25 de mayo de 2012

Adiós Perla




Para Andrea en su cumpleaños 25


Habían quedado de coger aquel día. Sería una noche especial. Inolvidable. Perla había propuesto una noche con velas, vino tinto, aromatizantes, ropa interior nueva. Una maldita noche romántica. Para Javi era una noche triste. Quizá la última con Perla. La chica partía al día siguiente a estudiar a otra parte, lejos, muy lejos. Y según ella, no quería irse siendo “virgen”, ni Javi tampoco.

Le marcó por la mañana. La voz de Perla en persona era tan seductora como un violín. Por teléfono su voz era excitante y Javi vibraba cuando la escuchaba.
 
Javi, cómo amaneciste, cariño?
—Pensando en ti. Soñé contigo.
—Qué soñaste?
—Soñé que te desnudaba mientras íbamos camino al desierto. Te desnudaba en cada parada. Te quitaba la blusa en el primer semáforo. En la autopista me deshacía de tus pantalones. En la caseta de cobro te bajaba los calzones con la boca.
—Jaja… qué cosas dices, Javi, estás loco, me estás poniendo cachonda… y luego.
—Pues, conforme nos acercábamos al desierto, tú ya tenías ropa otra vez… Era un cuento de nunca acabar.
—Jajaja…. pues hoy tus sueños podrán hacerse realidad.
Hubo un breve silencio. Después Javi preguntó:
—Qué significará el sueño?
—Javi, no tengo mucho tiempo. Sólo quiero recordarte nuestra cita de hoy. No vayas a llegar tarde.Y por favor, no comas, preparé algo especial para ti… Ahh, no fumes marihuana, no te quiero lento y torpe.
Javi contestó desganado:
—No te preocupes, cariño. Nos vemos en la noche.
—Te espero a las siete. Recuerda que tenemos pocas horas. Me voy muy temprano y me faltan muchas cosas por empacar.
Un disparo de amargura atravesó el estomago vacío de Javi.—No me lo tienes que estar repitiendo. Nos vemos en la noche.
—Besos, corazón. Te veo en la noche.
—Nos vemos, Perlita.

Perla y Javi se conocieron el último semestre de la prepa. Javi le hacía chistes y le pedía los apuntes del día. Muchas veces la acompañaba hasta su casa. Un día, Javi le pidió que fuera su novia, como muchas cosas incomprensibles en la vida, Perla aceptó.

Perla era hermosa. Alta. De mejillas sonrosadas. Tenía las costillas pegadas a la piel. Los ojos verdes, llenos de vida. Y las nalguitas respingadas como su nariz. Era una chica lista con buenas notas en la escuela. En público era tímida y callada. Venía de un pueblo lejano y desértico. Aquí en la ciudad vivía con su tía. Era un encanto la muchacha.

Todo lo contrario a Javi. Un mozo poco agraciado. Tenía la piel morena. Los pelos tiesos, negros. Tenía los ojos miopes, negros, de capulín. Las pestañas de tejaban. También tenía las costillas pegadas a la piel. De una flacura que daba lástima. Nada que Javi tuviera que presumir, salvo que caía bien a las personas, tenía la sangre ligera. Era un holgazán. El vago se pasaba el tiempo en los billares Asturias, ese lugar apestoso a miados, infestado de viejitos y comerciantes. Jugaba bien a la carambola y al dominó. Poco parecía importarle a Javi la escuela. Sacaba notas mediocres. Las necesarias para no reprobar. La escuela no era lo suyo. Sus padres ya habían perdido las esperanzas. Le gustaba fumar marihuana y beber cerveza.

Visitaba a Perla en la casa de su tía con el pretexto de ponerse al corriente en la escuela. Perla con paciencia, le explicaba algunas cosas y le hacía tomar los apuntes importantes. Aprendía más de ella que cualquiera de sus profesores. Le gustaba escucharla. Tenía un timbre de voz angelical que provocaban en Javi erecciones que le impedían moverse o cambiar de posición. Con el tiempo y con permiso de la tía, Perla lo pasaba a un pequeño estudio al fondo de la casa, donde resolvían, mejor dicho, Perla resolvía, problemas de trigonometría, de química y física. Una martirio para Javi que se esforzaba en mantenerse interesado. No por mucho tiempo. Llegó el día que Perla se sintió muy acalorada. Tenía las mejillas coloradas. Le dio el síndrome de las piernas inquietas. Se mecía el cabello delante de Javi. Lo veía más de la cuenta. Se mojaba sus anchos labios con su lengua de lagartija. Javi, que sólo la cara de idiota tenía, supo de qué se trataba. Había que hacer algo. ¡Al carajo el estudio! Se lo dejaba en manos de la naturaleza que como todos sabemos, lo controla todo. Y dos personas se necesitan el uno del otro.

Mientras resolvían un problema matemático, Perla le preguntó que si le molestaba que le hiciera cosquillitas en la espalda. Javi respondió:
—No, no me molesta. Había estado esperando este momento toda mi vida–había respondido como un digno caballero-.
Y Perla comenzó a deslizar sus afilados y delgados dedos de arriba abajo. Javi tenía la piel chinita, desde los pies hasta lo pelos tiesos de la cabeza. Javi se paró y la rodeo por atrás. Tenía muy de cerca las  nalguitas respingadas que toda la escuela envidiaba. Le hizo cosquillas ahora él.  Sobre el cuello garboso. Sobre el vientre liso. Perla le detuvo las manos. Ella volvió a tomar la iniciativa. Perla tocaba aquí, tocaba allá. Lo hacía torpemente. Era novata, pero tenía intuición.  
—Lo hago mal, Javi?
—Podrías hacerlo mejor, Perla.
—Cómo? –preguntó con avidez.
—Bésate frente al espejo.
—Y ya?
—No, empieza lento y suave y después ensalívalo con la lengua.
—Y ya?
—No, tócate los pechos, las nalgas, la entrepierna, todo, siempre frente al espejo.
—Y ya? –insistía la muchacha.
—No, mañana, tendrás que hacerlo igual, es cuestión de práctica.

Semanas después, Perla le bajó el cierre del pantalón. Fue la primera vez que se vino enfrente de Perla. Lo hizo en su mano. No lo pudo evitar. Perla le manoseaba la verga con curiosidad y simpatía. Sus ojos verdes se concentraban poseídos en el bulto. Lo examinaba. Lo olfateaba de lejos. Lo palpaba. Lo apretaba. Lo acariciaba. Lo frotaba de arriba abajo. Lo arrullaba como los capitanes de barco balancean a sus tripulantes. Javi flotaba en una burbuja con dirección al cielo. Había fumado un porro del tamaño de un guarache de la plaza San Agustín. Aguardaba en su alma una paz y una serenidad celestial. De pronto, sintió como la burbuja se había elevado tanto que no tardaría en estallar. Fue cuando un cosquilleo en las orejas y un calor intenso se apoderaron sobre sus hundidas mejillas. Se paró del sillón y sujetó con fuerza a Perla. Ésta se dejó agarrar los pechos. Eran suaves como los duraznos en almíbar. Pero volvió a sentar a Javi y siguió frotándole la verga de arriba abajo. La burbuja explotó. Un chorro espumoso y blanquecino humectó la palma de la mano de Perla. Javi respiró hondo y no dijo nada. Ella también suspiró hondo y pausado. Esbozó una ligera sonrisa, como quién ha cumplido con el deber después de una larga batalla.

Atrás habían quedado los días que le dedicaban al estudio. Las tardes en el pequeño estudio se reducían al forcejeo, al jadeo, a ensalivadas, a manoseadas, a fajes escandalosos; etapas de la vida.

Hubo un día en que Javi la desvistió por completo. Bueno, casi. Perla nunca se dejó quitar las bragas. Eran unas bragas desgastadas, de circulitos negros. Perla se trepó encima de Javi. Javi quedó sorprendido por los movimientos de Perla. Se movía como si fuera una experta la cabrona. Sin quitarse nunca las bragas, le dijo Perla a Javi que sólo le metiera la puntita. No vengo preparado contestó éste.
—Si me metes la puntita no pasa nada. Además es la primera vez. No seas pendejo -le dijo.
Lejos de excitarlo, Javi se asustó. Recordó las palabras de su padre: sin globos no hay fiestas. En milésimas de segundo, imaginó un mundo al lado de Perla, panzona, con 3 hijos de él y regañándolo por llegar tarde y marihuano. No era posible que Perla, la chica más lista del salón, creyera ese tipo de babosadas… Pueblerina, al fin y al cabo.
Pero el cuerpo –desde Adán hasta nuestros días- es débil. Y como el perro que servilmente le tiende la patita a su amo, Javi le metió la puntita. Únicamente la puntita. Perla se alocó como nunca antes. Los poros de su nariz se ensancharon. Las mejillas se le pusieron coloradas. La mirada desorbitada. Los pezones duros y más negros. Se movía como una loca en una clase de gimnasia. Movía las caderas. Arqueaba la espalda. Tenía la mirada desorbitada. Estaba fuera de sí.
—Otra vez la puntita, Javi –dijo como el sediento que regresa después de una ida al desierto.
—Esa no es la puntita, Perla, es todo lo que hay.
—Te dije que solo la puntita, cabrón.
—Pues tú te la metiste completa.
—Pinche Javi. No mames. Ok, ahora sólo la puntita.
Perla se  volvió a trepar encima de Javi. Apoyó las dos manos sobre el pecho de Javi. Paró el culo, buscó la verga de Javi y con ella hizo a un costado las bragas desgastadas, de circulitos negros. Se aseguró que sólo fuera la puntita y volvió a moverse, primero lento, después más rápido.
Perla lanzó un gruñido salvaje. Enseguida a Javi se le nubló la vista, le dio la miopía o sabe qué cosas pero se le nubló. A su mente le llegaban ráfagas de mujeres desnudas aventándole pintura blanca. Más blanca que la leche de vaca. Era una pintura espesa, chiclosa, que lo envolvía y que le impedían moverse. De pronto, se volvió a sentir que flotaba en una burbuja, pero la burbuja iba rápido, sin rumbo fijo. Y volvió el cosquilleo en las orejas y un calor intenso se volvió a apoderar de sus mejillas y se retiró. Aventó las entrañas por allá con violencia delicada. Aventó un líquido blanquecino que embaraza mujeres. Aventó un líquido igual de espeso y chicloso que la pintura que segundos antes le habían venido a su mente. Aventó su descendencia.

Sintió un alivio jubiloso.

Perla seguía jadeando. Fue recuperando la calma, poco a poco. Silenciosa en el pequeño estudio se quedó escuchando los latidos de su propio corazón. Después comenzó a llorar.
—Por qué lloras?
—Nunca me has dicho que me quieres.
—Tú tampoco, Perla, pero te quiero –cosa que en el fondo era verdad-.
 —En serio?
—Sí, en serio.
—Yo también, Javi.
Comenzó a vestirse quitada de la pena, como si fueran marido y mujer.
—Me gustan tus calzones, Perla.
Perla no dijo nada. Sólo le cerró un ojo, una última lágrima se deslizó por su mejilla. A Javi hizo que el corazón se le fuera hasta los tobillos.
Prendió un porro. Un olor dulce a yerba quemada envolvió el estudio. Perla volteó a verlo con tirria. Javi dio tres, cuatro, cinco, seis caladas y lo apagó de inmediato. Ahora Javi escuchaba los latidos de su corazón. Latía con armonía. 
Perla rompió el hielo y dijo:
—Ves, sigo siendo virgen, Javi. Cuando una pierde la virginidad sangra las cobijas.
—No siempre, Perla, y no había cobijas.
—Que ingenuo eres, Javi. De haberlo hecho bien, hubiera sangrado.
—Si así lo quieres pensar –le contestó sin ánimos de ofender- sigues siendo virgen, Perla.
—Es que cuando una deja de ser virgen, sangra, Javi, entiende –lo dijo mientras terminaba de ponerse el sostén.
—Es verdad, Perla. Es verdad.
—Pero contigo quiero perderla, Javi –agregó en tono sugestivo. 

Faltaba una hora y media para que dieran las 7. Javi estaba ansioso y prendió un porro. Unas cuantas caladas, no más. Después se metió a los billares Asturias. Jugó a 15 carambolas y se dejó ganar. Volvió a la calle en dirección a la casa de Perla. Le compró unos chocolates en el camino. Pensó en los días posteriores sin Perla y una bola de tristeza se le incrustó en la panza. Las manos le comenzaron a sudar. Aceleró el paso y después se echó a correr. Lo único que quería era llegar y abrazarla muy fuerte. Le propondría que también él se iba con ella. Seguro y a Perla le encantaría la idea. Cuando llegó a la casa, sudaba a chorros. Las sienes le retumbaban. El corazón le sacudía con violencia. Tocó el timbre. Se limpió el sudor de la frente. Volvió a tocar. El timbre emitió un eco que se incrustó en lo más recóndito de las sienes. Se asomó al patío y sólo vio penumbras. Espero dos horas sentado en la banqueta. La marihuana lo relajó. Un impulso extraño se apoderó de él. Y se saltó a la casa. Caminó al patio trasero, allá donde el pequeño estudio aguardaba silencioso. Buscó las velas, el vino, los aromatizantes. Nada. Estaba solo en la casa, completamente solo. A tientas fue al dormitorio de Perla. Abrió y cerró cajones. Encontró cajitas, cartas viejas, papeles, lápices usados. Hurgó el tocador y levantó el tapón de los frascos de perfume, los olió y los puso exactamente como estaban. También vio el boleto de autobús de ida y sin regreso de Perla y sintió nauseas. Husmeó unos baúles que Perla ya tenía listos para partir. Se asomó debajo de la cama. Abrió el closet y olisqueó algunas prendas que Perla todavía tenía colgadas. Vio sus zapatillas y los ojos se le inundaron de lágrimas al ver que la mayoría estaban raspados de la punta izquierda. A un costado de la cama, había dos maletas grandes. Abrió una y encontró toda la ropa interior. Acarició todos sus calzones y calcetines, las apretó con ambas manos. Las bragas se las llevó a la nariz y aspiró con brío cada una. Apartó las bragas desgastadas de circulitos negros. Siguió tocando. Era un deseo de tocar, de oler, de acariciar todo lo que pertenecía a Perla. Era un mundo nuevo para él. Eran las 10 y pasadas cuando se recostó en la cama de Perla. Era un colchón amplio que se hundía en el centro. Tomó las bragas desgastadas de circulitos negros y se las llevó a la nariz. Enseguida se bajó el cierre del pantalón y comenzó a masturbarse. Sintió sus propias manos ajenas. Dónde carajos estaban los dedos afilados y delgados de Perla. Cuando se corrió, se limpió con las bragas viejas de Perla. Las envolvió y las volvió a  guardar dentro de la maleta. Se paró y quiso salir de ahí de inmediato.

Sobre la calle, prendió otro cigarrillo de mota. Fueron varias caladas. Tosió como un perro que se atraganta con un pedazo de pollo. Volteó a ver la fachada de la casa. La observó con desdicha y horror. No podía llorar. Sólo sentía arenoso la mitad del cogote. En sus labios se dibujó una sonrisa triste.  Comenzaron a caer desganadas algunas gotas de agua. Aceleró el paso. Comenzó a correr. Corría como un caballo desbocado. Llovía con mayor fuerza. De vez en cuando saltaba o esquivaba un charco de agua. Se tropezó en una alcantarilla abierta. Se abrió la boca y se raspó las rodillas. Se volvió a incorporar. Y volvió a caer y se volvió a raspar las rodillas y las manos. Y volvió a echar a correr. Corrió como un rayo, sus pies flotaban a través de los charcos. Cuando llegó a su barrio, disminuyó la velocidad. Apenas contenía el aliento. Cuando estaba a metros de su casa redujo la velocidad a un paso normal. Estaba sucio, mojado y herido. Se limpió y se sacudió antes de entrar. Abrió despacio la puerta de su casa. Dentro no llovía ni hacía frío. Sintió un gran alivio. Sus padres cenaban. Él no quiso. Se dieron las buenas noches. Javi se fue hasta su cuarto. Se desnudó de prisa. Luego apagó la luz de la mesita y se quedó a oscuras, inmóvil. 


24 de marzo de 2012

Las redes sociales, la amistad y Rubem Fonseca


Las bandejas de entrada de nuestros correos electrónicos están llenos de basura virtual; cadenas con temas lastimeros, religiosos y políticos; ofertas que a nadie interesan; mala pornografía, etc. Pocos son los e-mails que valen la pena. La inmediatez de las redes sociales nos han (mal) acostumbrado a mandar y recibir mensajes cortos. Son escasas las personas que se detienen a reflexionar sobre qué escribir, mandar o compartir. En lo personal, mantengo “contacto” a través de este medio con muy pocas personas, son amigos y familiares que principalmente viven en algún otro lugar del que yo habito. Hoy por la tarde, por ejemplo, he recibido un mensaje de un amigo periodista, Pepe David, un tipo que parece tener el don de escribir buenos e-mails, de esos e-mail que ponen de buen humor a la gente. Quisiera compartirles parte del mensaje que he recibido esta tarde. Que por cierto, refleja un poco (o mucho) la amistad que une a los amigos: el placer por la bebida, los gustos musicales y literarios, y sobre todo, la devoción, el afecto y la inspiración que producen las mujeres. Aquí el extracto del e-mail.

No sé si recuerdes que en mi pasada visita a Morelia me compré algunos libros. (En realidad, no tendrías porqué recordarlo) En fin, a lo que voy es que uno de ellos era del maestro --por favor, ponte de pie-- Rubem Fonseca. Yo llegué a su literatura hará unos diez años, quizá un poco más. Y desde entonces no lo suelto.

Te platico esto porque en 2007, durante la Feria del libro de Guadalajara, entré a una lectura pública que hizo el maestro. Ahí leyó unos cuentos de su (entonces) nuevo libro: Ella y otras mujeres. A todos nos atrapó. Pero hubo uno cuento en particular que, cuando lo escuché, y luego cuando lo leí en la tranquilidad de mi casa, me siguió gustando. Estoy convencido, y así lo he dicho siempre que puedo, que es un cuento perfecto. Tiene todo. (Desde luego, no todos los cuentos están del mismo calibre, pero, en serio, no hay ninguno malo.) Bueno, ahora te comparto aquel cuento.

De nada.

ELLA

Tomé su mano, la puse sobre mi corazón, dije, mi corazón es tuyo, después la coloqué sobre mi cabeza y dije, mis pensamientos son tuyos, moléculas de mi cuerpo están impregnadas con moléculas del tuyo.

Después puse su mano en mi verga, que estaba dura, y dije, esta verga es tuya.

Ella no dijo nada, me la chupó, después le chupé la panocha, se subió encima, cogimos, ella se quedó arrodillada, con la cara en la almohada, la penetré por atrás, cogimos.

Me quedé acostado y ella, de espaldas a mí, se sentó sobre mi pubis y metió mi verga en su panocha. Yo veía cómo entraba y salía mi verga, veía su culo rosado, que después lamí. Cogimos, cogimos y cogimos. Me vine como un animal agonizante.

Ella dijo, te amo, vamos a vivir juntos.

Le pregunté, ¿qué, no estamos muy bien así? Cada quien en su rincón, viéndonos para ir al cine, pasear por el Jardín Botánico, comer ensalada con salmón, leernos poesía uno al otro, ver películas, coger. Despertar todos los días, todos los días, todos los días juntos en la misma cama es mortal.

Ella respondió que Nietzsche dijo que la misma palabra amor significa dos cosas diferentes para el hombre y para la mujer.

Para la mujer, amor expresa renuncia, dádiva. En cambio, el hombre quiere poseer a la mujer, tomarla, a fin de enriquecerse y reforzar su poder de existir. Le respondí que Nietzsche era un loco.

Pero aquella conversación fue el principio del fin.

En la cama no se habla de filosofía.


Saludos cordiales,

Pepe David

PD (1): ¿Cómo va todo por allá? ¿Cómo está Nick? (Dale muchos besos de mi parte)

PD (2): Te dejo… creo que me están observando

27 de febrero de 2012

Aforismos Invisibles parte 1.


De la abuela:

“Si no eres decente por lo menos sé discreto”.


“Lo que no cupo en el infierno vino a caber en mi familia”.


“Si Dios te llega a alargar los días, no quisiera estar en tu lugar”.

"Todos los hombres son unos animales sin Dios, y tú no eres la excepción".

Sobre la vida:

La vida: caminar, crecer, tropezar y seguir tropezándose.

La vida es lo que sobra de un coito a otro.

La vida es una mierda y encima nos morimos.

La vida no es más que un puñado de derrotas, una cantidad considerable de decepciones, otro tanto de deudas… y contadas excepciones de mujeres que te hacen feliz y desdichado.

Una de las pocas cosas por las que el hombre deberá estar orgulloso toda su vida... es no haber sido chambelán.

El futuro no es otra cosa que no tener absolutamente nada que hacer en el presente.

“La vida: naces, te metes en líos, y luego te mueres”.

La vida del hipopótamo macho es ejemplar: reposar el día entero en el fango y copular con varias hembras.

Sobre la Mujer:

Las mujeres, entre todas sus obligaciones, la principal es: hacer felices a los hombres.

Tres cosas unen a una mujer con un hombre: dinero, lujuria y un hogar compartido.

Una mujer que nace con el diablo dentro... con él se muere.

Usar lentes de contacto es tan molesto como dormir a diario con la misma mujer.

Si todas las mujeres fueran cariñosas y amables; no habría hombres borrachos.

El hombre es cazador y la mujer recolectora.

Si no lubrica, no te ama.

Sobre la bebida:

Se bebe por una mujer, por los hijos, por los amigos que nunca existieron, por los días nublados.

Beber no es un placer, no es un acto reflejo, no es una enfermedad. Es una necesidad.

“Se bebe por educación”.

Se bebe para destruirnos, antes que los otros lo hagan.

Se bebe por ocio, por angustia, por rencor, por desprecio, por traición. Por placer.

Se bebe para olvidar que se bebe.

Se bebe como se muere: solo.

Sobre el borracho:

Un cuerpo borracho es un cuerpo en paz.

Borracho que ladra no muerde.

Hoy ya salió para beber, para comer ya dios dirá.

‎¿Quieres dejar de tener amigos? Deja de beber.

Amanecer borracho te da el valor de enfrentarte a los embates de la vida, a calmar la ansiedad de los días tristes e inciertos, y un regalo; escuchar el canto de los pájaros.

No es lo mismo “Todo para Bebés” que “Bebes para Todo”.

El mezcal debería llamarse Eterno Resplandor de una Mente sin Recuerdos.

Consejo contra la resaca: seguir bebiendo.

Lloro, grito, aúllo, cojo, engendro, 
blasfemo, me endrogo, bebo... luego existo.

Sobre los vicios:

Los vicios son parte de la personalidad.

Hay drogas para trabajar sin necesidad de comer, falta una para comer sin trabajar, así te drogas, comes y no trabajas.

El rostro se convierte en espejo de nuestros vicios.

Es más fácil olvidar una mujer que olvidar un vicio.

Es más caro tener un hijo que tener un vicio.

Sobre todo y nada:

Las mentiras se hicieron para hacer menos desdichadas a las personas.

Entre abogados y meteorólogos no hay mucha diferencia; unos cobran por mentir, los otros por alarmar al mundo entero.

En cada uno de nosotros hay un cretino al acecho.

Odiarse significa todavía creer en sí mismo.

Un bebé inquieto desequilibra la vida de un adulto tranquilo.

Un Derecho Universal: La Holgazanería.

Los bares son más seguros que las canchas de futbol.

Sobre la nostalgia:

Ni aquellos días fueron tan increíbles, ni los de ahora son tan grises.

Querer recordar que pasó la noche anterior, es una mala forma de perder el tiempo.

Los buenos recuerdos abundan; los sinsabores se multiplican.

Sobre los propósitos:

Los propósitos de año nuevo se inventaron para no cumplirse.

Hasta hoy, he cumplido varios propósitos, no trabajar, por ejemplo.

Dejar de beber, hacer ejercicio, ponerse a dieta, buscar un mejor empleo, viajar al otro lado del mundo; es perder el tiempo en tiempos apocalípticos.

twitter: @chavamunguias

16 de enero de 2012

Carta a mi abuela:



Cada paso en la vida es un paso en la muerte,
y el recuerdo una evocación de la nada.
E.M. Cioran

Quisiera decirle, señora Delia, que la voy a extrañar con todo mi corazón. Que la quise como abuela, madre, amiga. Que sin su presencia ha dejado un hueco imposible de llenar. Quisiera decirle que conocerla fue un placer, una bendición. Quiero reclamarle una cosa, que nos hayas dejado desabrigados en tiempos oscuros y fríos. También decirle que el mundo sin usted será un desperdicio. Y pobre de aquellos que no tuvieron el placer de haberle conocido.
No está de sobra expresarle que era mi persona favorita. Que usted me caía encabronadamente bien. Me arrepiento de no haberle dicho lo orgulloso que me sentía de usted. Es un poco tarde para decirle que admiraba su transparencia, su sinceridad, su franqueza, su generosidad, su bondad, su cinismo. Que usted, señora, era una mujer adelantada a su tiempo; contestataria, valiente, rebelde, curiosa, ingeniosa, culta…una idealista. También decirle que será difícil seguir su ejemplo. Sabe una cosa, señora Delia, no conozco a nadie en el mundo con ese sentido del humor, con ese carisma, con esa risa contagiosa, con la cualidad de reírse de sus propias desgracias: “la vida es padecimiento y hay que aprender a reírse de ella”, decías. Entre todas sus virtudes, tenía la cualidad de hacernos sentir –siempre-abrigados, protegidos, amados. Tengo muchas cosas que agradecerle. Es tu sonrisa durante mi niñez, el recuerdo de la mayor felicidad terrenal que recuerdo. Gracias a ustedes, Delia, y cuando digo a ustedes, también me refiero a mi segundo padre, (¿o primero y único?) mi abuelo Juan,  gracias por una infancia extraordinaria, de felicidad abundante, de mucha armonía y de total libertad, por todos los cariños, por todos los cuidados.  Gracias por el esfuerzo -en vano- que usted tuvo por inculcarme “valores” y “principios”…. Se me hace que lamentablemente, sirvieron de poco, Delia. Y no sé por qué te estoy hablando de usted, nunca te gustó, y según tú, siempre fui un mal educado.

¡Carajo, Yeya, de verdad que bien me caías!

“Toda enfermedad implica heroísmo –un heroísmo de la resistencia y no de la conquista, que se manifiesta a través de la voluntad de mantenerse en las posiciones perdidas de la vida…” Lo leí en algún lado, abuela. Y lamento no haber podido hacer nada contra tú enfermedad, contra los dolores físicos y emocionales que te persiguieron hasta el ultimo día. Sin embargo, seguiste siendo valiente a pesar de los sinsabores, las preocupaciones y las desdichas. Lamento mucho por los momentos que tuviste que enfrentar los últimos años; una familia en desgracia, un esposo enfermo, una agonía prolongada. La vida se portó muchas veces injusta contigo. No lo merecías, abuela. Lamento por no haberte dedicado más de mi insipiente tiempo, los hombres perdemos el tiempo de la manera más estúpida, ahora lo lamento y te pido disculpas. También lo hago si alguna vez te ofendí. Lamento mucho que Nicolás, mi hijo, no haya tenido el tiempo y la oportunidad de disfrutarte y de aprenderte.Es una lástima pero créeme que cada que puedo le hablo de ti.

Fuimos unos ingenuos, abuela. Venías despidiéndote con tanta anticipación y nosotros sin creerte. Me confesaste que la revelación de la muerte se llevó a cabo desde que eras joven y gracias a la enfermedad, “la enfermedad y los sufrimientos convierten la muerte en algo siempre presente, es su esencia, cosa que los jóvenes con buena salud no comprenderán nunca”, decías.

–No pretendo alargar mi vida en hospitales –insistías-, ha llegado mi momento, no tengo ya nada que hacer, nada que ganar y mucho que perder. A todos nos llega ese día. Ya llegará el tuyo, Sólo un consejo, hijo: no seas de esos engreídos que se aferren a la vida, no vale la pena. 

Por si te perdiste de algo, te moriste en un día nublado, gris, frío, muy frío, lento, muy lento,y el más triste de todos los días de mi existencia. Del funeral, mejor ni te digo: morirse es también tedioso y muy cansado. El abuelo dijo que no lo volviéramos a invitar a un funeral tan aburrido, que dónde estaban aquellos funerales con gente bailando y bebiendo y con música de viento. Lo divertido del funeral era que unos te cantaban y rezaban oraciones católicas y otros rezos e himnos mormones, si me lo preguntas, me gustan más los segundos.
Aprovecho para desearte buen viaje y que de paso me saludes a la bisabuela. Descansa en paz, abuela, aquí queda poco por hacer.

Por último, no hemos podido acostumbrarnos a tu ausencia, nos sigue pesando a un extremo insoportable. 

8 de diciembre de 2011

Una noche cualquiera

por: chava munguía


El trabajo siempre es sinónimo de infortunios y tribulaciones. Mi semana laboral había sido dura, pesada, excesiva, fuera de casa. Varios días en pueblos polvorosos y de forajidos lo confirmaban. Anduve en lugares que a Don Vasco se le olvidó pasar: Nueva Italia, Arteaga, Infiernillo. La noche del sábado creí que el destino tomaría un mejor camino. No fue así. Cuando cayó el tercer gol del Santos, confirmé que la vida era ingrata, muchas veces injusta y siempre miserable.

La derrota del Morelia presagiaba otra noche amarga y dolorosa. No creo en los milagros y la esperanza es una palabra vacía. Como no tenía intenciones de seguir flagelándome, apagué el televisor sin importar el reclamo de mis invitados. Éstos se retiraron con caras largas y mal humoradas. Mi madre me pidió que la llevara a su casa. Le pedí que antes brindáramos por los derrotados, por los perdedores, por Leonard Cohen que era lo único que sonaba tan bien a esas horas. Sin embargo, ni el whisky, ni Cohen, ni la compañía de mi madre logró mitigar la tristeza, la apatía, mi cansancio.

El reloj marcaba las 2:30 de la madrugada cuando mi madre me pidió por segunda ocasión que la llevara a su casa. Se me hizo una insensatez el favorcito de mi madre, pero no dije nada. Nos deslizamos en el chevy guinda 2005 por avenidas y calles. Cruzamos vías de tren, esquivamos topes y pozos. Llegamos y nos despedimos cariñosamente. De regreso, un poderoso sueño se apoderó de todo mí ser. Suelo dormir poco y mal. De día padezco narcolepsia y de noche insomnio… aunque no siempre. Esa noche, un sueño arrollador hacía que se me cerraran los parpados, no había obstáculo que lo superara. Ni siquiera el volante. Parpadeé en el primer semáforo. En el segundo. En el tercero, unos desalmados me despertaron con un claxon escandaloso. Bajé las ventanas para mentarles la madre y para tratar de alejar la somnolencia. Mastiqué un chicle de hierbabuena. Respiré hondo. Canté en voz alta. Nada. Manejaba dormido. Hablaba con espíritus de otros mundos. Quise descansar unos minutos en una calle cualquiera. Un taxi con tres tipos se estacionaron muy cerca de mí. No me dieron buena espina. Si en el día somos fingimiento, por las noches somos los monstruos que siempre hemos sido. En la noche es más fácil reconocer un cazador que una presa. No hay que ser perito para saber que yo era la presa. Encendí el chevy guinda 2005 y avancé. Lo mismo hicieron ellos. Pisé el acelerador. Lo mismo hicieron. Di vuelta a la izquierda, después a la derecha, vire por aquí, me desvié por allá. Lo mismos hicieron ellos. ¡Malditos, me habían quitado el sueño!... No había tiempo de hacer llamadas. La policía a esas horas duerme, los otros son espectadores del delito.

Aceleré hasta el fondo sin mucho éxito, venían olfateándome la nuca. Le metí la tercera, después la cuarta y por último la quinta, intenté repetir el procedimiento cuando un coche abandonado se interpuso en mi camino. El impacto fue devastador. No había a donde escapar. La liebre a merced de las aves de rapiña.

Mientras mi cabeza estaba incrustada en el parabrisas, lo único que recordé fueron los cachetes sonrojados de Nico, mi hijo. Enseguida los malandrines me bajaron del auto. Uno se puso al volante. Los otros vigilaban. El chevy estaba inservible y no pudieron llevárselo. Me subieron a su auto. Dentro, volví a entrar en penumbras. No soñé nada. Tuvieron la mala educación de volverme a despertar. Uno de ellos apuntaba mi cara ensangrentada con una pistola del tamaño de la mano de un enano. Les di mi cartera, el reloj y mi celular. Me gritaron, me insultaron, me amenazaron. Me reí de ellos. Recibí una cachetada de una mano sudada y cobarde. No sentí miedo, no sentía nada. Me bajaron. Caminé sin dirección alguna. Una patrulla se acercó para “cerciorarse” si todo iba bien. “Todo bien” -dije. “Y esa sangre”, “me caí en una coladera”, contesté y seguí mi camino. En la plaza Carrillo tomé un taxi. Le pedí al chofer me llevara al lugar del accidente. El chevy estaba desecho por fuera, saqueado por dentro. Algo me perturbaba, ¿dónde carajos estaba la maleta de Nico?, ¿qué harían unos asaltantes de pacotilla con pañales, biberones, baberos, sonajas, chupones?, ¿con qué derecho se llevaban la carreola con la que mi hijo sale a pasear a los centros comerciales? ¿Qué sentimientos gobiernan las cabezas de estos hombres? ... Me sentía totalmente destruido y vulnerable…

Eran las 4 de la mañana. Antes de ir al hospital fui a casa a pedirle una disculpa a Nicolás por no haber sido capaz de rescatar sus cosas. Hizo pucheros cuando lo desperté y la vida volvió a cobrar sentido y dirección. Después me fui al hospital civil. Llegué al área de urgencias y me sentí ridículo. Caminé entre balaceados, acuchillados, zombis, tuertos, cojos, moribundos. A mí solo me dolía un poco la cabeza y el cuello. Tenía vidrios diminutos enterrados en la frente que no me molestaban pero que tampoco eran estéticos. En realidad, lo que me importaba era el reporte médico, no tenía ganas de trabajar la semana entrante y necesitaba una justificación.

Dos jóvenes enfermeras me limpiaron la frente, extrajeron con mucho cuidado los vidrios enterrados, después me tomaron la temperatura y por último revisaron los niveles de glucosa. Para entonces, unos hilitos muy delgados de sol comenzaban a salir. Ante la falta de espacios, me sentaron en una camilla con una señora vieja que no dejaba de quejarse. Me pregunté por qué no había acudido a un hospital particular. Despejé mis dudas: preocuparse demasiado por la salud personal es vanidad absurda.

Una enfermera morena y de malos modales me pidió que me bajara el pantalón. Me negué rotundamente. “No le estoy preguntando, bájeselo o se lo bajo”. Una aguja se introdujo en lo más recóndito de mi nalga derecha. Fue como si me hubieran inyectado una ponzoña venenosa. Lo acepto, soy un cobarde y las inyecciones me producen escalofríos. Enseguida me mandaron hacer radiografías en cuello y espalda. “Tiene usted una rectificación en columna y un esguince en el pescuezo”, dijo el doctor como si se refiriera al averío de un vehículo viejo. “Le vamos a poner este collarín rígido”. Me faltarían palabras para describir el dolor que sentí al tener ese artefacto conectado al cuello. Estuve en “observación” el resto del día. El dolor no cesaba y los mareos eran insoportables. Por la noche del día domingo fui dado de alta. Me sentía aun mareado y torpe. Maldije a los asaltantes y a las madres que los parieron. Maldije al equipo Morelia. Maldije el instituto donde trabajo. Maldije al cielo.

Llevo cuatro días en “reposo absoluto”. Soy una molestia para todos. Un cuerpo inútil y bueno para nada con un collarín en el pescuezo que me impide voltear a ver mujeres hermosas. Lamento no poder cargar a Nico… La pregunta es: ¿hasta cuándo?, los charlatanes o los doctores –es lo mismo- dicen que por lo menos un mes…carajo, odio este puto collarín.

24 de octubre de 2011

Puga


-¿Cómo te llamas?

-Puga.

-¿Puja?

-Puga, con “ge” –contesta la muy perra, orgullosa.

-Deberías llamarte Deyanira, Casandra, Alexandra, Daena, Kimberly…Puga no es el nombre para ninguna puta. Puga suena a nombre de algún taller de refacciones.

-Deja de hacerme perder el tiempo, ¿qué quieres?

-Nada, platicar con alguien.

-Véte a un café, aquí se viene a coger.

-Te voy a pagar, da lo mismo.

Puga respira hondo. Se asila el pelo hacia atrás con ambas manos. Busca y luego saca un cigarrillo blanco de una billetera dorada colgada de uno de sus hombros. Da tres caladas, rápidas.

-¿A qué te dedicas? –pregunta Puga.

-A matar gente –contesta el otro.

-Jaja…. sí como no… con esa no pinta no matas ni una mosca –dice divertida la tal Puga.

-No necesito que me creas.

Puga no para de fumar. El humo se estrella contra la cara del sicario.

-Pareces banquero…. mejor dicho, cajero de banco –dice Puga.

-Jaja….vaya, vaya... Que te parece si nos vamos de esta pocilga. ¿Cuánto cobras por irte conmigo?

-Tendrás que arreglarte con ese panzón que está sentado ahí –Puga apunta a un tipo bofo con aspecto de abandono, de profundas y negrísimas ojeras y semblante cansado.

La suma queda en mil doscientos. El hombre le advierte dos cosas:

-El pago equivale a una hora. Si hay otro cabrón, habrá que pagar más -dice sin siquiera voltear a ver la cara de su cliente-. El hombre gordo está por decir algo, duda, tartamudea y finalmente agrega: nada de mordeduras o cosas raras.

Equis se queda pensando en lo de “cosas raras”.

-Entendido –contesta, y se retira.

Toma del brazo a Puga y se largan de ahí.

El motel se llama El Eclipse. Se les asigna la habitación 6. Puga echa un vistazo y corre con prisa al baño. Al salir, equis le pide a Puga que se quite la ropa. Ella obedece. Puga posee una belleza sencilla. Tiene la tez blanca; los pechos flácidos, grandes, salpicados de pequeñas pecas. El vientre lo tiene marcado por sensibles estrías, que con un poco de imaginación se puede apreciar la imagen de un continente, de un país. Tiene depilado por completo el sexo. Lleva las uñas de los pies pintadas de verde limón, parecen luciérnagas asustadas. Equis ni siquiera merece ser descrito. Solo diremos que es un tipo gris. Es de esas personas que te encuentras a diario y al día siguiente lo vuelves a ver y nadie lo recuerda.

-Ahora vístete de nuevo. –Puga hace cara de sorpresa. Intenta decir algo, pero se detiene. Recoge las bragas del suelo y se las pone. Lo mismo hace con el sostén. Se sienta en la cama, a un costado de él. No se dicen nada. Permanecen largo tiempo en silencio. Puga busca la billetera dorada, saca un cigarrillo y se lo lleva a la boca.

-No fumes, por favor, me molesta el humo.

Puga no hace ningún gesto. Se deja el cigarrillo en la boca y guarda el encendedor en la billetera.

-Sabes que se siente matar a alguien –pregunta equis.

-No –contesta con voz suave Puga.

Hay un largo silencio. Afuera, en la calle, se escucha el murmullo de los autos.

-¿Me vas hacer algo? –pregunta Puga carente de emoción.

-¿A qué te refieres con algo?

-¿Me vas a matar? –pregunta Puga, sin miedo.

-Sí, pero hoy no, quizá mañana.

-No has cambiado nada, eres el mismo pero con lentes y con menos cabellos.

-Y tú luces más hermosa que hace diez años.

Puga suelta un largo suspiro. Él continúa:

-Diez años buscándote.

Otro silencio. En la habitación continua se escuchaban tímidas risas. Risas preliminares al jadeo, al choque de carnes, al escándalo de la humedad.

Puga se tira en la cama, boca arriba. No piensa en nada. Estira el brazo y busca a tientas tocar alguna extremidad de equis. Logra entrelazar los dedos de ella junto a los de él. Equis le mece los cabellos tiernamente de arriba hacia abajo y viceversa, hace pequeños círculos, todo muy despacio.

-¿Quieres que te la chupe? –pregunta Puga.

-Sí, pero hoy no, quizá mañana.