16 de enero de 2012
Carta a mi abuela:
8 de diciembre de 2011
Una noche cualquiera
por: chava munguía
El trabajo siempre es sinónimo de infortunios y tribulaciones. Mi semana laboral había sido dura, pesada, excesiva, fuera de casa. Varios días en pueblos polvorosos y de forajidos lo confirmaban. Anduve en lugares que a Don Vasco se le olvidó pasar: Nueva Italia, Arteaga, Infiernillo. La noche del sábado creí que el destino tomaría un mejor camino. No fue así. Cuando cayó el tercer gol del Santos, confirmé que la vida era ingrata, muchas veces injusta y siempre miserable.
La derrota del Morelia presagiaba otra noche amarga y dolorosa. No creo en los milagros y la esperanza es una palabra vacía. Como no tenía intenciones de seguir flagelándome, apagué el televisor sin importar el reclamo de mis invitados. Éstos se retiraron con caras largas y mal humoradas. Mi madre me pidió que la llevara a su casa. Le pedí que antes brindáramos por los derrotados, por los perdedores, por Leonard Cohen que era lo único que sonaba tan bien a esas horas. Sin embargo, ni el whisky, ni Cohen, ni la compañía de mi madre logró mitigar la tristeza, la apatía, mi cansancio.
El reloj marcaba las 2:30 de la madrugada cuando mi madre me pidió por segunda ocasión que la llevara a su casa. Se me hizo una insensatez el favorcito de mi madre, pero no dije nada. Nos deslizamos en el chevy guinda 2005 por avenidas y calles. Cruzamos vías de tren, esquivamos topes y pozos. Llegamos y nos despedimos cariñosamente. De regreso, un poderoso sueño se apoderó de todo mí ser. Suelo dormir poco y mal. De día padezco narcolepsia y de noche insomnio… aunque no siempre. Esa noche, un sueño arrollador hacía que se me cerraran los parpados, no había obstáculo que lo superara. Ni siquiera el volante. Parpadeé en el primer semáforo. En el segundo. En el tercero, unos desalmados me despertaron con un claxon escandaloso. Bajé las ventanas para mentarles la madre y para tratar de alejar la somnolencia. Mastiqué un chicle de hierbabuena. Respiré hondo. Canté en voz alta. Nada. Manejaba dormido. Hablaba con espíritus de otros mundos. Quise descansar unos minutos en una calle cualquiera. Un taxi con tres tipos se estacionaron muy cerca de mí. No me dieron buena espina. Si en el día somos fingimiento, por las noches somos los monstruos que siempre hemos sido. En la noche es más fácil reconocer un cazador que una presa. No hay que ser perito para saber que yo era la presa. Encendí el chevy guinda 2005 y avancé. Lo mismo hicieron ellos. Pisé el acelerador. Lo mismo hicieron. Di vuelta a la izquierda, después a la derecha, vire por aquí, me desvié por allá. Lo mismos hicieron ellos. ¡Malditos, me habían quitado el sueño!... No había tiempo de hacer llamadas. La policía a esas horas duerme, los otros son espectadores del delito.
Aceleré hasta el fondo sin mucho éxito, venían olfateándome la nuca. Le metí la tercera, después la cuarta y por último la quinta, intenté repetir el procedimiento cuando un coche abandonado se interpuso en mi camino. El impacto fue devastador. No había a donde escapar. La liebre a merced de las aves de rapiña.
Mientras mi cabeza estaba incrustada en el parabrisas, lo único que recordé fueron los cachetes sonrojados de Nico, mi hijo. Enseguida los malandrines me bajaron del auto. Uno se puso al volante. Los otros vigilaban. El chevy estaba inservible y no pudieron llevárselo. Me subieron a su auto. Dentro, volví a entrar en penumbras. No soñé nada. Tuvieron la mala educación de volverme a despertar. Uno de ellos apuntaba mi cara ensangrentada con una pistola del tamaño de la mano de un enano. Les di mi cartera, el reloj y mi celular. Me gritaron, me insultaron, me amenazaron. Me reí de ellos. Recibí una cachetada de una mano sudada y cobarde. No sentí miedo, no sentía nada. Me bajaron. Caminé sin dirección alguna. Una patrulla se acercó para “cerciorarse” si todo iba bien. “Todo bien” -dije. “Y esa sangre”, “me caí en una coladera”, contesté y seguí mi camino. En la plaza Carrillo tomé un taxi. Le pedí al chofer me llevara al lugar del accidente. El chevy estaba desecho por fuera, saqueado por dentro. Algo me perturbaba, ¿dónde carajos estaba la maleta de Nico?, ¿qué harían unos asaltantes de pacotilla con pañales, biberones, baberos, sonajas, chupones?, ¿con qué derecho se llevaban la carreola con la que mi hijo sale a pasear a los centros comerciales? ¿Qué sentimientos gobiernan las cabezas de estos hombres? ... Me sentía totalmente destruido y vulnerable…
Eran las 4 de la mañana. Antes de ir al hospital fui a casa a pedirle una disculpa a Nicolás por no haber sido capaz de rescatar sus cosas. Hizo pucheros cuando lo desperté y la vida volvió a cobrar sentido y dirección. Después me fui al hospital civil. Llegué al área de urgencias y me sentí ridículo. Caminé entre balaceados, acuchillados, zombis, tuertos, cojos, moribundos. A mí solo me dolía un poco la cabeza y el cuello. Tenía vidrios diminutos enterrados en la frente que no me molestaban pero que tampoco eran estéticos. En realidad, lo que me importaba era el reporte médico, no tenía ganas de trabajar la semana entrante y necesitaba una justificación.
Dos jóvenes enfermeras me limpiaron la frente, extrajeron con mucho cuidado los vidrios enterrados, después me tomaron la temperatura y por último revisaron los niveles de glucosa. Para entonces, unos hilitos muy delgados de sol comenzaban a salir. Ante la falta de espacios, me sentaron en una camilla con una señora vieja que no dejaba de quejarse. Me pregunté por qué no había acudido a un hospital particular. Despejé mis dudas: preocuparse demasiado por la salud personal es vanidad absurda.
Una enfermera morena y de malos modales me pidió que me bajara el pantalón. Me negué rotundamente. “No le estoy preguntando, bájeselo o se lo bajo”. Una aguja se introdujo en lo más recóndito de mi nalga derecha. Fue como si me hubieran inyectado una ponzoña venenosa. Lo acepto, soy un cobarde y las inyecciones me producen escalofríos. Enseguida me mandaron hacer radiografías en cuello y espalda. “Tiene usted una rectificación en columna y un esguince en el pescuezo”, dijo el doctor como si se refiriera al averío de un vehículo viejo. “Le vamos a poner este collarín rígido”. Me faltarían palabras para describir el dolor que sentí al tener ese artefacto conectado al cuello. Estuve en “observación” el resto del día. El dolor no cesaba y los mareos eran insoportables. Por la noche del día domingo fui dado de alta. Me sentía aun mareado y torpe. Maldije a los asaltantes y a las madres que los parieron. Maldije al equipo Morelia. Maldije el instituto donde trabajo. Maldije al cielo.
Llevo cuatro días en “reposo absoluto”. Soy una molestia para todos. Un cuerpo inútil y bueno para nada con un collarín en el pescuezo que me impide voltear a ver mujeres hermosas. Lamento no poder cargar a Nico… La pregunta es: ¿hasta cuándo?, los charlatanes o los doctores –es lo mismo- dicen que por lo menos un mes…carajo, odio este puto collarín.
24 de octubre de 2011
Puga
-¿Cómo te llamas?
-Puga.
-¿Puja?
-Puga, con “ge” –contesta la muy perra, orgullosa.
-Deberías llamarte Deyanira, Casandra, Alexandra, Daena, Kimberly…Puga no es el nombre para ninguna puta. Puga suena a nombre de algún taller de refacciones.
-Deja de hacerme perder el tiempo, ¿qué quieres?
-Nada, platicar con alguien.
-Véte a un café, aquí se viene a coger.
-Te voy a pagar, da lo mismo.
Puga respira hondo. Se asila el pelo hacia atrás con ambas manos. Busca y luego saca un cigarrillo blanco de una billetera dorada colgada de uno de sus hombros. Da tres caladas, rápidas.
-¿A qué te dedicas? –pregunta Puga.
-A matar gente –contesta el otro.
-Jaja…. sí como no… con esa no pinta no matas ni una mosca –dice divertida la tal Puga.
-No necesito que me creas.
Puga no para de fumar. El humo se estrella contra la cara del sicario.
-Pareces banquero…. mejor dicho, cajero de banco –dice Puga.
-Jaja….vaya, vaya... Que te parece si nos vamos de esta pocilga. ¿Cuánto cobras por irte conmigo?
-Tendrás que arreglarte con ese panzón que está sentado ahí –Puga apunta a un tipo bofo con aspecto de abandono, de profundas y negrísimas ojeras y semblante cansado.
La suma queda en mil doscientos. El hombre le advierte dos cosas:
-El pago equivale a una hora. Si hay otro cabrón, habrá que pagar más -dice sin siquiera voltear a ver la cara de su cliente-. El hombre gordo está por decir algo, duda, tartamudea y finalmente agrega: nada de mordeduras o cosas raras.
Equis se queda pensando en lo de “cosas raras”.
-Entendido –contesta, y se retira.
Toma del brazo a Puga y se largan de ahí.
El motel se llama El Eclipse. Se les asigna la habitación 6. Puga echa un vistazo y corre con prisa al baño. Al salir, equis le pide a Puga que se quite la ropa. Ella obedece. Puga posee una belleza sencilla. Tiene la tez blanca; los pechos flácidos, grandes, salpicados de pequeñas pecas. El vientre lo tiene marcado por sensibles estrías, que con un poco de imaginación se puede apreciar la imagen de un continente, de un país. Tiene depilado por completo el sexo. Lleva las uñas de los pies pintadas de verde limón, parecen luciérnagas asustadas. Equis ni siquiera merece ser descrito. Solo diremos que es un tipo gris. Es de esas personas que te encuentras a diario y al día siguiente lo vuelves a ver y nadie lo recuerda.
-Ahora vístete de nuevo. –Puga hace cara de sorpresa. Intenta decir algo, pero se detiene. Recoge las bragas del suelo y se las pone. Lo mismo hace con el sostén. Se sienta en la cama, a un costado de él. No se dicen nada. Permanecen largo tiempo en silencio. Puga busca la billetera dorada, saca un cigarrillo y se lo lleva a la boca.
-No fumes, por favor, me molesta el humo.
Puga no hace ningún gesto. Se deja el cigarrillo en la boca y guarda el encendedor en la billetera.
-Sabes que se siente matar a alguien –pregunta equis.
-No –contesta con voz suave Puga.
Hay un largo silencio. Afuera, en la calle, se escucha el murmullo de los autos.
-¿Me vas hacer algo? –pregunta Puga carente de emoción.
-¿A qué te refieres con algo?
-¿Me vas a matar? –pregunta Puga, sin miedo.
-Sí, pero hoy no, quizá mañana.
-No has cambiado nada, eres el mismo pero con lentes y con menos cabellos.
-Y tú luces más hermosa que hace diez años.
Puga suelta un largo suspiro. Él continúa:
-Diez años buscándote.
Otro silencio. En la habitación continua se escuchaban tímidas risas. Risas preliminares al jadeo, al choque de carnes, al escándalo de la humedad.
Puga se tira en la cama, boca arriba. No piensa en nada. Estira el brazo y busca a tientas tocar alguna extremidad de equis. Logra entrelazar los dedos de ella junto a los de él. Equis le mece los cabellos tiernamente de arriba hacia abajo y viceversa, hace pequeños círculos, todo muy despacio.
-¿Quieres que te la chupe? –pregunta Puga.
-Sí, pero hoy no, quizá mañana.
21 de agosto de 2011
El Parto
4 de agosto de 2011
El Embarazo
No es fácil convivir con una mujer embarazada, se vuelven más vulnerables y sensibles. Ante este acontecimiento, la mujer embarazada aprovechará el bulto para abusar de todo a su alrededor. El hombre, en cambio, se convierte en una persona más estúpida, absurda, ignorante.
Durante los 3 primeros meses, mi escepticismo rayaba en lo ridículo. Todos los días hacía la misma pregunta: ¿segura que estás embarazada?
—Estoy embarazada, Chava.
—ya mañana te bajará, ya verás –decía yo ingenuamente.
—no digas estupideces, ahí está el ultrasonido-. Pero para mí, el papel fotográfico ese, sólo reflejaba garabatos de un mal viajes de hongos.
—para mí que estás estreñida.
—piensa lo que quieras –concluía ella y se daba la vuelta para dormir tranquilamente.
Yo no pegaba el ojo aquellos primeros meses, las noches eran eternas, tediosas. Veía gatear niños por toda la casa. Soñaba con biberones que disparaban balas letales. Amanecía de muy mal humor. Ya decía yo que, los hombres somos más estúpidos y en el cuarto mes supe que no estaba estreñida y que en unos meses una criatura vendría al mundo producto de mis entrañas. Y, si en los primeros 4 meses mi mujer se portó amable y serena, un buen día, despertó alterada y nerviosa, enojada, de mal humor…
Antes del cuarto mes, la noticia la sabía toda la familia y algunos amigos cercanos. Mi abuela y mi madre se pusieron felices; “hasta qué, jamás lo había esperado de ti” dijo mi madre. “A ver sí con esto ya te aplacas”, dijo mi abuela. Mi tía Silvia, le recomendó a la nueva engendradora de escuincles usar siempre un listón rojo en los calzones, para que el niño o la niña tuvieran la protección contra las malas vibras del mundo, contra los embates de la naturaleza, contra las lunas llenas, contra las medias lunas, contra el mal de ojo, contra el labio leporino, contra quién sabe cuántas cosas más. En cuanto a mis amigos, más que alegrarse, se pusieron consternados, sorprendidos.
A partir del quinto mes, nuestra convivencia era extraña. Me daba la impresión que no convivía con una sola persona, sino con muchas personas en un cuerpo abultado: adolescentes berrinchudas y caprichosas, señoras mal humoradas, demonios poseídos. Por razones naturales –y obvias- el cuerpo de ella se ensanchó por todas partes y jamás me perdonó que yo fuera el causante. La venganza del cuerpo fue inevitable. Recordé unas palabras de Boris Vian, de su novela El Arrancacorazones:
Y como castigo, le atacaban una serie de antojos bastante demandantes -que yo tenía que cumplir cabalmente-:
—Tráeme un caldo de pollo, por favor.
—cariño, son las 3 de la mañana…
—no me digas cariño, y a ver cómo le haces, a tu hijo y a mí se nos antojó-. Siempre la alevosía y la ventaja de una mujer embarazada.
—pero él o ella todavía no sabe de gustos –contesté amodorrado.
—ve, por el amor de dios, no quiero que nazca debilucho como tú. Seguro que tu padre no cumplió ninguno de los antojos de tu madre… mírate…
Al escuchar ese tipo de comentarios, me invadían todo tipo de pensamientos: tirar aceite por la escalera, regar canicas en la regadera, poner una patineta a un lado de la cama. Pensaba ir por el caldo de pollo y no regresar nunca más. Asaltar un oxxo y refugiarme en la sierra oaxaqueña…En seguida despejaba mi mente y me dirigía a cumplir antojos sin importar que fueran platillos exóticos, sin importar la hora, refunfuñando.
En el sexto mes, supimos que sería un varón, a la panza de Martha no se le tuvieron que hacer muchos ultrasonidos para deducir que se trataba de un hombrecito, era igualito que su padre, es decir, bastante bien dotado.
—Me hubiera gustado que fuera niña, los niños son asquerosos. Ellos tienen la culpa de todo lo que pasa en el mundo –dijo ella.
—se llamará Salvador, como su padre, su abuelo y todos sus tíos –dije de manera arbitraria.
—primero muerta a que se llame como tú… otro Salvador sería insoportable, tu padre, tus tíos y tú se han dedicado ha desprestigiar ese nombre…
—párale, tampoco exageres…entonces, cómo quieres que se llame, cariño?
—se llamará Arturo y no me digas cariño.
—ese nombre es de joto -dije yo.
—así se llama tu hermano –dijo ella.
—y qué?... se llamará Salvador, he dicho.
—ya veremos –contestó ella amenazante.
Mi padre y mi abuelo me felicitaron. Los dos coincidieron en lo mismo:
—Hasta que hiciste algo bien, hijo. Las niñas son más complicadas.
Mi abuelo me hizo una afirmación rara:
—Segurito que estuviste comiendo mucho huevo y muchos ostiones, yo hice lo mismo cuando tu abuela tuvo a tu tío Gabriel.
—no abuelo, no como huevos muy a menudo, y los ostiones sólo me gustan en las micheladas.
—entonces te funcionó lo del ajo y la sal en la ropa interior –volvió a decir mi abuelo.
—tampoco, abuelo.
—entonces, qué sería? –en seguida mi abuelo se puso muy pensativo.
En el séptimo mes a Martha le dio por hablar con la panza. Un bulto de movimientos sinuosos, deslizantes, como nido de serpientes. No sólo hablaba con el melón blanco que llevaba dentro, le cantaba y le recitaba poesía aburrida.
—No escucha –le dije para hacerle saber que yo también existía.
—ignorante, escucha más que tú, lo peor es que cuando nazca no sabrá quién eres, nunca le hablas, eres muy indiferente.
—dile algo –dijo en tono de sargento.
—hola muchacho, mucho gusto, soy tu padre.
—muchacho?...carajo, es un bebé, háblale con cariño -recriminó ella.
—no sé que decirle… se lo diré cuando nazca.
—ahora entiendo porque eres tan insensible, seguro que tu padre no te hablaba cuando estabas en el vientre de tu madre. Allá tú, no sabrá quién eres. –y continúo: por cierto, desde hoy te voy a pedir que duermas en el cuarto de servicio. Me estorbas mucho.
—Ok. No quiero ser una molestia –dije resignado pero feliz.
La noticia me vino de maravilla. La verdad es que nuestras últimas noches resultaban un martirio. Las embarazadas y con el pretexto de que son dos personas en una, comen como prisioneras recién liberadas. La cama se había convertido en un mar de boronas y migajas. Se metía a la cama con todo tipo de bocadillos gigantes, pequeños, dulces y salados. Sino me despertaba para traer agua de pepino a las altas horas de la madrugada, me despertaba porque tenía antojos de camarones empanizados de coco, o tapas de cocodrilo, o tacos de flores de jamica y calabaza, o canapés de nueces con aroma de naranja, eran unos antojos sin duda bastante extraños. También desarrolló un oído mejor que los murciélagos, me despertaba porque oía rateros en el interior de la casa, moscos apareando, termitas comiéndose la madera del closeth.
Las noches más tranquilas aprovechaba para hacer gárgaras o cepillarse los dientes con estrépito desafiante. Se levantaba 10 veces al baño. Tenía bochornos y la vez frío, su termostato parecía haber sido fabricado en China. Se duchaba a mitad de la noche. Volvía a la cama con saltos y rebotes. Se apoltronaba como un guerrillero con 4 almohadas –las mías y las suyas- sobre su cabeza, otras dos que le sostenían el melón blanco y pesado, otro par sobre su espalda baja, una más entre sus piernas. Y, en donde me moviera, roncara o murmuraba, el guerrillero atacaba con un triplete de codazos o pellizcos.
Dormir solo me venía bien. Aunque, sí a ella o al globo le daba insomnio, me deparaba otra noche cruel.
—Nadie quiere a las embarazadas, lo veo en todos lados.
—te equivocas –dije yo para animarle- en walmart hay una caja exclusiva para embarazadas.
—la misma que le dan a los desvalidos –contestó ella de manera agria.
Algunas de esas noches, aprovechaba para poner mi oreja sobre el bulto cálido y duro, y escuché. Percibí cañerías que silbaban. Ella puso mis manos sobre su vientre, sentí los pataleos de alguien pidiendo socorro, de alguien chocando contra las paredes de aquella cárcel. Era el mes de junio y hacía mucho calor. Me imaginé esa pobre criatura como un pollo rostizado, cocinándose a fuego lento, poco a poco.
Un caliente sábado por la mañana, desvelado y con una resaca más dolorosa que un fogazo en la lengua, la madre de mi criatura me advirtió:
—El lunes cumpló 8 meses y no quiero estar aquí. Me voy a Estados Unidos, mi hijo tendrá doble nacionalidad y quiero que mi mamá me cuide los últimos dos meses… no puedo fiarme del seguro social, ni mucho menos de ti.
—pero… no estoy de acuerdo.
—me importa un carajo. Nace a mediados de agosto.
Despedí a la madre de mi primogénito un lunes a medio día. Me acerqué a ella, le aparté el pelo y la besé en la frente. Después bajé hasta el bulto, le dije que pronto nos veríamos, que sabía el sufrimiento de vivir enjaulado en esa cueva caliente e infernal, pero que fuera paciente, que ya faltaba poco y, que lo quería mucho.
Faltan escasos días… un pollo rostizado está a punto de salir.
14 de junio de 2011
6TO ENCUENTRO NACIONAL DE LETRAS INDEPENDIENTES
JUEVES 16 DE JUNIO DE 2011
SEDE:
ESCUELA DE LENGUA Y LITERATURAS HISPÁNICAS
Madero Oriente No. 580, Col. Centro
5:00 Inauguración
5:15pm a 6:00pm: Novedades editoriales. La puerta de enfrente de Ramón Lara, Noche de Muertos de Beatriz Rojas y Sueño de plumas negras de Claudia Islas. Moderador: Óscar Quevedo
6:00pm a 6:30pm Lectura del Taller Xiraliteral. Moderadora: Alejandra Quintero
6:35pm a 7:35pm Mesa de lectura: Elma Correa, José Agustín Solórzano, Carlos Martínez Rentería, Salvador Munguía y Ernesto Hernández Doblas. Moderadora: Claudia Islas
7:40pm Presentación del libro Verde Shangai (Tusquets, 2011) de Cristina Rivera Garza. Moderador: Francisco Valenzuela
VIERNES 17 DE JUNIO DE 2011
SEDE:
Universidad de Morelia
Av. Tata Vasco esq. Fray Antonio de Lisboa, donde termina La Calzada de San Diego.
11:30 am: Presentación del número 15 del Art Fanzine Monocromo. Moderadora: Alejandra Quintero
12:00pm a 1:00pm Mesa 1: “Por estar tuiteando no termino mi novela” (Rafa Saavedra, Adrián González Camargo y Francisco Valenzuela) Moderadora: Elma Correa
1:05pm a 2:00pm Mesa de lectura: Oscar Benassini, Sidharta Ochoa, Gustavo Ogarrio, Antonio León y Antonio Monter. Moderador: Óscar Quevedo
COMIDA
SEDE:
EAT
Allende #590 Col Centro
5:00pm A 6:00pm Mesa 2: “Soy narrador hasta el tope” perspectiva de la narrativa michoacana (Francisco Javier Larios, Miguel Ángel García, Gustavo Ogarrio, Jesús Baldovinos, Antonio Monter y Edgar Omar Avilés). Moderador: Alfredo Carrera
6:05pm a 6:50pm Novedades editoriales. Tatema y Tabú de Sidharta Ochoa, Palabra anclada al cuerpo de Manuel Barajas y Arnabeth Muñoz. Moderador: Óscar Quevedo
6:55pm a 7:15pm Presentación del proyecto editorial Clarimonda Drunk Ediciones dirigido por Manuel Noctis. Moderador: Óscar Quevedo
7:20pm a 8:20pm Mesa de lectura: Rafa Saavedra, Darío Zalapa, Citlali Guerrero, Rojo Córdova, Claudia Islas y Daniel Wence. Moderador: Sidharta Ochoa
8:25pm Presentación del libro Dulces batallas que nos animan la noche. Antología del Encuentro de Letras Independientes 2006- 2011. Presentadores: Gustavo Ogarrio y Alejandra Quintero
SÁBADO 18 DE JUNIO DE 2011
SEDE:
CENTRO CULTURAL HIDALGO (LIBRERÍA HIDALGO)
MADERO PTE. #430 CENTRO
12:00pm a 1:00pm Mesa 3:“¿Quién carajos lee a los escritores mexicanos?” (J.M. Servín, Elma Correa, Omar Arriaga y Franco Félix) Modera: Francisco Valenzuela
1:05pm a 2:00pm Presentación del libro Idos de la mente (Tusquets, 2010) de Luis Humberto Crosthwaite . Moderadora: Esmeralda Ceballos
COMIDA
SEDE:
CACTUX (CENTRO GASTRÓNOMICO CULTURAL)
Héroes de Nacozari #191 Esq. 1o de mayo
5:00pm a 6:00pm Mesa de Revistas: Espiral-Tijuana, Ornitorrinco- Morelia, Rojo Amate-Morelia, Shandy-Sonora, Zarabanda-DF, La tempestad- DF, Revista Hilo/DIF estatal (proyecto: sin perder el hilo) Moderador: Gil
6:05pm a 6:35pm Proyecto: Cuentos para dormir androides de Francisco Valenzuela. Moderador: Héctor Daniel Pérez Aguilera
6:40pm a 7:30pm Mesa de lectura: Bibiana Camacho, Jeremías Marquínez, Esmeralda Ceballos, Franco Félix y J.M. Servín. Moderadora: Diassani Sosa
7:35pm Slam Poético coordinado por Rojo Córdova
(intermedio de Slam Poético: Inquilino Bubba)
FIESTA DE CLAUSURA: DJ NOCTIS