30 de junio de 2010

A propósito de fútbol.

Por: Chava Munguía
Cada 4 años la selección de fútbol está destinada al fracaso. Si la culpa no es del entrenador, la es del “Guille”. Sino es el Guille, el culpable es el árbitro. La culpa también puede ser del balón, del clima, del césped, de los zapatos, del pesimismo de algunos, de las malas vibras de otros, de la inexperiencia de los jugadores, de la grilla, de los federativos… en fin, no terminaríamos con la lista. El resultado es el mismo; fracasos, derrotas, decepciones. Del “si se puede”, al “si se pudo”, para volver al, “ya valió madres”, “valió corneta” o “valió pito” o "nos cargó la chingada, otra vez" (esta última expresión puede cambiar).

En el siguiente texto, afortunadamente no hay ganadores, y si los hay, a nadie le importa.

El juego

“Pronto aprendí que la pelota nunca viene
por donde uno quiere que venga” -Albert Camus-

-Pinche Huesos, no te vayas a poner muy pedo, mañana inicias. -El Huesos, dio un sorbo a su cerveza clara, seguido de un eructo. Después, hizo un gesto de indiferencia con las manos. Decepcionado contestó:
-No mames Huape, ya pa que…. me la pase en la banca toda la temporada.
Bebían en la esquina de siempre. Afuera del depósito. El cartón de cervezas estaba por vaciarse.
-Pero mañana es el bueno, y lo sabes.
-Naaa….huevos que!,-contestó el Huesos, molesto.
Indiferente y taciturno, tambaleante, el Huape se despidió:
-Nos vemos chavos…. llegas temprano Huesos.
Sería impensable imaginar al Huesos, en esa misma esquina, al comienzo de la temporada. No se permitía ningún desgaste un día antes del partido. Ningún desvelo. No tenían cabida puteros, tampoco los bares. El colmo, abstenerse de coger con Rosita. Ninguna distracción. Para él, no era un simple juego. El fútbol no era un pasatiempo. No era diversión. Era un compromiso. Fanatismo vil.
Pero conforme la temporada avanzaba, las ilusiones del Huesos se vinieron abajo. Jugaba poco. Casi nada. El Huape lo probó en todas las posiciones. Tenía cualidades limitadas, esa era la verdad. Era un jugador ganoso, hasta ahí. Muchas veces no basta el esfuerzo, se requiere talento. No se hace, se nace, dicen. Para contrarrestar sus limitaciones, el Huesos tenía que esforzarse más. Ser constante. E ingenuamente creía que tarde o temprano, el Hupe reconocería su trabajo. Pero no fue así.
Lo que más le encabritaba, es que varios de sus compañeros fueran titulares, siendo como eran. Acostumbrado el Huesos a ser el primero en llegar, le molestaban los jugadores impuntuales. Y peor aún, que iniciaran. Ni se digan los que además de impuntuales, llegaban con aliento alcohólico, incluso borrachos. Era mucha la injusticia para un jugador como el Huesos. Para un jugador responsable y entregado con el equipo. Por eso, odiaba tanto a su entrenador el Huape, por injusto. Odiaba a todos sus compañeros irresponsable. Pero a nadie odiaba tanto como al maldito del “Cremas”. Era odio, resentimiento y, sobre todo, envidia. El Cremas era un jugador indisciplinado. Era talentoso. Poseía una zurda exquisita. Un regate sublime. A pesar de su corta estatura, era rápido y fuerte. Tenía una pegada impecable. Pero además, era; bravucón, hablador, bebedor. Y, no siempre tenía ganas de jugar. Era irregular y poco comprometido con el equipo. A pesar de todo, cuando estaba ahí, alineaba el once titular. El Huesos lo odiaba en lo más hondo de su ser.

Fue eso, la injusticia y la marginación, las causas que mermaron las esperanzas del Huesos. A mitad de temporada, dejó de importarle el equipo. Si otros llegaban bebidos al partido, él por qué no, pensó. Si otros se desvelan con putas, él por qué no. Si otros, a escasos minutos de comenzar un partido, se alivianaban con un pericazo, el por qué tendría que abstenerse. Quizá, eso era lo que le faltaba, tomarse las cosas con mayor calma, a la ligera. Despreocuparse. Al fin y al cabo, se trataba de un simple juego de pelota.

Pero aquél, el que disputarían a la mañana siguiente, no era cualquier juego. Era el último. El importante. El definitivo. No había otro. Era el partido que salvaría la mediocre campaña del equipo. Era la permanencia. De no lograrlo, descenderían hasta lo más bajo. A la peor categoría. A la de los marginados. Al mismísimo infierno.
El Huesos, recordó cada una de las palabras que horas antes había dicho el Huape: “Pinche Huesos, no te vayas a poner muy pedo, mañana inicias”. ¿cuántas veces se lo habían prometido? Como un acto de rebeldía inconsciente, extrajo de su bolsillo los últimos cien pesos.
-A ver cabrones, completen para un pomo,- comentó el Huesos.
Dejó de beber cerca de las 5 de la madrugada. Llegó a su casa. Sacó las zapatillas verdes fosforescentes que nunca pudo estrenar. Las miró fijamente y, como si las zapatillas escucharan, les dijo: “Mañana es el día, mi día”. Durmió escasas 3 horas.
Un malestar terrible lo levantó de la cama. La resaca era devastadora. Devolvió los tacos de buche, las quesadillas de tripa. Devolvió un liquido viscoso y amarillo. Sudaba como puerco. No estaba en condiciones.
Llegó justo cuando el Huape repartía sobre el césped los registros de los jugadores que iniciaban. Se lamentó de ello, él siempre era el primero en llegar. Faltaban 10 minutos para el silbatazo inicial. El Huape no se decidía. Barajaba dos registros. Uno, era el registro del Pecas, un jugador patarato y torpe. El otro, el del Huesos, medio torpe, pero un guerrero.

El Huape miró al Huesos. Lo vio mal. Muy mal. Sudaba a chorros. Los ojos los tenía inyectados aún de sangre. Las piernitas del Huesos, temblaban descaradamente, se le hacían agua. El Huape se acercó a él. Lo jaló de un hombro, y agregó:
-Te dije que no bebieras tanto, te ves de la chingada. Aguántate. En el segundo tiempo entras.
“Maldita sea”, pensó el Huesos, una vez mas era marginado, obligado a la espera. Nunca había sido tomado en cuenta para iniciar un partido. Y el día que era requerido, no estaba en condiciones óptimas. Cuántas veces ocupando esas humillantes y gélidas bancas.
El primer tiempo fue desastroso. Gris. Aburrido. Pelotazos torpes. Pases imprecisos. En nada parecía un partido determinante. El Cremas, parecía adormilado, ni un regate, ninguna pared, un solo tiro desviado a la portería. Era todo. 45 minutos tirados a la basura. El Huape, era de esos entrenadores que viven el fútbol sin pasión. No sólo el fútbol, la vida misma. Un tipo frío, callado, timorato. En los quince minutos de descanso, se limitó a decir, “más ganas”. Ninguna estrategia. De planear alguna táctica fija, a balón parado, nada.

Mientras tanto, el Huesos, planeaba, conjuraba, ideaba las mejores tácticas para vencer al enemigo. Si él fuera el Huape se la jugaría con un 3-4-3, sacaría un central, al Chiquitin, más malo que la carne de puerco. Por supuesto, se imaginaba siendo él, un héroe y el salvador del equipo. Antes de terminar el primer tiempo, corrió a los baños. Ahí, aspiró por sus dos anchos poros un poco de la coca que había sobrado de la noche anterior. Fue una bocanada de aire fresco. Una descarga de energía. Libertad espiritual. Expansión en el ánimo. Anestesia de la angustia.

El Huesos se sentía listo. Fuerte para saltar a la cancha y hacerlos pedazos.
El primer tiempo había concluido…

El corazón le palpitaba fuerte. Abrochó con fuerza las correas de las zapatillas verdes. Comenzó a calentar como un toro a punto de salir al ruedo. Hacia carreras cortas. Flexiones. Estiramiento. Lejos de parecer futbolista llanero, parecía un boxeador, un campeón del mundo. La frente, la cara, le escurrían de sudor. Era un espectáculo verlo calentar.

Volteaba desesperado a ver al Huape. Era el momento de hacer los cambios. El segunda tiempo empezó. Y, empezó mal. Carnicera Mayo, anotaba el primer gol del partido. A los 20 minutos, el segundo gol no pudo ser peor. Un mal cabezazo del Quesos se incrustaba en el ángulo derecho de su propia portería. El Huape no se inmutaba. El calentamiento del Huesos no bajaba de intensidad. El corazón del Huesos pataleaba de ansiedad.
Minutos después, comenzó a escuchar voces. Voces suaves, que al oído le susurraban; “venga Huesos”, “eres un jugadoraso, pinche Huesos” “es tu día mi Huesos”. Ni atención puso cuando el tercero, el cuarto y quinto gol cayeron. Volvió a correr al baño. Inhaló con brío. Aspiró la primera raya, después la segunda. Inmediatamente volvió a sentir la euforia. Se sentía muy lúcido. Sentía la nariz limpia. El aire, fresco. Una sensación parecida a la que se aprecia en la boca después de una pastilla de menta. Lucidez. Euforia. Ansiedad.

Corrió al campo de juego. En el camino, un perro le mordió la pantorrilla derecha. La sangre goteaba sobre sus botines verdes.

Entró al minuto 88. Corrió desbocado por todo el llano. Peleó todas las jugadas. Luchó los pocos minutos, como si se tratara de la final de la copa del mundo. Buscó el contacto con la pelota. La casualidad hizo que la encontrara en tres ocasiones; un pase corto, un balonazo en la panza, que lo sofocó, y un flojo y escurridizo tiro afuera del área. Al minuto 93, un agudo silbatazo puso fin al partido. A la historia. Al descenso.

Solo, sin más que sus zapatillas verdes y ensangrentadas, el Huesos se perdía bajo los puñetazos de un sol demoledor.

Texto publicado en la revista Revés, en su edición 70, dedicada al fútbol.

2 comentarios:

Óðinn dijo...

Haz sandwich Shavi!!

Liliana dijo...

Jajaajajajajaa pobre Huesos mano....