29 de julio de 2009

Tan cerca de Capote y tan lejos de Proust


Por: Salvador Munguía

Con frecuencia me han preguntado que de cierto tiene lo que a menudo escribo, algunas personas incluso se han llegado a ofender más de alguna ocasión, no sé, si con justa razón. Muchas veces, o mejor dicho, la mayoría de ellas, no me doy cuenta del daño que pudiera ocasionar o de las consecuencias de alguna basura de mis textos. Tampoco escribo sin plantearme si les puede gustar o no, si se van a escandalizar o no, si se van a molestar o no, escribo como un acto reflejo y ya. En fin. No sé si deba disculparme. Alguna vez leí que la literatura (si es que a esto se le podría llamar así) aparte de ser una pérdida de tiempo, es una gran mentira, una farsa.

Al respecto, el escritor Paul Theroux escribió, “¿Qué parte se inventa y qué parte no? Imposible saberlo”. La periodista española Rosa Montero, dice: es difícil separar el recuerdo real de lo fabulado, pues a fin de cuentas todo recuerdo es mentiroso y toda memoria un producto más o menos elaborado de nuestra imaginación”. Ella misma agrega, “cuando Truman Capote publicó en una revista los primeros capítulos de su novela Plegarias atendidas, sus amigos y benefactores de la alta sociedad quedaron horrorizados al verse despiadadamente expuestos en el libro que le cerraron todas las puertas en las narices. Capote se convirtió en el apestado, jamás terminó la novela y los ocho años que le quedaron de vida fue un puro decaer. No sé –continua Rosa Montero- como Capote no pudo preveer que pasaría eso. No sé como los escritores se dedican a atrapar y reelaborar retratos de las personas reales, como quien captura mariposas. Y concluye, “existe algo vidrioso en el uso libérrimo que ciertos autores hacen de los demás, pero en ocasiones, ¡que obras tan enormes produce este descaro! Como, por ejemplo, En busca del tiempo perdido, de Proust, en la que se pueden rastrear, y muchos estudiosos lo han hecho, decenas de nombres reales por detrás de los personajes novelescos”.

Hasta ahora no he escrito ninguna obra maestra (y dudo mucho de mi, para algún día hacerla) hoy por hoy estoy más cerca de Capote, por apestado, claro, y lejos muy lejos, lejísimos de escribir una obra maestra como el viejo Proust.

23 de julio de 2009

Celia


Por: Salvador Munguía




¡Soy un monstruo! ¡Amante de nadie y de nada!

¡Sin amar ni ser amado!

Philp Roth



─ Lo sabía−. Una vez que di la vuelta y me marché, volvió a reiterar con un tono estremecedor: “lo sabía”.

Fueron las últimas palabras que me dijo Celia. Al día siguiente me fui de Santiago de Compostela.


Soñé, más de alguna vez, como sería la primera mujer europea con la que tendría alguna aventura amorosa, pasional, carnal o de la que fuere. La soñé de rubia caballera, alta, esbelta, de cintura breve, de vivos y grandes ojos azules, de tez pálida, con dos hermosas y firmes tetas, con un magnifico culo, acento de algún país nórdico y completamente desconocido para mis oídos. La mujer del sueño, no era una mujer cualquiera, no solo era hermosa, además, se trataba de una mujer, tierna, dulce, educada, bondadosa, inteligente, respetuosa, culta. −¿Existirán ese tipo de mujeres?−. Pero pocas veces, o casi nunca, un sueño se convierte en realidad. Y mi sueño estaba lejos de cumplirse, al menos por ahora.


─ Dejaos de tomar fotos. – Escuché a mis espaldas.

─ ¿Tiene algo de malo?, ¿Quién eres tu? –Gruñí, inmediatamente.

─ No, pero eso dejaos para los japoneses, además que le ves a esta monstruosa catedral. – Reí por compromiso. Ella continúo:

─ Párate ahí, dame tu cámara, yo os tomó una, – respiré hondo, y se la di- ahora di, pa-ta-ta. –carajo me sentí un gallego, ósea un idiota, repitiendo patata.

─ Muchas gracias, debo retirarme. Hasta pronto.


Me arrepentí de inmediato de haberme salido del bar, donde media hora antes, tranquilamente me encontraba. Caminé en busca de algún lugar cercano, tenía hambre, sed y fatiga, –caminar es una actividad, o mejor dicho, una cualidad que no poseo –, mi intención era comer un ligero bocadillo, beber un par de cañas y regresar a descansar a la casa donde provisionalmente estaba viviendo. Ya dentro del bar, volví a escuchar la misma voz atosigante.

─ Tienes cara de hijo de puta.

─ ¿Y como es eso?

─ Como la tuya.

─ Posiblemente tengas razón.

─ ¿Cómo te llamas?

─ Salvador, ¿y tú?

─ Celia.

─ Mucho gusto, –dije. Dos besos en nuestras heladas mejillas confirmaron nuestra presentación.


Celia es una mujer atractiva, no es muy guapa, no es rubia, no tiene la cabellera rubia, no es de ningún país nórdico, respetuosa no lo fue, habla español, –y obvio, gallego–, es esbelta, pero sus movimientos de cadera, su forma de caminar y mover las manos, la hacen realmente encantadora. Es una mujer que no pasa desapercibida. No tiene lo grandes ojos azules, pero en cambio tiene unos pequeños y hundidos ojos color miel. Es mediana de estatura, sus tetas son pequeñas, como un par de limoncillos, pero posee unas firmes, duras y bronceadas piernas, y lo mejor; un culo maravilloso. Viste como muñeca de aparador o como cualquier otra mujer que trabaje en alguna tienda de ropa chic. A veces los prejuicios me persiguen y a simple vista, Celia me daba la impresión de ser una chica superficial, altanera y no muy cuerda. Tierna, bondadosa y culta, es lo menos que a simple vista refleja. Y creo que no me equivoqué.


Antes que las preguntas y tanta palabrería diría inicio, bebí mi cerveza con rapidez, tenía jaqueca y no tenía ganas de conversar, muchos menos tratándose de una desconocida. – ¿Cómo sabía sí no tenía intenciones de acuchillarme? –.

─ Me debo de ir, tanto gusto.

─Malditos colonizadores, ¿acaso no les enseñaron buenos modales, debieron educar a mexicanos déspotas como tu?... hostia tío.

─ Jaja. –Reí, su sinceridad y franqueza me hicieron tomarme las cosas con mayor paciencia.

─ Os propongo algo, –dijo ella. ¿Por qué no vamos por unos tragos tío?...pasamos por una amiga que está por salir del café donde trabaja, y posiblemente, hoy sea tu día de suerte. –Volví a reír estúpidamente-. Y acepté.


La propuesta no sonaba mal, llevaba un mes en Santiago y el tiempo se me había ido en nada. Me había refugiado el la tranquilidad de este pueblo intentando escribir algo digno, algún cuento valioso, alguna crónica interesante, algunas reflexiones decorosas, o por qué no, las primeras líneas de una novela que ha estado constantemente martillando mi cabeza, pero lo único que llevaba hasta ahora, eran unas cuantas e insignificantes líneas.


De mi bolsillo sustraje un par de aspirinas, las tragué con el último trago de cerveza, pagué la cuenta, y nos largamos. Durante el camino, Celia me resumió su vida. Había sido enviada de regreso a Santiago por ordenes de sus padres, se había metido en un lío con un tipo mayor en Barcelona. Detestaba vivir aquí, en Santiago, “Santiago es un jodido pueblo de piedras y agua”, decía. Sus padres vivían separados. No estaba muy cuerda. No era muy brillante, –no es ningún mito que los gallegos son retraídos, por decir algo decente-. No le paraba la boca, eso no es lo peor, lo peor de los gallegos, es que su español es pésimo, hablan rápido, a veces mezclan el gallego, otras suenan como si estuvieran hablando portugués, pero con acento español, ¡joder! Así que, existían lagunas en nuestra conversación. Yo daba por avalado algún tema o alguna pregunta, sin entender de lo que se trataba. Cuando llegamos al restaurante por la amiga, resultó que no estaba. Ya lo presentía, desconfiaba cada palabra, cada movimiento, cada suspiro, todo. No podía correr con tanta suerte, además ¿por qué debía confiar en ella?


─ Bien, no está. Que hacemos, ha empezado un chubasco. Nos metemos a otro bar, o mejor me llevas a un lugar más tranquilo, donde solo estemos tú y yo.


Atravesamos la rúa de San Francisco, después llegamos a la rúa dos Castiñeiros, hasta encontrarnos con la rúa dos San Roque, para ahí caminar por la cuesta que conduce hasta el barrio de Guadalupe, donde yo residía.

Una ligera pero constante lluvia empaparon nuestros cuerpos, nuestras ropas. Al llegar, le ofrecí una playera seca. Después fui por tequila que había dejado a la mitad.

─ Joder tío, me quieres poner borracha o me quieres follar.

─ No tienes que beber sino te apetece.

─ ¿Y follar?

─ Es igual.

─ Quiero que me folles, con la condición que lo hagas despacio, hagámoslo como si nos amaramos.


Carajo, las mujeres ¿acaso premeditan las palabras?, o ¿son tan espontáneas como para decir semejantes palabras?


Se inclinó sobre la silla del comedor, con sus pies quitó uno y después otro de sus tacones rojos, enseguida desabotonó su pantalón entalladísimo color negro que resaltaba su culo hasta quedar en unas lindas y rayadas bragas en colores negras y blancas, por debajo de “mi” playera hábilmente aflojó y después se deshizo de su brasier, recogió su cabello, voltio a verme, y dijo:

─ Es tu turno mexicano.

Cuando estaba por terminar de desabotonar mi camisa, se sentó sobre mis piernas, bajé sus bragas, segundos después, me empotré muy dentro de ella. No tenía la habilidad de una diosa sexual, podría decirse que era torpe, precipitada, arrebatada, ninguna pericia acrobática fuera de lo normal. Pero con algunos ejercicios, y práctica, podría mejorar, sin duda. Algo me impresionaba, me molestaba, mejor dicho, y era que ni durante el sexo le paraba la boca, fumaba como retrasada mental, balbuceaba, gemía, gritaba, hablaba, creí escuchar que hasta cantaba.

Cuando me corrí, y ella hizo lo mismo –eso creo-, me dijo que me amaba. Preguntó que si yo la amaba, contesté que no, “apenas nos conocemos”, dije.

─ Y que, no se necesita conocer a alguien 30 años para amarlo.

En eso tenía razón. Pero mi respuesta fue contundente.

─ No, no te amo.

─ ¿Pero lo intentarás? Promete que lo harás.

─ Ok, lo intentaré.

Como mencioné antes, “normal” no estaba. –¿Pero quién lo está?- Y mejor valía seguirle la corriente. No quería aparecer en los titulares: “Joven mexicano muere asfixiado por su amante, mientras dormía”. Los tequilas adormecieron el cuerpo y la lengua y energía de mi gallega compañera. Por la mañana me levanté a preparar de desayunar. Y ahí cometí el primer gran error, –¿cómo era posible que con una noche, y yo ya estaba preparando y compartiendo algo tan sagrado como los alimentos?, y con una desconocida. Porque una cosa es compartir un pedazo de colchón, que a nadie se le niega, y otra muy distinta, es compartir la mesa–. Cociné unos huevos estrellados, preparé un poco de café, y lo llevé hasta la cama. –Maldita sea, que error–. Ella despertó, estaba sorprendida, se levantó y se recargó sobre la cabecera de la cama, con sus grandes y hundidos ojos color miel, me vio durante unos segundos, –para mí fueron minutos, horas-, e hizo una mueca para que me acercara hacia ella, en mi oído, susurró:

─ Ves como no será tan difícil empezar a amarme. Yo ya te amo o si prefieres escucharlo en gallego: ¡eu xa che amo!

Me parecía una afirmación, obviamente vacía, sin sentido, sin razón de ser. ¿Acaso esta mujer cree que los mexicanos somos una raza de crédulos, de tontos, que cualquier cosa que nos digan lo creeremos? O, no se da cuenta que tales sentencias son fuera de lugar. ¡Apenas es una noche!, ¡una!, ¡¿Cómo es eso posible?! ¡Joder! ¡Que impertinencia!

Retiró el plato, lo acomodó a un costado de mi cama, lentamente se fue acercando, yo estaba en el borde la cama, trataba de terminar mi café, tomó mi taza y la puso sobre un viejo buró, enseguida se inclinó frente a mi hasta quedar sobre mi regazo, puso una almohada en el suelo sobre sus rodillas, bajó mis calzones, y me poseyó con su boca, y ¡oh Dios mío, que boca, que labios, que forma de usar la lengua, que manera de morder. Sus verdaderas cualidades no eran follar, eso había resultado obvio, pero una cosas es follar, y otra es lamer, succionar, chupar, tragar.

El resto del día fue lo mismo, coger no muy bien, y ella lamiéndome excelsamente. Entre los intervalos, lo que mejor recuerdo fue cuando me preguntó si alguna vez había tenido sexo con otro hombre, contesté, “no nunca, y si tu otra pregunta es, si me gustaría, mi respuesta es la misma; no nunca”. El tema sobre perversiones y fantasías continuó, ella me preguntó: si quería saber si había tenido sexo con alguna otra chica, “no me interesa”, dije. “Hostia no seas tan gilipollas”. “Bueno, has tenido sexo con chicas”, –pregunté-, “no, solo me he besado con chicas”. “¿Te gustaría”?, “Siempre que tú también participes”, -dijo.


Celia (segunda parte)


Finalizado este tema, volvió a vestirse, prendió su móvil, hizo cara de sorpresa. Me dijo que se tenía que ir, que después me llamaba. Y agregó:

─ Te amo, no me abandones. – Me besó sutilmente en los labios, y se fue.

Una semana después el teléfono sonó, era Celia:

─ Hey mexicano, que haces.

─ Escribiendo idioteces.

─ ¿Sigue en pie, lo de la chica, tu y yo?

Un silencio se apoderó de mí.

─ Hey, contesta, sino quieres no. O sino se te antoja, podrías estar solo de mirón.

─ Ok, donde nos vemos.

─ ¿Tienes en dónde anotar?


Nunca antes en mí promiscua vida, había tenido la oportunidad de participar en un trío sexual. Mi sueño desde adolescente estaba por cumplirse. Cuantas veces me masturbé de joven imaginando 2 chicas tocándose, mientras yo, primero las veía acariciarse, para minutos después, unirme a la pequeña orgia.

La cita era un viejo, elegante y lujoso hostal, en la zona vieja de Santiago, el lugar se llamaba, “Hostal Reis Católicos”. Nuestra compañera, era una polaca, amiga de Celia, no era la gran cosa, estaba algo pasada de peso, pero tenía unas tetas hermosas y grandes, lindos ojos, color verde, era una simpática pecosa, de abundante cabellera pelirroja. No hablaba español, se comunicaba con Celia en alemán. No entendía nada, pero eso aumentaba mi libido. Compramos un par de botellas de tintos y un poco de queso. La polaca sacó de su bolsillo hachís y fumamos un poco. Después de la primera botella, Celia le dio un beso en la boca, la polaca respondió, su larga lengua polaca lamió el cuello de Celia. Enseguida Celia se llevó el dedo a su boca, lo ensalivó y lo introdujo en la vagina de la polaca. Mi excitación incrementó, la polaca fue a mi encuentro, desabrochó mi pantalón, Celia torpemente me quitaba los zapatos, la polaca se recostó por debajo de mis huevos y me dio suaves lengüeteos, Celia me besaba la boca. Ahora la polaca y Celia se besaban, y las dos se acariciaban los senos, se susurraban cosas al oído, se reían, me reía, todo era maravilloso y feliz. Mi cuerpo ardía de calentura. El hachís comenzaba a tener efectos en mi cabeza, todo se movía lentamente, los cuerpos se derretían, el desenfreno sexual nos había abrazado con frenesí. Metí mi pene circuncidado, tres, cuatro, cinco, seis veces, lo saqué y lo volví a enterrar en otro boquete, me corrí, ¿dónde? No lo sé. Después lo supe, y no había sido precisamente en el coño de Celia. Dormimos los tres hasta al medio día siguiente. Celia despertó con un humor insoportable. Algo le dijo a la polaca, ésta se vistió y se largó. Intenté dormitar unos minutos más, pero fue imposible, Celia me increpó diciéndome que si ya estaba contento de haber fornicado con su amiga.

─ Os hubieras visto, no dejabas de besar y tocar a Edyta, −hasta ahí supe el nombre de la polaca-. ¿No os son suficientes mis tetas y mi culo?, ¿por qué me haces esto? Vete a la mierda, no os quiero volver a ver. −Y extendió los insultos, esta vez más divertidos:

─ ¡Malditos mexicanos. ¿Acaso que se creen?... Os recuerdo que nosotros somos los civilizados, los con-quis-ta-do-res y vosotros los co-lo-ni-za-dos…. los jodidos indios!

─ Jaja, -reí sin parar, carcajadas brotaban desde el fondo de mi garganta-. Jajaja eres muy chistosa Celia, y sabes algo, ve a ver un doctor, no estás bien de la cabeza.

─ Pero por qué me haces esto, ¿no te gusto?

─ Deja de decir idioteces, tú fuiste la de la idea, por que me culpas, ¿y si tenía ganas de metérsela a la polaca, qué? ¿Apoco tu te quedaste con las manos cruzadas?

─ ¿Pero os gustó más ella?

─ Claro que no.

─ Y no me abandonarás, verdad.

─ Deja de pedirme esas cosas Celia, yo estoy aquí de paso. No puedo prometerte algo que no puedo cumplir.

─ Llévame contigo.

─ Tampoco tengo la respuesta a tu petición.

─ Por favor, yo te amo.

─ Deja de decir estupideces.

─ Eres un engreído, hijo de puta. –Y sino me agacho, me estrella un plato sobre mi cabeza.

─ ¡Celia, no hagas estupideces, que carajos te pasa!

─ ¡Lárgate de aquí, eres igual a todos, veteee!


Después de ese día, sabía que no debía ver más a Celia. Estaba loca, desorientada, perdida. Durante días, intentaba escribir, pero sin conseguirlo. Recordaba viejos amores, y una pregunta rondaba insistentemente, ¿cómo era posible que siempre me relacionara con este tipo de mujeres, atormentadas, inseguras, desequilibradas? ¿Por qué no me relacionaba con mujeres incontaminadas? Aunque a decir verdad, las había tenido, chicas listas, sencillas, cultas e inteligentes, pero tampoco dieron resultado. Que razón tiene el viejo de Philip Roth al escribir: “¡Que antinatural puedes ser la relación entre dos personas!”


Pasada una semana. Celia llego a mi casa.

─ Te invito al cine.

─ No gracias, estoy ocupado.

─ Bueno, a comer.

─ Ya comí.

─ Vine a pedirte una disculpa por mi actitud.

─ No hay problema Celia. Pero lo que menos necesito es esto.

─ Pero tú lo arruinaste.

─ Lo que tú digas Celia.

─ ¿Ósea que no te importo?

─ Joder… yo no hice nada, tu fuiste la de la idea, además te recuerdo que me aventaste un… -no me dejó terminar la palabra, se abalanzó sobre mis rodillas, bajó el cierre de mi pantalón, “estás loca, Celia, que intentas hacer”, pero ella seguía, poseída, enloquecida, sin importarle que nos encontrábamos fuera de mi casa, “levántate de ahí”, “quiero chapártelo” exclamó. Y otra vez caí vencido. -Odié mi vulnerabilidad y flaqueza-.

Las semanas, y los días siguientes fueron iguales: salíamos por ahí a comer, al cine, a caminar, a beber, nos encerrábamos en mi casa a tener sexo, algunas veces le leía, intentaba tranquilizar esa mente perturbada a través de algunas lecturas, de poesía, pero cuando todo parecía ir bien, una mecha se encendía dentro de su cabeza, y, enloquecía, ¡carajo! y vaya que enloquecía, se deschavetaba, me insultaba, me maldecía, se maldecía ella misma, arrojaba cosas…y después, no deja de lamentarse, de decirme cuanto lo sentía, me pedía perdón con lágrimas, llanto y toda la cosa. Esta era una mujer atormentada, caprichosa, necesitada de mucho afecto, y yo no tenia ni el tiempo, ni las ganas de lidiar como semejante paquete. Bueno no todo fue así. Hubo fines de semana tranquilos, normales. Uno de esos fines, me llevó a conocer algunos pueblos cercanos a Santiago, fuimos a Vilagarcía, un puerto gris, sin chiste, −es uno de los puertos principales por donde entra la mayor cantidad de cocaína a territorios españoles, y con un porcentaje altísimo de adictos- ahí Celia compró un poco de polvo, yo otro tanto de hachís, fuimos a la fría y sucia playa, yo me tiré sobre la granulada arena y fumé un poco, Celia bailoteaba algunos pasos de Muñeira, no lo hacía mal, solo que estaba muy drogada y no paraba, desnudó su torso y orgullosamente mostraba sus piloncillos al aire. Nuestro siguiente destino fue Caldas de Reis, donde su padre tenía cabañas en renta. Ahí pasamos nuestros mejores momentos, días soleados, agradables, ¡tranquilos!, ¡estables, sin pelear siquiera un minuto!, −creo que estoy exagerando, hubo altercados, pero esos cualquiera los tiene-. Esos “estupendos” días mi corazón se ablandó, mis buenos sentimientos salieron a flote, los había mantenido guardados durante meses; compasión y ternura, cariño y paciencia, es más, creo que, esos fines de semana llegué a considerar la posibilidad de deber amarla, de deber soportarla. Pero constantemente me preguntaba ¿Qué hacía con esa mujer? Sabía que los días estaban contados, no habría más de lo que fuera que teníamos entre Celia y yo.

Parte del carácter de mi joven amante, fue gracias a las comodidades, lujos y caprichos del padre. El padre había cambiado a su madre por una joven amante, y vivía en un constante remordimiento, intentaba lavar sus culpas concediéndole cualquier capricho a su rejega y única hija. Y ahí me encontraba yo, y ese yo, era un pobre diablo que se vino a Europa para librarse de viejos y enfermos amores, que se autoexilio en el viejo continente para pelear de tu a tu con su pasado, con sus demonios y, volver a empezar, o, por lo menos, intentarlo. Pero no, estaba volviendo a caer en el hoyo del que estaba intentando huir, estaba regresando a ese maldito círculo vicioso, al que todos caemos a la primera oportunidad presentada.


De regreso de Caldas de Reís, la perturbada cabeza de Celia volvió al ataque:

─ Presiento que te vas a ir, y me dejarás.

─ Celia nunca te he dicho que me quedaré. Vine a Europa sin ninguna expectativa, ni plan, pero créeme, que tener una relación es lo menos que necesito, por ahora.

─ ¿Y lo que tenemos, cómo se le llama Sr. Insensible?

─ Pues… no sé…es…una relación amistosa, sexual.

─ Bájate de mi coche, yaaaa, bájateee, lárgateeee… ¿que os crees? No entiendo nada, me has chupado, me haz follado, os he besado noches enteras, os he entregado todo, ¡¿por qué eres así, por que?! ¡¿Qué necesitas?! ¡¿Qué quieres?!

Intenté tranquilizarla, bajarme ahí, me iba a costar ca minar kilómetros hasta Santiago. Pero fue muy tarde, aventó mi maleta por la ventana de su alfa romeo, -rojo, dos plazas, clásico-, y bajo una tupida e incisiva lluvia, caminé y caminé y caminé. Ahí recordé a los peregrinos que durante todo el año, vienen a visitar estas tierras, con el fin de recorrer el famoso trayecto, que siglos antes caminó el apóstol Santiago.


Durante una semana Celia insistió en llamarme día, tarde y noche. Vino a buscarme un par de veces, pero no abrí la puerta. Hasta que se cansó. Unos días antes de irme de Santiago, recibí un mensaje de texto de Celia: “Mi madre ha muerto. La estaremos velando en el cementerio Boisaca, me encantaría que me acompañaras”. −Carajo, ¿cuándo podría deshacerme de esta mujer-? ¿Y si era un truco para volver a caer? ¿Alguien será capaz de mentir con tal irresponsabilidad? ¿Y si, si es verdad y la madre si “colgó los botines”? O mejor aun, ¿y si tiene preparada alguna coartada para matarme y enterrarme ahí mismo? Posiblemente en su inadaptada mente ha imaginado un trágico final para su “amante insensible” ¿O Celia será un karma que estaré cargando y pagando por el resto de mis días?


Pensé en la soledad de aquella alma desorientada. Que yo supiera no tenía grandes amigos, ni alguien en quien pudiera confiar. Una generosidad me embargó y acudí al cementerio. Al llegar, una atmósfera de indeferencia y frialdad embargaba aquella sala, no parecía que alguien hubiera muerto, se escuchaban murmullos por cada rincón, un grupo de jóvenes reían cautelosamente, dos señoras rezaban, otros más fingían solemnidad. Me deprimí estar en ese lugar, la sala estaba oscura, solo unos cirios alrededor del féretro daba un poco de luz, un pesado olor a flores en toda la habitación lo hacía mas insoportable. Caminé hacia la cabecera del féretro y ahí estaba ella, vestida totalmente de negro, un vestido entallado resaltaba sus nalgas, −lástima que arriba le hacía falta relleno- se veía hermosísima, como nunca antes, junto con ella estaba su padre y una mujer joven, −supongo que la amante-. Cuando me vio sus ojos color miel brillaron, sus manos envolvieron mi cuello, “sabía que vendrías, no sabes como os extrañe, vida”, -dijo. Al cabo de dos horas la sala se fue vaciando. El padre de Celia se acercó para decirle que iba a tomar una ducha y descansar un poco. En la sala solo quedábamos, Celia, su madre que yacía muerta, y yo. Un frío despiadado entumió todo mi espíritu. El silencio era aterrador. Celia dormitaba en mi hombro. Cuando despertó, me dijo que por más esfuerzo, no había podido llorar, “finjo sentirme mal y triste pero no lo consigo, solo me siento como si todo fuera un sueño y yo estoy flotando”, -dijo. No contesté nada. “¿Cuándo te vas?, preguntó, “Mañana”, -contesté. Besó mi cuello con una ternura desoladora. Tomó mis manos y las llevó a sus nalgas, después a sus tiernos y frágiles pechos. Besé sus labios. Ella levantó su vestido negro, bajó sus bragas, bajé la mitad mi pantalón, se montó sobre mí y la penetré lentamente, como ni nos amaramos, sus gemidos retumbaron en el cuarto funerario, nos miramos a los ojos mientras intensamente nos amábamos, dos animales desamparados amándose en una sala funeraria. Quise morir en ese instante, imaginé un lugar en el mismo ataúd de la madre, quizá a un costado y Celia al otro. Celia comenzó a llorar, sus ojos hundidos color miel se llenaron de lagrimas, me abrazo con fuerza, hice lo mismo. También mis ojos se inundaron de lágrimas, un nudo en mi garganta me atormentaba, quería llorar con fuerza, con arrojo. Pero no lo hice. Celia me dijo: “vete ahora… lo sabía, vete”. Y volvió a reiterar con un tono estremecedor: “lo sabía”. Quise decir algo, darle un último abrazo, no fue posible. Me retiré y caminé a través del oscuro panteón Boisaca, el aire era picante. Mi corazón ardía de angustia y de ira.

19 de julio de 2009

John Mayall, como los vinos



Por: Francisco Valenzuela

Los viejos lobos saben cómo devorar a sus presas. Las conocen a fondo, olfatean sus pasos, las miran a la distancia, se acercan sin ser vistas y de pronto, sin más avisos, las hacen suyas.
Incluso pasa con los viejos lobos del blues.

John Mayal, que para este verano ya cuenta con 76 primaveras, llegó a Santiago de Compostela con esa piel que confunde a los inocentes corderos. No es una estrella mediática, es más bien un tipo de culto, una leyenda viviente para los que verdaderamente conocen del género. Tal vez por ello se le vio, como si tal cosa, a la entrada del multiforo Fontes do Sar vendiendo sus discos, estampando la firma y en la pose para la foto del recuerdo. Actitud que jamás esperaríamos, por ejemplo, de un Eric Clapton, su contemporáneo y compañero de los primeros viajes, él sí perteneciente al actual star sistem.

A la cita se han reunido unos mil espectadores en un aforo que da para mucho más, y que por estos días luce con agenda llena, lo mismo con una noche metalera eclipsada por Slipknot que un festival encabezado por Def con Dos.
La mayoría de quienes acuden al concierto rebasan los 30 años; por ahí se miran a las parejas con jeans, chamarras de mezclilla y algunos, pocos, con la greña larga. Los menos son jovencitos que seguro han sido empujados por algún pariente, alguien que les quiere invitar a las raíces, a esas épocas sesenteras en que la Gran Bretaña encabezaba la invasión de casi todo. Y es que de la primera banda del maestro Mayall, The Bluesbreakers, surgirían proyectos como Fleetwood Mac y Cream, además de que a la postre descubriría a Mick Taylor, futuro Rolling Stone. Toda esa carga histórica en un solo lugar y con el protagonista encanecido, flaco y siempre sonriente.
Luego de un largo recital de la banda telonera, las luces se prenden, pero el maestro sigue vende que vende sus discos, sin inmutarse demasiado por el hecho de que ya le toque subir al escenario. Por fin alguien le avisa, así que se esfuma de su tiendita improvisada y las luces se apagan para recibirlo. Con los instrumentos dispuestos y bien calados, Mayall decide arribar en solitario, nada más con su armónica y su playera negra. Tres minutos de una improvisación contundente para entonces recibir a la banda que lo acompaña, casi de su edad, quienes tendrán tiempo de lucirse con guitarra, bajo, sintetizadores y batería.
Empieza entonces un breve recorrido por su larguísima leyenda discográfica, piezas tan azules como la iluminación del escenario, tan taciturnas como los adultos que no dejan de aplaudirle. La primera es sonar es You know that you love me, lo que marca el inicio de toda una noche dedicada casi por completo a las mujeres que hacen llorar a los hombres, y a las que los hacen gozar y a las que los hacen soñar.
Sus acompañantes no son cualquier cosa, ni mucho menos. El del teclado es carismático, elocuente; el baterista tiene la piel tan oscura como los callejones londinenses, mientras que en el bajo y la guitarra no hay nada qué reclamar, sino todo lo contrario. El conjunto muestra su lúdica armonía en Chicago line, para luego verse callejeros, vagos, con Oh, my life, cuyas líneas dicen todo por sí mismas: “…cuando lloro es por ti, nena, hago un blues para ti… cuando te amo, cariño, el mundo da vueltas…”
Y así pasan los minutos de relatos que rematan siempre con baby, honey o love, un catálogo de cartas abiertas, sinceras, de vena, con vísceras y mucho corazón. Poesía urbana acompañada por blues y algunos toques de rock and roll, booggie y tremendos solos en cada instrumento.
El viejo lobo no muestra ni un achaque; si acaso tiene apuntadas las letras por aquello de la memoria traicionera, pero, de ahí en fuera, explota toda su energía y no cesa ni con la guitarra, ni con la armónica ni con su propia voz convertida en instrumento adicional. Se despide con All your love y deja complacidos a los cientos de gallegos que se han dado cita en el moderno inmueble, donde por cierto las medidas se relajan y no objetan el consumo de tabaco y una que otra sustancia ilegal.

El blues y Jonh Mayall lo merecen.

Así huele Pamplona

Por: Salvador Munguía

Huele a vomito colectivo. Huele mal. Huele a vino derramado, a tufos de alcohol. Huele a orines. Huele a sudor rancio. Huele a adrenalina en cada calle, en todo rincon. Huele a miedo. Huele a sangre. Huele a toros bravos. Huele a muerte.

13 de julio de 2009

Lou Reed en Santiago



El peregrinaje de Lou Reed





Santiago de Compostela, España. 
Julio 13, año 2009 

Texto: Salvador Munguía
Foto: Gilberto Pizarro


Las 10 con 15 minutos marca el reloj. Arriba, en el escenario, un señor toma su guitarra, acomoda sus gafas, da unos guitarrazos como para aflojar los dedos, sacudirse la humedad, el frío que comienza a azotar en la magnífica catedral de Santiago. Es la leyenda, el mito, el atascado, el narrador de las historias más sórdidas de New York. Ahora es un hombre viejo, "retirado" de los peores vicios. Su nombre es Lou Reed y es considerado el padre del rock del submundo. Me gusta más el de poeta maldito.

Lou Reed está aquí, en Santiago de Compostela, para presentar la segunda fecha en tierras europeas y dar a conocer su gira titulada “The yellow pony and other stories” junto a Laurie Anderson, su pareja artística y sentimental. Enfrente hay un escenario sencillo, dos plasmas a los costados y luces tenues. Es el escenario perfecto porque estamos en una de las plazas más hermosas del mundo; la plaza principal de Obradoiro.

Las miradas dicen más que mil palabras, es lo que dicen. Laurie voltea a ver a Reed. Es una mirada compasiva, tierna. Pero ya sabemos que las mujeres no miran así a los hombres. En realidad, es una mirada de, "es mi noche, espero no la cagues, mi amor".  

La suavidad y delicada voz de Anderson estremece a todos, estremece hasta el rincón más húmedo de esta ciudad, incluso, estremece el corazón de los ingenuos peregrino que buscan los restos de Santiago, el apóstol. El concierto consiste en una interacción de recitales por parte de Anderson, mientras que Reed se encarga de poner un poco el desorden, sólo un poco, los acordes de Reed suenan cohibidos, bajos, pero, a veces, se le olvida que viene con su mujer y salen desquiciantes distorsiones de su guitarra, pero recordemos lo de las miradas, a Reed no le queda de otra, servir de fondo para que Anderson sea la mandamás de la noche. 

Pero los viejos lobos de mar no se pueden quedar con los brazos cruzados mientras una mujer recita cursilerías sin sentido. Es el turno de Lou Reed. Ha llegado el momento en que le valen madre las miradas de su mujer. Mientras ella rasga el violín y hace algunos coros, lo mismo que toca el teclado o los samplers, su esposo, Lou, se desquita recitando poemas malditos: “el maniaco depresivo se pone loco, la situación está fuera de control”, poemas de amor (en su mayoría): “a veces me siento feliz, a veces me siento triste, pero siempre me sacas de mis casillas…lo que hicimos ayer estuvo bien, y yo lo haría otra vez, siempre que sigan conmigo tus ojos azules color claro”. Reed pregunta en otra canción: “¿Para qué me dieron los recuerdos?, ¿Acaso Dios enamorado de alguien, traicionó?, ¿Y el amor sin Dios nos expulsó?- Son letras que versan en torno a la muerte, los sueños, la oscuridad y los cabrones de las calles de NY, de su NY, de putas, chulos, inmigrantes, perdedores, yunkies. Canciones que no dejan atrás una crítica mordaz e incisiva a la decadente vida norteamericana, american way of life. No podían faltar algunos clásicos (solo un par) como Who am I? –del álbum The Raven- y otra vez le canta al amor en Romeo and Juliette –del álbum New York-.


Hubo parte del público que se quedó con las ganas de escuchar los temas clásicos de una leyenda viviente como Lou Reed, pero dudo, al menos en esta gira, que eso pueda ocurrir, menos en un artista vanguardista que no tiene la necesidad de vivir del pasado, al contrario, vive en constante evolución.
Hubo algunos que no se contuvieron, “¡que toque Reed, que descanse Laurita!”, alguno más gritó: “¡rockanrooll, Reed!”. 

Podríamos resumir la noche de poco más de hora y media en: música experimental, poesía maldita y breves pero intensos guiños de rock. Una noche emotiva, intimista, nostálgica, y muy fría. 

….....

Dicen que antes de salir de gira, Laurie Anderson le advirtió a Lou Reed:

--Ni se te vaya a ocurrir tocar alguna de tus cancioncitas que tocabas con Nico y la otra bola de drogadictos. 

Dicen que Reed se llevó las manos a la cabeza, se rascó un poco, y trató de acordarse de las nalgas de Nico, no pudo, sólo pudo acordarse de su brillante cabellera. Eran tiempos muy intensos para Lou.  


Un tributo para el Maicol

11 de julio de 2009

Breve crónica . El viejo continente


Por: Salvador Munguía

Nuestro viaje sería así: ciudad de México- Londres- Madrid- Santigo de Compostela, donde nos reuniríamos con nuestro amigo Gilberto Pizarro. Y así sucedió, en parte, algunos problemas nos esperaban. El primer contacto con el viejo mundo fue Londres o mejor dicho, su aeropuerto, un aeropuerto de primer mundo: ordenado, limpio, súper moderno. Después de un par de horas en tierras londinenses, volé a Madrid. Había dicho que ordenado; rectifico porque no lo fue. Gracias al desorden y la desorganización, gracias a las personas encargadas de los equipajes, una noche terrible me aguardaba. El destino se torcía en nuestra contra.

Al llegar a Madrid, mis maletas y las maletas de mi compañero y amigo Valenzuela, se quedaron en Londres, lamentablemente dentro del equipaje extraviado habíamos guardado la libreta, en la cual habíamos apuntado teléfonos y direcciones para cualquier emergencia. Ni las mentadas, ni la espera de nuestras maletas hasta la media noche en el aeropuerto Barajas de Madrid, sirvieron de mucho, más bien de nada. Desconsolados, hambrientos, sedientos, cansados, mugrosos y encabronados nos recibió Madrid. Era una noche increíblemente calurosa. Debido las horas de vuelo, y todo lo anteriormente narrado, dudaba si estaba en Madrid o una mala broma del tiempo nos había trasladado a Apatzingán, de verdad, era intoleranre aquel calor.

Nos trasladamos en el metro sin rumbo fijo, sin dirección alguna, al terminar el trayecto, un guardia se acercó para decirnos que ahí debíamos bajar, no había más camino que seguir. Emergimos del subterráneo y llegamos a una de sus principales avenidas, algo nos preocupaba: comer, beber y dormir. No estoy seguro cuanto caminamos, lo hacíamos como una especie de zombies, ya no estaba seguro si la persona que venía a mi lado se trataba de Francisco, mi amigo. Cuando hablaba no le reconocía la voz, su rostro comenzaba a derretirse, su figura se desvanecía, una paranoia empezaba a apoderarse de mí. Por fortuna, un lindo, fresco y limpio jardín se atravesó a nuestro paso. Dormitamos algunos minutos, un policía de acercó para preguntarnos si nos encontrábamos bien, “perfecto, señor oficial”, respondió mi estimado amigo. Continuamos nuestra marcha, una vez más, sin rumbo que seguir. Con letras naranjas (¿o moradas?) el primer hostal lo encontramos justo enfrente de nuestras narices, Orlin, creo se llamaba. Al preguntar sobre cual era la mejor opción (dentro del edificio había mas de 7 hostales) un tipo alto, güero, fornido, con un acento español extraño, (sabrá Dios si era rumano o ruso, checo o serbio), nos abordó argumentando que El Olrlin era la mejor opción: “cuanto ofrecen por el cuarto”, “que pregunta tan estúpida” pensé, contesté, “ 10 euros”, el dijo, “hoy me agarras de buenas, 100 y unas chicas que les den la bienvenida”, 35, volví a retarlo, “vale tío, 35, pero sin chicas, díganle a Jenny que van de parte de Matías y listo”. Una boliviana nos recibió en el mostrador, la tal Jenny. Su rostro era gris, tal vez no tenía rostro, solo un romántico acento para darnos algunas instrucciones. Jamás nos imaginamos que la pocilga donde nuestros cansado cuerpos pasarían su primea noche en Madrid, se situara en la zona “roja” (cerca de la Gran Vía) un lugar de putas y chulos. Tomamos una ducha y salimos en busca de una bebida refrescante. Afuera del hostal estaba rodeado por mujeres en busca de euros, camine 5 pasos y una chica rubia, de baja de estatura, bubis grandes, apretadas, de nalgas dignas de una piruja de primer mundo, se acercó a susurrarme cerca del oído, “ven papi, acércate, no muerdo, ¿quieres follar tío?”, “quiero dormir y comer algo”, respondí.

A la mañana siguiente, a través del Internet, pudimos contactar a un viejo amigo y conocido moreliano, Francisco Negrete, (actualmente estudia en la universidad Complétense) gracias a él, los tres días que pasamos fueron mucho más reconfortantes. En primera, nos ofreció su departamento (o piso, dicen aquí), hizo el favor de auxiliarnos y de asilarnos mientras teníamos noticias de nuestras maletas, y gracias a Negrete, conocimos de manera breve, las principales calles, avenidas, plazas y sobre todo, sus principales bares. Probamos algunas tapas, comimos bocatas, bebimos cañas, vinos tintos, vinos de verano y sabe que cosas más. Discutimos de música, sobre letras, política, futbol, y el tema principal fue, de cómo se conoce una ciudad, mis queridos “Panchos” argumentaban que una ciudad se conoce por lo que anteriormente mencionaba (sus calles, restaurantes, museos, iglesias etc.) No estoy muy acuerdo con tales afirmaciones, creo que una ciudad se conoce en primer lugar, de noche (a mi el calor me produce temor, cansancio, tedio) y uno no necesita recorrer como peregrino toda una ciudad para descubrirla, basta tener el olfato y la intuición para ubicar un lugar digno, un lugar que reúna todo en uno solo, buen servicio, limpieza, precios moderados, música adecuada, y lo más importante, la visita de lindas señoritas. Una ciudad se conoce por su gente y por lo que sucede en sus callejones de noche. Cosa que no sucederá ni en la iglesia, ni en el museo, ni en un lindo centro comercial.

Al segundo día las maletas aparecieron y con ellas ropa limpia, por fin. El tiempo en Madrid (por ahora) se agotaba. Nuestro destino principal (por ahora) era Santiago de Compostela. Y así fue. Subimos en un tren Renfe y partimos hacía allá. 9 horas después, y para ser precisos, el viernes 3 de julio a las 8 de la mañana llegamos a Santiago de Compostela, una ciudad y municipio de España, situada en la provincia de La Coruña, un pueblo conocido porque se cree que aquí se le dio sepultura al apóstol Santiago el Mayor, ciudad declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO gracias a su carácter multicultural y por ser meta de una milenaria ruta de peregrinación: el Camino de Santiago.
Resulta obvio pensar que estoy en un lugar conservador y muy cristiano (el tercer lugar en importancia para el catolicismo, tras Jerusalén y Roma) sin embargo Santiago tiene su encanto, es una ciudad hermosa, sus edificios, calles, plazas, iglesias son extraordinarias. Aquí la ciudad “vive” gracias a su Universidad, sin los estudiantes sería una ciudad muerta. Se respira cultura, seguridad y buena vibra. La gente es amable. El clima es magnifico. Diría que en lugar de ciudad, Santiago es un viejo pueblo hermoso. Aquí los domingos no se trabaja, así que no hay mucho que hacer. Las tiendas entre semana, en todo el pueblo, y sin excepción, se cierran de 3 a 6 para comer. Pero no todo es tan pueblerino, aquí la fiesta comienza pasada la media, dado que oscurece a las 10 de la noche, todo inicia tarde y termina temprano. Aun falta por recorrer y conocer, aunque quisiera creer que no mucho. Es una ciudad que la recorres de norte a sur caminando. Por lo que respecta al bajo mundo y al lugar ideal, estoy continuamente en busca del lugar indicado, en proceso de investigación.

…..

Encontrar a nuestro viejo amigo, fue todo un suceso. Lo encontramos al borde de la locura. Con la barba crecida, la ropa vieja y desgarrada, su mirada perdida, un olor fétido, su lenguaje confuso, una mezcla entre el español, el francés y el gallego. Después de unas horas de explicarles quienes éramos, por fin nos reconoció. Nos abrazó efusivamente, “creí que nunca vendrían”, dijo. Nos confesó que llevaba 3 meses sin hablar con algún ser humano. El casero le había contratado para cuidar sus corderos, cosechar legumbres, ordeñar vacas, abastecer agua del ojo de agua, etc. Como lo mencionaba antes, todo un suceso.


Este pendiente de esta y más crónicas, historias y noticias desde el viejo mundo.