13 de julio de 2009

Lou Reed en Santiago



El peregrinaje de Lou Reed





Santiago de Compostela, España. 
Julio 13, año 2009 

Texto: Salvador Munguía
Foto: Gilberto Pizarro


Las 10 con 15 minutos marca el reloj. Arriba, en el escenario, un señor toma su guitarra, acomoda sus gafas, da unos guitarrazos como para aflojar los dedos, sacudirse la humedad, el frío que comienza a azotar en la magnífica catedral de Santiago. Es la leyenda, el mito, el atascado, el narrador de las historias más sórdidas de New York. Ahora es un hombre viejo, "retirado" de los peores vicios. Su nombre es Lou Reed y es considerado el padre del rock del submundo. Me gusta más el de poeta maldito.

Lou Reed está aquí, en Santiago de Compostela, para presentar la segunda fecha en tierras europeas y dar a conocer su gira titulada “The yellow pony and other stories” junto a Laurie Anderson, su pareja artística y sentimental. Enfrente hay un escenario sencillo, dos plasmas a los costados y luces tenues. Es el escenario perfecto porque estamos en una de las plazas más hermosas del mundo; la plaza principal de Obradoiro.

Las miradas dicen más que mil palabras, es lo que dicen. Laurie voltea a ver a Reed. Es una mirada compasiva, tierna. Pero ya sabemos que las mujeres no miran así a los hombres. En realidad, es una mirada de, "es mi noche, espero no la cagues, mi amor".  

La suavidad y delicada voz de Anderson estremece a todos, estremece hasta el rincón más húmedo de esta ciudad, incluso, estremece el corazón de los ingenuos peregrino que buscan los restos de Santiago, el apóstol. El concierto consiste en una interacción de recitales por parte de Anderson, mientras que Reed se encarga de poner un poco el desorden, sólo un poco, los acordes de Reed suenan cohibidos, bajos, pero, a veces, se le olvida que viene con su mujer y salen desquiciantes distorsiones de su guitarra, pero recordemos lo de las miradas, a Reed no le queda de otra, servir de fondo para que Anderson sea la mandamás de la noche. 

Pero los viejos lobos de mar no se pueden quedar con los brazos cruzados mientras una mujer recita cursilerías sin sentido. Es el turno de Lou Reed. Ha llegado el momento en que le valen madre las miradas de su mujer. Mientras ella rasga el violín y hace algunos coros, lo mismo que toca el teclado o los samplers, su esposo, Lou, se desquita recitando poemas malditos: “el maniaco depresivo se pone loco, la situación está fuera de control”, poemas de amor (en su mayoría): “a veces me siento feliz, a veces me siento triste, pero siempre me sacas de mis casillas…lo que hicimos ayer estuvo bien, y yo lo haría otra vez, siempre que sigan conmigo tus ojos azules color claro”. Reed pregunta en otra canción: “¿Para qué me dieron los recuerdos?, ¿Acaso Dios enamorado de alguien, traicionó?, ¿Y el amor sin Dios nos expulsó?- Son letras que versan en torno a la muerte, los sueños, la oscuridad y los cabrones de las calles de NY, de su NY, de putas, chulos, inmigrantes, perdedores, yunkies. Canciones que no dejan atrás una crítica mordaz e incisiva a la decadente vida norteamericana, american way of life. No podían faltar algunos clásicos (solo un par) como Who am I? –del álbum The Raven- y otra vez le canta al amor en Romeo and Juliette –del álbum New York-.


Hubo parte del público que se quedó con las ganas de escuchar los temas clásicos de una leyenda viviente como Lou Reed, pero dudo, al menos en esta gira, que eso pueda ocurrir, menos en un artista vanguardista que no tiene la necesidad de vivir del pasado, al contrario, vive en constante evolución.
Hubo algunos que no se contuvieron, “¡que toque Reed, que descanse Laurita!”, alguno más gritó: “¡rockanrooll, Reed!”. 

Podríamos resumir la noche de poco más de hora y media en: música experimental, poesía maldita y breves pero intensos guiños de rock. Una noche emotiva, intimista, nostálgica, y muy fría. 

….....

Dicen que antes de salir de gira, Laurie Anderson le advirtió a Lou Reed:

--Ni se te vaya a ocurrir tocar alguna de tus cancioncitas que tocabas con Nico y la otra bola de drogadictos. 

Dicen que Reed se llevó las manos a la cabeza, se rascó un poco, y trató de acordarse de las nalgas de Nico, no pudo, sólo pudo acordarse de su brillante cabellera. Eran tiempos muy intensos para Lou.  


Un tributo para el Maicol

11 de julio de 2009

Breve crónica . El viejo continente


Por: Salvador Munguía

Nuestro viaje sería así: ciudad de México- Londres- Madrid- Santigo de Compostela, donde nos reuniríamos con nuestro amigo Gilberto Pizarro. Y así sucedió, en parte, algunos problemas nos esperaban. El primer contacto con el viejo mundo fue Londres o mejor dicho, su aeropuerto, un aeropuerto de primer mundo: ordenado, limpio, súper moderno. Después de un par de horas en tierras londinenses, volé a Madrid. Había dicho que ordenado; rectifico porque no lo fue. Gracias al desorden y la desorganización, gracias a las personas encargadas de los equipajes, una noche terrible me aguardaba. El destino se torcía en nuestra contra.

Al llegar a Madrid, mis maletas y las maletas de mi compañero y amigo Valenzuela, se quedaron en Londres, lamentablemente dentro del equipaje extraviado habíamos guardado la libreta, en la cual habíamos apuntado teléfonos y direcciones para cualquier emergencia. Ni las mentadas, ni la espera de nuestras maletas hasta la media noche en el aeropuerto Barajas de Madrid, sirvieron de mucho, más bien de nada. Desconsolados, hambrientos, sedientos, cansados, mugrosos y encabronados nos recibió Madrid. Era una noche increíblemente calurosa. Debido las horas de vuelo, y todo lo anteriormente narrado, dudaba si estaba en Madrid o una mala broma del tiempo nos había trasladado a Apatzingán, de verdad, era intoleranre aquel calor.

Nos trasladamos en el metro sin rumbo fijo, sin dirección alguna, al terminar el trayecto, un guardia se acercó para decirnos que ahí debíamos bajar, no había más camino que seguir. Emergimos del subterráneo y llegamos a una de sus principales avenidas, algo nos preocupaba: comer, beber y dormir. No estoy seguro cuanto caminamos, lo hacíamos como una especie de zombies, ya no estaba seguro si la persona que venía a mi lado se trataba de Francisco, mi amigo. Cuando hablaba no le reconocía la voz, su rostro comenzaba a derretirse, su figura se desvanecía, una paranoia empezaba a apoderarse de mí. Por fortuna, un lindo, fresco y limpio jardín se atravesó a nuestro paso. Dormitamos algunos minutos, un policía de acercó para preguntarnos si nos encontrábamos bien, “perfecto, señor oficial”, respondió mi estimado amigo. Continuamos nuestra marcha, una vez más, sin rumbo que seguir. Con letras naranjas (¿o moradas?) el primer hostal lo encontramos justo enfrente de nuestras narices, Orlin, creo se llamaba. Al preguntar sobre cual era la mejor opción (dentro del edificio había mas de 7 hostales) un tipo alto, güero, fornido, con un acento español extraño, (sabrá Dios si era rumano o ruso, checo o serbio), nos abordó argumentando que El Olrlin era la mejor opción: “cuanto ofrecen por el cuarto”, “que pregunta tan estúpida” pensé, contesté, “ 10 euros”, el dijo, “hoy me agarras de buenas, 100 y unas chicas que les den la bienvenida”, 35, volví a retarlo, “vale tío, 35, pero sin chicas, díganle a Jenny que van de parte de Matías y listo”. Una boliviana nos recibió en el mostrador, la tal Jenny. Su rostro era gris, tal vez no tenía rostro, solo un romántico acento para darnos algunas instrucciones. Jamás nos imaginamos que la pocilga donde nuestros cansado cuerpos pasarían su primea noche en Madrid, se situara en la zona “roja” (cerca de la Gran Vía) un lugar de putas y chulos. Tomamos una ducha y salimos en busca de una bebida refrescante. Afuera del hostal estaba rodeado por mujeres en busca de euros, camine 5 pasos y una chica rubia, de baja de estatura, bubis grandes, apretadas, de nalgas dignas de una piruja de primer mundo, se acercó a susurrarme cerca del oído, “ven papi, acércate, no muerdo, ¿quieres follar tío?”, “quiero dormir y comer algo”, respondí.

A la mañana siguiente, a través del Internet, pudimos contactar a un viejo amigo y conocido moreliano, Francisco Negrete, (actualmente estudia en la universidad Complétense) gracias a él, los tres días que pasamos fueron mucho más reconfortantes. En primera, nos ofreció su departamento (o piso, dicen aquí), hizo el favor de auxiliarnos y de asilarnos mientras teníamos noticias de nuestras maletas, y gracias a Negrete, conocimos de manera breve, las principales calles, avenidas, plazas y sobre todo, sus principales bares. Probamos algunas tapas, comimos bocatas, bebimos cañas, vinos tintos, vinos de verano y sabe que cosas más. Discutimos de música, sobre letras, política, futbol, y el tema principal fue, de cómo se conoce una ciudad, mis queridos “Panchos” argumentaban que una ciudad se conoce por lo que anteriormente mencionaba (sus calles, restaurantes, museos, iglesias etc.) No estoy muy acuerdo con tales afirmaciones, creo que una ciudad se conoce en primer lugar, de noche (a mi el calor me produce temor, cansancio, tedio) y uno no necesita recorrer como peregrino toda una ciudad para descubrirla, basta tener el olfato y la intuición para ubicar un lugar digno, un lugar que reúna todo en uno solo, buen servicio, limpieza, precios moderados, música adecuada, y lo más importante, la visita de lindas señoritas. Una ciudad se conoce por su gente y por lo que sucede en sus callejones de noche. Cosa que no sucederá ni en la iglesia, ni en el museo, ni en un lindo centro comercial.

Al segundo día las maletas aparecieron y con ellas ropa limpia, por fin. El tiempo en Madrid (por ahora) se agotaba. Nuestro destino principal (por ahora) era Santiago de Compostela. Y así fue. Subimos en un tren Renfe y partimos hacía allá. 9 horas después, y para ser precisos, el viernes 3 de julio a las 8 de la mañana llegamos a Santiago de Compostela, una ciudad y municipio de España, situada en la provincia de La Coruña, un pueblo conocido porque se cree que aquí se le dio sepultura al apóstol Santiago el Mayor, ciudad declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO gracias a su carácter multicultural y por ser meta de una milenaria ruta de peregrinación: el Camino de Santiago.
Resulta obvio pensar que estoy en un lugar conservador y muy cristiano (el tercer lugar en importancia para el catolicismo, tras Jerusalén y Roma) sin embargo Santiago tiene su encanto, es una ciudad hermosa, sus edificios, calles, plazas, iglesias son extraordinarias. Aquí la ciudad “vive” gracias a su Universidad, sin los estudiantes sería una ciudad muerta. Se respira cultura, seguridad y buena vibra. La gente es amable. El clima es magnifico. Diría que en lugar de ciudad, Santiago es un viejo pueblo hermoso. Aquí los domingos no se trabaja, así que no hay mucho que hacer. Las tiendas entre semana, en todo el pueblo, y sin excepción, se cierran de 3 a 6 para comer. Pero no todo es tan pueblerino, aquí la fiesta comienza pasada la media, dado que oscurece a las 10 de la noche, todo inicia tarde y termina temprano. Aun falta por recorrer y conocer, aunque quisiera creer que no mucho. Es una ciudad que la recorres de norte a sur caminando. Por lo que respecta al bajo mundo y al lugar ideal, estoy continuamente en busca del lugar indicado, en proceso de investigación.

…..

Encontrar a nuestro viejo amigo, fue todo un suceso. Lo encontramos al borde de la locura. Con la barba crecida, la ropa vieja y desgarrada, su mirada perdida, un olor fétido, su lenguaje confuso, una mezcla entre el español, el francés y el gallego. Después de unas horas de explicarles quienes éramos, por fin nos reconoció. Nos abrazó efusivamente, “creí que nunca vendrían”, dijo. Nos confesó que llevaba 3 meses sin hablar con algún ser humano. El casero le había contratado para cuidar sus corderos, cosechar legumbres, ordeñar vacas, abastecer agua del ojo de agua, etc. Como lo mencionaba antes, todo un suceso.


Este pendiente de esta y más crónicas, historias y noticias desde el viejo mundo.

6 de julio de 2009

La despedida



Por: Salvador Munguia

Cualquier despedida, por corta, larga o duradera que esta sea, por necesidad o placer, es dolorosa. Alguna vez leí, que una parte de ti, muere en el momento de decir adiós. La estación de autobús, el aeropuerto, la estación del tren, se convierten en un albergue de llanto, dolor, nostalgia, pero muchas veces también de esperanza e ilusión.

24 de junio de 2009

La radio




Por: Salvador Munguía

Recuerdo el olor a madera vieja. Un largo micrófono que atravesaba toda la cabina. La complicidad de una espalda desnuda, desgarrada, de un cuadro de Rafael Flores. Recuerdo principalmente a mi padre por las mañanas de un sábado cualquiera, mejor dicho, de un sábado de “Clásicos del Rock”. El mismo ritual de siempre: mientras le daba la vuelta la los huevos estrellados, le daba la vuelta a esos grandes discos de acetato, al lado A o B de cualquier disco de los Stones, de los Who o de cualquier otro. Mientras preparaba el jugo, preguntaba abiertamente con cuál canción empezar, con cuál seguir y con cuál finalizar, cuando nos sentábamos por fin a desayunar, el programa estaba armado en la cabeza de mi padre, el menú era el de siempre un par de huevos estrellados encima de unos crudos hotcakes y obvio, mucho rockanroll. Pequeñas dosis B.B King, otro tanto de Zepellin, Chuck Berry o Muddy Waters y de postre algo de los Animals. Después soltaba otra pregunta: “¿quién me acompaña a la radio?” La respuesta a él le gustaba escucharla: “Yo”, otro “yo” se escuchaba de la voz de mi hermano. Aún no recuerdo el nombre de la rúbrica con la que iniciaba “Los Clásicos del Rock”, pero era espeluznante, una larga sesión de batacazos, sin remordimientos, ni concesiones, puro y absoluto rockanrol. Después venía la voz de mi padre, media mormada, pausada, a veces titubeante, pero siempre con un certero y sabio comentario. Era el único momento que mi hermano y yo nos quedábamos quietos, el resto de la hora, se nos iba luchando entre sus piernas, moviendo cables y micrófonos, bajándole a los apagadores, haciendo desmadre. Mi padre siempre paciente, solo nos observaba, cuando llegaba el final decía aquí estuvieron mis dos hijos: “chavitarock y arturock, ¿desean agregar algo? Mi hermano con lo mocos en la nariz, gritaba: “saludos a mi mamá y que viva el roock”. Cuando me tocaba el turno, un nudo en mi garganta me impedía escupir cualquier palabra. No recuerdo en que momento mi hermano dejó de venir, por lo que a mi respecta, no dejé de venir un sábado al lado de mi padre. Y como el mocoso de mi hermano no estaba para pelear, solo me quedaba una opción, sentarme pasivamente bajo su regazo, escuchar el sonido rasposo de las agujas que se encajaban con furia en el acetato de Hendrix, de Bowie, de Iggy Pop, o de cualquier otro, un sonido poco o nada fidedigno que se desprendía de una vieja bocina, y claro (no me quedaba de otra) prestar atención a las palabras de mi padre, de su boca se desprendía un leve tufo de cerveza o jerez, así como breves comentarios, resumidas anécdotas, no más de 3 saludos. No hablaba mucho, pero cuando lo hacía no podía ocultar su pasión por el rock y por la radio. “La radio, se hace entre canción y canción”, me decía. “La radio no es para merolicos ni para chistositos, ni mucho menos para andar perdiendo el tiempo en saludar a medio mundo”.
Con el tiempo fui adquiriendo valor y gallardía, no solo mandaba saludos a mi mamá o a mi abuelita, sino me atrevía a presentar a x o y canción, a leer alguna critica o a tener la libertad de escoger una banda y hablar de ella. Son patéticas aquellas grabaciones, mi voz era (y sigue siendo) peor que escuchar al gallo Claudio.
Por supuesto hubo un rompimiento generacional entre padre e hijo, yo estaba harto de escuchar los mismos clásicos de siempre, tuvimos discusiones acaloradas en este espacio, diferencias y enfrentamientos. Lo curioso del caso es que en el fondo, creo que mi padre se cansó también de escuchar a las vacas sagradas, a los mesías del rock. Así que, desde hace algunos años, y hasta la fecha, este espacio radiofónico se caracterizó por una programación (o un playlist como lo llaman ahora) en mezclar a las vacas sagradas, con grupos, solistas, movimientos, etc., que a lo largo de los años se mantuvieron (algunos ahí siguen) en el underground, en las alcantarillas, en el caño. Que por décadas han sido (y que bueno) ignorados por la radio y por los medios en general, pero que han influido y repercutido de manera determinante para que el rock siga vigente. Que equivocado estaba “el rey” Elvys al afirmar que el rockandroll no duraría más de 10 años, que se trataba de un género que pasaría de moda. Pero no, el rock and roll se convirtió no solo en un fenómeno musical, sino en una fuerza social, cultural y hasta económica con mayor trascendencia del siglo pasado y lo que va de éste.

14 años después, mi padre por asuntos personales, laborales, (que se yo) se despidió de este programa. Van 9 años que su servidor se ha hecho cargo de este espacio. 9 años de venir en las peores y mejores condiciones. 9 años de hacer amigos a través de la magia que es la radio. 9 años de extrañar al titular de este programa, mi padre. 9 años de frescura, originalidad, espontaneidad, pero sobre todo, sinceridad y muchísima pasión de estar tras estos micrófonos. 9 años de puro y absoluto rockanroll. Más de 20 años en la difusión de la cultura del rock. Toda una vida y una forma de vivir y pensar gracias al rockanroll.

Parodiaré a mi padre al terminar una emisión de los “Clásicos del Rock”, “que haya paz y que el rock este con ustedes, gracias”.
El fin de un ciclo de uno de los programas de culto más longevos de la radio en Morelia: “Los Clásicos del Rock”. Escúchalo este sábado 27 a las 12:30 pm a través del 1370 AM, Radio Nicolaita, o bien, por: http://radionicolaita.umich.mx/

15 de junio de 2009

Ramón Pantunflas




Algunos lectores me han preguntado quién es Ramón Pantunflas. Algunos otros han acusado a este blog (y a veces con razón) de ser un blog con tintes, chistes, anécdotas o personajes "localistas". No es mi intención tener que estar aclarando cada detalle. Más bien me da orgullo presentarles a mi querido y curioso compañero. Aquí una breve biografía.

Nació en Atécuaro, Michoacán, un 20 de julio de 2008. Es de una raza canina de origen alemán, también llamado teckel, dackel o perro salchicha. Su peculiar fisonomía se debe a una mutación genética conocida como bassetismo, que dota a los ejemplares de extremidades muy cortas en relación al tamaño del cuerpo. Su vida ha estado marcada por 3 momentos: 1. Una infancia feliz, placentera, cómoda, abundante, perrona. 2. El abandono por parte de su madre (humana), etapa que lo marcó por el resto de sus días, una etapa triste, oscura y lamentable. 3. Es un perro sobrio, estudioso, serio, formal y muy crítico. Busca la verdad, el conocimiento, la belleza y la existencia a través de la filosofía. Lee vorazmente a Theodore Adorno, Jean Paul Sartre, Foucault y no soporta a Sigmund Freud. Actualmente escribe un ensayo titulado Desórdenes de personalidad de un perro abandonado. Además, habla fluidamente alemán, español, inglés y japonés. Como cualquier mortal, tiene debilidad por las perras altas y de razas de pelea. Sigue buscando el porqué de dormir con una pantaleta roja en el hocico y tiene una fijacion con morder los dedos de los pies.

PD: Le encabróna que la gente u otros perros lo señalen o se refieran a él diciendo simplemente: "mira un salchicha".
Ahh, le caen mal los niños.