Las bandejas de entrada de nuestros correos electrónicos están llenos de basura virtual; cadenas con temas lastimeros, religiosos y políticos; ofertas que a nadie interesan; mala pornografía, etc. Pocos son los e-mails que valen la pena. La inmediatez de las redes sociales nos han (mal) acostumbrado a mandar y recibir mensajes cortos. Son escasas las personas que se detienen a reflexionar sobre qué escribir, mandar o compartir. En lo personal, mantengo “contacto” a través de este medio con muy pocas personas, son amigos y familiares que principalmente viven en algún otro lugar del que yo habito. Hoy por la tarde, por ejemplo, he recibido un mensaje de un amigo periodista, Pepe David, un tipo que parece tener el don de escribir buenos e-mails, de esos e-mail que ponen de buen humor a la gente. Quisiera compartirles parte del mensaje que he recibido esta tarde. Que por cierto, refleja un poco (o mucho) la amistad que une a los amigos: el placer por la bebida, los gustos musicales y literarios, y sobre todo, la devoción, el afecto y la inspiración que producen las mujeres. Aquí el extracto del e-mail.
No sé si recuerdes que en mi pasada visita a Morelia me compré algunos libros. (En realidad, no tendrías porqué recordarlo) En fin, a lo que voy es que uno de ellos era del maestro --por favor, ponte de pie-- Rubem Fonseca. Yo llegué a su literatura hará unos diez años, quizá un poco más. Y desde entonces no lo suelto.
Te platico esto porque en 2007, durante la Feria del libro de Guadalajara, entré a una lectura pública que hizo el maestro. Ahí leyó unos cuentos de su (entonces) nuevo libro: Ella y otras mujeres. A todos nos atrapó. Pero hubo uno cuento en particular que, cuando lo escuché, y luego cuando lo leí en la tranquilidad de mi casa, me siguió gustando. Estoy convencido, y así lo he dicho siempre que puedo, que es un cuento perfecto. Tiene todo. (Desde luego, no todos los cuentos están del mismo calibre, pero, en serio, no hay ninguno malo.) Bueno, ahora te comparto aquel cuento.
De nada.
ELLA
Tomé su mano, la puse sobre mi corazón, dije, mi corazón es tuyo, después la coloqué sobre mi cabeza y dije, mis pensamientos son tuyos, moléculas de mi cuerpo están impregnadas con moléculas del tuyo.
Después puse su mano en mi verga, que estaba dura, y dije, esta verga es tuya.
Ella no dijo nada, me la chupó, después le chupé la panocha, se subió encima, cogimos, ella se quedó arrodillada, con la cara en la almohada, la penetré por atrás, cogimos.
Me quedé acostado y ella, de espaldas a mí, se sentó sobre mi pubis y metió mi verga en su panocha. Yo veía cómo entraba y salía mi verga, veía su culo rosado, que después lamí. Cogimos, cogimos y cogimos. Me vine como un animal agonizante.
Ella dijo, te amo, vamos a vivir juntos.
Le pregunté, ¿qué, no estamos muy bien así? Cada quien en su rincón, viéndonos para ir al cine, pasear por el Jardín Botánico, comer ensalada con salmón, leernos poesía uno al otro, ver películas, coger. Despertar todos los días, todos los días, todos los días juntos en la misma cama es mortal.
Ella respondió que Nietzsche dijo que la misma palabra amor significa dos cosas diferentes para el hombre y para la mujer.
Para la mujer, amor expresa renuncia, dádiva. En cambio, el hombre quiere poseer a la mujer, tomarla, a fin de enriquecerse y reforzar su poder de existir. Le respondí que Nietzsche era un loco.
Pero aquella conversación fue el principio del fin.
En la cama no se habla de filosofía.
Saludos cordiales,
Pepe David
PD (1): ¿Cómo va todo por allá? ¿Cómo está Nick? (Dale muchos besos de mi parte)
PD (2): Te dejo… creo que me están observando
2 comentarios:
Muy buena esa historia la de "Ella".
Habrá que procurarse el libro.
Me hace falta el botón de "me gusta" Shavi :P!!
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