16 de abril de 2009

Stopmotion

14 de abril de 2009

Hace un Año

Por: Salvador Munguia

Hace un año mi salud era mejor que hoy, no tenia problemas con mis riñones, ahora me han detectado una que otra piedra. Voy regresando de la playa, y me doy cuenta que hace todavía un año, me parecía divertido agarrar mi mochila, una botella de whisky, mi casa para acampar, e ir en busca de una playa desértica, ahora me parece patético, una vil y mediocre forma de perder el tiempo. Hace un año, no me perdía un festival de rock, ahora mi cuerpo no soporta uno más, atreverme a ir a otro, sería un acto descabellado. Si bien es cierto que el tiempo cura heridas, también es cierto que cobra viejas facturas.


Hace más de un año, entre copas, mi amigo Gilberto Pizarro me planteó la posibilidad de abrir un blog, conociéndome la apatía e indiferencia que me caracteriza, él se encargó casi de todo, diseño, estilo, etc., pronto le mandé mis primeros textos, primero sobre música (la intención era subir programas pregrabados del programa de radio que sabatinamente conduzco en radio universidad), después lo que se nos diera la gana, no limitarnos únicamente con literatura, recomendaciones de cine, reseñas de música, crónicas de conciertos, inclusive realizar y subir algunos cortos (hasta la fecha solo uno), etc. Según Gil hoy cumple un año este blog, no lo sé, se me dificulta saber con certeza en que año vivo, los números y nombres del día. Pero confió en mi amigo. Y de ser cierto, agradecemos a nuestros colaboradores ocasionales que han venido a enriquecer este espacio virtual. Gracias a todos ellos. Pero de antemano, gracias a nuestros lectores, por sus comentarios, exigencias, reclamos y felicitaciones. No es presunción pero según el contador, hemos tenido más de 11550 visitas en un año, aproximadamente 31 visitas diarias. Gracias.


A propósito del tiempo (maldito tiempo, pinche tiempo)


“Nunca nos topamos con el tiempo, nos reparamos en su sustancia diversa, sus dimensiones, entrecruzamiento. Como nunca vemos el oro: sólo tarjetas de crédito, billetes, papeles, cifras. Nos dimos cuenta de que no lo vemos porque no sabemos que no lo queremos ver…” Guillermo Samperio


En un año prometí ser una mejor persona, ir a Europa, visitar a mi padre en los EU, renunciar a mi trabajo y mentarle la madre a mi jefe inmediato, leer 10 libros por mes, tener el hábito de escribir con regularidad, deshacerme de fotos que lo único que me producen es nostalgia y tristeza, tirar el celular a la basura, no llamar a deshoras a exmujeres, llevar a mi madre al mar, dormir antes de la media noche, no beber cerveza, beber menos días, comer cosas sanas, salir a correr 3 veces por semana, meter por lo menos un gol con mi equipo de futbol, ir a la cámara de diputados y gritarles “bola de rateros, culeros”, empezar a ahorrar, visualizar y programar un futuro, mantener una relación estable, creer en la monogamia, creer que la amistad no se ha extinguido (que está por ahí), rescatar una mascota de la calle, comprar una pistola, estudiar alguna maestría (buena para nada), ser mejor ciudadano, mejor hermano, mejor hijo, mantener vigente un blog con literatura chatarra.


Lo cierto es que ni soy mejor persona (tampoco la peor), sigo en Morelia, no he visto a mi padre, mantengo el mismo jodido empleo (obvio no le he mentado la madre a mi jefe), leo un libro al mes (con tanta dormitada), escribo cuando me da la gana, lloro con las fotos de siempre, llevé a mi madre a Pátzcuaro (pero no a la playa) importuno a examantes a altas horas de la madrugada, duermo después de las 3, bebo cerveza, bebo en exceso, intenté hacer ejercicio con mayor regularidad pero una rodilla se jodió, sigo en la banca (así será un pedo meter un gol, cuando menos), no he ahorrado ni un pepino, el futuro me deprime, mis relaciones son efímeras, sigo sin creer en la monogamia, la amistad se ha extinguido, soy peor ciudadano, odio a los perros y ahora resulta que soy alérgico al pelo del gato, no me habló con mis hermanos, soy un hijo indiferente, compré un revólver que dudo tener las agallas para un día usarla, fui a mentarle la madre a nuestros representantes de la cámara baja y no la pase nada bien en barandillas, en fin… sigo manteniendo y escribiendo en este maldito blog desde hace un año.

FELIZ CUMPLEAÑOS CANNIBAL TWIST



Por: Gilberto Pizarro

La órbita de la Tierra es elíptica: hay momentos en que se encuentra más cerca del Sol y otros en que está más lejos (eso ya lo sabía). Además, el eje de rotación del planeta está un poco inclinado respecto al plano de la órbita. Al cabo del año parece que el Sol sube y baja. El camino aparente del Sol se llama eclíptica, y pasa sobre el ecuador de la Tierra a principios de la primavera y del otoño, esto ocurre año tras
año..Esto mientras el tiempo siga su curso, te harás viejo, sonreirás y tus ojos presentaran arrugas, en tu frente se formaran pequeñas carreteras llenas de baches, algunas de esas líneas asemejarán estos textos, cada vez sentirás más necesidad de frotar tu zona lumbar para calmar el dolor que tantos juegos de squach te han causado (así lo diría Salvador M), tal vez solo así recuerdes el nombre de los órganos con los cuales cuentas, aquellos que repetías al aire en las clases de biología, mientras dejabas caer el lápiz para poder asomar la mirada entre las butacas, buscando la perspectiva correcta para alcanzar a ver los calzones rosas de tu compañera; lo extraño será que puedas recordar y quedarás sorprendido, no solo por la capacidad con la que cuenta tu cerebro para poder hacerlo, sino también de que ya ha pasado bastante tiempo desde que no has dejado de escribir una que otra pendejada, y bien aquí está la consecuencia del tiempo que ha pasado (tiempo pretérito compuesto).

FELIZ CUMPLEAÑOS CANNIBAL TWIST.


Se pretende festejar el cumpleaños número 1 de este blog. Si alguien tiene alguna sugerencia por favor deje su comentario, seguramente la solidaridad de muchos de ustedes por la peda y la pachanga, pondrá a trabajar a sus mentes inquietas.



8 de abril de 2009

Semana Santa

¿Habrá otra cosa que hacer en estos días?... donde el tedio, el aburrimiento, la aglomeración, nuestra situación económica por los suelos, la inseguridad, etc., nos rebasan...Comparto una reflexión del que fuera escritor, antropólogo y pensador francés, George Bataille:

"En efecto, a diferencia de las plantas y de los animales, nos envilece la obligación de cumplir a ciegas con un destino. Sólo nos resta embrutecernos, embrutecernos...¿Qué otra cosa podemos hacer, nosotros, los eternos bufones celestiales?" George Bataille, Del Desorden de Dios.

23 de marzo de 2009

Un día en la vida


Por: Salvador Munguía

Cuánta tristeza se respira en este bar. Me dirijo a la parte de arriba, hay una terraza por donde el aire refresca un poco la pesadez del ambiente. Intento ocupar otra mesa que no sea la misma en las que mis nalgas se han sentado los últimos 4 años. Le pido a Luzma me suba dos vodkas tonics. “¿Quieres que te acompañe?”, pregunta. “No, gracias”, le contesto. La otra semana, o ¿hace 3 días? le pedí que no se fuera. Que si me hacía el favor de sentarse a mi lado, que yo me encargaba del “Güero”, el dueño. No sé por qué quiere acompañarme, no recuerdo haber mantenido una amena charla, no hubo una caricia, no reímos, ni siquiera le di dinero, salvo la propina.

Conozco este lugar desde mis días como estudiante, y pocas veces he visto un guiño de alegría, una carcajada sonora. Afortunadamente aquí no importa si juega la selección, si es el clásico o 16 de septiembre. Aquí todos los días son iguales. Bendita monotonía. Pareciera que los días aquí no transcurren, de hecho desde que tengo memoria, el reloj viejo colgado atrás de la barra, marca la misma hora, 11:14.

De qué se ríen. Qué celebran. Si por algo vengo a esta pocilga es porque existen seres más amargados que yo. Hombres y mujeres que les pesa vivir, que cargan tristeza y melancolía en el lomo. Que gracias a cuchitriles como éste, beben y encuentran serenidad, paz y calma. ―Qué sería de la humanidad sin una cantina, sin un bar, sin una taberna, sin un congal, sin un putero. No quiero imaginarlo. Estaríamos llenos de locos y asesinos. De por sí―.

Es por eso que me molesta encontrarme con gente extraña, y sobre todo con gente escandalosa. Aunque nunca he cruzado más palabras que no sean “buenas tardes”, “salud”, “está ocupado”, “qué tal”, “hasta mañana”, de cierta forma nos conocemos todos los que habitualmente bebemos en esta cantina, o bar, o lo que sea. Ocupamos los mismos lugares de siempre. Aquel que está junto a la maceta de aralias, el de traje gris, es Don Isidro, sólo sé que fue director de la policía en los 80s. El recargado sobre la barra, de chamarra de pana café, es el profe Artemio, fue mi maestro de econometría en 6° semestre, un culero por cierto. El mugroso de mirada perdida, que está al costado de la rocola, es Víctor, “el mente en blanco”, lo apodan, un exburócrata del ayuntamiento, quedó loco después de encontrar a su mujer fornicando con su perro, un pastor alemán. “El Tacos” es el barman, aquel otro de la mesa del fondo, es el dueño, “el Güero”, siempre haciendo cuentas y contando dinero. Arriba como compañía tengo a dos sordomudos lacras y gandallas, el “Tun-tun” y el “Chaleco”, tantas señas y ruidos raros me molestan, pero me he acostumbrado a ellos. A los demás no los conozco por nombre, ni apodo, pero sí por su oficio: los mariachis, los payasitos, los fayuqueros, etc.

Maldita sea, han subido los “turistas”, los desvergonzados, ―los odio, qué se creen―. Tienen facha de estudiantes, son escandalosos, ruidosos, fachosos. Se la han pasado quejando de todo: del servicio, del baño, del piso, del olor. He escuchado al más fantoche, un pecoso de pelos acanelados burlarse de una de las meseras. Ganas me sobran de sacar el cuchillo que mi abuelo me regaló, un wüsthof alemán, cuchillo chuletero le llaman (por su hoja extra-afilada, ideal para cortar carne), lo traigo atado a mi tobillo izquierdo, en una funda de piel que mandé hacer. Lo he utilizado solo aquella noche, aquella funesta noche que Karina me mandó al carajo, aquella noche que me pidió olvidarla y dejarla en paz; la misma noche en que perdí la cabeza, que después de unos tragos, después de unas líneas, después de caminar algunas horas hasta llegar cerca del mercado Santo Niño, por ese callejón maloliente. Cuando a mi camino se acercó un vago, me pidió no recuerdo si 5 o 10 pesos, caminé más aprisa intentando evitar aquella molestia. El vagabundo insistió, me di media vuelta, me incliné un poco hasta mi tobillo izquierdo, con calma saqué el cuchillo que mi abuelo me regaló, empuñé con fuerza el mango, sin indecisión le encajé primero una, hasta retorcer sus cocidas tripas, después una y otra vez, cerca de 10 precisas puñaladas. Un hilito de sangre salía por la comisura de su boca, un olor agrio insoportable se desprendía de aquel cuerpo inerte. Fatigado caminé buscando donde pasar la noche. El hostal Allende fue la mejor opción. Dormí como hacia mucho tiempo no ocurría. Un descanso descomunal. Por dentro un alivio inigualable, una satisfacción única recorría mi espíritu.

Por qué no sé largan. Me extraña que “el Güero” no les haya pedido que se retiren. Está por cerrar, y normalmente deja a los clientes de siempre. El “show” ha empezado, si a eso se le llama “show”, es patético. Las meseras en lugar de portar sus mugrosos uniformes, lo cambian por unas prendas que exponen sus aguadas carnes. El bar ahora es más oscuro, al fondo solo una luz amarilla refleja los cuerpos lamentables de sus bailarinas, la canción no logra prender a las “estrellas” de la noche, se menean cansadas, afligidas, desdichadas. Los espectadores tampoco salimos del letargo, bebemos como si nada ocurriera, excepto los mugrosos esos que no dejan de gritar sandeces. Aquella de pelos esponjados y espalda rechoncha es Laura, que junto con Luzma, Lorena, Alejandra y Rosa, son meseras por el día, por la noche, una vez que las cortinas se bajan, amenizan esta pocilga. Lo de amenizar es una ironía, porque los ánimos no cambian, son los mismos, sombríos, lúgubres. Es el momento para Luzma, es la menos peor, la más joven. Baila sin ritmo, sin cadencia. De pronto, otra vez el maldito pecoso, el fantoche de los estudiantes ha vuelto con su desmadre, grita injurias, que le pasa al “Güero”, por qué no lo saca. Ha terminado el espectáculo decadente de Luzma, viene a decirme con voz indiferente, que el “pecoso” le metió la mano en el culo. Doy el último trago a mi vaso de vodka, revisó en los bolsillos de mi saco si aún quedan restos de coca, pero nada. Veo levantarse al pecoso de su lugar, lo sigo con la vista, va hacía el baño. De inmediato me paro, entro con discreción, el pecoso voltea a verme, con un movimiento de cabeza intenta saludarme. Vuelve ha darme la espalda, mientras continúa orinando. Discretamente cierro la puerta, hábilmente saco el cuchillo que mi abuelo me regaló, un wüsthof alemán, cuchillo chuletero le llaman, lo espero a que termine, me ve sorprendido, asustado, ha empezado a pronunciar palabras incoherentes. Me dirijo hacia él, camina de espaldas, alcanzo a escuchar: “qué quieres, dinero no tengo”. Contra la pared, acerto el primer y único cuchillazo en la pierna, cerca de la arteria femoral, una herida ahí es mortal, y más si haces palanca de arriba a abajo, se desangran en cuestión de minutos, chilla como puerco, grita y patalea, nadie lo escuchará.

Se ha tranquilizado, suda descomunalmente, respira con trabajo, su mirada lastimosa me suplica piedad y clemencia, ―a ver, intenta pararte e intenta agarrarle el culo a cualquiera de las chicas, sigue carcajeándote, quejándote del lugar, sigue bailando como energúmeno, que sumisos e indefensos somos cuando no está llevando la chingada―, todo eso pienso mientras lavo con agua tibia el cuchillo.

Salgo a pagar la cuenta. Con un beso en la frente me despido de Luzma. Le doy mis últimos 300 pesos que me sobran. Afuera ya es de madrugada, latigazos de frío se estampan en mi cara.