Por: Salvador Munguía
Sonó 7 veces primero. 1 minuto después, el teléfono seguía sonando. Insistió 10 veces consecutivas. Él se mantuvo quieto, presentía la llamada. Sabía quién estaba al otro lado del auricular. Se activó la contestadora: “como ya te habrás dado cuenta, ni Raquel, ni yo, nos encontramos en casa, haz el favor de dejar un mensaje y tu número telefónico, nosotros nos comunicamos”. Sentado sobre una repisa de libros, dio el último trago a la cerveza y puso atención a la voz que saldría del aparato contestador. Enseguida vino aquella voz, aquella voz que regularmente era suave, tenue, agradable. Sabía que esta vez, no sería así:
─Levanta el pinche teléfono Salvador, se que estás ahí. ¡Levántalo, carajo!
No lo hizo.
Ya entrada la noche, el teléfono volvió a perturbar la tranquilidad de aquella casa. La privacidad se terminaba por los constantes sonidos del teléfono.
Sonó las 10 veces seguidas y la contestadora volvió a activarse. Aquella voz, recuperó su originalidad, su verdadero tono, otra vez (lo suficiente) suave, sereno, amable.
─Salvador, contesta por favor. No quiero pelear. Llamo para sacar mis cosas, fui por la mañana y cambiaste la chapa… ¿qué onda?
Levantó el teléfono.
─Cambié las chapas porque te llevaste mi sala y el comedor, ¿qué querías?
─Te puedes quedar con todo lo demás, las cosas que yo también compré.
─ ¿Qué?, ¿tus pinturitas?, ¿tus cremitas?, ¿tus tanguitas? o ¿con tu perro?
─No empieces Salvador, quiero hacer las cosas en buena onda.
─Como te atreves a decir que en buena onda, si te robaste mis cosas, mi sala…te llevaste 5 de mis libros favoritos, solo para chingarme, ¿acaso sabes leer? ¿por qué te los llevas?… y claro, lo olvidaba, ¿debo portarme buenaondita después de que follaste con mi mejor amigo?... cuanta razón tenía Henry: “cualquier hombre, hasta el amigo más intimo, es un asesino en potencia”… ¿no lo dirás que duermo desarmado todas la noches para que venga a matarme, verdad?
─ Tu y tu pinches oraciones de intelectualito, deja de decir pendejadas…estás enfermo, me das lástima, jamás te engañe, el león crees que todos son de su condición, necesitas ayuda médica, no es normal que no puedas confiar en nadie, que creas que todos te engañan y mienten…pero haya tú, cree lo que se te pegue tu pinche gana…y necesito entrar por mis cosas.
─Pues a ver como le haces, aquí no vuelves a poner un pie, sino es que quieras que te deje el otro ojo morado.
─Hijo de puta, como te atreviste… solo con las mujeres puedes, pero verás cabrón… espero que con mis hermanos seas igual de machito y valiente, por cierto, ya te andan buscando, ya se enteraron de tu patanada.
─Uy que miedo, escúchame con atención mi reina: dile a los afeminados de tus hermanitos, que me la pelan, ya saben dónde encontrarme, también hazles saber que el día que vengan a mi casa, se aseguren de venir listos para los putazos y, que tengan la amabilidad de traerme mis discos que se llevaron los lacras esos, apunta cuáles: Wua y los Arrrghs!!!, la antología de los Mirlos y el de Kitty, Daisy & Lewis…ya sé de donde sacaste lo rata.
─Vete a la chingada, maldito infeliz. Te odio. Ojalá te mueras pronto.
─Ojalá.
Y colgó.
Me hubiera gustado mantenerme en silencio, no reclamar, decir, ni amenazar, o ser un perro como Ramón (y disfrutar de los placeres) reclamar hace vulnerables y débiles a los hombres, recordé una sentencia de Fernando Pessoa, la cual me fue imposible poner en práctica, pero tiene mucho de razón: "el placer es para los perros, las quejas para las mujeres y los hombres nos quedamos con el honor y el silencio". A pesar de haber mostrado rencor y coraje, un alivio inesperado recorrió mi ser. Enseguida me dormí y soñé con Lorena, la soñé bailando twist, con sus enérgicas caderas girando alrededor mío, sus delicados talones manteniéndose sobre las medias puntas del suelo, de manera sensual movía de atrás hacía delante sus pequeños y sensuales hombros, iba vestida con una blusa blanca y una holgada falda roja a la altura de sus rodillas, por lo que a mi respecta, era un excelso bailarín, me movía con ligereza hacía delante, atrás, a los lados, hacía abajo, juntos cantábamos let´s twist again con el mismo Chubby Checker, cantando felizmente al fondo de la alcoba. Dormí hasta la mañana siguiente. Media hora antes de irme a trabajar, cerca de las 8:30 de la mañana, y cuando estaba por terminar mis zucaritas, insolentes golpeteos se escucharon tras mi puerta, no podía creer que alguien a esa hora del día tuviera el descaro de importunar a su prójimo, miserables impertinentes. Mi perro Ramón comenzó a ladrar incisivamente. No cesaban los fuertes manotazos, intentaban derrumbar no solo la puerta, sino mi propia casa. Me apresuré para saber de que se trataba tanto escándalo, más valía que fuera por algo que valiera la pena, sino me iban a escuchar. Abrí de inmediato, ahí estaba Julián, Manuel y Ricardo, hermanos de Raquel:
─Buenos días muchachos, con tocar una vez es suficiente, ¿no creen?... ¿qué los trae por aquí? ¡qué milagro! ¿gustan pasar? …cuánto gusto en volver a…
Un puñetazo se estrelló a la mitad de mi respingada nariz.
─Pinche Manuel, pegas como niña.
Enseguida los otros dos gorilas me sujetaron por la espalda.
─Dejen de ver películas de Van Damme jóvenes.
Con las manos una vez inmovilizadas, Manuel estampó un directo de nueva cuenta en mi rostro.
─Ahí no papá, en la cara no… no le voy a gustar a tu hermana.
Julián, que estaba sujetándome con fuerza uno de los brazos, dijo:
─Dale uno en el hocico, pa que se calle.
─ ¿Hocico se escribe con h?... ¿o sin h cuñadito? ─Hijo de tu chingada madre ─dijeron los otros dos─ dos fuertes ganchos sobre mis costillas, me doblaron fácilmente.
No perdieron tiempo, un segundo después, los gorilas me aventaron al suelo, recibí 10, 20, 50 o 100, ─no sé bien cuantas─ certeras patadas en todo mi cuerpo, uno me piso la cabeza, el otro brinco sobre mi barriga, uno me agarró de los huevos, los 3 continuaron dándome puñetazos con odio y saña.
Hasta que se cansaron, me dejaron de pegar. Todavía consiente, escuché preguntar a uno de ellos:
─No que muy riata cuñadito…eso te pasa por pasarte de verga con mi hermana.
A lo que con trabajo, respondí:
─Me saludan a la golfa esa… díganle que para la otra, traiga unos más cabrones, unos que sí sepan pegar, no a 3 niñas como ustedes comprenderán.
Una última patada en la cabeza me hizo perder el conocimiento. Desperté en mi cama ─tuvieron la amabilidad de cargarme─ o mejor dicho, me despertó Ramón Pantunflas, el perro de Raquel, (ahora mi perro) lamiendo las heridas de mi rostro, se le veía alarmado, y como no, si la boca no dejaba de sangrarme, la nariz la tenía de boxeador, mis ojos estaban inyectados de sangre, la cabeza llena de chichones, me costaba trabajo respirar, seguro tenía más de alguna costilla fracturada.
Con el hocico picudo y su fría nariz, Ramón intentaba a través de leves empujones sobre mi rostro, mantenerme despierto, sus ojos negrísimos, reflejaban angustia y preocupación. Escuché por vez primera su voz, creí que por la edad que tenia (11 meses) podría ser una voz chillona, aguda, al contrario, no se le cortaba la voz como cualquier otro púber, con voz grave, casi ronca, y con un extraño lenguaje, cortés y educado, me preguntó:
─Sr. Salvador, si me lo permite, dígame a quién acudir para poder ayudarle, sobre primeros auxilios no estoy lo suficientemente preparado, pero…
─No lo sé Ramón, pero me está cargando la chingada.
─Si, lo sé, está usted muy golpeado, no se duerma, leí lo peligroso que puede resultar para alguien que se encuentra en su condición, puede entrar en coma y podría morir pronto, de un derrame cerebral o de un paro respiratorio.
─Que bueno que te preocupes por mi Ramón… tráeme un vaso con whisky y muchos hielos.
─Perdóneme Sr. Salvador, pero no creo que esa sea la mejor solución, además usted toma mucho últimamente. Olvide a esa ingrata mujer, ya ve lo que le hicieron por su culpa, yo ya lo hice, la olvide, la olvide para siempre.
─Gracias por tus consejos Ramón, no creí esperarlos de ti, eres muy joven, pero eres listo.
─Gracias a usted, posiblemente no sea el momento, pero quisiera agradecerle por su hospitalidad, por lo amable y responsable que ha sido conmigo. Perdone que me tome otra molestia, pero quisiera que fuéramos buenos amigos.
─Gracias Ramón, lo somos, pero no me hables de usted.
─Como usted diga.
De nueva cuenta, volví a dormitar. Cuando volví a despertar, el largo y peculiar cuerpo de mi perro, se encontraba dormido tranquilamente a un costado mío. Sentí compasión, ternura y agradecimiento por la amistad de mi curioso compañero. Por cierto, de cualidades extraordinarias: amable, inteligente, sensible, valiente. Mientras acariciaba una de sus caídas y largas orejas, un recado escrito sobre un papel de color chillante, sobresalía de mi repisa, con trabajo y dolor, me acerqué y alcancé a leer:
“Cuñadito, nos llevamos las cosas de Raquel, aquí te dejo tu disco de los Mirlos, los otros después te los doy, están chingones los Wow y los Arrrghs!!!, dan ganas de matar escuchar a estos cabrones. Nos encargó mucho mi hermana que te recordáramos te hagas cargo de Ramón, dale de comer, está muy flaco, no seas cabrón.
PD: Raquel te mandó dos libros, pinche cuñado estuve leyendo el prólogo de Trópico de no sé que madres, del un tal Henry Miller, y con razón estás como estás pinche cuñado… por el momento, lee uno de los míos, se llama: Conócete, Acéptate, Supérate: Grafología y flores de Bach, quédatelo, espero te sirva. Atte: Tus cuñaos”.