“Remember when you were young,
you shone like the sun.
Shine on your crazy diamond.
Now theres a look in your eyes,
like black holes in the sky.
Shine on your crazy diamond”…
Por: Salvador Munguía
Está por subir al escenario. No puede salir sin que antes su pelo le quede bien. Se le ve ansioso. Al parece el permanente que le acaban de hacer en Vidal Sassoon es una mamada. Cansado de intentar arreglárselo, opta por una salida curiosa. Mezcla un porrón de mandies con brylcreem (pastillas de derivados barbitúricos) y se lo unta en su cabellera. Sale a escena y con el calor de los focos, poco a poco la mezcla se va derritiendo y resbalando por sus ojos, su cara... las niñas de la primera fila se horrorizan. ¡parece una figura de cera derritiéndose!
Los rumores sobre su locura son cada vez más ciertos. Olvida su guitarra, olvida su ropa y su dinero por todos los rincones de los USA donde tocan. No sabe si está en Las Vegas o si está en Hollywood. Desafina su guitarra y permanece en el escenario tocando una y otra vez el mismo acorde amorfo… Es día de grabación. El nuevo sencillo se titula “See Emily Play”, “el diamante” empieza a deschavetarse cabrón. No responde a las conversaciones y su mirada, entre burlona y ausente, espanta a su grupo. Es un tipo algo inseguro, inestable. Es el interesado en explorar nuevas vías, con éxito ya demostrado. Vías de colores, de canciones que son casi imágenes. Al acecho, otro loco, mejor dicho, enfermo mental. Viste un disfraz impecable de compañero y amigo. Se llama Roger Waters. Sufre de autocompasión. Cree merecer toda la atención del público. Entra en depresiones cuando el público no le adora. El típico perfil del egomaníaco. Y ha encontrado alguien que hace sombra: que le roba la atención, al que el público entiende, el que tiene el olfato de rockstar necesario para vender, el de la fantasía y la fantasmagoria infantil, el de buen ver, al que las chicas desean. Roger le tiene envidia. Quiere que el grupo sea más serio, menos fantasioso, más suyo. Él es débil, su abuso de las drogas no hace sino agravar su inestabilidad, lo contrario de Waters que es ambicioso. Un buen día, deciden echarlo. Argumentan: está loco de remate. Poco importa su pasado como vocalista-guitarrista y compositor, mucho menos su destello de genio, al grabar uno de los discos más viajados y adelantados del rock, "The Piper at the Gates of Down". Pero no está chiflado, dicen otros que le hace al tarado mental, que más bien siempre anda atascado de ácidos. Algunos más afirman que es una victima de las drogas, pero sus seguidores responden que no, simplemente, él es de Marte. No termina su mala racha. Lindsay la novia perfecta, aparece golpeada. Se dice que le rompió una guitarra en la cabeza, se dice que la tuvo encerrada durante dos semanas en una habitación, pasándole la comida por debajo de la puerta. No se sabe si esto pasó de verdad, pero algo si es seguro, Lindsay ya no volverá.
El sustituto, de apellido Gilmour, decide ayudarlo. Presiona para que un psiquiatra examine al “diamante”. Deciden consultar a un psiquiatra “alternativo”, R.D. Laing, seguidor de la hipótesis de que la locura solo está en el ojo del espectador. Escucha una cinta de Syd conversando. Su veredicto: "incurable".
El “diamante” no mejora, sigue muy mal. Se recluye en su foso y solo camina y camina por las calles de Londres. Tiene incidentes con la policía (antes ya los tuvo por andar caminando ácido en un tejado) por dormir al aire libre. Pasa semanalmente por la oficina a cobrar los derechos de las canciones, renta de la que vivirá hasta el futuro. La prensa lo acosa, los odia (¿quién no?). Da pocas entrevistas, lo hace en calzoncillos y solo le gusta hablar de su ropa sucia. No soporta que le pregunte sobre la banda que algún día fue suya. Le trae malos recuerdos. Descompuesto se refugia a las afueras de su natal Cambridge a pegarse cabezazos, a olvidarse de la infelicidad.
Ahora se dedica a pintar. Pinta sus cuadros y luego los quema. Declara: "Yo no pinto, pero el chico que vive en la puerta de al lado lo hace y eso es suficiente”. Será su pasatiempo favorito en estos 35 años de ermitaño, junto con pintar las puertas de su casa de diferentes colores.
Parece ha recobrado la lucidez. Se embarca en un nuevo proyecto con su nueva banda: Stars. Esta por tocar de nuevo, ante no más de 30 personas. Se le ve brillante, con pantalones de terciopelo púrpura, botas de piel de serpiente, pelo indomable, ojos espantados. “No me acuerdo del título de esta" dice. Hay atisbos de brillantez, pero enseguida reaparece el caos. Se corta los dedos con la guitarra en cierto momento. Una chica sube al escenario a bailar con ese espíritu de los 70s, grita: "vamos a unirnos todos". Él “diamante” la mira de reojo y se marcha. Los demás empaquetan sus instrumentos y también se van. Parece ser que no lo volverá a hacer más. La carrera del “diamante” ha acabado para siempre.
Se rapa el pelo al cero, para podar ese rockstar que un día estuvo en sus zapatos. Sigue con su vida. Deja completamente las drogas y descubre la quietud y los placeres de la vida en los suburbios.
Parece que el tiempo lo ha olvidado.
Es 1972, Pink Floyd graba el álbum “Wish You Were Here”. De pronto, en el estudio, irrumpe un hombre con sobrepeso y con la cabeza y las cejas totalmente afeitadas. Tardan en reconocerlo. Pero es él. El “diamante loco”. Syd Barret. En ese momento la banda interpreta “Shine on you crazy diamond”, una canción escrita por Roger Waters sobre Syd. Ellos lloran, porque no entienden que nada es para siempre. Llorarán incluso hoy en día.
Nota: Roger Keith Barret, el atormentado genio, falleció 7 de julio del 2006 a los 60 años, como consecuencia de un cáncer pancreático.