25 de mayo de 2012
Adiós Perla
24 de marzo de 2012
Las redes sociales, la amistad y Rubem Fonseca
Las bandejas de entrada de nuestros correos electrónicos están llenos de basura virtual; cadenas con temas lastimeros, religiosos y políticos; ofertas que a nadie interesan; mala pornografía, etc. Pocos son los e-mails que valen la pena. La inmediatez de las redes sociales nos han (mal) acostumbrado a mandar y recibir mensajes cortos. Son escasas las personas que se detienen a reflexionar sobre qué escribir, mandar o compartir. En lo personal, mantengo “contacto” a través de este medio con muy pocas personas, son amigos y familiares que principalmente viven en algún otro lugar del que yo habito. Hoy por la tarde, por ejemplo, he recibido un mensaje de un amigo periodista, Pepe David, un tipo que parece tener el don de escribir buenos e-mails, de esos e-mail que ponen de buen humor a la gente. Quisiera compartirles parte del mensaje que he recibido esta tarde. Que por cierto, refleja un poco (o mucho) la amistad que une a los amigos: el placer por la bebida, los gustos musicales y literarios, y sobre todo, la devoción, el afecto y la inspiración que producen las mujeres. Aquí el extracto del e-mail.
No sé si recuerdes que en mi pasada visita a Morelia me compré algunos libros. (En realidad, no tendrías porqué recordarlo) En fin, a lo que voy es que uno de ellos era del maestro --por favor, ponte de pie-- Rubem Fonseca. Yo llegué a su literatura hará unos diez años, quizá un poco más. Y desde entonces no lo suelto.
Te platico esto porque en 2007, durante la Feria del libro de Guadalajara, entré a una lectura pública que hizo el maestro. Ahí leyó unos cuentos de su (entonces) nuevo libro: Ella y otras mujeres. A todos nos atrapó. Pero hubo uno cuento en particular que, cuando lo escuché, y luego cuando lo leí en la tranquilidad de mi casa, me siguió gustando. Estoy convencido, y así lo he dicho siempre que puedo, que es un cuento perfecto. Tiene todo. (Desde luego, no todos los cuentos están del mismo calibre, pero, en serio, no hay ninguno malo.) Bueno, ahora te comparto aquel cuento.
De nada.
ELLA
Tomé su mano, la puse sobre mi corazón, dije, mi corazón es tuyo, después la coloqué sobre mi cabeza y dije, mis pensamientos son tuyos, moléculas de mi cuerpo están impregnadas con moléculas del tuyo.
Después puse su mano en mi verga, que estaba dura, y dije, esta verga es tuya.
Ella no dijo nada, me la chupó, después le chupé la panocha, se subió encima, cogimos, ella se quedó arrodillada, con la cara en la almohada, la penetré por atrás, cogimos.
Me quedé acostado y ella, de espaldas a mí, se sentó sobre mi pubis y metió mi verga en su panocha. Yo veía cómo entraba y salía mi verga, veía su culo rosado, que después lamí. Cogimos, cogimos y cogimos. Me vine como un animal agonizante.
Ella dijo, te amo, vamos a vivir juntos.
Le pregunté, ¿qué, no estamos muy bien así? Cada quien en su rincón, viéndonos para ir al cine, pasear por el Jardín Botánico, comer ensalada con salmón, leernos poesía uno al otro, ver películas, coger. Despertar todos los días, todos los días, todos los días juntos en la misma cama es mortal.
Ella respondió que Nietzsche dijo que la misma palabra amor significa dos cosas diferentes para el hombre y para la mujer.
Para la mujer, amor expresa renuncia, dádiva. En cambio, el hombre quiere poseer a la mujer, tomarla, a fin de enriquecerse y reforzar su poder de existir. Le respondí que Nietzsche era un loco.
Pero aquella conversación fue el principio del fin.
En la cama no se habla de filosofía.
Saludos cordiales,
Pepe David
PD (1): ¿Cómo va todo por allá? ¿Cómo está Nick? (Dale muchos besos de mi parte)
PD (2): Te dejo… creo que me están observando
27 de febrero de 2012
Aforismos Invisibles parte 1.
De la abuela:
“Si no eres decente por lo menos sé discreto”.
“Lo que no cupo en el infierno vino a caber en mi familia”.
“Si Dios te llega a alargar los días, no quisiera estar en tu lugar”.
"Todos los hombres son unos animales sin Dios, y tú no eres la excepción".
Sobre la vida:
La vida: caminar, crecer, tropezar y seguir tropezándose.
La vida es una mierda y encima nos morimos.
La vida no es más que un puñado de derrotas, una cantidad considerable de decepciones, otro tanto de deudas… y contadas excepciones de mujeres que te hacen feliz y desdichado.
Una de las pocas cosas por las que el hombre deberá estar orgulloso toda su vida... es no haber sido chambelán.
El futuro no es otra cosa que no tener absolutamente nada que hacer en el presente.
“La vida: naces, te metes en líos, y luego te mueres”.
La vida del hipopótamo macho es ejemplar: reposar el día entero en el fango y copular con varias hembras.
Sobre la Mujer:
Las mujeres, entre todas sus obligaciones, la principal es: hacer felices a los hombres.
Tres cosas unen a una mujer con un hombre: dinero, lujuria y un hogar compartido.
Una mujer que nace con el diablo dentro... con él se muere.
Usar lentes de contacto es tan molesto como dormir a diario con la misma mujer.
Si todas las mujeres fueran cariñosas y amables; no habría hombres borrachos.
El hombre es cazador y la mujer recolectora.
Si no lubrica, no te ama.
Sobre la bebida:
Se bebe por una mujer, por los hijos, por los amigos que nunca existieron, por los días nublados.
Beber no es un placer, no es un acto reflejo, no es una enfermedad. Es una necesidad.
“Se bebe por educación”.
Se bebe para destruirnos, antes que los otros lo hagan.
Se bebe por ocio, por angustia, por rencor, por desprecio, por traición. Por placer.
Se bebe para olvidar que se bebe.
Se bebe como se muere: solo.
Sobre el borracho:
Un cuerpo borracho es un cuerpo en paz.
Borracho que ladra no muerde.
Hoy ya salió para beber, para comer ya dios dirá.
¿Quieres dejar de tener amigos? Deja de beber.
Amanecer borracho te da el valor de enfrentarte a los embates de la vida, a calmar la ansiedad de los días tristes e inciertos, y un regalo; escuchar el canto de los pájaros.
No es lo mismo “Todo para Bebés” que “Bebes para Todo”.
El mezcal debería llamarse Eterno Resplandor de una Mente sin Recuerdos.
Consejo contra la resaca: seguir bebiendo.
Lloro, grito, aúllo, cojo, engendro,
blasfemo, me endrogo, bebo... luego existo.
Sobre los vicios:
Los vicios son parte de la personalidad.
Hay drogas para trabajar sin necesidad de comer, falta una para comer sin trabajar, así te drogas, comes y no trabajas.
El rostro se convierte en espejo de nuestros vicios.
Es más fácil olvidar una mujer que olvidar un vicio.
Es más caro tener un hijo que tener un vicio.
Sobre todo y nada:
Las mentiras se hicieron para hacer menos desdichadas a las personas.
Entre abogados y meteorólogos no hay mucha diferencia; unos cobran por mentir, los otros por alarmar al mundo entero.
En cada uno de nosotros hay un cretino al acecho.
Odiarse significa todavía creer en sí mismo.
Un bebé inquieto desequilibra la vida de un adulto tranquilo.
Un Derecho Universal: La Holgazanería.
Los bares son más seguros que las canchas de futbol.
Sobre la nostalgia:
Ni aquellos días fueron tan increíbles, ni los de ahora son tan grises.
Querer recordar que pasó la noche anterior, es una mala forma de perder el tiempo.
Los buenos recuerdos abundan; los sinsabores se multiplican.
Sobre los propósitos:
Los propósitos de año nuevo se inventaron para no cumplirse.
Hasta hoy, he cumplido varios propósitos, no trabajar, por ejemplo.
Dejar de beber, hacer ejercicio, ponerse a dieta, buscar un mejor empleo, viajar al otro lado del mundo; es perder el tiempo en tiempos apocalípticos.
twitter: @chavamunguias
16 de enero de 2012
Carta a mi abuela:
8 de diciembre de 2011
Una noche cualquiera
por: chava munguía
El trabajo siempre es sinónimo de infortunios y tribulaciones. Mi semana laboral había sido dura, pesada, excesiva, fuera de casa. Varios días en pueblos polvorosos y de forajidos lo confirmaban. Anduve en lugares que a Don Vasco se le olvidó pasar: Nueva Italia, Arteaga, Infiernillo. La noche del sábado creí que el destino tomaría un mejor camino. No fue así. Cuando cayó el tercer gol del Santos, confirmé que la vida era ingrata, muchas veces injusta y siempre miserable.
La derrota del Morelia presagiaba otra noche amarga y dolorosa. No creo en los milagros y la esperanza es una palabra vacía. Como no tenía intenciones de seguir flagelándome, apagué el televisor sin importar el reclamo de mis invitados. Éstos se retiraron con caras largas y mal humoradas. Mi madre me pidió que la llevara a su casa. Le pedí que antes brindáramos por los derrotados, por los perdedores, por Leonard Cohen que era lo único que sonaba tan bien a esas horas. Sin embargo, ni el whisky, ni Cohen, ni la compañía de mi madre logró mitigar la tristeza, la apatía, mi cansancio.
El reloj marcaba las 2:30 de la madrugada cuando mi madre me pidió por segunda ocasión que la llevara a su casa. Se me hizo una insensatez el favorcito de mi madre, pero no dije nada. Nos deslizamos en el chevy guinda 2005 por avenidas y calles. Cruzamos vías de tren, esquivamos topes y pozos. Llegamos y nos despedimos cariñosamente. De regreso, un poderoso sueño se apoderó de todo mí ser. Suelo dormir poco y mal. De día padezco narcolepsia y de noche insomnio… aunque no siempre. Esa noche, un sueño arrollador hacía que se me cerraran los parpados, no había obstáculo que lo superara. Ni siquiera el volante. Parpadeé en el primer semáforo. En el segundo. En el tercero, unos desalmados me despertaron con un claxon escandaloso. Bajé las ventanas para mentarles la madre y para tratar de alejar la somnolencia. Mastiqué un chicle de hierbabuena. Respiré hondo. Canté en voz alta. Nada. Manejaba dormido. Hablaba con espíritus de otros mundos. Quise descansar unos minutos en una calle cualquiera. Un taxi con tres tipos se estacionaron muy cerca de mí. No me dieron buena espina. Si en el día somos fingimiento, por las noches somos los monstruos que siempre hemos sido. En la noche es más fácil reconocer un cazador que una presa. No hay que ser perito para saber que yo era la presa. Encendí el chevy guinda 2005 y avancé. Lo mismo hicieron ellos. Pisé el acelerador. Lo mismo hicieron. Di vuelta a la izquierda, después a la derecha, vire por aquí, me desvié por allá. Lo mismos hicieron ellos. ¡Malditos, me habían quitado el sueño!... No había tiempo de hacer llamadas. La policía a esas horas duerme, los otros son espectadores del delito.
Aceleré hasta el fondo sin mucho éxito, venían olfateándome la nuca. Le metí la tercera, después la cuarta y por último la quinta, intenté repetir el procedimiento cuando un coche abandonado se interpuso en mi camino. El impacto fue devastador. No había a donde escapar. La liebre a merced de las aves de rapiña.
Mientras mi cabeza estaba incrustada en el parabrisas, lo único que recordé fueron los cachetes sonrojados de Nico, mi hijo. Enseguida los malandrines me bajaron del auto. Uno se puso al volante. Los otros vigilaban. El chevy estaba inservible y no pudieron llevárselo. Me subieron a su auto. Dentro, volví a entrar en penumbras. No soñé nada. Tuvieron la mala educación de volverme a despertar. Uno de ellos apuntaba mi cara ensangrentada con una pistola del tamaño de la mano de un enano. Les di mi cartera, el reloj y mi celular. Me gritaron, me insultaron, me amenazaron. Me reí de ellos. Recibí una cachetada de una mano sudada y cobarde. No sentí miedo, no sentía nada. Me bajaron. Caminé sin dirección alguna. Una patrulla se acercó para “cerciorarse” si todo iba bien. “Todo bien” -dije. “Y esa sangre”, “me caí en una coladera”, contesté y seguí mi camino. En la plaza Carrillo tomé un taxi. Le pedí al chofer me llevara al lugar del accidente. El chevy estaba desecho por fuera, saqueado por dentro. Algo me perturbaba, ¿dónde carajos estaba la maleta de Nico?, ¿qué harían unos asaltantes de pacotilla con pañales, biberones, baberos, sonajas, chupones?, ¿con qué derecho se llevaban la carreola con la que mi hijo sale a pasear a los centros comerciales? ¿Qué sentimientos gobiernan las cabezas de estos hombres? ... Me sentía totalmente destruido y vulnerable…
Eran las 4 de la mañana. Antes de ir al hospital fui a casa a pedirle una disculpa a Nicolás por no haber sido capaz de rescatar sus cosas. Hizo pucheros cuando lo desperté y la vida volvió a cobrar sentido y dirección. Después me fui al hospital civil. Llegué al área de urgencias y me sentí ridículo. Caminé entre balaceados, acuchillados, zombis, tuertos, cojos, moribundos. A mí solo me dolía un poco la cabeza y el cuello. Tenía vidrios diminutos enterrados en la frente que no me molestaban pero que tampoco eran estéticos. En realidad, lo que me importaba era el reporte médico, no tenía ganas de trabajar la semana entrante y necesitaba una justificación.
Dos jóvenes enfermeras me limpiaron la frente, extrajeron con mucho cuidado los vidrios enterrados, después me tomaron la temperatura y por último revisaron los niveles de glucosa. Para entonces, unos hilitos muy delgados de sol comenzaban a salir. Ante la falta de espacios, me sentaron en una camilla con una señora vieja que no dejaba de quejarse. Me pregunté por qué no había acudido a un hospital particular. Despejé mis dudas: preocuparse demasiado por la salud personal es vanidad absurda.
Una enfermera morena y de malos modales me pidió que me bajara el pantalón. Me negué rotundamente. “No le estoy preguntando, bájeselo o se lo bajo”. Una aguja se introdujo en lo más recóndito de mi nalga derecha. Fue como si me hubieran inyectado una ponzoña venenosa. Lo acepto, soy un cobarde y las inyecciones me producen escalofríos. Enseguida me mandaron hacer radiografías en cuello y espalda. “Tiene usted una rectificación en columna y un esguince en el pescuezo”, dijo el doctor como si se refiriera al averío de un vehículo viejo. “Le vamos a poner este collarín rígido”. Me faltarían palabras para describir el dolor que sentí al tener ese artefacto conectado al cuello. Estuve en “observación” el resto del día. El dolor no cesaba y los mareos eran insoportables. Por la noche del día domingo fui dado de alta. Me sentía aun mareado y torpe. Maldije a los asaltantes y a las madres que los parieron. Maldije al equipo Morelia. Maldije el instituto donde trabajo. Maldije al cielo.
Llevo cuatro días en “reposo absoluto”. Soy una molestia para todos. Un cuerpo inútil y bueno para nada con un collarín en el pescuezo que me impide voltear a ver mujeres hermosas. Lamento no poder cargar a Nico… La pregunta es: ¿hasta cuándo?, los charlatanes o los doctores –es lo mismo- dicen que por lo menos un mes…carajo, odio este puto collarín.
24 de octubre de 2011
Puga
-¿Cómo te llamas?
-Puga.
-¿Puja?
-Puga, con “ge” –contesta la muy perra, orgullosa.
-Deberías llamarte Deyanira, Casandra, Alexandra, Daena, Kimberly…Puga no es el nombre para ninguna puta. Puga suena a nombre de algún taller de refacciones.
-Deja de hacerme perder el tiempo, ¿qué quieres?
-Nada, platicar con alguien.
-Véte a un café, aquí se viene a coger.
-Te voy a pagar, da lo mismo.
Puga respira hondo. Se asila el pelo hacia atrás con ambas manos. Busca y luego saca un cigarrillo blanco de una billetera dorada colgada de uno de sus hombros. Da tres caladas, rápidas.
-¿A qué te dedicas? –pregunta Puga.
-A matar gente –contesta el otro.
-Jaja…. sí como no… con esa no pinta no matas ni una mosca –dice divertida la tal Puga.
-No necesito que me creas.
Puga no para de fumar. El humo se estrella contra la cara del sicario.
-Pareces banquero…. mejor dicho, cajero de banco –dice Puga.
-Jaja….vaya, vaya... Que te parece si nos vamos de esta pocilga. ¿Cuánto cobras por irte conmigo?
-Tendrás que arreglarte con ese panzón que está sentado ahí –Puga apunta a un tipo bofo con aspecto de abandono, de profundas y negrísimas ojeras y semblante cansado.
La suma queda en mil doscientos. El hombre le advierte dos cosas:
-El pago equivale a una hora. Si hay otro cabrón, habrá que pagar más -dice sin siquiera voltear a ver la cara de su cliente-. El hombre gordo está por decir algo, duda, tartamudea y finalmente agrega: nada de mordeduras o cosas raras.
Equis se queda pensando en lo de “cosas raras”.
-Entendido –contesta, y se retira.
Toma del brazo a Puga y se largan de ahí.
El motel se llama El Eclipse. Se les asigna la habitación 6. Puga echa un vistazo y corre con prisa al baño. Al salir, equis le pide a Puga que se quite la ropa. Ella obedece. Puga posee una belleza sencilla. Tiene la tez blanca; los pechos flácidos, grandes, salpicados de pequeñas pecas. El vientre lo tiene marcado por sensibles estrías, que con un poco de imaginación se puede apreciar la imagen de un continente, de un país. Tiene depilado por completo el sexo. Lleva las uñas de los pies pintadas de verde limón, parecen luciérnagas asustadas. Equis ni siquiera merece ser descrito. Solo diremos que es un tipo gris. Es de esas personas que te encuentras a diario y al día siguiente lo vuelves a ver y nadie lo recuerda.
-Ahora vístete de nuevo. –Puga hace cara de sorpresa. Intenta decir algo, pero se detiene. Recoge las bragas del suelo y se las pone. Lo mismo hace con el sostén. Se sienta en la cama, a un costado de él. No se dicen nada. Permanecen largo tiempo en silencio. Puga busca la billetera dorada, saca un cigarrillo y se lo lleva a la boca.
-No fumes, por favor, me molesta el humo.
Puga no hace ningún gesto. Se deja el cigarrillo en la boca y guarda el encendedor en la billetera.
-Sabes que se siente matar a alguien –pregunta equis.
-No –contesta con voz suave Puga.
Hay un largo silencio. Afuera, en la calle, se escucha el murmullo de los autos.
-¿Me vas hacer algo? –pregunta Puga carente de emoción.
-¿A qué te refieres con algo?
-¿Me vas a matar? –pregunta Puga, sin miedo.
-Sí, pero hoy no, quizá mañana.
-No has cambiado nada, eres el mismo pero con lentes y con menos cabellos.
-Y tú luces más hermosa que hace diez años.
Puga suelta un largo suspiro. Él continúa:
-Diez años buscándote.
Otro silencio. En la habitación continua se escuchaban tímidas risas. Risas preliminares al jadeo, al choque de carnes, al escándalo de la humedad.
Puga se tira en la cama, boca arriba. No piensa en nada. Estira el brazo y busca a tientas tocar alguna extremidad de equis. Logra entrelazar los dedos de ella junto a los de él. Equis le mece los cabellos tiernamente de arriba hacia abajo y viceversa, hace pequeños círculos, todo muy despacio.
-¿Quieres que te la chupe? –pregunta Puga.
-Sí, pero hoy no, quizá mañana.