12 de noviembre de 2008

La Dama de la Lobo Roja


También las mujeres pueden
y además no andan con cosas,
Cuando se enojan son fieras
esas caritas hermosas,
Y con pistola en la mano
se vuelven repeligrosas,
Con un motor muy rugiente
llegaron quemando llanta,
En una trocona Blanca
pero la traían sin placas…
Jenny Rivera



Por: Salvador Munguía

Le decían la “Martuka”. Nieta de Don Neto, uno de los capis di capis más peligrosos que ha tenido la capital. No rebasaba los 26 años. Alta. Blanca. Poco busto. Mucha nalga. Ojos grandes. Negros. Guapa. Traía una troca lobo del año. Roja. Sin placas. Regularmente andaba por la Molino de Parras, la Juárez, l a Díaz Ordaz y en el Centro Histórico. Una mano al volante, en la otra un café starbucks o una cerveza modelo. Parecía que anduviera dando el r ol. No respetaba el rojo del semáforo. Los peatones le valían madre. Le cagaban los choferes de las combis. Si se le atravesaba alguno, no dudaba en aventar la nave, les mentaba su madre y los retaba con un “qué me ves, puto”. La policía sólo la veía. No podía ser molestada. Un mal sábado me topé con ella, entre avenida Guerrero y Michelena, sus territorios. Borracho di una vuelta en “u”. Me chocó en el costado derecho. Me bajé y dije lo siguiente: “Perdón mi reina, pero el que pega, paga”. Iba acompañada con tres chicas, todas rieron. Ella no. Me contestó:"Ni soy tu reina, pinche cuatro ojos, me vas a pagar po r tu pendejada, o sino te voy a cortar los huevitos que tienes ahí abajo, si es que tienes”. Sorprendido, reí como idiota. Y todavía rematé: “Bueno, por lo menos un besito de cada una”. No supe en qué momento cuando sentí un buen madrazo en la cabeza. Creo me pegó con la esquina de su pistola. Caí al suelo. De inmediato las otras me patearon como si me odiaron desde niño. Una dijo (seguramente la Martuka): “Súbanlo, ahorita va a saber con quién se metió este pendejo”. Enseguida todo fue confuso. Ya dentro de la caja de la camioneta escuché murmullos. Un tipo dijo: “Ya estuvo Martuka, bájalo, no te conviene, ya todos los vecinos vieron qué
pedo…además es un pobre pendejo, míralo, está miope, ni ve bien”. Para mi suerte la policía iba pasando por ahí. El que me hizo el paro era el comandante Espinosa, mejor conocido como el “Tantán”, un tipo que después supe trabajaba para los malosos, igual que la Martuka. También pude saber que la mencionada mujer pertenecía a una célula del cártel de Zacán llamada Las Cachetonas. Encargadas de “levantar” y partirle la madre a quien anduviera hablando mal de sus hombres, Los Maruchan (así les apodan, por su consumo excesivo de sopas instantáneas, crudas o como fueran; les evita perder tiempo cuando torturan o hacen pedazos a sus víctimas), además tenían la encomienda de cobrar derecho de piso a estéticas, sex shops, puestos informales, pagar comisión a policías corruptos, falsificación de documentos, extorción, secuestro, fraude, asesinatos… eso sí, nada de acarreos de droga. Después de ese acontecimiento mi vida cambió. No puedo confiar en ninguna mujer. Y a todas las relaciono con la Martuka. Tengo la impresión de que todas me quieren hacer daño. Mis sueños han sido alterados. Sueño a una mujer de grandes ojos, con tijeras para podar el pasto acercándose lentamente a mis testículos. Es un horror.

A la fecha la vida de la Martuka se convirtió es un mito. No volvió a ser vista. Desapareció.

Comenzaron los rumores y chismes acerca de su paradero. Algunos dicen que murió acribillada en un palenque clandestino al no aceptar la derrota de su gallo Maclovio. Otros dicen que descubrió al Changungo (pareja sentimental de ésta) en la movida, y después de mutilarlo con una sierra eléctrica con la que también le cortó la cabeza, se peló para el gabacho. Un amigo periodista me contó que la encontraron en su troca, la lobo roja, abandonada y con la marcha encendida sobre el libramiento de no sé qué ciudad del norte del país. Dice que en su interior yacía el cuerpo de la Martuka con un tiro en la cabeza.

El rumor que más me gusta escuchar (¿o imaginar?) es que harta de los hombres y de la vida que llevaba, se enamoró de una atractiva, hermosa, morena y extravagante mujer. Le decían la Janis. Que se fueron a vivir a una bahía del Pacifico. Entre el estado de Michoacán y Colima. Donde el oleaje es calmo y suave. El clima fresco, agradable.

Ahí donde desemboca el arroyo Coire.

Salvador Munguía. Morelia, Mich. (1980)

Es Lic. en Derecho. Ha sido corresponsal de guerra. Sufrió 10 atentados de carácter pasional. Escribe ocasionalmente para éste blog. Actualmente vive feliz en su harem, con 7 hermosas mujeres.

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