19 de julio de 2009

John Mayall, como los vinos



Por: Francisco Valenzuela

Los viejos lobos saben cómo devorar a sus presas. Las conocen a fondo, olfatean sus pasos, las miran a la distancia, se acercan sin ser vistas y de pronto, sin más avisos, las hacen suyas.
Incluso pasa con los viejos lobos del blues.

John Mayal, que para este verano ya cuenta con 76 primaveras, llegó a Santiago de Compostela con esa piel que confunde a los inocentes corderos. No es una estrella mediática, es más bien un tipo de culto, una leyenda viviente para los que verdaderamente conocen del género. Tal vez por ello se le vio, como si tal cosa, a la entrada del multiforo Fontes do Sar vendiendo sus discos, estampando la firma y en la pose para la foto del recuerdo. Actitud que jamás esperaríamos, por ejemplo, de un Eric Clapton, su contemporáneo y compañero de los primeros viajes, él sí perteneciente al actual star sistem.

A la cita se han reunido unos mil espectadores en un aforo que da para mucho más, y que por estos días luce con agenda llena, lo mismo con una noche metalera eclipsada por Slipknot que un festival encabezado por Def con Dos.
La mayoría de quienes acuden al concierto rebasan los 30 años; por ahí se miran a las parejas con jeans, chamarras de mezclilla y algunos, pocos, con la greña larga. Los menos son jovencitos que seguro han sido empujados por algún pariente, alguien que les quiere invitar a las raíces, a esas épocas sesenteras en que la Gran Bretaña encabezaba la invasión de casi todo. Y es que de la primera banda del maestro Mayall, The Bluesbreakers, surgirían proyectos como Fleetwood Mac y Cream, además de que a la postre descubriría a Mick Taylor, futuro Rolling Stone. Toda esa carga histórica en un solo lugar y con el protagonista encanecido, flaco y siempre sonriente.
Luego de un largo recital de la banda telonera, las luces se prenden, pero el maestro sigue vende que vende sus discos, sin inmutarse demasiado por el hecho de que ya le toque subir al escenario. Por fin alguien le avisa, así que se esfuma de su tiendita improvisada y las luces se apagan para recibirlo. Con los instrumentos dispuestos y bien calados, Mayall decide arribar en solitario, nada más con su armónica y su playera negra. Tres minutos de una improvisación contundente para entonces recibir a la banda que lo acompaña, casi de su edad, quienes tendrán tiempo de lucirse con guitarra, bajo, sintetizadores y batería.
Empieza entonces un breve recorrido por su larguísima leyenda discográfica, piezas tan azules como la iluminación del escenario, tan taciturnas como los adultos que no dejan de aplaudirle. La primera es sonar es You know that you love me, lo que marca el inicio de toda una noche dedicada casi por completo a las mujeres que hacen llorar a los hombres, y a las que los hacen gozar y a las que los hacen soñar.
Sus acompañantes no son cualquier cosa, ni mucho menos. El del teclado es carismático, elocuente; el baterista tiene la piel tan oscura como los callejones londinenses, mientras que en el bajo y la guitarra no hay nada qué reclamar, sino todo lo contrario. El conjunto muestra su lúdica armonía en Chicago line, para luego verse callejeros, vagos, con Oh, my life, cuyas líneas dicen todo por sí mismas: “…cuando lloro es por ti, nena, hago un blues para ti… cuando te amo, cariño, el mundo da vueltas…”
Y así pasan los minutos de relatos que rematan siempre con baby, honey o love, un catálogo de cartas abiertas, sinceras, de vena, con vísceras y mucho corazón. Poesía urbana acompañada por blues y algunos toques de rock and roll, booggie y tremendos solos en cada instrumento.
El viejo lobo no muestra ni un achaque; si acaso tiene apuntadas las letras por aquello de la memoria traicionera, pero, de ahí en fuera, explota toda su energía y no cesa ni con la guitarra, ni con la armónica ni con su propia voz convertida en instrumento adicional. Se despide con All your love y deja complacidos a los cientos de gallegos que se han dado cita en el moderno inmueble, donde por cierto las medidas se relajan y no objetan el consumo de tabaco y una que otra sustancia ilegal.

El blues y Jonh Mayall lo merecen.

Así huele Pamplona

Por: Salvador Munguía

Huele a vomito colectivo. Huele mal. Huele a vino derramado, a tufos de alcohol. Huele a orines. Huele a sudor rancio. Huele a adrenalina en cada calle, en todo rincon. Huele a miedo. Huele a sangre. Huele a toros bravos. Huele a muerte.

13 de julio de 2009

Lou Reed en Santiago



El peregrinaje de Lou Reed





Santiago de Compostela, España. 
Julio 13, año 2009 

Texto: Salvador Munguía
Foto: Gilberto Pizarro


Las 10 con 15 minutos marca el reloj. Arriba, en el escenario, un señor toma su guitarra, acomoda sus gafas, da unos guitarrazos como para aflojar los dedos, sacudirse la humedad, el frío que comienza a azotar en la magnífica catedral de Santiago. Es la leyenda, el mito, el atascado, el narrador de las historias más sórdidas de New York. Ahora es un hombre viejo, "retirado" de los peores vicios. Su nombre es Lou Reed y es considerado el padre del rock del submundo. Me gusta más el de poeta maldito.

Lou Reed está aquí, en Santiago de Compostela, para presentar la segunda fecha en tierras europeas y dar a conocer su gira titulada “The yellow pony and other stories” junto a Laurie Anderson, su pareja artística y sentimental. Enfrente hay un escenario sencillo, dos plasmas a los costados y luces tenues. Es el escenario perfecto porque estamos en una de las plazas más hermosas del mundo; la plaza principal de Obradoiro.

Las miradas dicen más que mil palabras, es lo que dicen. Laurie voltea a ver a Reed. Es una mirada compasiva, tierna. Pero ya sabemos que las mujeres no miran así a los hombres. En realidad, es una mirada de, "es mi noche, espero no la cagues, mi amor".  

La suavidad y delicada voz de Anderson estremece a todos, estremece hasta el rincón más húmedo de esta ciudad, incluso, estremece el corazón de los ingenuos peregrino que buscan los restos de Santiago, el apóstol. El concierto consiste en una interacción de recitales por parte de Anderson, mientras que Reed se encarga de poner un poco el desorden, sólo un poco, los acordes de Reed suenan cohibidos, bajos, pero, a veces, se le olvida que viene con su mujer y salen desquiciantes distorsiones de su guitarra, pero recordemos lo de las miradas, a Reed no le queda de otra, servir de fondo para que Anderson sea la mandamás de la noche. 

Pero los viejos lobos de mar no se pueden quedar con los brazos cruzados mientras una mujer recita cursilerías sin sentido. Es el turno de Lou Reed. Ha llegado el momento en que le valen madre las miradas de su mujer. Mientras ella rasga el violín y hace algunos coros, lo mismo que toca el teclado o los samplers, su esposo, Lou, se desquita recitando poemas malditos: “el maniaco depresivo se pone loco, la situación está fuera de control”, poemas de amor (en su mayoría): “a veces me siento feliz, a veces me siento triste, pero siempre me sacas de mis casillas…lo que hicimos ayer estuvo bien, y yo lo haría otra vez, siempre que sigan conmigo tus ojos azules color claro”. Reed pregunta en otra canción: “¿Para qué me dieron los recuerdos?, ¿Acaso Dios enamorado de alguien, traicionó?, ¿Y el amor sin Dios nos expulsó?- Son letras que versan en torno a la muerte, los sueños, la oscuridad y los cabrones de las calles de NY, de su NY, de putas, chulos, inmigrantes, perdedores, yunkies. Canciones que no dejan atrás una crítica mordaz e incisiva a la decadente vida norteamericana, american way of life. No podían faltar algunos clásicos (solo un par) como Who am I? –del álbum The Raven- y otra vez le canta al amor en Romeo and Juliette –del álbum New York-.


Hubo parte del público que se quedó con las ganas de escuchar los temas clásicos de una leyenda viviente como Lou Reed, pero dudo, al menos en esta gira, que eso pueda ocurrir, menos en un artista vanguardista que no tiene la necesidad de vivir del pasado, al contrario, vive en constante evolución.
Hubo algunos que no se contuvieron, “¡que toque Reed, que descanse Laurita!”, alguno más gritó: “¡rockanrooll, Reed!”. 

Podríamos resumir la noche de poco más de hora y media en: música experimental, poesía maldita y breves pero intensos guiños de rock. Una noche emotiva, intimista, nostálgica, y muy fría. 

….....

Dicen que antes de salir de gira, Laurie Anderson le advirtió a Lou Reed:

--Ni se te vaya a ocurrir tocar alguna de tus cancioncitas que tocabas con Nico y la otra bola de drogadictos. 

Dicen que Reed se llevó las manos a la cabeza, se rascó un poco, y trató de acordarse de las nalgas de Nico, no pudo, sólo pudo acordarse de su brillante cabellera. Eran tiempos muy intensos para Lou.  


Un tributo para el Maicol

11 de julio de 2009

Breve crónica . El viejo continente


Por: Salvador Munguía

Nuestro viaje sería así: ciudad de México- Londres- Madrid- Santigo de Compostela, donde nos reuniríamos con nuestro amigo Gilberto Pizarro. Y así sucedió, en parte, algunos problemas nos esperaban. El primer contacto con el viejo mundo fue Londres o mejor dicho, su aeropuerto, un aeropuerto de primer mundo: ordenado, limpio, súper moderno. Después de un par de horas en tierras londinenses, volé a Madrid. Había dicho que ordenado; rectifico porque no lo fue. Gracias al desorden y la desorganización, gracias a las personas encargadas de los equipajes, una noche terrible me aguardaba. El destino se torcía en nuestra contra.

Al llegar a Madrid, mis maletas y las maletas de mi compañero y amigo Valenzuela, se quedaron en Londres, lamentablemente dentro del equipaje extraviado habíamos guardado la libreta, en la cual habíamos apuntado teléfonos y direcciones para cualquier emergencia. Ni las mentadas, ni la espera de nuestras maletas hasta la media noche en el aeropuerto Barajas de Madrid, sirvieron de mucho, más bien de nada. Desconsolados, hambrientos, sedientos, cansados, mugrosos y encabronados nos recibió Madrid. Era una noche increíblemente calurosa. Debido las horas de vuelo, y todo lo anteriormente narrado, dudaba si estaba en Madrid o una mala broma del tiempo nos había trasladado a Apatzingán, de verdad, era intoleranre aquel calor.

Nos trasladamos en el metro sin rumbo fijo, sin dirección alguna, al terminar el trayecto, un guardia se acercó para decirnos que ahí debíamos bajar, no había más camino que seguir. Emergimos del subterráneo y llegamos a una de sus principales avenidas, algo nos preocupaba: comer, beber y dormir. No estoy seguro cuanto caminamos, lo hacíamos como una especie de zombies, ya no estaba seguro si la persona que venía a mi lado se trataba de Francisco, mi amigo. Cuando hablaba no le reconocía la voz, su rostro comenzaba a derretirse, su figura se desvanecía, una paranoia empezaba a apoderarse de mí. Por fortuna, un lindo, fresco y limpio jardín se atravesó a nuestro paso. Dormitamos algunos minutos, un policía de acercó para preguntarnos si nos encontrábamos bien, “perfecto, señor oficial”, respondió mi estimado amigo. Continuamos nuestra marcha, una vez más, sin rumbo que seguir. Con letras naranjas (¿o moradas?) el primer hostal lo encontramos justo enfrente de nuestras narices, Orlin, creo se llamaba. Al preguntar sobre cual era la mejor opción (dentro del edificio había mas de 7 hostales) un tipo alto, güero, fornido, con un acento español extraño, (sabrá Dios si era rumano o ruso, checo o serbio), nos abordó argumentando que El Olrlin era la mejor opción: “cuanto ofrecen por el cuarto”, “que pregunta tan estúpida” pensé, contesté, “ 10 euros”, el dijo, “hoy me agarras de buenas, 100 y unas chicas que les den la bienvenida”, 35, volví a retarlo, “vale tío, 35, pero sin chicas, díganle a Jenny que van de parte de Matías y listo”. Una boliviana nos recibió en el mostrador, la tal Jenny. Su rostro era gris, tal vez no tenía rostro, solo un romántico acento para darnos algunas instrucciones. Jamás nos imaginamos que la pocilga donde nuestros cansado cuerpos pasarían su primea noche en Madrid, se situara en la zona “roja” (cerca de la Gran Vía) un lugar de putas y chulos. Tomamos una ducha y salimos en busca de una bebida refrescante. Afuera del hostal estaba rodeado por mujeres en busca de euros, camine 5 pasos y una chica rubia, de baja de estatura, bubis grandes, apretadas, de nalgas dignas de una piruja de primer mundo, se acercó a susurrarme cerca del oído, “ven papi, acércate, no muerdo, ¿quieres follar tío?”, “quiero dormir y comer algo”, respondí.

A la mañana siguiente, a través del Internet, pudimos contactar a un viejo amigo y conocido moreliano, Francisco Negrete, (actualmente estudia en la universidad Complétense) gracias a él, los tres días que pasamos fueron mucho más reconfortantes. En primera, nos ofreció su departamento (o piso, dicen aquí), hizo el favor de auxiliarnos y de asilarnos mientras teníamos noticias de nuestras maletas, y gracias a Negrete, conocimos de manera breve, las principales calles, avenidas, plazas y sobre todo, sus principales bares. Probamos algunas tapas, comimos bocatas, bebimos cañas, vinos tintos, vinos de verano y sabe que cosas más. Discutimos de música, sobre letras, política, futbol, y el tema principal fue, de cómo se conoce una ciudad, mis queridos “Panchos” argumentaban que una ciudad se conoce por lo que anteriormente mencionaba (sus calles, restaurantes, museos, iglesias etc.) No estoy muy acuerdo con tales afirmaciones, creo que una ciudad se conoce en primer lugar, de noche (a mi el calor me produce temor, cansancio, tedio) y uno no necesita recorrer como peregrino toda una ciudad para descubrirla, basta tener el olfato y la intuición para ubicar un lugar digno, un lugar que reúna todo en uno solo, buen servicio, limpieza, precios moderados, música adecuada, y lo más importante, la visita de lindas señoritas. Una ciudad se conoce por su gente y por lo que sucede en sus callejones de noche. Cosa que no sucederá ni en la iglesia, ni en el museo, ni en un lindo centro comercial.

Al segundo día las maletas aparecieron y con ellas ropa limpia, por fin. El tiempo en Madrid (por ahora) se agotaba. Nuestro destino principal (por ahora) era Santiago de Compostela. Y así fue. Subimos en un tren Renfe y partimos hacía allá. 9 horas después, y para ser precisos, el viernes 3 de julio a las 8 de la mañana llegamos a Santiago de Compostela, una ciudad y municipio de España, situada en la provincia de La Coruña, un pueblo conocido porque se cree que aquí se le dio sepultura al apóstol Santiago el Mayor, ciudad declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO gracias a su carácter multicultural y por ser meta de una milenaria ruta de peregrinación: el Camino de Santiago.
Resulta obvio pensar que estoy en un lugar conservador y muy cristiano (el tercer lugar en importancia para el catolicismo, tras Jerusalén y Roma) sin embargo Santiago tiene su encanto, es una ciudad hermosa, sus edificios, calles, plazas, iglesias son extraordinarias. Aquí la ciudad “vive” gracias a su Universidad, sin los estudiantes sería una ciudad muerta. Se respira cultura, seguridad y buena vibra. La gente es amable. El clima es magnifico. Diría que en lugar de ciudad, Santiago es un viejo pueblo hermoso. Aquí los domingos no se trabaja, así que no hay mucho que hacer. Las tiendas entre semana, en todo el pueblo, y sin excepción, se cierran de 3 a 6 para comer. Pero no todo es tan pueblerino, aquí la fiesta comienza pasada la media, dado que oscurece a las 10 de la noche, todo inicia tarde y termina temprano. Aun falta por recorrer y conocer, aunque quisiera creer que no mucho. Es una ciudad que la recorres de norte a sur caminando. Por lo que respecta al bajo mundo y al lugar ideal, estoy continuamente en busca del lugar indicado, en proceso de investigación.

…..

Encontrar a nuestro viejo amigo, fue todo un suceso. Lo encontramos al borde de la locura. Con la barba crecida, la ropa vieja y desgarrada, su mirada perdida, un olor fétido, su lenguaje confuso, una mezcla entre el español, el francés y el gallego. Después de unas horas de explicarles quienes éramos, por fin nos reconoció. Nos abrazó efusivamente, “creí que nunca vendrían”, dijo. Nos confesó que llevaba 3 meses sin hablar con algún ser humano. El casero le había contratado para cuidar sus corderos, cosechar legumbres, ordeñar vacas, abastecer agua del ojo de agua, etc. Como lo mencionaba antes, todo un suceso.


Este pendiente de esta y más crónicas, historias y noticias desde el viejo mundo.

6 de julio de 2009

La despedida



Por: Salvador Munguia

Cualquier despedida, por corta, larga o duradera que esta sea, por necesidad o placer, es dolorosa. Alguna vez leí, que una parte de ti, muere en el momento de decir adiós. La estación de autobús, el aeropuerto, la estación del tren, se convierten en un albergue de llanto, dolor, nostalgia, pero muchas veces también de esperanza e ilusión.