30 de junio de 2010

A propósito de fútbol.

Por: Chava Munguía
Cada 4 años la selección de fútbol está destinada al fracaso. Si la culpa no es del entrenador, la es del “Guille”. Sino es el Guille, el culpable es el árbitro. La culpa también puede ser del balón, del clima, del césped, de los zapatos, del pesimismo de algunos, de las malas vibras de otros, de la inexperiencia de los jugadores, de la grilla, de los federativos… en fin, no terminaríamos con la lista. El resultado es el mismo; fracasos, derrotas, decepciones. Del “si se puede”, al “si se pudo”, para volver al, “ya valió madres”, “valió corneta” o “valió pito” o "nos cargó la chingada, otra vez" (esta última expresión puede cambiar).

En el siguiente texto, afortunadamente no hay ganadores, y si los hay, a nadie le importa.

El juego

“Pronto aprendí que la pelota nunca viene
por donde uno quiere que venga” -Albert Camus-

-Pinche Huesos, no te vayas a poner muy pedo, mañana inicias. -El Huesos, dio un sorbo a su cerveza clara, seguido de un eructo. Después, hizo un gesto de indiferencia con las manos. Decepcionado contestó:
-No mames Huape, ya pa que…. me la pase en la banca toda la temporada.
Bebían en la esquina de siempre. Afuera del depósito. El cartón de cervezas estaba por vaciarse.
-Pero mañana es el bueno, y lo sabes.
-Naaa….huevos que!,-contestó el Huesos, molesto.
Indiferente y taciturno, tambaleante, el Huape se despidió:
-Nos vemos chavos…. llegas temprano Huesos.
Sería impensable imaginar al Huesos, en esa misma esquina, al comienzo de la temporada. No se permitía ningún desgaste un día antes del partido. Ningún desvelo. No tenían cabida puteros, tampoco los bares. El colmo, abstenerse de coger con Rosita. Ninguna distracción. Para él, no era un simple juego. El fútbol no era un pasatiempo. No era diversión. Era un compromiso. Fanatismo vil.
Pero conforme la temporada avanzaba, las ilusiones del Huesos se vinieron abajo. Jugaba poco. Casi nada. El Huape lo probó en todas las posiciones. Tenía cualidades limitadas, esa era la verdad. Era un jugador ganoso, hasta ahí. Muchas veces no basta el esfuerzo, se requiere talento. No se hace, se nace, dicen. Para contrarrestar sus limitaciones, el Huesos tenía que esforzarse más. Ser constante. E ingenuamente creía que tarde o temprano, el Hupe reconocería su trabajo. Pero no fue así.
Lo que más le encabritaba, es que varios de sus compañeros fueran titulares, siendo como eran. Acostumbrado el Huesos a ser el primero en llegar, le molestaban los jugadores impuntuales. Y peor aún, que iniciaran. Ni se digan los que además de impuntuales, llegaban con aliento alcohólico, incluso borrachos. Era mucha la injusticia para un jugador como el Huesos. Para un jugador responsable y entregado con el equipo. Por eso, odiaba tanto a su entrenador el Huape, por injusto. Odiaba a todos sus compañeros irresponsable. Pero a nadie odiaba tanto como al maldito del “Cremas”. Era odio, resentimiento y, sobre todo, envidia. El Cremas era un jugador indisciplinado. Era talentoso. Poseía una zurda exquisita. Un regate sublime. A pesar de su corta estatura, era rápido y fuerte. Tenía una pegada impecable. Pero además, era; bravucón, hablador, bebedor. Y, no siempre tenía ganas de jugar. Era irregular y poco comprometido con el equipo. A pesar de todo, cuando estaba ahí, alineaba el once titular. El Huesos lo odiaba en lo más hondo de su ser.

Fue eso, la injusticia y la marginación, las causas que mermaron las esperanzas del Huesos. A mitad de temporada, dejó de importarle el equipo. Si otros llegaban bebidos al partido, él por qué no, pensó. Si otros se desvelan con putas, él por qué no. Si otros, a escasos minutos de comenzar un partido, se alivianaban con un pericazo, el por qué tendría que abstenerse. Quizá, eso era lo que le faltaba, tomarse las cosas con mayor calma, a la ligera. Despreocuparse. Al fin y al cabo, se trataba de un simple juego de pelota.

Pero aquél, el que disputarían a la mañana siguiente, no era cualquier juego. Era el último. El importante. El definitivo. No había otro. Era el partido que salvaría la mediocre campaña del equipo. Era la permanencia. De no lograrlo, descenderían hasta lo más bajo. A la peor categoría. A la de los marginados. Al mismísimo infierno.
El Huesos, recordó cada una de las palabras que horas antes había dicho el Huape: “Pinche Huesos, no te vayas a poner muy pedo, mañana inicias”. ¿cuántas veces se lo habían prometido? Como un acto de rebeldía inconsciente, extrajo de su bolsillo los últimos cien pesos.
-A ver cabrones, completen para un pomo,- comentó el Huesos.
Dejó de beber cerca de las 5 de la madrugada. Llegó a su casa. Sacó las zapatillas verdes fosforescentes que nunca pudo estrenar. Las miró fijamente y, como si las zapatillas escucharan, les dijo: “Mañana es el día, mi día”. Durmió escasas 3 horas.
Un malestar terrible lo levantó de la cama. La resaca era devastadora. Devolvió los tacos de buche, las quesadillas de tripa. Devolvió un liquido viscoso y amarillo. Sudaba como puerco. No estaba en condiciones.
Llegó justo cuando el Huape repartía sobre el césped los registros de los jugadores que iniciaban. Se lamentó de ello, él siempre era el primero en llegar. Faltaban 10 minutos para el silbatazo inicial. El Huape no se decidía. Barajaba dos registros. Uno, era el registro del Pecas, un jugador patarato y torpe. El otro, el del Huesos, medio torpe, pero un guerrero.

El Huape miró al Huesos. Lo vio mal. Muy mal. Sudaba a chorros. Los ojos los tenía inyectados aún de sangre. Las piernitas del Huesos, temblaban descaradamente, se le hacían agua. El Huape se acercó a él. Lo jaló de un hombro, y agregó:
-Te dije que no bebieras tanto, te ves de la chingada. Aguántate. En el segundo tiempo entras.
“Maldita sea”, pensó el Huesos, una vez mas era marginado, obligado a la espera. Nunca había sido tomado en cuenta para iniciar un partido. Y el día que era requerido, no estaba en condiciones óptimas. Cuántas veces ocupando esas humillantes y gélidas bancas.
El primer tiempo fue desastroso. Gris. Aburrido. Pelotazos torpes. Pases imprecisos. En nada parecía un partido determinante. El Cremas, parecía adormilado, ni un regate, ninguna pared, un solo tiro desviado a la portería. Era todo. 45 minutos tirados a la basura. El Huape, era de esos entrenadores que viven el fútbol sin pasión. No sólo el fútbol, la vida misma. Un tipo frío, callado, timorato. En los quince minutos de descanso, se limitó a decir, “más ganas”. Ninguna estrategia. De planear alguna táctica fija, a balón parado, nada.

Mientras tanto, el Huesos, planeaba, conjuraba, ideaba las mejores tácticas para vencer al enemigo. Si él fuera el Huape se la jugaría con un 3-4-3, sacaría un central, al Chiquitin, más malo que la carne de puerco. Por supuesto, se imaginaba siendo él, un héroe y el salvador del equipo. Antes de terminar el primer tiempo, corrió a los baños. Ahí, aspiró por sus dos anchos poros un poco de la coca que había sobrado de la noche anterior. Fue una bocanada de aire fresco. Una descarga de energía. Libertad espiritual. Expansión en el ánimo. Anestesia de la angustia.

El Huesos se sentía listo. Fuerte para saltar a la cancha y hacerlos pedazos.
El primer tiempo había concluido…

El corazón le palpitaba fuerte. Abrochó con fuerza las correas de las zapatillas verdes. Comenzó a calentar como un toro a punto de salir al ruedo. Hacia carreras cortas. Flexiones. Estiramiento. Lejos de parecer futbolista llanero, parecía un boxeador, un campeón del mundo. La frente, la cara, le escurrían de sudor. Era un espectáculo verlo calentar.

Volteaba desesperado a ver al Huape. Era el momento de hacer los cambios. El segunda tiempo empezó. Y, empezó mal. Carnicera Mayo, anotaba el primer gol del partido. A los 20 minutos, el segundo gol no pudo ser peor. Un mal cabezazo del Quesos se incrustaba en el ángulo derecho de su propia portería. El Huape no se inmutaba. El calentamiento del Huesos no bajaba de intensidad. El corazón del Huesos pataleaba de ansiedad.
Minutos después, comenzó a escuchar voces. Voces suaves, que al oído le susurraban; “venga Huesos”, “eres un jugadoraso, pinche Huesos” “es tu día mi Huesos”. Ni atención puso cuando el tercero, el cuarto y quinto gol cayeron. Volvió a correr al baño. Inhaló con brío. Aspiró la primera raya, después la segunda. Inmediatamente volvió a sentir la euforia. Se sentía muy lúcido. Sentía la nariz limpia. El aire, fresco. Una sensación parecida a la que se aprecia en la boca después de una pastilla de menta. Lucidez. Euforia. Ansiedad.

Corrió al campo de juego. En el camino, un perro le mordió la pantorrilla derecha. La sangre goteaba sobre sus botines verdes.

Entró al minuto 88. Corrió desbocado por todo el llano. Peleó todas las jugadas. Luchó los pocos minutos, como si se tratara de la final de la copa del mundo. Buscó el contacto con la pelota. La casualidad hizo que la encontrara en tres ocasiones; un pase corto, un balonazo en la panza, que lo sofocó, y un flojo y escurridizo tiro afuera del área. Al minuto 93, un agudo silbatazo puso fin al partido. A la historia. Al descenso.

Solo, sin más que sus zapatillas verdes y ensangrentadas, el Huesos se perdía bajo los puñetazos de un sol demoledor.

Texto publicado en la revista Revés, en su edición 70, dedicada al fútbol.

28 de junio de 2010

(¿Qué sería de mí si siguiera con tal o cual mujer? La pregunta no aplica a la gente como yo, me respondo, porque pocos que conozca son lo suficientemente frondosos como para tener raíz; y nadie es montaña para quedarse en un solo lugar. Aún así, a pesar de las despedidas, estamos condenados a reencontrarnos un día cualquiera con las mujeres que perdemos: en un autobús, al doblar la esquina, escondidas tras una taza de té, rodando piedras cuenta abajo y cuesta arriba. Porque aquel que se resigna a perder al otro desconoce los entuertos de esta vida). -Alejandro Pàez Varela-

8 de junio de 2010

Cristal



Capitulo V

Por: Chava Munguía S.

Lo que no te mata te fortalece
Después de aquella fatídica noche, traté de no pensar más en Cristal. Seguir la vida normal, como si nada hubiera ocurrido. Como si todo hubiera sido un sueño. Un bonito sueño, un sueño húmedo y ya. Pero era imposible. Cuando llegaban los fines de semana, una ansiedad se apoderaba de todo mi ser. El corazón me palpitaba que daba sustos.
Me sentía como los adictos. O por lo menos me identificaba con ellos. Tenía que hacerme a la idea de abstenerme de mi droga favorita. Así, como los drogadictos, que de buenas a primeras, los encierran, los maltratan y se les prohíbe hacer uso de sustancias que tan feliz los hacen, pobrecillos. Así me sentía yo sin Cristal. No dudo que entre cada rincón, sobre cada grieta de su piel, en sus pechos, entre sus muslos, sobre las nalgas, bajo ellas, bajo las axilas, en la hondura de su ombligo, entre los dedos de sus pies; una droga incolora, inodora, potentísima, yacía, dormía, reposaba.
El anexo fue mi cuarto, mi casa. Duré un par de semanas sin querer salir. Sin querer ver, ni recibir a nadie. Comía poco. Dormía casi nada. Me encontraba en tinieblas espesas, desoladas.
Fueron dos personas que se preocuparon por mí durante aquellos oscuros días, y que gracias a ellas volví a ver la luz al final del túnel; mi madre y, Lili… mi Liliana.
Ya no había tiempo de seguir lloriqueando. Me equivocaba creyendo que era un tipo duro. Pero no podía eternizar mi depresión como una chiquilla que se derrumba a la primera decepción amorosa. Desarrollé un caparazón en el alma. Un casco que evitara sentimientos nefastos. Las nostalgias, las culpas, las amarguras ya no tenían cabida. Mucho menos perdería neuronas analizando aquella aventura o, tratando de descubrir el hilo negro del comportamiento femenino. O peor aun, estar añorando de por vida a Cristal.
Mi regreso a la vida cotidiana fue singular. Dediqué tiempo, esfuerzo y dedicación a cada una de mis labores. “Por sacrificios se dan bendiciones”, recordé las sabias palabras de mi abuela. No bastó ponerme al corriente en la escuela, ahora me había convertido en un alumno participativo, incluso ejemplar. Si antes tenía cualidades para el deporte, -el futbol, sobre todo-, recuperar la titularidad con el equipo fue cosa fácil. Tenía un promedio de 10 goles por partido. Poseía una sed goleadora nunca antes vista. Humillar al contrario era una terapia inmejorable. Metiendo tantos goles y estudiando mucho, me ayudaba a exorcizar a Cristal y los mil demonios que invadían mi cabeza de deseo, perversión y lujuria. Ni siquiera me permitía tener tiempos libres, los aprovechaba devorando todos los libros que se me pusieran enfrente. Leía sobre religión, filosofía, ciencia, ficción, leía todos los periódicos, etc. Sin embargo, en soledad, sentía un profundo vacío. No bastaban mis logros personales. Tenía deudas que saldar con Liliana, facturas que pagar de inmediato. Antes de que fuera demasiado tarde.
Ay Liliana
No le confesaría la verdad, pero estaba dispuesto a entregarle mi corazón, las tripas, los riñones, mis brazos y mis -rápidas y cotizadas- piernas. Que descuidada la tenía. Pobre criatura. Su mirada hacia conmigo había cambiado. Me miraba de una manera sombría, reflexiva, tratando de hurgarme la conciencia.
Tan abandonada la tenía, que fui incapaz de notar los cambios que había sufrido su cuerpo. Con una extraordinaria rapidez, había desarrollado una fisonomía asombrosa. Un cuerpo claro, sencillo, perfecto a su manera. Mantenía unas caballera larga, oscura, ondulada, espesa. Sus rasgos eran más firmes y decididos; sus lindos y amplios pómulos contrastaban con sus ojos negros, grandes, intrigantes; una pequeña y recta nariz; los labios, pequeños, delgados, rosáceos; en cuanto a sus pechos, habían dejado de ser aquellos capullitos de flor a punto de explotar, ahora poseían un tamaño normal, picuditos, como dos puntas de volcán; en cuanto a sus nalgas, eran endemoniadamente perfectas, de una redondez donde el mundo cobra sentido. Ni hablar de su piel trigueña, suave como el terciopelo. Mi parte favorita eran sus tobillos, más dulces que la orilla de un estanque. En términos generales, Liliana era un ángel.
Trataba de pasar el mayor tiempo posible con Lili. Al salir de la escuela, la acompañaba hasta su casa. En cuanto llegaba a la mía, le llamaba por teléfono. Por la noche, volvía a su casa. Pasábamos horas abrazados el uno al otro. Era un amor verdadero y transparente. En todo momento, le expresaba cuanto la quería y cuanto la necesitaba. El poco dinero que tenía, lo invertía en comprar algún detalle, o en llevarla a comer…. Malditas culpas. Salían caro…. Pero algo faltaba. No sabía a ciencia cierta qué, pero me aburría con facilidad de todo y de todos.
Era comprensible, mi cuerpo, durante algunos meses y por lo menos cada ocho días, por la noche, transmutaba en lobo, no importaba el tamaño de la luna, pero mi hocico, se había acostumbrado a lamer los rincones oscuros de un cuerpo femenino. Por eso, odiaba los sábados, porque aunque ya me encontraba bastante “recuperado”, era inevitable pensar en Cristal. Imposible no imaginarme entre sus piernas. Me imaginaba, con una barba de siete días, rozándole mil espinas y adorándola entre sus muslos, de rodillas. La imaginaba aullando trémula de placer. “Miro la vida con mortal enojo/y todo esto me pasa, dueña mía/porque hace una semana que no cojo”/…. Había leído en alguna parte.
La calenturita
Una calentura me tumbó desde tempranas horas de un sábado. Mi madre preocupada, llamó a mi tío, el doctor. Recetó reposo y tomar muchos líquidos. También le avisó a Lili para que fuera a visitarme. De mi cuerpo escurrían litros de sudor. Era tal la cantidad de agua que despedía mi cuerpo, que de no haber parado aquella calentura ese día, seguro mi madre, mis hermanos y hasta mis vecinos hubieras perecido en una inundación. No sólo eso, la calentura me produjo alucinaciones. Según mi madre y Liliana, balbucee palabras confusas toda la tarde. “El nombre de una persona, era el nombre excéntrico de una mujer”, mencionó Lili.
Lo poco que recuerdo, es haber soñado con elefantes verdes y amarillos. Y, si llegué a mencionar el nombre de Cristal durante mi estado de alucinación, fue porque la soñé sentada en la trompa de un paquidermo, ordenando que bailaran la danza de los viejitos sobre mi esqueleto. Al ver mi sufrimiento, Lili puso sobre mi frente un pañuelo mojado. Desperté de un salto. Pedí a Liliana que me abrazara con fuerza. Ella se abalanzó hacia mi cama y me sujetó con torpeza. Le dije que no era cómodo la forma en que me sujetaba. Hicimos un reacomodo. De tal manera que yo quedé por atrás de ella. La envolví entre mis brazos. La temperatura había descendido. Pero mi cuerpo seguía caliente. Debí haberla contagiado de calentura, porque su respiración era más agitada. Meneaba sus nalguitas provocativamente restregándolas contra mi. Yo, que siempre me había comportado como un caballero con Lili, inesperadamente mi parte cretina salió a flote. Mis manos, sin control alguno, y poseídas por el demonio, comenzaron a tocar su delicado vientre. Después subieron para explorar los antiguos capullitos, ahora convertidos en dos botones de rosa, tan lindos y tersos como dos copos de nieve. Con la punta de mis yemas toqué el pezón, que asomó la nariz por encima del corpiño, como un chiquillo curioso. Las yemas de mis dedos, continuaba la búsqueda de tesoros inexplorados. Hizo un recorrido minucioso desde su nuca hasta su espalda baja. Una y otra vez, la misma mano, recorría desde su cuello, pasando nuevamente por sus senos, para descender otra vez por su vientre. Hasta que se adentró por debajo de su tímido calzoncito. Ahí, las yemas de los dedos encontraron unos delgados y tenues vellos. Se detuvieron un momento, no avanzaban, pero tampoco retrocedían. Como un cochecito que se queda a la mitad del fango.
Mientras tanto, Lili jadeaba quedamente, como una gatita recién nacida. Con los ojos bien cerrados y mordiéndose una mano, evitaba relinchar como una potrilla. Seguía meneando sus redondas nalguitas. De pronto, al ver las cochinadas que intentaba hacer con la princesita, me detuve y di un salto hacia atrás.
-No pares, -dijo ella, sin titubear, en voz baja.
Me alejé más. Liliana rejunto otra vez el trasero hacia mí. Volví a sujetarla por atrás, mi mano o mejor dicho, la otra mano, la mano del diablo, recorrió una vez más ese cuerpecito sencillo y hermoso. Rebasó el limítrofe de vellos. El cochecito por fin avanzó, y se escabulló por las regiones mas dulces de lo desconocido. El dedo pulgar se deslizó hasta encontrar una aberturita. Una rendijita húmeda. Una flama ardiente. Un túnel palpitante. Un surco rizado y tierno, entre las piernas. El aliento entrecortado de Lili era estremecedor.
La potra por fin relinchó, y sin el menor reparo de decencia exclamó:
–Hazme tuya Chavita, hazme tuya… pero yaaa….,- gritó la muy descarada.
Me aparté de inmediato. Volví de mi letargo.
–Te podrías callar, no estamos en ningún motel Lili, por el amor de Dios… mi madre podría escucharte.
Lili se refregaba las piernas una con otra, hacia muecas extrañas con la boca, se pasaba la lengua por encima de sus delgados labios. Aquella escena me causó irritación, -¿cómo era posible que por unas caricias me pidiera que la hiciera mía? ¿Tan débil era el carácter de Lili?...pero a la vez me causaba mucha excitación. De cualquier forma, aquellos era imposible. No era el momento.
–Lili deja de menearte así, -dije malhumorado.
–Salvador, hazme tuya, hazme el amor…tu mamá nunca viene a tu cuarto mientras yo este aquí.
–Santo cielo, si no viene es porque confía en nosotros, confía en mi.
–Házmelo poquito, rápido…ándale…. -¿Rápido? Lo decía como si fuera una cosa   tan fácil como abrocharse las correas de las zapatillas.
–Que tonterías Lili, ya te dije que no lo haremos hasta que estemos casados.
El húmor de Lili cambio drásticamente.
–Que tonterías las tuyas Salvador, tenemos 17 años, yo no pienso casarme en un año, ni en dos, ni en tres,…no creo que tu tampoco, somos muy jóvenes, nos estamos perdiendo de algo maravilloso, te quiero y tú a mí, porque seguir con esta cantaleta de la virginidad….no puedo esperar más.
–¿A qué te refieres que no puedes esperar más?, -pregunté sorprendido.
–Si, a que no pienso esperarte más. Mis amigas, todas lo han hecho, tus amigos igual. No podemos desperdiciar más tiempo con tus ideales del siglo pasado.
–Por el amor de Dios, y eso qué, nosotros somos distintos, o sea que, si las pirujitas de tus amigas se cortan las orejas, tu también deberás hacerlo….lárgate de mi casa, eres una piruja, creía que eras diferente.
–¿Piruja?.... ¡y tú, un idiota Salvador!... como te atreves a decirme eso…
–Vete.
–Eres un grosero…imbécil.
–Vete y revuélcate con el primero que se atraviese en el camino. –dije molesto, sin pensar en las consecuencias.
–Eres un maldito idiota….y deja de decir estupideces…
–Lili, vete por favor.
–Escucha imbécil, no tengo pruebas, pero estoy segura que anduviste con otra, a poco crees que me tragaba tus excusas para no verme los sábados, apoco crees que no te notaba distinto conmigo…y sabes otra cosa, nunca me habías tocado así, no dudo que con alguien hayas estado practicando los fines de semana…dile que te enseñe cuando menos a coger, y búscame cuando te decidas.
Sin duda, era un acto de provocación. Pero iba más allá. Dos cosas para reflexionar. Una, era que Lili, sospechaba de mi infidelidad. Dos, y lo más descabellado, era que de alguna forma aprobaba mi traición. Y ante eso, estaba dispuesta a perder su virginidad conmigo, cuando yo así lo decidiera. Vaya urgencia. Que tiempos Dios mío.
Ahora si estaba jodido. Sin Cristal y sin Liliana.
Temí volver a recaer en una profunda depresión. No fue así. Continué con mi vida y mis actividades varias. Acepto que era difícil ver a Lili en la escuela, sin que me dirigiera la palabra. Sobre todo era cruel verla coquetear con otros idiotas. Pero bien merecido lo tenía. Aunque mi intuición me indicaba que no la tenía perdida del todo. Era cuestión de tiempo.
El regreso de la pantera
Pasaron varios meses y algunas semanas sin saber de Cristal. Ya no pensaba mucho en ella. Estaba curado de espantos. Sin embargo, apareció sorpresivamente una soleada tarde en mi escuela. Yo me encontraba en la clase de física. El maestro Marcelino Pompón, hacia un repaso sobre principios y conceptos básicos; masa, densidad, peso, volumen…cosa de principiantes para mí. Recuerdo haber estado de los más aburrido, cuando de pronto, una vocecilla silenció todo el salón de clases:
–Buena tarde profesor, buscaba al joven Salvador. –Al escuchar aquellas palabras, el esqueleto se me paralizó.
– ¿Quién lo busca? – preguntó con morbo el profesor.
–Soy Cristal, su tía. – Vi la cara de lujuria del profesor. El salón parecía estar lleno de grillos, había cuchicheos por doquier.
–Me permite salir un momento profesor, –me adelanté.
–Si, claro, no hay ningún problema.
Sentí como puñaladas las miradas de mis compañeros mientras atravesaba el salón. Salí de inmediato. Le pedí que me siguiera al patio trasero de la escuela. Era un lugar menos transitado, más tranquilo. Al caminar, las piernas se me hacia agua. La garganta se me secó. Cristal estaba más bella que nunca. Vestía un espectacular y decente vestido negro, tacones al mismo color, portaba una discreta gargantilla color plata. Una bolsa también negra, con vivos color plata. El pelo recogido. Las piernas relumbrantes. Una verdadera pantera.
–Pinshi Shavi, cuando menos dame un abracito, -dijo.
–Hola Cristal, que gusto. ¿Cómo has estado? – contesté secamente.
–De la shingada, extrañandote un shingo, -su acento norteño, sonaba más marcado que nunca.
No respondí a ninguna de sus adulaciones. Evitaba caer en sus garras.
–Y cuéntame, ¿qué has hecho, cómo te ha ido? -volví a preguntar.
–Después de aquellas noshe, me deprimí musho, tu eras lo único verdadero que tenía…así que envolví mis cosas y me fui a mi ransho, a los Moshis.
Sus palabras parecían ensayadas. Me molestaba que siguiera tratándome como retrasado.
–¿Y qué, tú no me extrañaste?... aunque sea poquito. –Enseguida comenzó a rejuntarse hacia mí.
–La verdad no…, -contesté nervioso, inseguro.
Después de escuchar eso, se me fue acercando más y más. Cuando menos lo pensé ya me tenía acorralado.
–Cristal, aquí es un lugar público por si no te has dado cuenta.
–Te extraño, Shavi… cuando vas ir a mi casa.
–No puedo Cristal, no pretendo volver a engañar a mi novia, –mentía, cuál novia.
–Tu novia no me importa Shavi, me importas tú….
–Pues a mí sí, y no, no puedo Cristal, no podemos seguir con esta farsa.
–Pero yo te quiero…¿Y tú a mi?
–Si, te quiero…pero como amiga…. si quieres, el sábado te puedo invitar al parque o… al café
–Jajaja….ash Shavi… yo no estoy para andar yendo al parque Shavi, no me gustan los animalitos, me gustan los animalotes, como “El Shavi”…, y si vine a buscarte es por que te necesito…y eso implica que TE NECESITO. Al parque y al cafecito lleva a tu noviecita. Tómense de las manitas. Cómprale un gaspasho… Yo necesito otras cosas. Y tú lo sabes Shavi. ¿Acaso ya lo olvidaste?
Guardé silencio por algunos minutos. Conté hasta 100. Inhalé y exhalé profundamente. Sus palabras me habían parecido groseras, impertinente y cínicas…y muy provocativas.
–Escucha con atención Cristal, no quiero que te vuelvas aparecer por aquí, tengo novia. Segundo, no soy tu objeto sexual. Tercero, ya no quiero tener nada que ver contigo. Cuarto…
Su mano tocó levemente mis labios, interrumpiendo mi siguiente advertencia. Volver a sentir la tibieza y suavidad de su mano que provocó una descarga que invadió todo mi ser. Di unos ligeros lengüetazos entres los dedos de su mano, saqué la lengua como lagartija, chapándole los dedos de manera chusca. La llevé hasta el laboratorio de Química, solo a esas horas. Un olor agrio flotaba sobre aquel lugar. La cargué con facilidad hasta las mesas de aluminio. Ahí, la senté como a una niña malcriada. Cristal esbozaba una maliciosa sonrisa. Una endemoniada risa, de maldita perra.
–Quítame este vestido Shavi….
Fue un sexo sin preámbulos, animal, salvaje, y muy rápido. A veces, uno es breve. Lo considere por falta de actividad y de práctica.
–Ves Shavi, cuanto me necesitas…tenemos que volver a practicar, -dijo mientras se acomodaba el vestido de pantera.
Atravesamos la escuela. Todas las miradas estaban sobre ella. Se despidió con un beso en la mejilla.
–En estos días te marco, -dijo ella.
–¿Me marcas?...si nunca te he dado mi teléfono, -contesté sorprendido.
–Yo todo lo sé, Shavi y lo que no, lo investigo.
Dio la media vuelta, recogió su negra caballera. No me dio tiempo de decir ya nada. La silueta de Cristal se fue perdiendo -incluidas sus nalgas-, tras los rayos del sol que sin piedad azotaban aquella tarde.
Próximos capítulos. Capitulo VI. La Llamada (esperada). Y una verdadera orgía.