12 de diciembre de 2012
La Pereza, la Escritura, el Abismo y la Paternidad
"Para seguir adelante se necesita mucho
olvido.
Para seguir escribiendo, más todavía."
Roberto Juarroz
No más de diez personas me han preguntado por qué ya no
escribo con regularidad. La respuesta es sencilla: no tengo de que escribir.
La escritura requiere, además de talento, esfuerzo y
dedicación. Y no poseo ninguna de las tres. Para empezar, nunca he entendido la
cultura del esfuerzo, ni me interesa. En segunda, el tiempo dedicado a la escritura
regularmente es subestimado, pasa desapercibido o no le causa interés a nadie. Y
lo peor, descubrir tus propias limitaciones y carencias. Es cierto, los años me
han hecho perezoso, me han quitado las ganas y las energías. Si antes escribía
con regularidad era porque tenía ímpetu, era joven y vanidoso, y los jóvenes
actúan con prisa, pedantería, fuerza. No había tiempo de parar, inhalar o dar
largos respiros.
La mayoría de personas que escriben son individuos llenos de
ingenuidad. Yo no era la excepción. En aquellos años creía que entre más
escribía más cerca estaría de convertirme en escritor. La juventud me mantenía
en forma y escribía como un acto reflejo, como el boxeador amateur que quiere
convertirse en campeón del mundo y se levanta diario a pegarle a un costal
viejo, o como el corredor de 100 y
200 metros, ese que requiere una zancada larga y dinamita pura. Pero al
corredor de 100 y 200 metros si lo ponen a correr 400 o 600 metros quizá no le
alcancé con tener la zancada larga y los pulmones frescos, es muy probable que
ni siquiera llegue a la meta y que termine ahogado, que termine con la espalda
erguida y el cuerpo hecho trizas. Para correr 600 metros se requieren riñones,
la parte más sensible de un ser humano, se ocupan intestinos fuertes, se
necesita estar acostumbrado al dolor, al flagelo. En la escritura pasa algo
parecido. Vargas Llosa escribió que “el mundo del papel debe de tener olores,
sangre, sudar, explotar, quejarse, correr, esconderse”. No basta la condición
física, la destreza y el talento, se requiere de disciplina, de paciencia, de
riñones, de huevos, de dolor.
Comencé a escribir de manera autodidacta –como se puede
comprobar- en la época que cursaba la preparatoria, lo hacía para un pésimo
panfleto, lo hacía mal, sin embargo, era una de las actividades que más
disfrutaba. Escribir me permitía aislarme del mundo, de ser diferente, de
revelarme. Representaba una manera de imaginar historias, de contar anécdotas,
de reflexionar temas, de compartir ideas, de reseñar sonidos, de exorcizar demonios.
Con el tiempo se convirtió en un mal hábito. Me gustaba imaginar vidas ajenas,
crear personajes, soñar, reír, tropezar, matar, robar, amar mujeres
inalcanzables. Un escritor es un tipo que observa, que imagina, que tiene
muchas preguntas e inseguridades y escribe para buscar respuestas a través de
sus escritos. A mí sólo me alcanzaba para observar e imaginar, las respuestas
han sido escasas. Es como si jugara solo al frontón, tirar la pelota en esa
enorme pared sin esperar que la pelota jamás regrese. Y ahí está el meollo del
asunto, no esperar que la bola regrese, no esperar que alguien te felicite, no
esperar que una editorial importante te publique, no esperar remuneración alguna,
no esperar becas o premios, no esperar nada.
Hace algunos meses, participé en
las becas que ofrece el estado para los “jóvenes creadores”, incluía la
publicación de la obra y unos pesos mensuales. Sabía que no ganaría, no
pertenezco a ningún circulo literario y no tengo amigos que sean jurados. Sin
embargo, un amigo escritor me animó. Casi me aseguró que yo ganaría. Me olvidé por un instante del
pesimismo, y me dediqué a escribir algunas noches. Fueron noches largas. Noches
frente al ordenador intentando escribir algo digno. Noches tediosas. Mi
incapacidad me limitaba a tejer alguna buena historia. Los dedos y las ideas se
entorpecían frente al ordenador. Por las mañanas amanecía de mal humor. Me
lamentaba perder el tiempo de esa manera y despertar todo el tiempo desvelado. Menciono
esto porque la actividad más importante y responsable que tengo es el cuidado
de mi hijo, me hago cargo del pequeño renacuajo por las mañanas, y entre otras
cosas, se requiere tener que despertar a darle un biberón a las 6 de la mañana,
cambiarle el pañal zurrado, bañarlo, contentarlo por bañarlo, volverle a
cambiar el pañal (zurrado) y llevarlo a su escuelita. Durante aquellas noches
que me dediqué a “escribir” me comporté como un padre inútil e irresponsable,
tema que no merece más detalles. A pesar de eso, seguí escribiendo, estaba
poseído por espíritus animosos, me vi recibiendo premios, halagos, firmando
libros y recibiendo un chequezote. En las noches más optimistas llegué a creer
que con ese cheque me alcanzaría para pagar algunas deudas, comprar una alberca
inflable para mi hijo, surtir pañales nocturnos que cuestan una fortuna, y siendo
tacaño, quizá hasta me alcanzaba para irme a Acapulco. Mis chaquetas mentales
fueron sólo eso: chaquetas. No gané nada. No ganar era lo más probable pero me
hizo reflexionar si en realidad podía dedicarme a esto. Ya sé que las becas no
representan gran cosa. No te hace mejor o peor escritor. Después de quemar y echar
a la papelera esos tediosos escritos, volví a recuperar la libertad. Pero me
hice una promesa: no volver a confiar en los consejos de otros; no volver a
participar en las becas del estado, y; no volver a cambiar el tiempo dedicado
para mi hijo por estar escribiendo tonterías.
Siendo un adolescente me prometí que a los 30 años tendría
una novela publicada, insisto, siendo un joven. Hoy tengo 32 años y no hay una
novela publicada en mi curriculum. Son varias las circunstancias, he vivido por
muchos años -si no es que toda la vida- en un confort absoluto, soy amante de
la comodidad y la pereza y no aspiro a grandes cosas en la vida. Tengo muchas
limitaciones para alguien que quiere convertirse en escritor. Me gobierna la
indiferencia y también la inseguridad, un par de novelillas sin terminar están
guardadas en los documentos del ordenador. Aún así no me siento un derrotado. Soy padre de una hermosa
criatura que me hace muy feliz y me ilusiona. Pero he perdido todo tipo de
ambiciones. Jean-Marc, el personaje principal de la novela de Milan Kundera, le
explica a su amante Chantal lo siguiente: “Y, al perder mis ambiciones, me
encontré de golpe al margen del mundo. Peor aún, no tenía ganas de encontrarme
en otra parte. Si no tienes ambiciones, si no te sientes ávido de éxitos, de
reconocimientos, te instalas al borde del abismo”. Y así como Jean-Marc, me
instalé allí, es cierto, con todas las comodidades. Me instalé al borde del
abismo.
Estar al borde del abismo tiene sus ventajas. Es una forma
de ir en picada sin tocar el piso. Es una forma de vida modesta, de ir
sobreviviendo al día, de ir renunciando a compromisos, a trabajos o proyectos,
“es estar del lado del mendigo y no en el del dueño de este estupendo restauran
en el que estoy tan a gusto”, insiste Jean- Mark. Estar al borde del abismo es libertad. Y la libertad va
unida a la lectura, a la escritura, a rebelarse contra lo establecido, a la
insatisfacción de la vida diaria. Jean Paul Sartre, el filósofo y escritor
existencialista, opinaba que el deseo de leer –y yo le incluiría, el deseo de
escribir- es el deseo de violar lo oscuro, el deseo de poseer un secreto. ¿Y
para qué violar lo oscuro?, porque el mundo nos perturba. Octavio Paz decía que
leemos –se escribe por las mismas razones- porque nos sobra algo o porque nos
falta algo. Estamos todo el tiempo sedientos. Insatisfechos. Si escribía en la
juventud por cierta inconformidad, ese desazón lo he ido arrastrando toda la
vida. Los escritores son los profesionistas de la insatisfacción, leí en alguna
parte.
Yo seguiré escribiendo -ya sé que a nadie le importa si
dejara de hacerlo- es una manera de seguir revelándome, lo haré con todas mis
limitaciones y carencias, con largas pausas y sin esperar nada. Por ahora no tengo nada que decir. Prefiero ver al crío, verlo caminar,
caer, levantarse y volverse a caer, como la vida misma.
* N. de la R. Texto que aparecería en una revista del sur del
país y que por la pereza del autor no fue enviado a tiempo.
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