, los tragos más amargos de mi existencia.

La segunda razón fue que dejó de endurecérseme el chiflo. Después de unas semanas sin visitar a mis “clientes”, ellas vinieron a mi encuentro. El martes Pachita Rendón traía ricos menús a mi cuarto, pero era inútil probar bocado. Zenaida los miércoles, los jueves Armandina. Y Hortencia los fines de semana. Pero una extraña maldición se apoderó de mí, mi fuerza sexual se la había llevado la chingada. Se había suspendido, diluido. No se levantaba con nada. De poco servía la farsa de Zenaida en estar preparando algo de cocinar (en mi cuarto, que ni estufa tenía) e inclinarse hasta pegarme su moreno culo. Ni que decir de Armandina, debajo de esas ropas de señora frígida, ocultaba uniformes eróticos de secretaria, de policía, de monja, de rana. Intentaba todas las posiciones que en su momento fueron alucinanantes, ahora no quedaba nada. Ganas le sobraban ante “mi incapacidad”, de intentar el “orgasmo de la muerte” y ésta vez sí, morir asfixiado. Ni Hortensia con su lengua filosa y cortante logró levantar muertos. Eso sí, ella fue la más comprensible. Era increíble, lo que apenas hace unos meses, semanas, fueron momentos de esplendor, ahora era desamparo y desdicha. Nada quedaba del que en su momento, fue el miembro viril (y herramienta de trabajo) más activo del occidente michoacano.

Ya no supe quién de ellas fue la que me acusó de abuso sexual, tentativa de violación, abuso de confianza, incumplimiento de contrato etc. Dos de ellas estaban descartadas: Doña Pachita, que fue la que me previno que me andaba buscando la policía, y Hortensia, que me ayudo a escapar. Ya el miserable alcalde Herrejón y el temible “Tuerto” me buscaban por todo el territorio de Ixtlán de los Herbores.

Huí una noche fría, inesperadamente fría, desolada y gris. Añore en esos instantes, el intolerante calor que normalmente azotaba en Ixtlán. Manejé cerca de 8 horas, hasta Pichilinguillo, una hermosa y virgen playa de la costa michoacana. Ahí Hortensia tenía una linda y pintoresca casa, a escasos metros del mar. Muy pronto ella me alcanzaría.

Tres meses después, Hortensia llegó. Escribo esto, mientras la lengua filosa y cortante de Hortensia, hace que me corra de placer, levanta la vista, sonreímos con un gesto de cariño y gratitud. Como la quiero a la condenada.

De Juana ya nada supe, pero que chingue a su madre.

16 de abril de 2009

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