30 de julio de 2008

El diamante loco




Remember when you were young,

you shone like the sun.

Shine on your crazy diamond.

Now theres a look in your eyes,

like black holes in the sky.

Shine on your crazy diamond”…

Por: Salvador Munguía

Está por subir al escenario. No puede salir sin que antes su pelo le quede bien. Se le ve ansioso. Al parece el permanente que le acaban de hacer en Vidal Sassoon es una mamada. Cansado de intentar arreglárselo, opta por una salida curiosa. Mezcla un porrón de mandies con brylcreem (pastillas de derivados barbitúricos) y se lo unta en su cabellera. Sale a escena y con el calor de los focos, poco a poco la mezcla se va derritiendo y resbalando por sus ojos, su cara... las niñas de la primera fila se horrorizan. ¡parece una figura de cera derritiéndose!

Los rumores sobre su locura son cada vez más ciertos. Olvida su guitarra, olvida su ropa y su dinero por todos los rincones de los USA donde tocan. No sabe si está en Las Vegas o si está en Hollywood. Desafina su guitarra y permanece en el escenario tocando una y otra vez el mismo acorde amorfo… Es día de grabación. El nuevo sencillo se titula “See Emily Play”, “el diamante” empieza a deschavetarse cabrón. No responde a las conversaciones y su mirada, entre burlona y ausente, espanta a su grupo. Es un tipo algo inseguro, inestable. Es el interesado en explorar nuevas vías, con éxito ya demostrado. Vías de colores, de canciones que son casi imágenes. Al acecho, otro loco, mejor dicho, enfermo mental. Viste un disfraz impecable de compañero y amigo. Se llama Roger Waters. Sufre de autocompasión. Cree merecer toda la atención del público. Entra en depresiones cuando el público no le adora. El típico perfil del egomaníaco. Y ha encontrado alguien que hace sombra: que le roba la atención, al que el público entiende, el que tiene el olfato de rockstar necesario para vender, el de la fantasía y la fantasmagoria infantil, el de buen ver, al que las chicas desean. Roger le tiene envidia. Quiere que el grupo sea más serio, menos fantasioso, más suyo. Él es débil, su abuso de las drogas no hace sino agravar su inestabilidad, lo contrario de Waters que es ambicioso. Un buen día, deciden echarlo. Argumentan: está loco de remate. Poco importa su pasado como vocalista-guitarrista y compositor, mucho menos su destello de genio, al grabar uno de los discos más viajados y adelantados del rock, "The Piper at the Gates of Down". Pero no está chiflado, dicen otros que le hace al tarado mental, que más bien siempre anda atascado de ácidos. Algunos más afirman que es una victima de las drogas, pero sus seguidores responden que no, simplemente, él es de Marte. No termina su mala racha. Lindsay la novia perfecta, aparece golpeada. Se dice que le rompió una guitarra en la cabeza, se dice que la tuvo encerrada durante dos semanas en una habitación, pasándole la comida por debajo de la puerta. No se sabe si esto pasó de verdad, pero algo si es seguro, Lindsay ya no volverá.

El sustituto, de apellido Gilmour, decide ayudarlo. Presiona para que un psiquiatra examine al “diamante”. Deciden consultar a un psiquiatra “alternativo”, R.D. Laing, seguidor de la hipótesis de que la locura solo está en el ojo del espectador. Escucha una cinta de Syd conversando. Su veredicto: "incurable".

El “diamante” no mejora, sigue muy mal. Se recluye en su foso y solo camina y camina por las calles de Londres. Tiene incidentes con la policía (antes ya los tuvo por andar caminando ácido en un tejado) por dormir al aire libre. Pasa semanalmente por la oficina a cobrar los derechos de las canciones, renta de la que vivirá hasta el futuro. La prensa lo acosa, los odia (¿quién no?). Da pocas entrevistas, lo hace en calzoncillos y solo le gusta hablar de su ropa sucia. No soporta que le pregunte sobre la banda que algún día fue suya. Le trae malos recuerdos. Descompuesto se refugia a las afueras de su natal Cambridge a pegarse cabezazos, a olvidarse de la infelicidad.

Ahora se dedica a pintar. Pinta sus cuadros y luego los quema. Declara: "Yo no pinto, pero el chico que vive en la puerta de al lado lo hace y eso es suficiente”. Será su pasatiempo favorito en estos 35 años de ermitaño, junto con pintar las puertas de su casa de diferentes colores.

Parece ha recobrado la lucidez. Se embarca en un nuevo proyecto con su nueva banda: Stars. Esta por tocar de nuevo, ante no más de 30 personas. Se le ve brillante, con pantalones de terciopelo púrpura, botas de piel de serpiente, pelo indomable, ojos espantados. “No me acuerdo del título de esta" dice. Hay atisbos de brillantez, pero enseguida reaparece el caos. Se corta los dedos con la guitarra en cierto momento. Una chica sube al escenario a bailar con ese espíritu de los 70s, grita: "vamos a unirnos todos". Él “diamante” la mira de reojo y se marcha. Los demás empaquetan sus instrumentos y también se van. Parece ser que no lo volverá a hacer más. La carrera del “diamante” ha acabado para siempre.

Se rapa el pelo al cero, para podar ese rockstar que un día estuvo en sus zapatos. Sigue con su vida. Deja completamente las drogas y descubre la quietud y los placeres de la vida en los suburbios.

Parece que el tiempo lo ha olvidado.

Es 1972, Pink Floyd graba el álbum “Wish You Were Here”. De pronto, en el estudio, irrumpe un hombre con sobrepeso y con la cabeza y las cejas totalmente afeitadas. Tardan en reconocerlo. Pero es él. El “diamante loco”. Syd Barret. En ese momento la banda interpreta “Shine on you crazy diamond”, una canción escrita por Roger Waters sobre Syd. Ellos lloran, porque no entienden que nada es para siempre. Llorarán incluso hoy en día.

Nota: Roger Keith Barret, el atormentado genio, falleció 7 de julio del 2006 a los 60 años, como consecuencia de un cáncer pancreático.

21 de julio de 2008

Los espacios literarios.

Por: Gaspar Aguilera

En un contexto nacional, en el que la crisis galopante parece no tener término, y en el que se agudizan los problemas económicos, sociales y políticos, el espacio cultural no es desde luego ajeno a esta atmósfera.

Lamentablemente hay una correlación directa entre por ejemplo la degradación política que a nivel nacional están evidenciando los partidos políticos y sus líderes –Encabezado por los panistas-, y los cada vez menos espacios periodísticos y culturales para reflexionar, divulgar y promover la literatura.

Hay que recordar que al menos en Michoacán han desaparecido revistas y suplementos culturales que ofrecían esta posibilidad (las revistas polvo, cromosoma, fragmentario, y los suplementos: Acento, Pluralia y La nave, entre otros), de aquí la importancia de que suplementos como el Epígrafo hoy festeje seis años de divulgar la literatura en nuestra comunidad.

Hasta la fecha, ni la televisión ni las radiodifusoras comerciales han cumplido con el ordenamiento legal de destinar una mínima parte de su programación a la difusión y fomento de la cultura.

Proyectos como Ex-libris –Que también cumple treinta años de salir al aire-, así como el programa Decibel que produce Juan Carlos Trejo, son la admirable excepción a la regla.

Aquí valdría la pena señalar la importancia que en esta labor de difusión y crítica de la cultura representan los blogs y otros espacios a través de internet.

Pareciera que el nefasto oscurantismo y la ignorancia de quienes gobiernan hoy al país, propiciaran ese velo de intolerancia y represión hacia las voces o los medios que aún hoy pueden exponer abiertamente las ideas críticas del México plural en el que vivimos.

Al propio Epígrafo le ha tocado enfrentarse a los criterios burocráticos de la cultura en turno para promover, por ejemplo textos de autores quienes participaban hace 4 o 5 años en el Encuentro de Poetas del Mundo Latino, aún sabiendo que esa labor obligatoriamente también le correspondía al Instituto Michoacano de Cultura en su momento, entre muchas experiencias parecidas seguramente.

Celebremos pues este sexto aniversario de un medio escrito independiente y con un claro compromiso hacia la comunidad cultural.

18 de julio de 2008

Historia de las cosas

16 de julio de 2008

Jamás volveré a cocinar un caldo de pollo


Por: Nunú Lozone

Me desperté más temprano de lo común, en la boca aún guardaba el sabor de aquel hombre con el que había tenido una eterna noche de pasión, la absurda energía concebida esa mañana tal vez se justificaba en unas tremendas ganas de volver a encontrarme en aquella estrecha cama en la que extrañamente y a pesar de su pequeñez había cabida para todo especie de experimentos eróticos.

Pero sabía que eso no podía pasar, aquel hombre había quedado a miles de kilómetros de mí y como resultado, aquel vigor tuvo que ser derrochado en un caldo de pollo. Sí, mi madre con tal sutileza acostumbraba dejarme recaditos sobre la mesa en los que invariablemente cambiaba mis planes y aniquilaba mi habilidad de improvisación, “Buenos días hija, en el refri está el pollo y las verduras, si tienes un tiempecito por favor haz un caldito porque hoy saldré tarde de trabajar. Te quiere, tu mami.” Traducción: “Haz de comer antes de irte a la escuela porque llegaré cansada del trabajo”, mi mamá odia cocinar y saber que, según ella, pierdo el tiempo leyendo a Bataille.

Escritas dichas palabras no había poder humano que las infringiera, y no era mi falta de avidez para cocinar, ni tampoco aborrecimiento, simplemente que la comida hecha por obligación no sabía igual.

Lavé el pollo con agua tibia y en contra de mi voluntad, su coloración amarillenta cambiaba rápidamente a un color rosáceo, los corazones eran más amables al tacto que las piernas y los muslos, mi razón no respondía a la idea de que aquellos retazos de vida habían formado parte de una matanza masiva, quizá más grande que el mismo Holocausto. Los corazones parecían que aún palpitaban, como el mío, aún estremecido por las sensaciones suscitadas hace apenas unas cuantas horas, mis pezones aún permanecían erectos.

Mientras aquellas piezas flotaban y hervían en la olla, empecé a lavar la verdura, zanahorias, calabazas, chayotes, y ejotes. Elegí primero las calabazas no sin antes sentir el aire frío que entraba por la ventana, literal, mi piel se me puso de gallina. Al aumentar la temperatura del agua el vidrio de la ventana comenzó a empañarse, en aquella forma oblicua de vapor escribí el nombre de él junto al mío, evocando la imagen de nosotros ante el espejo del baño de aquella habitación.

Continué con los ejotes, luego los chayotes y al último las zanahorias, largas, duras, irrompibles, cuando terminé de pelar y cortar todo en pequeños trozos, las deposité en la olla junto al pollo ya casi cocido, en un instante mi mente recordó aquella frase de Milan Kundera “La coquetería es una promesa de coito sin garantía”, lo que significaba que era la primera y la última vez que hacia el amor con aquel ser que había dejado en mí la amargura de un amor perdido. Mientras comí el caldo de pollo en compañía de mi madre y mis hermanos sentí que mi corazón dejo de latir, que mi cuerpo era mutilado al abandonar la poesía que viví al coquetearle a un desconocido que por obligación me hizo el amor y al que en contra de su voluntad obligué a que me llamase a la mañana siguiente, el teléfono nunca sonó.

8 de julio de 2008

Pepe el loco

Por Carlos Bronson

Un domingo, el primer día que salió al aire la señal de XERB, Radio Bucio, la plaza del pueblo permaneció desolada. Yo mismo lo verifiqué. El profe Julio me mandó a inspeccionarla en el momento en que el primer programa estaba sonando. –Si no hay nadie por ahí quiere decir que nos van a estar oyendo –dijo– como una estrategia rudimentaria de medir el rating. Yo quise advertirle que de cualquier forma ya casi nadie daba paseos por la plaza, si acaso una que otra pareja en plan de romance, pero lo vi tan emocionado que mejor cerré el pico. Para cerciorarme mejor de nuestro éxito, estuve parando oreja en las casas con ventanas abiertas. En la primera no se escuchaba ruido alguno, en la segunda estaba encendida la televisión y la tercera sí escuchaban el radio, pero no nuestra estación.

Cuando regresé a la cabina el Profe me miró con una gran sonrisa, pues ya palpaba en carne propia la respuesta del nuevo auditorio. Una niña había arribado con papelito en mano; era la petición de su madre para que la complacieran con una canción de Los Tigres del Norte. Por ser una radio independiente (y pirata porque no teníamos permiso de nadie) algunos recursos tecnológicos tardarían en incorporarse. No teníamos teléfono, por ejemplo, así que si alguien quería mandar saludos o pedir canciones tenía que llegar a pie.

Quienes formamos parte de la naciente frecuencia nos comprometimos a buscar patrocinadores que financiaran los principales gastos operativos. Nos urgía una mezcladora, un par de audífonos y más micrófonos. La parte musical estaba salvada porque el Profe presumía una colección de más de 500 discos, la mayoría de cantantes rancheros, boleros e instrumentales. Tampoco había muchas carencias de recursos humanos. Pipo, el tendero de la calle de las Cantarranas, se ofreció a programar una hora diaria con los éxitos de Miguel Aceves Mejía a cambio de promover su local. Rubí, la única dentista de los alrededores, encabezaba la emisión de salud, en la que daba tips para evitar las caries y el sarro. Desde luego que las autoridades también metieron su cuchara. El padre Ramón solicitó dos horarios, primero a las 7 de la mañana para leer en vivo fragmentos de la Santa Biblia, y a las nueve de la noche con el objeto de entrevistar a personas a las que el Creador les había cambiado la vida, claro, con la ayuda de San Agustín, nuestro patrono. Por su parte, el jefe de Tenencia se amparó en una reforma constitucional para que cada dos horas se emitieran comunicados con la obra de su mandato. No eran hechos concretos, pues decía cosas como: “El progreso ha llegado a Bucio, este gobierno sí está contigo”. Total que entre muchos voluntarios había cobertura completa, para todos los gustos y con diferentes enfoques.

Además de dinero, sólo había algo que le preocupa al Profe. De entre todos los locutores no había una voz lo suficientemente fuerte para ser la imagen oficial de la estación. Primero intentamos convencer al maestro Cliserio, fundador de nuestra emblemática primaria Rita Pérez de Moreno, pues siempre había sido un gran orador, el que daba las palabras de bienvenida a las personalidades que nos visitaban, como el presidente municipal o los curas de otros ranchos. Pero se negó porque no le gustaban algunos contenidos de la frecuencia. –Si quitan La hora de Juan Gabriel, tal vez –dijo– evidenciando su rechazo contra los jotos. Luego le preguntamos a Bartolomé, el dueño del billar. Su voz espesa era referencia para todos los hombres, sobre todo cuando daban las diez de la noche y chillaba: “Órale cabrones, ya váyanse a su casa porque el changarro se cierra ahorita”. Tampoco quiso, argumentó que “esas mamadas del radio” a él no le gustaban y que no estaba dispuesto a soportar las burlas de sus amigos. Poco a poco las opciones se nos fueron cerrando hasta que el profe me dio un ultimátum, pues según él la voz oficial era elemental para decir los anuncios, dar la hora y trasmitir los recados de la comunidad.

Le di vueltas imaginarias a las 15 calles del pueblo, casa por casa, palomeando candidatos, pero tachándolos enseguida porque de alguna manera sabía que su respuesta sería un no. Ya de noche me entró aun más la angustia. No podía despertar al otro día sin una solución para el Profe. De eso dependía mi permanencia en Radio Bucio, y mi permanencia en Radio Bucio, a su vez, era igual a estar cerca de Maricela, sobrina del Profe y mujer de la que estuve enamorado desde segundo de primaria sin que me hiciera caso alguno. Si yo me levantaba con ese trofeo, el de conseguir a nuestra voz oficial, tendría ya un punto a favor, y tal vez Maricelita me vería con ojos diferentes. Desesperado por no tener candidatos salí a caminar, a ver si en el andar algo se me ocurría. Y no se ocurrió nada, pero sí encontré algo. Mientras pensaba en las piernas de la sobrina casi choco con Pepe el loco, quien, como era su costumbre, saludaba con un “arde salú”. Ahí estaba mi candidato, la voz de Pepe el loco era gruesa, firme, varonil y clara. Antes de que se alejara lo alcancé para proponerle el trato y éste aceptó sin chistar ni pedir sueldo.

–No mames, cómo crees que Pepe el loco, si está loco –arengó el Profe– pero logré convencerlo cuando le expliqué la combinación de una voz con personalidad, cero salario y nada de grillas, pues Pepe el loco vivía en un mundo irreal, sin problemas con sus prójimos. Cuando hicimos la primera prueba todos quedamos sorprendidos, pues nuestra nueva contratación pudo decir el spot a la primera: “XERB Radio Bucio, trasmitiendo desde lo más alto de la montaña del Bajío con 500 watts de potencia”. –Ya ve, Profe, si Pepe está loco, pero no pendejo –dije– y enseguida busqué los ojos de la piernuda, quien me correspondió con el brillo de su carita redonda. Estaba hecho; yo, el flamante gerente administrativo de Radio Bucio, solucionaba el problema más urgente de la emisora, y sin desembolsar un solo peso.

Al mes de transmitir sin interrupciones, todo el pueblo se sentía orgulloso de su propia radiodifusora. No había negocio que no quisiera anunciarse ni señora que se perdiera las radionovelas que salían de dos a cinco de la tarde, señal que jalábamos de otra estación, ajá, sin permiso alguno. Incluso el jefe de Tenencia tuvo que pagar por sus mensajes, pues el noticiero de las siete comenzaba a exhibir algunos de sus sospechosos manejos financieros.

Pero más allá de eso, lo que cautivaba a los escuchas eran las intervenciones de Pepe el loco, que de dar la hora y hacer los spots pasó a tener su propio programa en el que recitaba poemas de su creación. Fueron tantos los patrocinadores para ese espacio que por fin hubo dinero para hacernos de un teléfono, que a partir de entonces no dejaba de sonar. –Has creado una estrella –me dijo el profe­– y otra vez la sobrina me miró con su carita de balón.

En Bucio dicen que lo malo se pega muy fácil. Un día, nadie sabe por qué, el Profe amaneció deschavetado. Agarró una bolsa de hule, la llenó con algo de ropa y abandonó el pueblo. No dejó instrucción alguna, así que supuse que yo era el encargado natural de dirigir la emisora. Como mera atención le consulté primero a la esposa, pues ahora ella era la dueña de la casa y por lo tanto de todo lo que allí había. –Pues adelante –cedió– pero también tienes que conseguir otra voz oficial, porque con Julio se fue Pepe el loco y mi sobrina Maricela.

Una semana después llegó al pueblo un licenciado, quien se identificó como funcionario de Comunicaciones y Transportes. Tenía órdenes de cerrar la estación por operar sin permiso, además de aplicar una multa que sería pagada por el dueño o director en turno de la misma. –La otra opción es embargar –añadió– y dos horas más tarde su camioneta estaba llena de discos de rancheras y boleros.

Dicen que Pepe el loco se casó con Maricela y que tuvieron dos hijos. Dos hijos sanos, cuerdos y bonitos. Que son muy felices, que son una familia ejemplar en un pueblo rodeado por árboles y pajaritos.

Que chingen a su madre.